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Channel: El Blog de Antón Saavedra
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MI VIDA: DESPEDIDO TRAS LA MUERTE DE UN COMPAÑERO

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Antón Saavedra, un domingo del año 1966, en Sama de Langreo, camino del baile para escuchar el Black is black de Los Bravos, Flamenco de Los Brincos, El Mundo de Jimmy Fontana o La Yenka de Johnny and Charley

Antón Saavedra, un domingo del año 1966 en Sama de Langreo, camino del baile para escuchar el Black is black de Los Bravos, Flamenco de Los Brincos, El Mundo de Jimmy Fontana o La Yenka de Johnny and Charley

Como ha quedado escrito en otro capítulo de mí vida, y ya de regreso de mi estancia en La Coruña, nos encontramos en uno de los días de agosto de 1966 cuando, junto con José Héctor Roces  García, compañero del Instituto,  y vecino de Cuesta de Arco en Langreo (exsecretario general de UGT-GIJON), nos dispusimos a buscar trabajo, acompañados de su padre. Él, que había realizado un curso de soldadura, y yo con mi título de ajustador en el bolsillo, nos habíamos levantado pronto con destino a Gijón, un lugar al que habíamos visitado algunas veces durante nuestros exámenes del bachillerato por libre, y muchas veces más en aquellos domingos de playa en tren de madera y carbonilla, pero nunca para temas laborales.

Después de visitar varias empresas y talleres sin éxito ninguno – siempre nos decían que volviésemos después de diciembre, para evitar el abono de la paga extraordinaria de Navidad, nos decían algunos trabajadores -, por fin encontramos un trabajo en una empresa llamada “MONTAJES DE GIJÓN”, situada en el barrio de La Calzada, muy cerca de donde se encontraban los astilleros gijoneses, cuyo administrador era un tal Fernández. En realidad, aquel individuo era uno de los tantos prestamistas laborales que había en las empresas y, como tal, fuimos contratados de peones – nada de soldador ni ajustador – al astillero de “JULIANA CONSTRUCTORA GIJONESA”, comenzando a trabajar el 6 de octubre de 1966, destinados en la construcción de buque “VIZCAYA”.

Antón Saavedra con su novia Irma, mi hermana Cheres y dos amigos, un domingo de 1967 en La Chalana de Laviana

Antón Saavedra con su novia Irma, mi hermana Cheres, y dos amigos, un domingo de 1967 en la playa del río Nalón en La Chalana de Laviana

En aquellas fechas, la dictadura franquista tenía implantada la jornada semanal de 48 horas, de lunes a sábado, con la consiguiente anulación de las mejoras de jornada que habían arrancado los trabajadores en la etapa republicana, aunque la realidad era que la jornada de 8 horas era la mínima, porque la ordinaria siempre la superaba en dos y tres horas diarias (precisamente, el primer Convenio Colectivo celebrado en España había tenido lugar en Asturias, en noviembre de 1958, entre la empresa “ASTILLEROS DEL CANTABRICO” en Gijón y los representantes obreros, y una de las cláusulas establecidas en el mismo era trabajar dos horas extras que se abonaban a razón de tres), como resultado  de aquellos salarios de mierda y la permanente presión patronal. De esa manera, nuestra jornada comenzaba todos los días a las 6,20 de la mañana, en el tren que hacía el trayecto Sama-Gijón, para finalizar a las 21,00 horas cuando llegábamos a Sama en el mismo tren procedente de Gijón, con una hora de intermedio para comer aquel gran bocadillo que me preparaba mi madre, el cual engullíamos solidariamente con los otros bocadillos de los compañeros,  regados con unes botelles de vino “Marqués del Pelleyu” en la “Bodega Fernández”, situada a la entrada del portón principal del astillero.

En realidad, este tipo de empresas no eran tales, al carecer las mismas de finalidad empresarial y de material, lo que originaba asambleas permanentes en aquella chabola donde nos cambiábamos de ropa. Los mandos no pertenecían a la subcontrata (eran los mismos de JULIANA CONSTRUCTORA), y su patrimonio se limitaba a elementos de seguridad y útiles de bajo coste como los cascos, los pinchos para marcar, las gafas…, no siendo de su patrimonio los elementos de producción importantes.

Mi primer trabajo en la construcción de barcos en el astillero gijonés "JULIANA CONSTRUCTORA GIJONESA", el 6 de octubre de 1966

Mi primer trabajo en la construcción de barcos en el astillero gijonés “JULIANA CONSTRUCTORA GIJONESA”, el 6 de octubre de 1966

En otro orden de cosas, nuestra situación laboral se caracterizaba por su eventualidad, por sus contratos de tiempo determinado, en blanco…, lo que generaba tensiones diarias por problemas con nuestros salarios – unas ochocientas cincuenta pesetas a la semana, cuando la barra grande de pan costaba ocho pesetas, un litro de leche dieciocho, y una cerveza diez, por ejemplo -, con una nula formación y  sin perspectivas de promoción profesional, pero, fundamentalmente, por la falta de medidas de seguridad e higiene en el trabajo. Nosotros éramos una ficción de empresa, donde la acción sindical quedaba convertida en una cosa de héroes ante aquella explotación laboral, aquel permanente acoso laboral, siempre sometidos a los peores y más insalubres trabajos, con mayores riesgos para nuestra salud. Ni siquiera teníamos duchas en la chabola, teniendo que lavarnos la cara en unos bidones de gasoil vacíos, habilitados al efecto, y cuando reivindicamos el poder ducharnos todos los días en aquella casa de aseo – un lujo para la época – que tenían los trabajadores de JULIANA, nos encontramos con la oposición de los propios trabajadores por boca de sus representantes sindicales, recién elegidos en las elecciones sindicales de 1966.

No es extraño encontrar en letra impresa la afirmación según la cual la ausencia de garantías que sufrieron los trabajadores durante la dictadura franquista fue compensada parcialmente con la protección del puesto de trabajo, pero esta afirmación es tan falsa como incompleta, porque si bien los patronos no podían despedir trabajadores arguyendo causas económicas, los despidos se producían a diario utilizando argumentos de carácter político. De esa manera, la depuración y la represión política permitía eliminar a los “desafectos” y, desde los años cincuenta, fueron miles y miles los trabajadores despedidos por participar en conflictos laborales, tal y como fue mi caso concreto en el primer despido que tuve en mi primer trabajo, el 28 de febrero de 1967.

En efecto, yo había sido destinado de ayudante con un calderero, apodado cariñosamente “Cabezón”, a las bodegas de un buque que había llegado a los astilleros para su reparación, pero en un momento de la jornada vino un retroceso en el soplete que produjo una explosión, dejando el cuerpo de aquel compañero troceado en cachos de carne, repartidos por aquel dificultoso lugar de trabajo, tan duro como insalubre, con herramientas obsoletas y en permanente mal estado de conservación.

Asamblea de trabajadores para proponer el paro ante la muerte de un trabajador en accidente laboral

Asamblea de trabajadores en el astillero para proponer el paro ante la muerte de un trabajador en accidente laboral

Aquel trágico accidente había producido mucha consternación entre los compañeros de trabajo al conocer la trágica noticia de la muerte de “Cabezón”, persona muy apreciada en el trabajo y en el barrio del Natahoyo, pero al día siguiente se dispusieron a trabajar con absoluta normalidad, tal y como si nada hubiese ocurrido. ¡Increíble, me dije para mí! ¿Cómo puede ser posible que ocurra esto?

Era muy difícil para una persona como yo, procedente de la cultura minera de las cuencas, donde tantos accidentes mortales se producían en sus minas, comprender aquella actitud, viniéndome, de pronto, a la memoria los recuerdos de aquel bocadillo minero que nos traía mi padre de regreso a casa, sin trabajar aquel día, como señal de que algún minero había perecido en el tajo.

Además, si algo me había marcado desde mi niñez, tanto en mi pueblo natal de Moreda de Aller como en las barriadas mineras de Lada y La Juécara en Langreo, fue aquel ambiente de los entierros mineros después de un accidente de los muchísimos que se sucedían por aquellos tiempos, muchos de los cuales – demasiados – habían ocurrido en mi propia familia (los dos “güelos”, hermanos de mi padre y de mi madre, entre otros, hasta un número de siete). La angustia, la desesperación y, a la vez, la resignación que se respiraba. Algo que hacía que toda mi vida me revelara contra aquellos hechos que para un “guajin” como yo resultaban del todo incomprensibles.

Así las cosas, después de hablar con un compañero de “JULIANA CONSTRUCTORA” – un tal Baragaño, muy bravo, y una gran persona, que siempre nos ayudaba a los de las subcontratas – me subí a una especie de andamio para hacer una llamada al paro – no recuerdo muy bien las palabras que pronuncié en aquellos momentos, aunque sí de que me temblaban bastante las piernas -, pero la factoría quedó casi toda ella paralizada entre los obreros de mayor conciencia, perfectamente diferenciados de aquellos otros trabajadores de la empresa, no sólo por su salario sino también por su ideología pequeño-burguesa y marcadamente conservadora, que se consideraban parte de la aristocracia obrera en la insolidaridad de clase, en su espíritu de casta, en su gremialismo, en su oportunismo y, sobre todo, en su condición lacayuna hacia sus patronos.

Propaganda para el referéndum franquista sobre la Ley Orgánica de España,el 14 de diciembre de 1966

Propaganda para el referéndum franquista sobre la Ley Orgánica de España,el 14 de diciembre de 1966

En absoluto podía yo sospechar lo que me iba a ocurrir, a mí y a mí compañero Julio (yerno del Tordín de Frieres) que había participado conmigo en el llamamiento al paro, cuando al día siguiente, a la hora de entrar en el astillero para reanudar el trabajo con normalidad, nos encontramos con una pareja de la Guardia Civil en el portón principal del astillero – nada sospechoso, por otra parte, ya que era muy normal en aquellos tiempos –, los cuales, dirigiéndose a nosotros, nos comunican que no podemos entrar, porque estábamos despedidos los dos. Es decir, nadie de aquella empresa ficción del “negrero Fernández”, nos había comunicado nada al respecto, ni mucho menos recibido, al día de hoy, ninguna carta de despido. Y eso que hacía muy pocas fechas, concretamente el 14 de diciembre de 1966, se había aprobado por referéndum la Ley Orgánica del Estado, que no era más que una codificación de las seis Leyes Fundamentales (FUERO DEL TRABAJO, Ley de Sucesión, Ley de las Cortes, Fuero de los Españoles, Ley del Referéndum y los Principios Fundamentales del Movimiento) clarificándolas, eliminando la terminología fascista, especialmente en la Organización Sindical o Sindicatos Verticales del Franquismo, y reafirmando el futuro monárquico del régimen.  Era lo que ellos – los fascistas – llamaban su Constitución. 

En todo caso, aunque fuese poco más que una puesta sobre el papel de lo que ya había en la dictadura, me llamaba la atención ver en aquel contexto urnas y toda la parafernalia de la supuesta democracia. Ante lo inhabitual de acudir a votar en aquellos años, el aparato propagandístico del franquismo detallaba los pormenores del sistema de voto y aclaraba la más mínima duda: “Todos los ciudadanos españoles mayores de veintiún años, sin distinción de sexo, estado o profesión, tienen el derecho y la obligación de tomar parte en la votación del referéndum, emitiendo libremente el sufragio a favor o en contra del proyecto legislativo consultado”. Lógicamente, yo no pude votar por tener dieciocho años de edad, pero, según las cifras oficiales, aquella farsa de referéndum sería aprobada con el 95,06 por ciento de los votos.

Aquel mismo año, también habían tenido lugar la celebración de las elecciones sindicales en todos los centros de trabajo. Aunque las primeras elecciones sindicales se habían celebrado en 1944 con un amplio despliegue propagandístico que no pudo evitar el escepticismo y la abstención de los trabajadores, la aparición, a finales de los años 50, de los primeros jurados de empresa, más la posibilidad de los cargos sindicales de participar en la negociación de los convenios colectivos a principios de los 60, decidió a las Comisiones Obreras – que gozaron inicialmente de cierta permisividad – a participar en las elecciones sindicales, mientras que la UGT y la CNT se negaban a ello por considerar que así legitimaban el verticalismo franquista. En aquellas elecciones sindicales del año 1966, donde hasta salió elegida la “mula francis” en el pozo minero de Carbones Asturianos y el futbolista “Kubala” en el pozo minero del Fondón, ambos pozos pertenecientes al concejo de Langreo, las COMISIONES OBRERAS alcanzaban un gran éxito electoral en casi todo el país, muy destacadamente en la minería asturiana, que llevó al régimen a ilegalizarlas un año después en toda España y perseguir duramente a sus militantes, con detenciones permanentes de sus dirigentes, en su inmensa mayoría encuadrados en el Partido Comunista de España.

La lucha sindical era el camino, y por fín los jueces daban la razón a los trabajadores esclavizados por las empresas prestamistas en los astilleros...

La lucha sindical era el camino, y por fín los jueces daban la razón a los trabajadores esclavizados por las empresas prestamistas en los astilleros…

La cuestión fue que, percibida nuestra liquidación salarial aquel mismo día, no sin antes tener que “pelear” muy duro contra el energúmeno del “Fernández”, que nos mandaba pasar a los diez días a cobrar nuestros salarios, nos dispusimos a buscar “modo” en otras empresas, encontrándolo en las obras que la empresa de DURO-FELGUERA estaba realizando en la construcción de UNINSA en Gijón, aunque habíamos sido contratados en las antiguas oficinas que la empresa tenía en Langreo, junto al campo de fútbol del Ganzábal, permaneciendo en la misma apenas quince o dieciséis días del mes marzo de 1967, porque también aquí fui despedido, junto con otro grupo de compañeros, también subcontratados como yo.

Allí sufrimos similares condiciones como las vividas en el astillero, aunque, eso sí, con un poquitín más de experiencia reivindicativa. Además, yo ya estaba organizado en el movimiento obrero a través del “Club Juventud Norteña”, posteriormente, en el año 1969, transformado en el “CLUB AMIGOS DEL NALON”, de la que había sido elegido vicepresidente, y en aquellas organizaciones que, en realidad eran auténticas “tapaderas” del Partido Comunista de España y de las incipientes Comisiones Obreras, cada día iba aprendiendo en los debates lo que era la lucha de clases y la aristocracia obrera dentro del movimiento obrero.

En efecto, yo y mis compañeros, no éramos fijos de plantilla en DURO-FELGUERA – habíamos sido contratados por un periodo de prueba –, y los primeros problemas surgieron con los propios trabajadores fijos de la empresa. Estos – los fijos de plantilla – se desplazaban en un pequeño autocar, contratado por la empresa a un tal Divino de El Entrego, para trasladarlos diariamente desde Langreo hasta la obra de UNINSA en Gijón, pero, como eran más las plazas que los viajeros, nos pusimos en contacto con el dueño del autocar para que, pagando nuestra parte, pudiésemos hacer uso del mismo, entre otras cuestiones, por lo que significaba para nosotros en cuanto al tiempo que rebajábamos a la jornada y, sobre todo, a las molestias que nos ocasionaba el traslado diario en el tren y los autobuses, después de pegarnos aquellos madrugones diarios para llegar de noche a casa.

Efectivamente, después de hablar con Divino, este no puso ninguna traba, pero nos remitió a los trabajadores viajeros para que fueran ellos quienes los decidieran, siendo el día de hoy que no sabemos fehacientemente si fue la dirección de la empresa, o una parte de ellos mismos, los que se opusieron a que usáramos el autocar, porque la realidad fue que se disculpaban unos con los otros, y nosotros tuvimos que seguir viajando en el tren de madera como en los tiempos del astillero.

Franco y el alcalde de Gijón, Luis Cueto Felgueroso, por las calles de Gijón, el año 1966, cuando vino a inaugurar las instalaciones de UNINSA...

Franco y el alcalde de Gijón, Luis Cueto Felgueroso, por las calles de Gijón, el año 1966, cuando vino a inaugurar las instalaciones de UNINSA…

Aquel estúpido sentimiento de sentirse “aristocracia obrera” por el simple hecho de tener un trabajo fijo, refiriéndome a esas empresas “madre” que, como DURO-FELGUERA, utilizaban y siguen utilizando a sus trabajadores fijos para beneficiarse de la plusvalía extraída de los trabajadores subcontratados…, aquella falta de “conciencia de clase” en muchos de aquellos trabajadores (no todos eran SIONIN y sus muchachos en la DURO), ignorando que esa conciencia de clase había que adquirirla a través de la experiencia, no solo del obrero en su empresa, sino también asimilando la experiencia de los obreros de otras empresas, de su localidad, de su país, incluso, a nivel internacional, se iba a reproducir constantemente, casi a diario, en el escenario de la obra de UNINSA en Gijón.

La empresa había instalado, a pie de obra, unos barracones-contenedor para los trabajadores que servían, unos de vestuarios, otro para las duchas y el aseo, y otro para comedor. Cuando nosotros, los subcontratados pensábamos que ya habíamos mejorado en comparación con la chabola y los bidones de gasoil que teníamos en los astilleros, ¿cuál no sería nuestra sorpresa, cuando nos dicen que aquellas instalaciones eran exclusivamente para “los fijos”, teniendo que cambiarnos de ropa al aire libre, guardarla entre los montones de hierro para la obra, que también nos servían de comedor, sin poder calentar el bocadillo o la fiambrera de la comida que algunos compañeros llevaban, ya que no había ningún “chigre” cercano, aunque debo de reconocer que alguno de los trabajadores “fijos” – los menos -, más por amistad que por conciencia de clase, nos la llevaban ellos para calentar en “su” comedor de empresa?

El Arzobispo Mercán, bendiciendo las instalaciones de UNINSA el año 1966, en presencia de la Carmen Polo, Franco y el gobernador civil de Asturias Mateu de Ros

El Arzobispo de Oviedo, Gabino Diaz Merchán, bendiciendo las instalaciones de UNINSA el año 1966, en presencia de la Carmen Polo, Franco y el gobernador civil de Asturias Mateu de Ros, entre otros fascistas

Pero no sólo eran esas cuestiones socio-laborales, porque en los días de lluvia, por ejemplo, “los fijos” se pasaban parte de la jornada jugando a las “cartas” en “sus” vestuarios, hasta que la lluvia cesara, mientras nosotros,“los subcontratados”, seguíamos trabajando, sin ser provistos de aquellas chaquetas de agua que tenían “los fijos”, siendo destinados a tareas de limpieza y “estroba” del material que permitían ir despejando la plaza, el terreno. Aquello tenía que explotar, y explotó, realizando un plante ante el maestro de la empresa en la obra – un tal Madera, que se pasaba todo el día dándonos voces y echando cagamentos -, negándonos a seguir realizando aquellos trabajos en aquellas condiciones, hasta el punto de que en menos de dos horas ya teníamos en la obra al ayudante de ingeniero – un tal Canal, acompañado de un listero llamado Honorino Montes – para comunicarnos el despido de aquellos compañeros subcontratados que habían participado conmigo en la “revuelta”.

Hace muy pocas fechas todavía me recordaba mi amigo Cuno Espina en Noreña (uno de los despedidos), mi actuación contra aquellos dos energúmenos a los que sólo les faltaba el “tricornio” de la Guardia Civil para repetir la historia reciente en el despido del astillero: tampoco nos querían pagar la liquidación de nuestros salarios, diciéndonos que, hiciéramos lo que hiciéramos, no era posible hacer la misma en menos de siete días. ¡Me cago en Dios, caraduras!, pa cuatro pesetes que nos debéis, ¿Tanto cuentu? ¡O nos pagáis ahora mismo o nun salís de aquí hasta que traigáis les perres!, a la vez que enganchaba con mis dos manos al Canal por la pechera, meneándole fuertemente, aunque yo creo que se meneaba él sólo, del temblor que tenía en su cuerpo, tal y como mostraba la palidez de su cara.  

Lo más preocupante para mí, era la actitud totalmente pasiva entre “los fijos” de “su” empresa, que observaban sin inmutarse aquel abuso contra unos trabajadores – nosotros – que, pusiéranse como se pusieran, eramos exactamente iguales que ellos: trabajadores explotados por el capitalismo. La liquidación de nuestros salarios nos fue entregada aquel mismo día, allí, en la obra, donde permanecíamos con nuestro ayudante de ingeniero Canal a modo de “rehén”, cuando apareció “el Honorino”, al que habíamos dejado trasladarse a las oficinas de DURO-FELGUERA en Gijón, con el dinero de nuestros salarios, aunque nosotros éramos DESPEDIDOS.

Instalaciones de la factoría de UNINSA, en Gijón...

Instalaciones de la factoría de UNINSA, en Gijón…

Y de ahí, con fecha 1 de junio de 1968, a las obras del sinter que estaba montando la empresa  “MONTAJES DE CIAÑO” en las instalaciones de UNINSA en Gijón, a la que había accedido recomendado por un jefe de equipo llamado Luis Amor, del pueblo langreano de Cuturrasu. Allí, las cosas fueron muy distintas entre los compañeros de trabajo, aunque la empresa casi siempre trabajaba como “prestamista” de mano de obra para la DURO-FELGUERA en las obras que ella misma le asignaba, pero allí, en el sinter, todos éramos trabajadores de aquella empresa, sin distinción entre “los fijos” y “los subcontratados”, lo que nos hacía una sola piña a la hora de reivindicar condiciones de trabajo adecuado y salarios un poco más decentes – yo pasé a ganar 1.200 pesetas a la semana, con la misma categoría que en mis anteriores empresas -, pero aquello duró muy poco, porque el dos de agosto de 1968 se iba a producir mi tercer despido laboral, siendo el único motivo estar en la “lista negra” – se trataba de los ficheros que compartían las empresas en las que se identificaban a aquellos trabajadores “incómodos” o que hubiesen planteado problemas en sus anteriores contrataciones -, lo que significaba que ya no podías volver a trabajar en ninguna empresa de aquel entorno, así que adopté la decisión de entrar en la mina, para lo que no se necesitaba la recomendación de nadie, simplemente afiliarte, eligiendo incluso el pozo minero que prefirieras, es decir, el “banderín de enganche” estaba abierto.


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