Hoy es domingo, 26 de abril, primer día que se deja salir a los neños después de 43 días de arresto domiciliario en sus casas para que puedan dar un paseo y respirar el aire de la calle, aunque aparece un día bastante lluvioso, por lo menos en Langreo. Hoy es el día que Irma y yo cumplimos el 50 aniversario de nuestra boda que teníamos previsto celebrarlo con nuestros hijos y nietas en una comida que ha quedado pospuesta para otras fechas que nos pueda permitir al final del confinamiento impuesto por el Estado de Alarma decretado por el gobierno de España. No obstante, debo de reconocer que me he quedado muy feliz cuando ví a mi nieta Jimena brincar de alegría por el parque de Avilés, a través del vídeo grabado por su madre.
Como todas las mañanas, después de salir a comprar la prensa y el pan, me asomo al panel del ministerio de Sanidad para ver las curvas de la evolución de la pandemia como un esforzado alpinista que, tras 43 días de ascenso a la montaña, anhela volver al campamento base, pensando ilusionadamente en que si la escalada estuvo marcada por la muerte y las infecciones, la desescalada que ayer nos anunciaba el presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, en su homilía sabatina leída a través del telepromter, marcaba la vida.
El inicio de esta desescalada, la etapa de transición que poco a poco debería desembocar en una “nueva normalidad“, empezará a tomar forma, según sus propias palabras, el próximo martes, cuando someta su plan para el desconfinamiento gradual y la recuperación de la actividad económica al Consejo de Ministros, aunque este plan – dice – no incluirá un calendario con fechas concretas, ya que la intención del ejecutivo es de ir propiciando el retorno a la vida normal por fases y territorios en función del grado de cumplimiento de una serie de criterios técnicos y sanitarios que acabarán de perfilarse el lunes después de escuchar a los presidentes autonómicos en la reunión telemática que voy a tener con ellos este domingo, 26 de abril.
Sin embargo, la prudencia ciudadana en absoluto puede servir para exonerar al gobierno de su responsabilidad en la desescalada. Presidentes autonómicos de todo signo han trasladado a Sánchez su malestar ante la flagrante falta de plan que observan en Moncloa, de tal manera que, ante la ausencia de un calendario nacional y dada la demora insufrible en la campaña de test de seroprevalencia, sin los cuales es totalmente imposible trazar un mapa de contagio que permita desconfinar con garantías a la población, las comunidades están diseñando su propio plan por separado, aunque necesiten el visto bueno del filósofo ministro de Sanidad, Salvador Illa.
Menos mal que tenemos a Fernando Simón, el opusdeísta y antiguo director del Centro Nacional de Epidemiología y Coordinador de la Unidad de Alerta y Respuesta Sanitaria con la ministra del gobierno del PP Ana Mato. El mismo que aseguró literalmente que la posibilidad de que en España hubiera infecciones por COVID-19. Pero menos mal, insisto, que tenemos al doctor Simón, este señor que este buen amigo que se nos cuela en casa a todas horas, para decirnos que “la epidemia va mejor de lo que esperábamos”, aunque sin concretar nunca que era lo que esperábamos, de manera que tendremos que hacer un acto de fe en su palabra, aunque la experiencia no anima a esa fe en la palabra de Simón.
Es verdad que resulta muy fácil y hasta gratuito criticar al doctor responsable desde hace años de la subdirección general del ministerio de Sanidad denominada “Centro de Control de epidemias y alertas sanitarias”, pero no es menos cierto que mantener el tipo y pretender ganar credibilidad es tan difícil como escalar el Himalaya sin ayuda de terceros.
Entre los campos de minas que tienen que atravesar los responsables de la combatir la pandemia está la estadística, el conteo de los casos de afectados, curados y fallecidos. Todos los países sufren con el conteo, no hay manera de homogenizar los conceptos y cada cual lo hace a lo Sinatra, “a mi manera”; con el agravante de que a cada rato se cambian los criterios y no hay forma de homogeneizar las series, que son inconsistentes y por tanto inútiles para el análisis, el pronóstico y la previsión. Al poco de estallar la crisis aparecieron los departamentos de análisis matemático de Universidades y centros de investigación ofreciendo sus modelos de previsión que en base a la información disponible trataban de pronosticar el comportamiento futuro con más o menos entusiasmo en función del escepticismo de cada matemático.
Desde hace varias semanas los matemáticos han desaparecido de escena a la vista de la inconsistencia de las series que hacen imposible el pronóstico. Hasta el profesor de economía Miguel Sebastián, exministro del gobierno del PSOE con Zapatero, del que yo mismo me estaba sirviendo para mi diario, se ha rendido, renunciando a seguir analizando los datos.
Pero, vuelvo a repetir, siempre nos queda el doctor Simón que cada día interpreta las cifras, más bien las tortura para que digan lo que le parece más conveniente, cumpliendo así el viejo principio de que una estadística decididamente torturada canta lo que el torturador quiera. Como llegó a decir Churchill: “Sólo me fío de las estadísticas que he manipulado”.
En este baile de cifras al que me voy a referir a continuación, tal y como había dejado escrito en mi diario de ayer, 25 de abril, si se tienen en cuenta tanto los positivos confirmados mediante PCR como los registrados tras la realización de un test serológico, la cifra que nos presentan es de 223.759 infectados. Sin embargo, si se usa como dato válido la contabilidad de infectados confirmados por PCR, entonces la cifra será de 205.905, ya que “permite valorar mejor la evolución de la epidemia”, afirma el doctor Fernando Simón. “Son los casos agudos los que nos permiten comparar y ver la evolución”, pero, sin embargo, en las cifras que Sanidad comparte con el Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC) y otros organismos europeos, los datos que figuran son los totales que resultan de sumar las confirmaciones por PCR con los test serológicos. De momento, el Boletín Oficial del Estado (BOE) publicaba ayer la prórroga del Estado de Alarma hasta el próximo 10 de mayo, tal y como ya nos había adelantado la otra semana el presidente del Gobierno.
La cruda realidad es que, después de 44 días de haberse decretado el Estado de Alarma aún no sabemos cuántos test PCR se han hecho en España. Esta es la historia de cómo desde el gobierno, en lo más crudo de la pandemia y en plena polémica por el fraude de los primeros test rápidos traídos de China, se fabricó un menaje basado en un dato que no conocían con precisión o, lo que sería más reprobable, que sabían que era falso: que España era uno de los líderes mundiales en la realización de pruebas para detectar el coronavirus.
Dicho de otra manera, mucho más entendible, por mucho que les produzca ronchas en la cara y cuerpo de los jenízaros y jenízaras del PSOE, cualquier análisis de las cifras oficiales siguen arrojando muchas más dudas que certezas, llegando a la conclusión de que este gobierno, con su presidente a la cabeza, sigue manipulando y engañando desde el principio de esta catástrofe al pueblo español.
Refiriéndome al número de muertos, nos encontramos en una situación parecida, salvo la diferencia de que estamos hablando de muertos, no de infectados que ojalá pudieran ser todos curados. La cifra que viene ofreciendo el ministerio de Sanidad se refiere solo a las personas sometidas a una prueba de diagnóstico, pero eso solo representa una parte del total, porque hay personas que han fallecido sin ser testadas, otras que fallecieron fuera de los hospitales, en sus domicilios o en los pretanatorios, conocidos, muchos de ellos como geriátricos, los cuales no están recogidos en la estadística oficial. Pero, ¿cuántos son en realidad?
La mejor estimación de las muertes nos la ofrecen los distintos registros civiles, y sus datos están recogidos en el Sistema de Monitorización de la Mortalidad (MOMO) del Instituto de Salud Carlos III que indican que, este año, lo normal hubiese sido que hasta abril falleciesen unas 145.000 personas, cuando la realidad es que el día 10 de este mes los muertos superaban ya las 152.000. Ese es el coste de esta crisis, de momento, aunque el verdadero exceso de muertes por COVID-19 se conocerá con precisión cuando puedan analizarse los decesos registrados según diferentes causas, pero, por favor, que no pongan, como hacen en los certificados de defunción con los fusilados en la postguerra española: “fallecidos por causas naturales”.
A la hora de redactar mi diario de hoy, he pensado que la demanda de información fiable sobre los estragos y las mentiras a que estamos siendo sometidos en torno al coronavirus tiene que ser una prioridad ciudadana, pero, a diferencia de otras crisis, los protagonistas son ahora los datos, los gráficos y, sobre todo las explicaciones sobre los mismos para una mejor comprensión de cualquier persona. No sé si lo he logrado, pero sí que lo he intentado.
Si juntos habían ganado lo que de verdad fue una guerra, juntos ganarían la paz. Si habían hecho tantos sacrificios que los habían llevado a la victoria, ¿Acaso no sería más fácil planificar la construcción de casas para solucionar el problema de la vivienda, la creación de un servicio sanitario universal, una buena educación para combatir las catástrofes, y conseguir los bienes necesarios para la reconstrucción de un país? La idea central era entonces la propiedad común, donde la producción y los servicios solo traerían beneficios para todos. Nunca más volverían a dejar que la pobreza, el desempleo y la desigualdad. ¿Era ese el espíritu de los Estados Unidos de Europa, bautizados como la Unión Europea, o seguimos siendo lacayos del neoliberalismo a través del euro, como sustituto de las armas guerreras del nazismo?