Si para algo han servido las elecciones generales del 20D fue para decirnos que algo está cambiando. El bipartidismo inmovilista surgido de la II restauración borbónica, nacido para consolidar y desarrollar los derechos, quedó convertido en un corsé que los redujo a procedimientos formalistas. El Estado de derecho en sus inicios nos liberaba para acabar oprimiéndonos. Por una parte el PP, la derecha que integra a la extrema derecha, con ideas entre conservadoras y reaccionarias: ultraneoliberalismo al servicio de la oligarquía financiera, el catolicismo preconciliar y el españolismo más rancio, con tendencias autoritarias; y de otra parte el PSOE secuestrado en Suresnes, de centro izquierda, socioliberal, centralista e institucionalista. Ambos coinciden en no ir más allá de cambiar siempre que nada cambie, de tal manera que les siga manteniendo en la cómoda alternancia, lo que nada tiene que ver con alternativa.
La última legislatura de Rajoy, sin lugar a dudas una de las peores de nuestra inmodélica transición, empezaría en el año 2010 con la reforma laboral que había puesto en marcha el anterior gobierno de Zapatero y alcanzaría su punto álgido con la reforma del artículo 135 de la Constitución, acordado entre el PSOE, PP y la troika donde, por cierto, el actual secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, actuaría como portavoz de la delegación socialista en las negociaciones. Lo cierto es que desde ese día se nos ha venido vaciando de nuestros derechos sociales, nos han vigilado los derechos políticos desde Alemania y hemos perdido no pocos derecho civiles con el fin de silenciar nuestras protestas contra los recortes, hasta el punto de que ni siquiera los llamados sindicatos mayoritarios y de clase abrieron la boca para decir que todavía existían.
El resultado de las elecciones nos indica muy claramente que estamos ante el inicio de un futuro cambio político estructural que afectaría a las políticas públicas, a la relación con la oligarquía financiera y grandes empresas de servicios, a la participación de la ciudadanía y a la reorganización territorial del Estado. En efecto, el PP ha ganado las elecciones pero nada asegura que pueda liderar el gobierno, entre otras cuestiones, por su incapacidad de hacer pactos y por ahora todos los otros partidos le rechazan los apoyos, y mucho menos en estos momentos cuando aparece como una opción decadente: de sus 10.830.693 de votos (44,62%) obtenidos en las elecciones de 2011 ha pasado a tener 7.215.530 (28,72 %), y algo parecido ha ocurrido con su socio bipartidista del PSOE que ha cosechado la mayor derrota en la historia de la transición, al pasar de 6.973.880 votos en las elecciones de 2011 (28,73%) a los 5.530.693 votos (22,01%) alcanzados en las últimas elecciones, quedando a tan solo 341.360 votos de PODEMOS que se presentaba por primera vez a unas elecciones generales, con el resultado de 5.189.333 votos obtenidos (20,66%), y relegando al PSOE a la tercera y cuarta plaza en autonomías como Madrid, Cataluña, País Vasco, Asturias, Valencia, Galicia, Baleares, Canarias o Navarra…
A la vista de los resultados es evidente que el bipartidismo ha quebrado técnicamente y necesita aligerar sus propias estructuras para intentar recuperar la “centralidad del tablero político” del que ha sido desplazado por una nueva mayoría social. El grotesco y desesperado espectáculo que se viene dando en el seno del PSOE, de esas baronías territoriales detentadas en interinidad, responden a esa urgencia, a esa necesidad de permanecer sobre el escenario, aunque sea como figurantes sin texto, como hidalgos de provincias, en una representación de la cual ya no son actores protagonistas. Los síntomas son claros y las reacciones histriónicas de pánico muestran su incapacidad para comprender el nuevo escenario. La pérdida de liderazgo de sus propios referentes electorales es la consecuencia directa del canibalismo político con el que se vienen comportando los “señores de la guerra” interna, en un PSOE camino de la pasokización. La “caza de brujas” desatada en su seno responde a una visión desajustada respecto a la sensibilidad social predominante: mientras esos hidalgos y barones, profesionales de la política de cuarto oscuro y mesa camilla, planifican un “golpe de estado” interno de opereta, la mayoría social de nuestro país vuelve a mostrar la más de las absolutas indiferencias hacia sus asuntos internos de partido.
El bloque político bipartidista y su coro anfetamínico de exegetas mediáticos, continúan sin querer entender que los problemas reales del pueblo son radicalmente opuestos a los problemas internos de sus partidos, y la gente, esa mayoría social que les ha negado el voto en las urnas, reclama lo que PODEMOS viene proclamando desde hace bastante tiempo: un gran plan de rescate ciudadano; un pacto de estado, para combatir la situación de emergencia social por la que atraviesa nuestro país; y la “cuestión territorial”, sin resolver durante la transición inmodélica.
Si durante toda la campaña, tanto el PP como el PSOE se concentraron en vender el miedo al cambio, ahora su estrategia es contagiarnos cansancio de cambio. Y los barones de ambos partidos sospechan que ni Rajoy ni Sánchez nos pueden cansar más, y que se necesitan caras e ideas nuevas para aburrirnos con energías renovadas.
De esa manera, la alargada sombra de la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, se prolongó en la tarde del 20D con más fuerza que nunca en la sede del PSOE, aunque el entierro de Pedro Sánchez estaba preparado desde antes de las elecciones. A la reina del Sur se le quedó pequeña su tierra desde que heredara el cortijo andaluz por designación de Griñan, y será la apuesta de los notables del PSOE guiados por una fe ciega en que con ella de candidata podrían ganar las próximas elecciones generales que, mucho me temo, haya que repetir muy pronto, si tal como ya se ha apresurado a manifestar que “en ningún momento pactará con aquellos que quieren romper España”, sin darse cuenta de que con ese argumento, el PSOE está, junto con el PP y con Ciudadanos, defendiendo el Estado uninacional responsable del retraso social de España, representado paradójicamente por Andalucía.
Es en este contexto donde hay que evaluar lo que está ocurriendo estos días siguientes a la celebración de las elecciones, cuando se está maliciosamente señalando que, tal como ocurrió en 1936, la demanda de las verdaderas izquierdas a la hora de redefinir España sea, en realidad, una llamada a romperla. Es importante señalar al respecto que, aun cuando esta respuesta es predecible en las derechas españolas, caracterizadas por su más que limitadísima cultura democrática y por su visión centralista del poder, resulta incoherente y opuesta a la sostenida por el PSOE, que a lo largo de su lucha en la resistencia antifascista exigía el derecho a decidir para Cataluña y para otras naciones y pueblos de España, tal y como consta en los documentos congresuales. Fue durante la Transición cuando el PSOE se adaptó al Estado uninacional español, pasando a formar parte de él, estableciéndose así el bipartidismo monárquico y turnista que ha gobernado las instituciones del Estado central, renunciando a los principios del PSOE de Pablo Iglesias.
ANTON SAAVEDRA