Antón Saavedra, el socialista utópico
Su figura es clave para entender el devenir de la historia social e industrial de Asturias en los últimos 50 años. Como si fuera un roble, Antón Saavedra ha resistido los duros avatares de la convulsa evolución política y sindical de una tierra que ha experimentado uno de los declives más dramáticos de toda Europa.
La voz de Antón -en el más literal de los sentidos- sigue alzándose certera, honesta y plena en este vertiginoso siglo XXI, en medio de la globalizadora revolución del conocimiento y con Asturias con la Güestia susurrándole al oído la dura realidad de la extinción demográfica.
Antón ha sido partícipe y testigo activo de la vida política y sindical de la Asturias minera en décadas cruciales de la historia de España, especialmente desde la muerte de Franco.
Ha nacido y vivido bajo una dictadura y ha sido activista por la libertad. Recibió con esperanza la llegada de la España democrática y con impotencia la evolución de las políticas gubernamentales respecto al carbón, que han terminado por borrar del mapa energético e industrial internacional a su querida Asturias.
Leal a sus principios, esos que aprendió de sus antepasados, la conciencia de Antón es como una antorcha en medio de las tinieblas de desesperanza, corrupción y ausencia de liderazgo en las que está sumido el sindicalismo minero astur.
Culto, trabajador, con vocación al estudio y la investigación, y buen comunicador, Antón encarna un perfil bien distinto del de otros políticos grises, indocumentados y con ausencia de motivación que han proliferado más de lo deseado en las últimas décadas.Antón Saavedra no cambió ni de barrio, ni de casa, ni de mujer, ni de valores, ni de ideas… Fue y es un modelo de coherencia y humildad.
Y, por supuesto, es una persona valiente. Ni era ni es fácil denunciar ciertas praxis, conductas y actos en un contexto de ley del silencio siciliana, como la que se vivió en las cuencas mineras de Asturias antes y después de Franco.
El otro día en la Semana Negra en la presentación de su último libro, Memorias de un sindicalista de Aller, Antón hizo un discurso enjundioso en el que puso de manifiesto la esencia de su ideario social, donde priman los valores humanos, especialmente el de la solidaridad y la inquietud por construir un mundo mejor, en el que los más desfavorecidos puedan caminar con dignidad.
A mí, personalmente, me encantó que citara a Bakunin, uno de los pensadores y revolucionarios que más me fascinan, y la verdad es que escuchando la voz firme y contundente de Antón, con esa pizca de vehemencia agitadora característica de su personalidad, viajé a un mundo de ensoñación histórica, en la que el socialismo utópico cobraba vida.
Antón, en la esencia de su puesta en escena, parecía un líder obrero de los años 20 o 30 del siglo XX, un líder de aquellos que pensaban que solo a través de la educación, del respeto a la cultura y sobre todo del respeto a las personas se podía alcanzar la utopía de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Me recordó a mi admirado Robert Owen, el de la doctrina de la fraternidad humana y, de pronto, sentí la figura de Antón como la de un genuino socialista utópico que, en vez de predicar en Suiza, Francia o Inglaterra, lo hacía en las ruinas de un astillero, en medio del desierto ideológico asturiano.