30 DE NOVIEMBRE DE 2018
Buenas tardes y muchas gracias por vuestra asistencia. Gracias a la Asociación Cultural “CAMIN DE MIERES” por facilitarme esta magnífica tribuna para la presentación de mí libro, gracias a la editorial SANGAR por ofrecerme la posibilidad de publicar la obra, y gracias a la compañera Ana Fueyo por sus palabras de presentación.
“UN SINDICALISTA DE ALLER” es el cuarto libro que escribo desde que dejé mi actividad sindical y política, y algunos se preguntarán por qué lo he escrito, siendo la respuesta muy sencilla por mí parte: Porque cada uno de nosotros acumulamos en nuestra vida un origen, evolución, pensamiento, realizaciones, triunfos y fracasos que son únicos, y cuando miramos atrás para hacer un balance sobre nuestra propia vida, comprobamos que las grandes enseñanzas que hemos recibido se las debemos trasmitir a nuestros descendientes, por eso nuestra historia tiene que ser contada.
“UN SINDICALISTA DE ALLER” es un libro del que me siento especialmente satisfecho. Es una crónica en carne y hueso de lo ocurrido en Asturias, en España y, por extensión, en el mundo, desde mi nacimiento hasta el año 2018. Una crónica realizada en clave de lucha por la libertad, la igualdad y la solidaridad.
Es un libro de recuerdos, de reflexiones y de lecturas que forman todo un cuerpo de acción, de pensamiento, de ideas, de principios y valores políticos de un sindicalista y militante socialista, pero también es un libro que denuncia la CORRUPCIÓN galopante en nuestro país, en nuestras instituciones y, como no, en el sindicalismo minero al que he dedicado los años más importante de mi vida, siempre concibiendo el sindicalismo de clase fundamentado en una escala de principios y valores.
Si para unos el sindicato era considerado una mera correa de transmisión respecto a los partidos, sea cual fuera la modalidad, y para otros el sindicato sigue siendo considerado como un arma política para medrar en el parlamento o hacerse una carrera profesional, para mí el sindicalismo ha sido y sigue siendo la expresión de una lucha reivindicativa a la par que de transformación cualitativa de las relaciones sociales y de producción. Por eso hay que tener mucho cuidado con esa seudo-izquierda compuesta en gran parte de mimetismo, oportunismo y arribismo.
Aquellos que más gritan ahora que son de izquierda son los que no lo han sido nunca, los que durante muchos años atrás han navegado a favor de la corriente, sin haber conocido lo que es la penuria e indiferentes a los sufrimientos y preocupaciones del pueblo, de la clase trabajadora. Para esa gente, la izquierda es como un valor de bolsa; se apuntan a ella según su cotización en el mercado.
Una izquierda auténtica y digna de ese nombre no se improvisa. Se pueden improvisar insignias, banderas, colores, etiquetas, publicaciones a todo lujo y cuentas corrientes, pero no una conciencia de izquierda. Para lo primero solo hace falta dinero – en su mayoría logrado por métodos mafiosos -, y una buena dosis de cinismo; lo segundo se logra a través de la honradez, la honestidad, el espíritu de sacrificio, la integridad moral y el idealismo.
La izquierda es la virtud. Y es que, cualquier movimiento político que no sea virtuoso no puede ser nunca de izquierda, aunque exhiba los programas más revolucionarios, porque, para mí, ser de izquierda no significa otra cosa que aspirar a ennoblecer el mundo, a desterrar de él la injusticia y la ignominia.
Un sindicato auténtico, desde mi punto de vista, en ningún momento puede reducirse a ser un órgano salarial y reivindicativo de aumento del sueldo, que también, sino que siempre lo he concebido como la organización permanente de los trabajadores, donde tenga cabida la participación activa de todos sus miembros para llevar a cabo una agitación permanente en los centros de trabajo, un debate ideológico permanente que tenga como objetivo la elevación en el nivel de vida consciente del pueblo.
En su libro “POLÍTICA” y en sus libros de ética, Aristóteles nos demuestra que la base de la “polis” no puede ser otra que la virtud, fuente de la amistad y la justicia. Un Estado carente de virtud, nos dice el gran filósofo griego, degenera finalmente en tiranía, oligarquía o demagogia y, actualmente, en la situación que nos toca vivir en este mundo globalizado, la amistad ha sido cambiada por el odio, y cuando el odio rompe el marco de subjetividad se transforma fácilmente en terrorismo, totalitarismo, dictadura fascista, delincuencia política, bombas, atentados y guerras, demasiadas guerras.
Desde mi punto de vista, un hombre de izquierda no debe odiar a nadie, ni siquiera a los ricos, a los poderosos e injustos. Más bien, pienso yo, debiéramos compadecerlos, pues bastante desgraciados son, en su fuero interno. A los ricos y a los poderosos hay que combatirlos, sin odiarles ni caer en la soberbia de creernos, como personas, mejores que ellos, porque también, entre los hombres y mujeres de nuestra trinchera, tenemos bastantes defectos. Hacer un llamamiento a los trabajadores para decirles que el único mal es la existencia de los ricos, es engañarles miserablemente, porque la riqueza es una forma del mal, pero no la única.
La izquierda, tal y como yo la entiendo, es culminación y madurez. Tiene que ser enérgica y consciente de su fuerza, capaz de autodefenderse, pero nunca violenta por sistema ni fanática. Bakunin, al que no se le podrá acusar de tibieza revolucionaria, nos explica cómo, “en nombre de la igualdad, la burguesía derrocó y masacró un día a la nobleza, y nosotros, en nombre de la igualdad exigimos hoy la muerte violenta de la burguesía, pero con la diferencia de que nosotros, menos ávidos de sangre que la burguesía, no queremos masacrar a las personas, sino a las instituciones”.
La gran tragedia de la izquierda actual es que carece del espíritu obrero que toda izquierda verdadera debería poseer. Sus líderes hablan en nombre del pueblo, pero no son el pueblo, con el que nunca han convivido estrechamente y al que solo conocen como masa. En sus mítines y congresos hablan de igualdad, de justicia y de socialismo, pero en su manera de vivir y actuar imitan los modales y vicios de la propia burguesía, en cuyo seno se han formado la inmensa mayoría de ellos.
Toda esa turba de politicastros profesionales, aspirantes a jefes de partidos y periodistas charlatanes a su servicio que intrigan y pululan por las tertulias políticas de los distintos medios de comunicación carecen por sí solos de fuerza suficiente, de ahí que necesitan del inmenso poder de la clase trabajadora para ponerse al servicio de la oligarquía, y por eso adulan y adulan para ir introduciéndose en sus filas hasta convertirse en jefes de la clase trabajadora y servirse de ella en sus ambiciosos planes.
Quiero decir que, el sindicato, los sindicatos, deben de emplearse para servir exclusivamente a los trabajadores y nunca para servirse de él, de ellos, como trampolín político de ciertas apetencias personales. Y con ello no estoy condenando el apoliticismo. Lo que debemos condenar enérgicamente es la práctica de un sindicalismo dirigido, porque los sindicatos, cuando se convierten en apéndices gubernamentales o de cualquier patronal, pierden la libertad de acción y arrastran a las masas por el camino de la derrota.
No podemos ni debemos confiar en aquellas organizaciones sindicales que tienen su secretaría permanente en los partidos políticos o que dependan directamente del correspondiente ministerio, enviando a sus miembros a realizar propaganda gubernamental o de partido.
Y conste, que no estoy rechazando el papel que tendrían que jugar los partidos de la auténtica izquierda, sino defendiendo, siempre desde la plena autonomía sindical, una relación normalizada con todos los existentes a través de una interlocución fluida con todas las fuerzas. Al fin y al cabo, la convergencia en los objetivos de clase a lograr, tendrán que venir dados a través de una combinación de la lucha sindical desde los sindicatos de clase con la lucha política de los partidos verdaderamente obreros en los parlamentos, en los ayuntamientos, en las instituciones.
Pero, además, se impone la necesidad de un reforzamiento sindical a través del internacionalismo sindical, encuadrando a todos los sindicatos en confederaciones internacionales, tal y como están organizadas las multinacionales en los distintos sectores, para profundizar en el trabajo conjunto a todos sus niveles.
“Un sindicalista de Aller”, tal y como ha quedado dicho, es también un libro que denuncia la CORRUPCIÓN, en este caso dando continuación en sus páginas a la corrupción en el sindicalismo minero, objeto de mi anterior libro sobre el “VILLAMOCHO: Corrupción en el Sindicalismo Minero”.
Efectivamente, tal como se afirmaba en la sinopsis del libro aludido, nos encontramos ante la historia de una mafia, la mafia del SOMA-UGT-PSOE y del carbón, donde solo se ha abandonado la bandera negra con la calavera por el estuche negro del ordenador; y la maleta con la ametralladora por el maletín del ejecutivo para diferenciarla de la mafia caponesca del Chicago de los años veinte o de las actuales mafias calabresa y siciliana.
En Asturias, la mafia del SOMA-UGT-PSOE y del carbón ha pasado a conocerse por el VILLAMOCHO, actualmente sentenciados judicialmente, en su primer capítulo, algunos de sus principales miembros, por la Audiencia Provincial de Asturias, camino de la cárcel de Villabona.
Sin temor a equivocarme, podría afirmar que, en lo que llevamos del actual siglo, la corrupción se ha convertido en una especie de bacilo de la peste que viene de lejos y que conoce ahora, como cualquier sistema infeccioso, su eclosión purulenta, y publicar un libro sobre corrupción en estos momentos podría hasta tildarse de oportunista, pero yo pienso que se trata de un libro oportuno, entre otras cuestiones, porque la corrupción ha sido, es tan grande y grotesca que ha conseguido penetrar en la conciencia ciudadana, aunque no lo suficiente, llenando las páginas de los periódicos, ocupar los espacios de radio y televisión, a la vez que inundando los escaparates de todas las librerías, y servir hasta para derrocar recientemente a la organización criminal del PP en el gobierno de España, situando la corrupción y el fraude en el segundo problema de la ciudadanía española, detrás del paro, según el más reciente barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), y muy por encima del llamado problema territorial de Cataluña que tanto se está manoseando para hacernos ver que estamos ante el mayor problema que tiene planteado nuestro país.
No, compañeras y compañeros, el problema catalán no es un problema territorial, aunque lo pueda parecer. El problema para el Estado es que una parte de la población ha dicho ¡¡¡ BASTA !!!, ¡¡¡ basta de corrupción, basta que pase de todo y no pase nada, basta de legislar para una oligarquía que se enriquece a manos llenas, basta de unas astronómicas “ayudas a la banca”, mientras los recortes a la sanidad, la educación, la dependencia o las pensiones, entre otros, se han instalado para atender la deuda soberana !!!.
Sin embargo, lo más grave en el caso que nos ocupa, es que ha servido para llevar a una región próspera y rica como Asturias a la más de las paupérrimas miserias, hasta dejarla transformada en un auténtico erial, como consecuencia de haberse cargado el sector minero sin haber generado ningún tejido industrial alternativo, y ello a pesar de las cantidades multimillonarias de euros que se destinaron en concepto de Fondos Mineros, sobre todo en hormigón para hacer carreteras, de tal manera que ese 45 por ciento de paro juvenil en nuestra región tenga más facilidad para largarse del pueblo que les ha visto nacer, por cierto, con muy escasa formación, porque las cantidades multimillonarias destinadas para su formación fueron destinadas, en el mejor de los casos, a la financiación de las estructuras burocráticas de los partidos, empresas y sus correspondientes “élites del pandillerismo sindical”.
La cruda realidad queda plasmada en el último y muy reciente informe de EUROSTAT que resulta demoledor para nuestra región, con una imagen tenebrosa en la que ASTURIAS, con el 18 por ciento de paro, se sitúa entre las 20 regiones de Europa con mayor tasa de desempleo, con un nuevo y amargo récord de paro juvenil y unas cifras de larga duración que asustan al más optimista.
De las 273 regiones que conforman la Unión Europea de los 28, Asturias se encuentra entre las que ostentan un lugar de preferencia en la cola del paro, siendo solamente superada por ocho comunidades españolas, dos francesas y nueve griegas que ostentan el dudoso honor de superar el porcentaje del Principado.
De hecho, cinco regiones españolas, con Andalucía a la cabeza, son las que encabezan el ranking europeo. Esa es la gestión del PSOE en el gobierno de Asturias, aquel partido que protagonizó aquella brutal RECONVERSION INDUSTRIAL que, disfrazada bajo el pomposo nombre de MODERNIZACIÓN DEL APARATO INDUSTRIAL, supuso el cierre masivo de nuestra minería, de nuestras industrias, de nuestra agricultura y ganadería, sin un desarrollo paralelo de un nuevo tejido industrial, en el que sectores enteros fueron desmantelados y miles de trabajadores pasaron a engrosar las cifras del paro, una operación que continuaron ejecutando sus socios del bipartidismo turnista PPSOE.
Sí, amigas y amigos, esa es la cruda realidad de nuestra minería, de nuestra industria, y todo ello para dejarnos entrar en el elitista club de la Comunidad Económica Europea, donde nuestros futuros socios europeos exigían al gobierno felipista que iniciara un suicida desmantelamiento de sectores enteros de nuestra economía ya que, si no lo llevaban a cabo, jamás autorizarían el ingreso de España, entre otras cuestiones, porque los fundadores de Europa – como si nosotros viniéramos de otra galaxia – no querían ningún tipo de competencia para sus productos y no podían permitir la entrada de un país que figuraba entre las diez potencias industriales del mundo.
Es verdad que la crisis se ha llevado por delante una gran parte de nuestra riqueza material, pero no es menos verdad que nuestra riqueza material ni estuvo ni está siendo defendida y gestionada por personas decentes, sino por auténticos “sicarios” al servicio de la burguesía española, perfectamente representada por el bipartidismo turnista del PPSOE, surgido de la segunda restauración borbónica de 1978, de tal manera que la falsa bonanza económica que precedió a la crisis se había llevado una buena parte de nuestros valores, y sólo desde un pensamiento sincero, crítico, limpio, claro, generoso y humilde podemos regenerar nuestra conciencia para que el futuro se asiente sobre unas bases sólidas.
Quizá sea demasiado tarde para hacer algo por un mundo demasiado viejo, y demasiado pronto para saber algo de un mundo demasiado nuevo. A veces, amigas y amigos, es necesario estar al borde del precipicio para comenzar a caminar en otra dirección.
Puede que ahora estemos en una encrucijada, pero estar en la encrucijada es justamente lo contrario de encontrarse en un callejón sin salida. Todo es dar con el camino, y “se hace camino al andar”.
Y para andar ese camino tenemos que reflexionar antes de vociferar, tenemos que unir antes que disgregar, porque esa es una tarea de nadie en particular y de todos en general que requiere sumar y no dividir voluntades y esfuerzos, estimular iniciativas, sembrar solidaridades, y remontar adversidades como siempre supo hacer el pueblo asturiano, que tiene en su tradición, en su gerencia, en su atractivo y en sus gentes, sobre todo en sus gentes, los mejores instrumentos para superarse.
Vivimos, amigas y amigos, una crisis tan dramática que a muchos ciudadanos le ha llevado a la desesperación y a la ruina, y en nada nos debe consolar el saber que el mundo ha sobrevivido a otras crisis aún mayores, algunas de las cuales terminaron en un colapso económico y cambiaron el curso de la historia. Lo que sí conviene saber es que para salir de este pozo del presente tenemos más recursos que nunca: más ciencia, más tecnología, más infraestructuras, mucho carbón, mucha agua, mucha masa forestal, y sobre todo mucha tradición industrial… Solo necesitamos recuperar la educación y los valores. Y, por supuesto, la voluntad de asentar sobre ellos una justicia insobornable, sólida y humana. Y no demos vueltas a la pirindola para llegar al mismo sitio de partida, porque mientras la justicia no sea justicia, nunca habrá justicia.
Creíamos que el bienestar era poco menos que eterno. Pero el virus de la codicia se ha llevado por delante las certezas y ha teñido de oscuridad los horizontes. Allí donde había luz hay sombra, allí donde había calma hay desasosiego, allí donde había seguridad hay incertidumbre y angustia. Y lo que es peor aún: allí donde había despilfarro comienza a aparecer el drama del hambre.
Pero, el PARO es algo más que un número, y mucho más que una simple estadística partidista. Es un drama, un cáncer que desgarra la persona que eres, el hombre o mujer que algún día fuiste, ese o esa que se creía libre por poder pagar sus cosas, por no depender, por no vivir bajo la manutención de otro.
La situación de un parado temporal puede ser más o menos incómoda. La situación de un parado sin prestaciones es angustiosa y deprimente. La situación de un parado sin esperanza es sencillamente destructiva, y solo una sociedad enferma puede permanecer impasible ante la aniquilación humillante de algunos de sus miembros. Es algo radicalmente inhumano. Por ello tenemos que hablar con suma claridad.
Resulta harto difícil, por no decir imposible, que la nueva política pueda brotar de las madrigueras en las que siguen atrincheradas las comadrejas de la vieja política. El milagro del arrepentimiento y la redención por las buenas obras siempre es posible. Pero será eso: un milagro. Y los milagros solo existen en aquella historia sagrada que nos contaban en la escuela franquista. La cruda realidad es que, seguir viviendo, respirando, amando, riendo, y siendo capaces de salir adelante a pesar de todo, son los grandes y únicos milagros que todos deberíamos celebrar cada día.
En todo caso éste es el rasero por el que debiéramos de apostar en cada momento a la hora de elegir a los hombres y mujeres que tienen que regir los destinos de nuestro país: el que esté dispuesto a cambiar la ley electoral, a imponer la democracia interna en los partidos, a devolver la independencia al poder judicial, a renunciar a aforamientos y demás privilegios, a predicar con el ejemplo dando un paso atrás ante la menor sospecha de connivencia con la corrupción, a incluir mecanismos de participación ciudadana en el proceso legislativo, ése representará a la nueva política.
Parafraseando a Aristóteles, se puede afirmar que sólo existen dos tipos de gobernantes: los que defienden al pueblo del DINERO y los que defienden al DINERO del pueblo. Lo demás será, lisa y llanamente, más de lo mismo: Paro y Corrupción y más Corrupción y Paro, y lo más grave para una sociedad, que los votantes que sigan votando a los corruptos, sabiéndolo como lo saben, serán, por lo menos, sus cómplices. Así de claro.
No nos engañemos, ni nadie trate de engañarnos. La ciudadanía acude gozosa a las urnas, una vez cada cuatro años, integrándose en la máquina administrativa del Estado, olvidándose de sí misma y de la sociedad, para elegir las pirámides de burócratas de partido, con un jefe absoluto en la cúspide, que aspiran a estar detrás de la ventanilla en todas las manifestaciones externas del Estado. Mientras que los resortes del poder interno del Estado, los que otorgan privilegios y concesiones al gran capital, ni se rozan en las elecciones ni en los programas de los partidos gobernantes.
El voto se ha convertido en la baratísima y obnubilante gallofa que los amos del dinero tienden a las masas para hacerles creer que rigen sus destinos, mientras ellos se dedican a despojar la riqueza de las naciones y concentrarlas en unas pocas manos.
No hubo ni izquierda ni derecha que haya osado oponerse, desde el Gobierno y en defensa de la libertad, a las grandes concentraciones de poder financiero y mediático, suficiente para deducir que la corrupción es inseparable del estado de partidos y que la naturaleza del Régimen que vivimos es la propia de una oligarquía.
Sin embargo, la democracia institucional es posible. Basta con cambiar el sistema electoral y separar los poderes del Estado. Basta con dar a la ciudadanía el derecho de elegir a sus representantes. Basta con prohibir el escandaloso cinismo de que hombres y mujeres de un mismo partido, y de una misma elección, sean a la vez legisladores, gobernantes, jueces, administradores, consejeros jurídicos y auditores del Estado. ¡¡¡ Son la misma cosa, y a esto yo lo llamo dictadura plural !!!
Efectivamente, los electores votan, pero no eligen, porque refrendar una de las listas de partido no es elegir. Los integrantes de las listas no son elegidos por los votantes, sino por los jefes de partido y, por lo tanto, no representan a los electores ni a la sociedad civil.
¡No! No se vota a diputados de los electores, del pueblo o de la sociedad, sino a puros delegados de los partidos estatales.
Todos los gobernantes y gobernados, apuntalan la colosal mentira de llamar legislativas a lo que realmente son unas burocráticas elecciones administrativas para cubrir puestos de relieve en el Estado; de llamar representantes del pueblo a simples delegados de partidos; de llamar separación de poderes a la simple separación de funciones públicas entre personas de una misma obediencia de partido; de llamar democracia representativa a esta más que degenerada y corrompida oligarquía estatal.
En fin, amigas y amigos, no es mi intención contar todo el libro, porque quiero que lo lean. Ha sido un placer compartir con vosotros y vosotras estos minutos, y solo me queda agradeceros vuestra paciencia y vuestra amabilidad.
Muchas gracias.