Hoy, cuando se cumple el vigésimo día de mi confinamiento, no me levanto de la cama hasta las 19,30 horas debido a un ataque generalizado de artrosis que me impide mover el cuerpo, desde mis cervicales hasta los hombros, columna, codos, rodillas y tobillos, todo es un dolor insoportable. Pienso que es debido a los cambios del tiempo, aunque algunos médicos no crean en ello, pero yo hago un seguimiento de mi cuerpo durante esos cambios y siempre ocurre lo que para mi es una realidad. Lo que no tomo ahora son medicamentos, entre otras cuestiones, porque solía tomar Voltaren para los dolores y acabó jodiéndome el riñón, de tal manera que ahora tengo que tomar Seguril para poder mexar.
Así que, una vez que he finalizado el libro de Pablo Iglesias y Enric Julia “NUDO ESPAÑA”, de recomendable lectura, me dispongo a comenzar la lectura de mi cuarto libro durante este confinamiento, eligiendo esta vez el libro de Virginia Vallejo “AMANDO A PABLO, ODIANDO A ESCOBAR” que trata sobre una increíble historia de amor entre el narcotraficante más buscado del mundo y la estrella más famosa de Colombia, Virginia Vallejo, una joven presentadora de noticias divorciada a la que cortejaban los grandes magnates del país. En 1982 conoció a Pablo Escobar, cuando él era solo un representante suplente de la Cámara del Congreso colombiano y casado, iniciándose desde 1983 una relación que duraría hasta 1987, periodo en el que Virginia Vallejo aprenderá de Escobar el precio de los presidentes, políticos y militares de su país, y también el de los dictadores caribeños, sin que falte en el libro el ingrediente referido al hispanocolombiano Felipe González, expresidente del gobierno de España, exsecretario general del PSOE y amigo de Pablo Escobar, quien no tuvo ningún reparo para acercarse en su avión privado a Madrid y celebrar con la élite del PSOE aquella noche electoral del 28 de octubre de 1982 en el Hotel Palace.
Pablo Escobar con sus consiglieri en el hotel Palace de Madrid celebrando la victoria del PSOE en las elecciones general del 28 de octubre de 1982. ¿Pudo Pablo Escobar financiar la campaña electoral de Felipe González en 1982?
Hay una anécdota de ese día recogida en el libro de Virginia en la que sus acompañantes en el hotel le pedían cocaína para regalar y Pablo Escobar reaccionaba muy furiosos, sintiéndose insultado.
A duras penas, casi no puedo sostenerme de pie, me levanto hacia las 14,00 para comer una sopa de cebolla roja y el zumo de tres naranjas, y otra vez para la cama a seguir leyendo este interesante libro, aunque en esta ocasión también dejo por momentos la lectura para escuchar algunos de mis cantantes favoritos como Pavarotti, Tino Arnizo, Juanin de Mieres, El Presi o Nando Agueros.
Acabo de pegar un pantallazo al Mapa Mundial del Coronavirus que ofrece RTVE, con datos de la OMS al 2.4.2020, 22:17h. Como podéis ver, la RTVE destaca en titulares que “EE. UU. lidera el nº de contagios en el mundo”, aunque la realidad es que nuestra enferma España es la dolorosa campeona. USA tiene 723 casos por millón de habitantes y nosotros ¡¡2.349!!
Ya delante del ordenador, a duras penas me dispongo a continuar con mi diario y lo hago sobre este cuadro que se adjunta. En el mismo, se puede apreciar otra manipulación en cuanto el número de muertos, tal y como en su día publicamos aquí, en mi diario del 28 de marzo, de acuerdo con el informe elaborado por el Instituto de la Salud Pública Carlos III, cuya directora Raquel Yotti no pudo desmentir en la rueda de prensa celebrada. En esta ocasión se manipula el número de muertos, pretendiendo que EE.UU. lidere el número de contagios en el mundo – seguro que acabará liderándolo, pero hoy, día 2 de abril, no -. Siendo verdad que USA lidera el ranking de contagios no es menos cierto que nuestro gobierno oculta el que los vaqueros son algunos más habitantes que nosotros. Por tanto, hablando en términos relativos, USA tiene 723 casos por millón de habitantes y España 2.349 por millón. USA tiene 5.607 muertos y España 10.106. Esa es la realidad de los números, no otra. Poco nos puede solucionar que sean diez, veinte o treinta arriba o abajo, pero al Cesar lo que es del Cesar y al otro lo que es del otro. Evidentemente, cada cual puede sacar sus propias conclusiones al respecto.
Durante mi estancia en la cama escucho por la radio al ministro de Transportes, José Luis Ábalos, decir que el “Gobierno vería bien” apostar por una fórmula similar a los Pactos de la Moncloa que, según el ministro, marcaron “un tiempo de arranque en lo democrático y lo económico”. “Si nos planteamos un proyecto de país, de carácter nacional, de acuerdo… viene muy bien, porque la unidad y el compromiso siempre fortalecen”. En el mismo sentido se expresa hoy, 3 de abril, el periodista Joaquin Estefanía en un amplio artículo publicado por El País, recordándonos que, “en 1997, España estaba en suspensión de pagos, el paro no hacía más que aumentar y la inflación rondaba el 30%”.
Pero, vayamos por partes, no nos atragantemos. Para hablar de los Pactos de La Moncloa es necesario recordar que estos fueron firmados por ocho representantes de la nueva configuración de fuerzas políticas, entre ellos Santiago Carrillo por el PCE y Felipe González por el PSOE, con una amenaza – blandida por los propios sindicalistas convertidos en personas de orden – de que las movilizaciones podían significar un riesgo de golpe militar, y el ejército del 18 de julio parecía intacto, aunque no lo estaba.
“Creo, señores, que nos podemos felicitar todos mutuamente”. Esta es la frase que pronunció el expresidente del Gobierno Adolfo Suárez el 25 de octubre de 1977 tras firmar los Pactos de La Moncloa que lograron estabilizar la economía de España, que sufría entonces tasas de inflación del 44%, y asentar las bases políticas de una recién nacida democracia. Más de 33 años después, en medio de una crisis económica y financiera que está golpeando con especial dureza a nuestro país, el Gobierno ha firmado este miércoles con sindicatos y patronal el nuevo acuerdo económico y social que, entre otras reformas, incluye la de las pensiones con la ampliación de la edad de la jubilación hasta los 67 años.
También se acordó mantener el aumento de los salarios por debajo del nivel de inflación, lo que supuso un recorte del 7% del nivel de vida de los asalariados. A cambio, se prometieron algunas reformas sociales, económicas y fiscales que, en el transcurso del tiempo transcurrido, todavía siguen olvidadas en los cajones de los despachos ministeriales que se vinieron sucediendo hasta la fecha.
Es decir, en la forma pactada y controlada en que se llevó a cabo la transición se encuentra la clave que explica el tipo de relación establecido entre sindicalismo y política, de tal manera que, fracasada la ruptura democrática, las cesiones que tuvieron que aceptar los sindicatos fueron muy importantes, bloqueando, por una parte, el desarrollo de la libertad sindical en muchos de sus aspectos, ya que una de las claves del proceso de reforma era impedir la irrupción de las fuerzas sociales en la escena política de la transición, y agravando, por otra, la situación económica al quedar abandonadas las reformas estructurales tendentes a establecer un modelo económico más acorde con las aspiraciones del movimiento sindical.
Si a ello sumamos los continuos enfrentamientos entre las grandes centrales sindicales impidiendo en gran medida la formación de un frente sindical común, se puede concluir diciendo que las diferentes estrategias de los sindicatos acabaron con el modelo de sindicalismo unitario que había predominado durante los últimos años del franquismo y los primeros momentos de la transición
Sin perjuicio de que puedan existir causas históricas profundas que explican los niveles de organización y conciencia del movimiento obrero español, no existe duda alguna de que una parte fundamental de la situación que se vive en la actualidad debe imputarse a la política seguida por las élites de los sindicatos.
Resulta más que evidente que durante los primeros años de la transición, en los que estos ganaban audiencia y se implantaban entre los trabajadores, aunque sin consolidar, ni mucho menos, éstas élites sindicales utilizaron a las nacientes organizaciones no como un instrumento para elevar la conciencia de los trabajadores, sino, por el contrario, para hacerlos aceptar las políticas de austeridad y reconversión industrial, siendo la consecuencia más inmediata un fuerte retroceso organizativo de los sindicatos, tan rápido como se había producido anteriormente su crecimiento. La responsabilidad, por tanto, de la actual situación del movimiento obrero no hay que buscarla tanto en los efectos objetivos de las crisis, por duros que estos sean, sino de la política “seguidista y entreguista” de las élites de las llamadas centrales sindicales de clase y mayoritarias – U.G.T. y CC.OO. – desde el comienzo de la transición, tanto en el terreno político general, como en lo que se refiere a la salida de las crisis económicas.
Desde esa perspectiva, el mercado y el supremo criterio en nombre de la competencia han servido y sirven para para justificar hasta lo injustificable. De esa manera, las políticas de austeridad y reconversión industrial eran las únicas posibles si no se quería ver reducida la competitividad de la economía del país; cualquier medida de política económica o social era buena siempre que contribuyera a conseguir un mercado más perfecto y competitivo, y mala para el caso contrario, de tal manera que el equilibrio de la balanza de pagos, el déficit público o las exportaciones, términos y problemas ajenos a los trabajadores, se han venido utilizando como cortina de humo para ocultar las medidas más reaccionarias hasta el extremo de que la necesidad de solucionar los problemas de la burguesía había quedado instalada en la forma de pensar y actuar de una parte muy importante del movimiento obrero, y la intoxicación y el grado ideológico tan degradado había llegado a extremos tan grotescos que hasta algunos ministros del gobierno felipista del PSOE llegaron a declarar con total impunidad, una y otra vez, la necesidad de elevar los beneficios a costa de los salarios, que el puesto de trabajo no era un derecho de propiedad del trabajador, que convenía destruir cientos de miles de puestos de trabajo, desmantelando industrias susceptibles de satisfacer necesidades sociales.
En cualquier caso, tratándose de un asunto de vital importancia para el futuro de nuestro país, tendremos ocasión de ahondar mucho más profundamente, cuando los renovados pactos de la Moncloa estén encima de la mesa.
Cuando me dispongo a volver para la cama, siendo las 12,30 horas del 4 de abril, echo un vistazo a las cifras del coronavirus y las cifras siguen siendo tan preocupantes como antes de llegar al pico: 117.710 infectados y 10.953.