Sigo en arresto domiciliario. Seguimos todos, cuando llegamos al día 23 de nuestro confinamiento. Me levanto muy temprano, me asomo a la ventana por la que ahora transcurre todo y veo que hace un día bastante lluvioso. Es la luz. Los dolores no arrecian y decido llamar al Centro de Salud para concertar una cita médica. Dolor intenso en todas las articulaciones, vértigos, cansancio y sequedad en la boca y sed, lo que me hace pensar que me esté jugando una mala pasada la diabetes, al no poder andar todos los días, tal y como tengo prescripto por la médica.
Ducha, aseo, desayuno con Irma y llamada al centro de Salud. No tengo ninguna necesidad de acudir en persona porque me llamará telefónicamente la médica, como así ocurre a los veinte minutos. Le explico detalladamente lo que me ocurre, preguntándome ella hasta por el último pelo de los pocos que me queden en la cabeza. Me receta, vía tarjeta electrónica, para recoger en la farmacia, Paracetamol para los dolores de mis huesos y Diazapan para los mareos y los vértigos, para salir a continuación a comprar la prensa, recoger los medicamentos en la farmacia y comprar cebollas rojas para hacer sopa o puré de ellas. Esa será mi comida de hoy con unos arándanos de postre.
Pero antes de salir a la calle, entro en el panel del ministerio de Sanidad, donde, por fin, las cifras nos dan un cierto respiro por primera vez desde los inicios del COVID-19, pues aún, mostrándonos el fallecimiento de 637 personas, que elevan la cifra total a 13.055 fallecidos, y 135.032 infectados, de los cuales 19.400 corresponden al personal sanitario (14% del total), tal parece que se viene recuperando cierta normalidad. No obstante, me sigue mosqueando la cantidad de miles y miles de nuestros viejos que están cayendo en la pandemia (4.000 muertos), dándome la impresión de que están sufriendo un desprecio con el tratamiento que esta sociedad está tratando a una generación que ha cotizado más que ninguna y ha logrado que este país conquistara la libertad, la democracia y el bienestar. Si algo estoy aprendiendo de esta pandemia, al margen de haber aprendido a lavarme las manos, fueron un montón de cosas, entre ellas que, al lado de nuestros políticos, Pilatos era un simple aficionado. Aprendí también el significado de las palabras triaje, EPls, curva de contagio, llegar al pico, gel hidroalcohólico, pero también he aprendido a saber que esta sociedad está sostenida por nuestras abuelas y abuelos, padres y madres, que sin ellos, sin su ejemplo, sin su memoria, sin su mano y su calma, volvemos a ser aquel niño que por la noche tenía miedo; pero aprendí, sobre todo, a saber que los hijos de puta no llevan mascarilla contra el virus, sino máscara.
Desde mi punto de vista, a raíz de muchos casos que me constan fehacientemente a través de familiares y sindicalistas de la Corriente Sindical de Asturias presentes en los geriátricos, tanto públicos como privados, esta generación está siendo tratada como si fueran apestados, funestos, algo así como la economía o la vida: triaje, testamento vital, pacientes de riesgo y descabello en función de la esperanza de vida, en la última semana hemos podido saber cosas verdaderamente abominables, tales como las declaraciones de la jefa del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, cuando afirma que “el mundo está superpoblado de personas mayores, lo que representa un peligro para las economías o que la gente vive más de lo esperado” (Diario 16, el 13 de marzo de 2010).
Ayer domingo, 5 de abril, tuve un pequeño debate en el Facebook con mi amigo Mandi Braña, sobre la presencia o no del ejército en la calle durante esta catástrofe que, por cierto, nada tiene que ver con una guerra, como ellos siguen manifestándose. A él le parece muy bien, haciendo mención sobre todo a los de la UME en sus tareas de desinfección, por ejemplo, pero yo le indico que me refiero al otro ejército, al que sale en las televisiones con sus trajes de gala, luciendo en sus pecheras todo tipo de medallas y abalorios. Hoy mismo leo la noticia en la prensa de que la UME está llevando la desinfección en zonas concretas de nuestra cuenca minera, lo que me parece muy bien – entre otras, esa es la misión por la que perciben sus salarios -, pero yo veo por la ventana y mientras me acerco a coger el periódico, a los barrenderos de mi concejo langreano con sus grandes mangueras desinfectando a diario las calles del pueblo y, sin embargo, nadie se acuerda de ellos, corriendo el mismo riesgo de contagio y mucho peor equipados que los del ejército. Por eso, hoy mi aplauso de la 20,00 hora va dedicado a la gente de esta digna y necesaria profesión de barrendero. Al respecto, quiero dejar muy clara constancia de que llevar a cabo cualquier debate con el compañero y amigo Mandi no resulta difícil, más bien necesario, por la cantidad de cosas que aprendes de él, pues además de ser un hombre sabio, es una persona tranquila, democrática, tolerante y de una enorme capacidad humana, pero, respetando todas sus opciones en el asunto del ejército en la calle durante la pandemia, sin embargo, no las comparto, tal y como me voy a explicar a continuación.
Todos somos o debiéramos de ser muy conscientes que un Estado de Alarma con su confinamiento, representan una limitación de nuestros derechos y libertades, aceptadas, en determinas circunstancias como las que nos toca vivir, pero tenemos que ser más conscientes aún que su aplicación en absoluto es neutral, además de encerrar muchos peligros. También suponen un terreno fértil para el cultivo de esos miedos que son utilizados para la limitación de derechos y libertades.
Los miembros de las Fuerzas Armadas que participen en el marco de la crisis del coronavirus tendrán la condición de agentes de la autoridad. Esta medida figura en una disposición adicional del decreto que declara el estado de alarma, aprobado por el Consejo de Ministros. La condición de agentes de la autoridad implica que los militares podrán dar órdenes a los civiles y que quienes las incumplan o se resistan a ellas podrán incurrir en el delito de desobediencia o resistencia a la autoridad. Hasta ahora, solo dos colectivos dentro de las Fuerzas Armadas, los policías militares y los miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME), tenían este carácter, precisamente porque en su tarea podían verse obligados a dar órdenes a personal civil (Foto del Ejército en Calatayud)
En este sentido, bajo mi opinión, tan respetable como a de cualquier persona preocupada por la situación, el actual gobierno de España, está demostrando muy claramente que no está siendo neutral en su lucha contra la pandemia, sobre todo cuando aparece en las ruedas de prensa al lado de los responsables sanitarios a representantes del ejército, la policía y la guardia civil y, yo me pregunto ¿Cuál es el mensaje que se pretende transmitir? ¿Es un problema sanitario o de orden público? ¿No sería más útil un científico o científica, un médico, una representante del Ministerio de Sanidad y otro del Ministerio del Interior? Si comparecen un policía, un militar y un guardia civil es porque el Gobierno quiere darle ese tono policial al estado de alarma decretado.
Como quiera, tal y como he dicho desde el principio de esta catástrofe, que en política nada ocurre por casualidad, la explicación de estos hechos y otros, nos demuestra que la explicación hay que buscarla en el carácter y funcionamiento de este Estado, al que se le añade la palabra Derecho para que se pueda seguir llamando Estado de Derecho, cuando muchas de sus instituciones, empezando por la corrupta monarquía y siguiendo por la Justicia o el Ejército, tienen más que déficits democráticos – por no usar otras palabras más gruesas suavemente- y cuando esta crisis no ha hecho más que explosionar por los aires las costuras de la sociedad, donde el Estado está sacando a la luz su verdadera idiosincrasia: sus déficits democráticos y el origen y práctica antidemocrática de muchas de sus instituciones.
“En esta guerra que nos ha tocado vivir o luchar, todos somos soldados”, ha proseguido el mando militar, general Villarroya, durante la rueda de prensa que ofrece diariamente como representante del ministerio de Defensa junto a los representantes de los ministerios de Sanidad, Interior y Transporte.
Si existe algo más escandaloso, desde el punto de vista democrático, esto es la utilización que se está haciendo del Ejército, montando una operación de blanqueo para presentarlo como una institución que ayudaría a la población. Sólo hay que ver el paseo militar, sin ningún sentido sanitario ni de ayuda a la población, que tuvieron que soportar los vecinos de Pamplona el pasado día 3 de abril, respondida de manera espontánea con una gran cacerolada al paso de los soldados.
Además, algunas de las funciones a las que se refiere mi amigo Mandi, podrían haber sido realizadas perfectamente por los bomberos o incluso personal especializado que ya existe en algunas comunidades autónomas. Eso sí, con la presencia del ejército en la calle hemos podido comprobar que los militares disponen de los mejores equipos de protección, mientras que en los hospitales escaseaban y siguen escaseando los utensilios básicos para una buena asistencia y una adecuada protección para los profesionales que tienen que enfundarse en bolsas de basura para actuar y adornar sus rostros con mascarillas confeccionadas a base de papel higiénico, porque, desde hace muchos años, el bipartidismo PPSOE, en lugar de atender la sanidad pública, lo que hicieron fue aprovecharse de ella para ir colocando en los hospitales a sus amiguetes y familiares en ese papel tan detestable de “comisarios políticos”. En absoluto estoy mostrando mi contrariedad a que los soldados colaboren y participen en tareas de ayuda a la población, pero de ninguna manera de la manera. ¿Por qué el gobierno de España, en vez de recurrir a estudiantes de medicina y médicos jubilados para ir sustituyendo a los casi 20.000 sanitarios que han resultado infectados por la pandemia, no ha recurrido a los profesionales que conforman el cuerpo militar de la sanidad, por ejemplo?
Ni siquiera voy a entrar a comentar si el Estado de Alarma decretado, con su arresto domiciliario, eran o no necesarios para combatir la pandemia, pero la respuesta política y democrática a ésta catástrofe – no una guerra como siguen llamando, tanto desde el Gobierno como desde el Ejército -, desde mi opinión tendría que haberse hecho de otra manera muy diferente mediante una práctica más democrática, nunca bajo el ordeno y mando y, en ningún caso, vuelvo a repetir, sin sacar el Ejército a la calle. Colaboración con las comunidades autónomas, con las ciudades, con los agentes sociales, sindicatos, y organizaciones sanitarias y científicas, sobre todo.
En absoluto necesitamos ningún hiperliderazgo para que luego tenga que pedir apoyo político y social. Por otra parte, ni los virus ni las pandemias anulan la lucha de clases, solo la expresan de otra manera, incluso más crudamente que en tiempos de normalidad. Pienso que, de esta crisis, la democracia puede salir reforzada, o no. El tiempo es un juez inexorable, y dictará su veredicto, porque, a fin de cuentas, se trata de diferentes intereses sociales en liza. Por eso vale la pena recordar para estos momentos duros una estrofa de la Internacional: “Ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador. Nosotros mismos realizaremos el esfuerzo redentor”. Buenas noches y hasta mañana. ¡¡¡ Salud y República!!!