Como hoy, cada 1º de mayo se celebra el día de los trabajadores que, por primera vez, desde el año 1967, de una manera u otra, me toca celebrar desde mi arresto domiciliario. Hoy, en esta fecha tan importante para las trabajadoras y los trabajadores no podremos salir a la calle a seguir reivindicando nuestros derechos y mantener nuestras conquistas sociales logradas a base de sudor y sangre.
Pero ha tenido que ser una pandemia la que dejara claro, una vez más, que las trabajadoras y los trabajadores son el auténtico motor del país, que sin nosotras y nosotros no hay riqueza, por mucho que algunas y algunos, desclasados incluidos, se empeñen en decir que es el capital el que la genera. Un empresario, sin la fuerza del trabajo, no es nada.
Pero también esta pandemia ha dejado más claro todavía hasta qué punto la clase trabajadora está desprotegida, dejando visibles las condiciones de precariedad existentes en muchos sectores, una precariedad, salarial y de derechos, que llevamos muchos años arrastrando, debido a que, en muchas ocasiones, yo diría que, en demasiadas, el enemigo está dentro de nuestra propia casa.
Por eso hoy, desde el cautiverio donde nos encontramos, debe de servirnos para reflexionar muy seriamente sobre lo necesario que es el sindicalismo, muy distinto al pandillerismo existente al servicio de la patronal y los gobiernos de turno. Un sindicalismo de clase, solidario, internacionalista, comprometido, combativo y coherente. Un sindicalismo que luche contra los despidos, que luche contra la precariedad, que combata las redes clientelares y el nepotismo, que se enfrente a este sistema corrupto y no forme parte de él.
Un sindicalismo que sea la verdadera herramienta en manos de la clase trabajadora para conseguir unas condiciones laborales y sociales dignas, como un sistema público de sanidad, una educación pública, el blindaje de nuestras pensiones como uno de los derechos fundamentales de nuestra Constitución, unas residencias públicas decentes y humanas donde pasar los últimos años de nuestras vidas, la derogación de la actual reforma laboral y la “mochila austriaca” que el gobierno tiene presentada en Bruselas. Una herramienta en manos de los trabajadores que no sea usada para servirse de ella y conseguir objetivos personales muy alejados del interés general, sino para servir al conjunto de la clase trabajadora.
Durante la guerra, los franquistas decidieron atacar toda festividad relacionada con la República o con el movimiento obrero. Por ello, en 1937 fue prohibida la celebración del 1º de Mayo. Sin embargo, en 1940, Franco decidió convertir este día en una fiesta religiosa, a imagen y semejanza de su ideario nacional-católico, impidiendo por supuesto cualquier reivindicación de carácter “subversivo”. En un principio era el Ejército, la Falange y la Iglesia los encargados de las celebraciones, con desfiles militares, actos del partido único y misas de campaña. Sin embargo, una visita de miembros de la HOAC y JOC y del ministro del Movimiento José Solís a Roma, a la festividad del 1 de mayo en el Vaticano en 1955 hará que el régimen decida convertir la festividad en un festejo exclusivamente religioso y sindical. En 1956 fue establecida de manera oficial la festividad del Día del Trabajo, la festividad de San José Obrero. Año tras año, los dirigentes del Sindicato Vertical van acabando con los rituales religiosos y se convierte en una mera ritualidad sindicalista. Se comienza a realizar una Demostración Sindical, presidida por Franco.
Por ello, quiero hablar, aunque sea de manera muy por encima, del origen de esta fecha sagrada para la clase trabajadora que, aunque la hayan bautizado como una fiesta por el franquismo e incluso por el actual pandillerismo mayoritario reinante en España, no es ninguna fiesta, sino un día más de lucha de la clase trabajadora, siendo necesario remontarse al año 1886 para recordar la sangrienta historia acaecida en Chicago a raíz de las manifestaciones obreras por aquellas fechas. En efecto, los trabajadores habían iniciado una lucha para lograr una jornada laboral de ocho horas, bajo el convencimiento de que las 24 horas del día debían repartirse así: ocho horas para trabajar, ocho para dormir y ocho para el hogar. Hasta entonces, la única limitación que había en algunos estados del país, bajo multa de 25 dólares, era hacer trabajar a una persona más de 18 horas seguidas sin causa justificada.
En este contexto, el mayor sindicato del momento decidió que a partir del 1 de mayo de 1886 la jornada laboral máxima sería de ocho horas y amenazó a la patronal con una gran huelga. Muchos trabajadores consiguieron su objetivo con la amenaza, pero los que no lo lograron iniciaron un paro ese día. En Chicago, tras tres días de huelga y de dura represión policial, el 4 de mayo se convocó una concentración en la plaza de Haymarket. En medio de uno de los enfrentamientos entre huelguistas y policías, un artefacto explosivo estalló en la plaza, murió un agente y varios resultaron heridos. Las autoridades responsabilizaron del crimen a los trabajadores y decenas de obreros fueron detenidos y torturados por sus ideas radicales. Azuzadas por la prensa conservadora, las autoridades decidieron acusar a ocho anarquistas y a todas las figuras prominentes del movimiento obrero.
Inicialmente, en el juicio en la Corte Suprema, ocho trabajadores anarquistas fueron condenados a la horca, aunque finalmente tres de ellos fueron a prisión. Tres de los cinco eran periodistas, uno tipógrafo y otro carpintero. Fueron los “los mártires de Chicago”. A raíz de aquellos sucesos, en 1889 se declaró el 1 de mayo como el Día del Trabajador por acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional.
La mayoría de condenados dejaron antes de morir frases para la historia sobre un juicio que solo obedecía a intereses políticos y por sus ideas libertarias, las cuales, por su grandeza, quiero recoger de manera literal en este mi diario del 1 de mayo, sobre todo, para muchos jóvenes y no tan jóvenes que siguen pensando que las conquistas sociales arrancadas a sangre y fuego, fueron concesiones gratuitas de la oligarquía financiera y los títeres que sientan en las poltronas ministeriales para usarlos y manejarlos según convenga a sus intereses. Estas son algunas declaraciones de cuatro de los ajusticiados:
El 1° de mayo se conmemora en todo el mundo el Día Internacional del Trabajador en homenaje a los llamados Mártires de Chicago, un grupo de sindicalistas anarquistas ejecutados en 1886, tras luchar por la consecución de la jornada laboral de ocho horas. “Un drama terrible,” fue el titular de la crónica que José Martí publicó en diario La Nación de Buenos del 1º de enero de 1888. De la extensa crónica, reproducimos algunos extractos, precedidos de algunas consideraciones generales.
Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista): “Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno… pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida”.
Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista. Se probó que no estuvo presente en el lugar, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado igualmente): “El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre cooperación universal, el único que puede resolver el conflicto que se prepara. La sociedad actual sólo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme”.
August Vincent Theodore Spies (alemán, 31 años, periodista): “Honorable juez, mi defensa es su propia acusación, mis pretendidos crímenes son su historia. […] Puede sentenciarme, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia”.
Louis Lingg (alemán, 22 años, carpintero. Para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda): “No, no es por un crimen por lo que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!”. “Ocho horas para el trabajo, ocho para el sueño y ocho para la casa”, es el lema. Pero nada de eso ocurría a fines del siglo XIX.
Por aquel entonces, Los trabajadores no tenían reglas claras y sus derechos se veían vulnerados. En ese contexto, el 1 de mayo de 1886 se inició en Chicago, epicentro industrial de Estados Unidos, una huelga que se terminó expandiendo al resto del país, de tal manera que habiéndose manifestándose unos 80.000 trabajadores, la cifra se fue incrementando hasta alcanzar casi medio millón de obreros que se unieron al paro en 5000 huelgas en todo el país.
Este Primero de Mayo se celebra en casi todo el mundo el Día Internacional de los Trabajadores, una fecha marcada en rojo para llevar a cabo diferentes reivindicaciones sociales y laborales desde que se estableció en los calendarios tras el acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional (París en 1889). La fecha, sin embargo, no estuvo escogida al azar, sino que se fijó para recordar a los Mártires de Chicago, sindicalistas anarquistas que perecieron por participar en las movilizaciones que reclamaban una jornada laboral de ocho horas.
Tras varios episodios de represión policial contra los huelguistas, donde incluso hubo muertos, se convocó a una manifestación en Haymarket Square. Allí una persona que nunca fue identificada arrojó una bomba incendiaria contra las fuerzas policiales que mató a 7 policías e hirió a 60 uniformados. Las fuerzas de seguridad reprimieron con disparos, dejando un saldo de muertos y heridos entre los trabajadores. Aquella jornada pasó a la historia como la “Revuelta (o Masacre) de Haymarket”.
Por los graves acontecimientos, 31 personas fueron enjuiciado por el hecho, el 21 de junio de 1886. Ocho de ellos fueron condenados, dos de ellos a cadena perpetua, uno a 15 años de trabajos forzados y cinco a la muerte en la horca. El proceso estuvo plagado de irregularidades y no se respetaron las garantías de los acusados. La culpabilidad de los condenados nunca fue realmente probada.
Un año más tarde, en Illinos, se reconoció que el juicio no había respetado el derecho de los acusados y el gobernador perdonó a los sindicalistas que estaban detenidos.
Podría pensarse que en una época como la que vivimos, en la que si el COVID-19 ha puesto algo de manifiesto es que sin solidaridad no vamos a ninguna parte, se reduciría el número de tropelías. No es así. Algunos sindicatos de clase como la Corriente Sindical de Izquierda o la CGT venían advirtiéndolo y se ha constatado: el coronavirus no se ha llevado por delante la ruindad de ese empresariado indeseable que ni siquiera en un momento como el que enfrentamos deja de robarnos.
La cifra de fraude en ERTE es escandalosa; bastaría media docena de casos para que, con la que está cayendo, lo fuera. Ese empresariado mezquino que obliga a trabajar a sus trabajadores y trabajadoras mientras se encuentran en ERTE – hecho que está ocurriendo en el propio sindicato de UGT – deberían recibir penas tan duras que jamás quisieran volver a intentar tamaña barbaridad. Algo me dice que no será así, por muy dura que fuera la pena, ¿saben por qué? Porque ni siquiera padecen la condena social.
Nos hemos relajado; hemos normalizado con demasiada facilidad los atropellos laborales, los abusos del empresariado, ese tan avaricioso que cuando vienen mal dadas buscan el abrigo del Estado y que, cuando se llenan los bolsillos, repudian de los poderes públicos y de la misma ley como alma que lleva el diablo.
Nos venden una verdad que no se corresponde con la realidad. Con el terrible impacto en la economía del COVID-19, el discurso dominante es que se han destruido cientos de miles de empleos. Mentira. En el fondo, ya nos habíamos encargado de destruirlos antes nosotros mismos, encajando con resignación que la precariedad y la temporalidad son normales, cuando no aceptando públicamente las reformas y pactos laborales con la patronal y el gobierno, hasta incluso aceptar el incremento de la jubilación desde los 65 a los 67 años.
Si ese mismo discurso dominante dice que el COVID-19 se ha cebado con los colectivos más vulnerables es porque, previamente, nuestro mercado de trabajo ya se los había merendado. Por eso, este 1 de mayo, ni un paso atrás; desconfíen de quienes más se presentan como salvadores o salvadoras, quienes hablan de reactivación porque, seguramente, son los mismos que no cambiarían una buena temporalidad y una serie de contratos encadenados si ello implica llenarse menos los bolsillos.
Ni antes ni ahora asuman la precariedad porque ya les avanzo que son muchos los que ya se están frotando las manos y afilando sus colmillos para sorberles hasta la última gota de sangre aprovechando las oscuras puertas que abre la desesperación. No lo permitamos. En eso debe de consistir nuestra lucha obrera de manera permanente.
Cuando estoy escribiendo este, mi “diario de un confinamiento” tengo a la vista el panel del ministerio de Sanidad con la cifra de 215.216 infectados y 24.824 muertos por el coronavirus. Muchos muertos – demasiados – pero no debemos de olvidar en este 1º de mayo que todos los años en España los trabajadores sufren cientos de miles de accidentes laborales, muchos de los cuales son mortales, en demasiados casos por la falta de las medidas más elementales de seguridad. Concretamente en el año 2019, según las estadísticas del ministerio de Trabajo, se produjeron un total de 635.227 accidentes laborales, un 5,5 % más que en el año anterior, aunque con un 3,1% menos de trabajadores, de los cuales 695 perdieron la vida.
Por eso, de todos los derechos individuales y colectivos que se han visto menoscabados de la crisis sanitaria y política provocada por el coronavirus, hay uno que lo ha sido en grado sumo, que, tal y como se puede observar por las cifras oficiales que nos muestran año tras año, sigue siendo desatendido y que va a ser crucial en la llamada etapa de “desescalada” si no queremos que ésta sea el preámbulo de un nuevo tsunami de muerte y desolación, refiriéndome al derecho de los trabajadores a prestar su trabajo en condiciones saludables y seguras. Las cifras de infectados, enfermos y fallecidos entre el personal sanitario que han venido desarrollando sus labores sin los mecanismos de protección adecuados – a veces simplemente carecían de ellos, otras los que les habían sido facilitado eran defectuosos – causan escalofrío, horror e indignación. Pero, vuelvo a repetir, no solo de estos trabajadores sanitarios que se juegan su propia vida en la salvación de otras vidas, sino en el conjunto de toda la población trabajadora de España, desde el barrendero de mi pueblo hasta el mejor cirujano de España. El derecho a la protección de la seguridad y la salud en el trabajo tiene en Europa reconocimiento constitucional, pues el artículo 31.1 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, instrumento con el mismo valor que los Tratado, lo reconoce en los términos siguientes: “Todo trabajador tiene derecho a trabajar en condiciones que respeten su salud, seguridad y dignidad”.
Evolución de PIB en España, 1971 a 2020, (Fuente: Instituto Nacional de Estadística-INE)
No nos equivoquemos, ni nadie trate de engañarnos con las típicas paparruchas que venimos escuchando estos días desde nuestro arresto domiciliario. La evolución del PIB en España y en Europa durante el primer trimestre permite hacer una evaluación de la magnitud más que preocupante de la recesión económica que se avecina a causa del COVID-19. La congelación total de actividades comerciales, de hostelería y, parcialmente, de la producción industrial, ha hundido el PIB español en el 5,2%, una medida que, trasladada a tasa anual, equivale a un descenso en picado del 4,1%. Es decir, mientras aquí miles de personas siguen muriendo lejos de sus familias, algo que no me cansaré de repetir se podía haber evitado en gran medida, ahora nos adentramos en una depresión económica internacional que, para el “Financial Times” del pasado 4 de abril, puede ser tan grave como la que azotó el mundo en los años treinta del siglo XX. Vale la pena recordar lo que entonces ocurrió y extraer lecciones para el momento que, no nos engañemos, nos va a tocar vivir.
Solamente añadir que para España se presentan muy malos augurios de que en la nueva gran depresión va a ser uno de los países más afectados, con un inminente coste social para millones de familias, especialmente las más desfavorecidas, sobre todo cuando nos fijamos en las previsiones del Fondo Monetario Internacional que prevé para nuestro país en este año 2020 un desplome del 8% en el Producto Interior Bruto y un incremento del paro hasta el 20,8%. Quiero decir que, o nos juntamos todos de verdad para tirar del carro en una única dirección hacia adelante, o nos vamos todos al fondo del precipicio.
Buenas noches y hasta mañana. Viva el 1º de Mayo y viva la República.