A la espera de que el próximo jueves tenga lugar el debate en el Congreso de los Diputados para fijar la nueva prórroga del estado de alarma por el coronavirus, anunciada el pasado sábado, 26 de marzo, por el presidente del gobierno español, las cifras de muertos y contagios han vuelto a repuntar ligeramente en las últimas 24 horas tras encadenar siete días a la baja con 5.478 contagios nuevos, que suman un total de 140.510, y lo mismo ha ocurrido con el número de fallecidos, que alcanzan los 13.798 tras 743 muertes más. Este ligero repunte, parece ser muy habitual en todos los martes desde que se desató la crisis sanitaria, se explica por la incorporación de notificaciones de algunos fallecimientos del fin de semana, según nos informan desde el ministerio de Sanidad.
También observo con cierta preocupación las cifras referidas a mi Comunidad Autónoma de Asturias, donde la cifra de nuevos casos va aminorando muy positivamente, con apenas 33 en un día, no pudiendo decir lo mismo cuando nos referimos a la mortandad que ha vuelto a repuntar, registrando 10 muertos en solo 24 horas, el peor dato registrado desde que se ofrece información actualizada de la epidemia. Una actualización que la Consejería de Salud contabiliza con un total 1.679 positivos, elevando a 96 el número de muertos, de los cuales 43 de esos 96 fallecidos son residentes de centros geriátricos.
Hoy, 7 de abril, cuando se cumplen 24 días de mi arresto domiciliario, después de hacer mi aseo y desayunar con Irma, me preparo para salir a comprar la prensa diario y acercarme hasta el Centro de Salud para recoger las tiras reactivas para la maquinilla con la que mido los niveles de glucemia en la sangre y, una vez en casa, me dispongo a su control dándome el resultado de 110 mg/dl, lo que me disipa las dudas de estos días de atrás, pudiendo afirmar que mi agotamiento era derivado de la artrosis espectacular que padezco.
Como he dicho, llevo 24 días de cautiverio durante los cuales he perdido a 11 amigos sin poder darles el último adiós, debido a la situación que estamos viviendo. Los dos últimos, ayer mismo por la tarde, primero Manolito de Roiles, un gran paisano con el que alternaba diariamente en la tertulia diaria de la sidra; después, un poco más tarde, me comunican desde Bilbao la muerte de mi amigo y compañero de fatigas en aquel sindicalismo de los 70 y 80, Koldo Méndez, uno de los propulsores de las concentraciones multitudinarias de pensionistas que se hacían todos los lunes en la ciudad de Bilbao. Hacía un mes que habíamos concertado la realización de una charla sobre las pensiones en la capital vizcaína, porque queda mucha tela por cortar, me decía. Te pagamos nosotros, la Plataforma de Pensionistas, el viaje y te alojas con pensión completa en nuestra casa los días que quieras, tú y tú compañera, me dijo, contestando yo que aceptaba dar la charla de mil amores, pero que no se preocupara, porque yo tenía una de las pensiones altas de la Seguridad Social y el ALSA de Oviedo a Bilbao y viceversa eran cuatro “perres”, no representando para mi ningún gasto extraordinario.
Koldo Méndez y Antón Saavedra ante la escultura de Jorge Oteiza “la Variante Ovoide” en la plaza del Ayuntamiento de Bilbao, durante una concentración de pensionistas el 129 de agosto de 2019.
Estoy seguro que en el cielo ya tendrá organizada una plataforma con los miles de pensionistas víctimas del COVID-19 que, tal parece viniera a por nosotros, los pensionistas, especialmente a por hombres que, como Koldo Méndez, luchaban todos los días para lograr el blindaje de un sistema público de pensiones como uno de los derechos fundamentales de la Constitución, garantizando el incremento anual del coste anual de la vida, sin depender de los procesos electoralistas de cada partido, y soñando con lograr una pensión mínima de 1.080 euros mensuales para todos los pensionistas. Gracias, compañero, las personas solo mueren si nosotros dejamos de recordarlos. Te debo una charla y, en la primera ocasión que tenga, te recordaré, a tí y a la inmensa labor que hiciste por este colectivo que te obligaba, lunes tras lunes, durante más de un año, a subirte en los escalones del ayuntamiento de Bilbao para comentar las novedades de la semana y los acontecimientos previstos.
Pero si grave, gravísimo, es el panorama que nos demuestran día tras día las cifras de muertos e infectados que venimos ofreciendo, grave es también el problema económico que sucederá una vez se ponga fin a esta catástrofe. No era mi intención hablar de la crisis económica que se presenta, porque lo prioritario, lo importante sigue siendo la vida de las personas, pero ante la falta de solidaridad entre países y la ineficacia que viene demostrando la Unión Europea me obliga a dar unas primeras pinceladas al armatoste ese que tanto habla de unidad, para manifestar en primer lugar que esa Europa de los mercados no está sino demostrando que han vuelto a aparecer las mismas desuniones que surgieron cuando la crisis de 2008, aún pendiente de resolver. Suele decirse que, detrás de esta catástrofe llegará un nuevo mundo, mucho más solidario, más humano y más capaz para apreciar lo que tenemos, pero sigo siendo muy escéptico al respecto porque, hasta le fecha, ninguna pandemia y ninguna crisis han conseguido jamás alterar nuestras miserias. Sigo pensando que, cuando se acabe la pandemia vamos a seguir siendo los mismos. Bastantes menos, pero los mismos. Y cada cual seguirá yendo a lo suyo.
Ocurre, desde mi pesimismo – un pesimista es sólo un optimista bien informado -, que de las grandes sacudidas socioeconómicas se pueden derivar, se derivan consecuencias políticas de hondo y largo calado. ¿Qué aportó a nuestras vidas la crisis financiera del 2008, sino el rebrote de la ultraderecha, los populismos de todo signo y el nacionalismo, al calor de una insatisfacción profunda y generalizada? ¿Qué es el Brexit, Trump, Puigdemont, Salvini o Vox sino los frutos recogidas de aquella sacudida? Desde luego, todavía es pronto para asegurar que todo será, más o menos, igual que lo ocurrido en 2008, cuando todavía no atisbamos siquiera el final del principio, que llegará cuando salgamos y examinemos las ruinas que deje el vendaval vírico: la cifra de muertos, el desempleo, las quiebras, las deudas, porque solo, de esa manera, podremos recomenzar para salir adelante como se pueda. Los datos ofrecidos ayer, 7 de abril, por la Organización Internacional del Trabajo (O.I.T.) resultan verdaderamente aterradores: 200 millones de empleos perdidos en el mundo durante este primer trimestre del año 2020. En su análisis regional, este organismo dependiente de la O.N.U. calcula que Europa se llevará uno de los mayores golpes con la caída del empleo en torno al 7,8%, lo que supone unos 15 millones de puestos de trabajo a jornada completa.
Lógicamente, habrá quien espere un milagro como el ocurrido en 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, donde la batalla se había librado durante la guerra, quedando provisionalmente resuelta entre el comunismo y el capitalismo que se repartieron el mundo, pero en la crisis derivada del Covid-19 no habrá que lanzar grandes proyectos de obras públicas con uso masivo de mano de obra, porque las infraestructuras siguen ahí, salvo que haya que hacer más cementerios para las víctimas humanas del virus. Vuelvo a repetir, una vez más, por mucho que lo sigan diciendo el Gobierno y el Ejército, esto no es una guerra, esto es la gran catástrofe que está sufriendo la humanidad en vidas.
“La solidaridad europea no existe. El único país que puede ayudarnos es China”. Estas palabras del presidente serbio Aleksandar Vucic, pronunciadas el pasado 16 de marzo en la misma conferencia de prensa en la que declaró el estado de emergencia con motivo de la crisis del covid-19, lanzan un mensaje preocupante para una Unión Europea (UE) puesta nuevamente en entredicho.
Una gran catástrofe donde la Unión Europea no puede llamarse andana: o se coloca a la altura de las circunstancias o el proyecto europeo acabará también en el cementerio. Cada vez pienso más en la solidaridad como el arma más contundente para salir de esta crisis derivada del Covid-19, porque la solidaridad entre los países de la UE es el principio clave de sus tratados, Y se demuestra en tiempos como este, porque sin solidaridad no habrá cohesión, sin cohesión habrá desafecto y entonces la ya escasa credibilidad del proyecto europeo acabará en la UCI, gravemente herida, a la espera de lo que le duren los cuidados paliativos.
Europa nació de las cenizas de la destrucción y el conflicto. Aprendió las lecciones de la historia algo muy sencillo: si no ganamos todos, al final, todos perderemos. Esta crisis puede y tiene que ser la oportunidad para reconstruir una Unión Europea de los ciudadanos y para los ciudadanos, apartando la vista de las pizarras de los mercados, y poniendo un plan ambicioso en marcha que nos haga más fuertes a todos. Si seguimos pensando en pequeño, el fracaso será estrepitoso y, vuelvo a repetir, el proyecto europeo no tendrá ninguna razón para seguir existiendo. Buenas noches.