“Nuestro espacio político ha sufrido una derrota sin paliativos. Perdemos buena parte de nuestra representación en el Parlamento Vasco y quedamos fuera del Parlamento de Galicia. Nos toca hacer una profunda autocrítica y aprender de los errores que, sin duda, hemos cometido”. Así de rotundo se mostraba en la noche electoral el líder de PODEMOS, Pablo Iglesias, aunque sin apuntar ninguna de las causas del porqué del hundimiento total en Galicia y parcial en el País Vasco, y sin señalar a los culpables de la derrota y las responsabilidades que debe de asumir cada cual, de igual manera que ya ocurriera en las comunidades autónomas de Cantabria y Castilla-La Mancha donde PODEMOS ha pasado a ser un partido extraparlamentario.
Mucha “derrota sin paliativos”, pero el vicepresidente segundo del gobierno de España ha impuesto la ley del silencio tras fracasar en las primeras citas electorales que afronta desde los aposentos monclovitas teniendo, como tiene, el control absoluto de la organización moldeada a su gusto. Luchas internas, destituciones desde la dirección nacional, broncas públicas, sopa de siglas, gestoras y carrusel de liderazgos efímeros resumen la organización de PODEMOS en las diferentes comunidades. Los resultados del domingo en Galicia, donde fue segunda fuerza política en la anterior legislatura, y País Vasco, donde perdieron la mitad de su peso electoral, son un reflejo de ello.
Antón Gómez Reino, junto a otros miembros de la formación, tras conocer el resultado en las elecciones gallegas el domingo en Santiago de Compostela (EFE, 12-07-2020)
En efecto, los resultados electorales del 12 de julio dejan un amargo fracaso para PODEMOS. Una formación que sigue insistiendo en aupar a sus “líderes telemáticos” más en sintonía con Madrid que con sus respectivas bases políticas territoriales, escasas y mermadas, por no decir inexistentes, después del permanente enfrentamiento interno que se viene produciendo en la organización desde 2017. Concretamente, en el País Vasco, la candidata a las “primarias” que contaba con el respaldo total de Pablo Iglesias, Miren Gorrotxategi, lograba salir victoriosa en unas primarias sorprendentes, transcurridas entre los rumores de un censo electoral con “votantes durmientes”, imponiéndose a una dirección territorial que ya contaba con una maquinaria engrasada y un proyecto, más o menos, consolidado.
No nos engañemos, ni que nadie trate de engañar a nadie, la reconstrucción desde dentro que trató de impulsar la III Asamblea Ciudadana celebrada el día 21 de mayo de 2020 de una forma casi fantasmal ha nacido muerta. Pablo Iglesias ha revalidado, efectivamente, su liderazgo al frente de PODEMOS con el 92,19% de los apoyos (53.167 votos), de un total del 59.201, de un censo de 516.492 inscritos, lo que supone una participación del 11.5% del total de inscritos, pero dentro de una organización sin estructura territorial de ningún tipo – son excepciones aquellas localidades donde funcionen los círculos – que está pagando caro, ahora que los líderes ya no ocupan las calles, sino los despachos con moqueta de los ministerios. Dicho de otra manera: no hay partido, todo se centra en Pablo Iglesias, el chico del tic-tac que “vino a asaltar los cielos” y “reventar el candado del 78” optando a la primera de cambio por asaltar los cargos, en lugar de los cielos.
Lo cierto es que PODEMOS se está desangrando sin que nadie sea capaz de ponerle un torniquete que frene la “sangría”, sobre todo en votos. Desde los 5,2 millones de votos y los 69 escaños del 10 de diciembre de 2015 hasta este domingo todo ha sido cuesta abajo y sin freno. Es decir, esa “sangría” continúa produciéndose cita tras cita con las urnas, y en las últimas generales la candidatura del propio Pablo Iglesias no llegó a los 3,1 millones: la mitad de votos, la mitad de diputados, 35 exactamente.
En el País Vasco, Podemos logró en sus primeras elecciones generales de diciembre 2015 ser la fuerza más votada, con 317.674 votos (el 25,9%), y cinco escaños en el Congreso. Unos meses después, en junio de 2016, logró incluso superarse en votos –335.740 (29%) — y sumó un escaño más.
En las elecciones celebradas este domingo,12 de julio, Elkarrekin Podemos perdía 84.912 votos, el 54% de su electorado respecto a las elecciones de 2016 (71.759 papeletas en 2020; 156.671 en 2016). Una debacle aún más acusada (del 60%) si se compara con las elecciones generales del 10 de noviembre de 2019, cuando la formación morada obtuvo 181.337 votos.
La insistente tesis de Miren Gorrotxategi de erigirse en muleta entre EH Bildu y PSE para conformar un gobierno tripartito y echar al PNV del gobierno vasco no tuvo ningún efecto, a pesar de los múltiples apoyos recibidos por parte del vicepresidente segundo del gobierno de España, Pablo Iglesias, y la ministra Irene Montero durante la campaña electoral, al margen de otros pesos pesados de la organización, empeñados en la formación de un quimérico tripartito progresista entre PODEMOS, EH Bildu y PSOE-PSE para echar al cómplice más seguro del Gobierno de coalición en el Congreso de los Diputados – el PNV – sin duda contribuyó a la debacle producida.
Si a ello añadimos la negativa de abrir una comisión de investigación al terrorismo de Estado durante los gobiernos del felipismo (GAL) por parte de la organización morada y a ello sumamos el pacto firmado con EH Bildu para derogar la reforma laboral junto con el PSOE y Unidas Podemos – En Comú Podem – Galicia en Común, sin contar con la participación de Elkarrekin Podemos, que no tiene presencia en el grupo confederal, pero estaba en ese momento de campaña, el trasvase de votantes de Elkarrekin Podemos a EH Bildu era más que previsible. EH Bildu son la izquierda de Euskal Herria, y ya no se centra en el insistente discurso de autodeterminación que años antes caracterizó a las distintas formaciones abertzales, ganando en repertorio táctico, como se ha visto con las negociaciones de la reforma laboral.
De hecho, la concepción soberanista apenas ha estado presente en campaña, ni en EH Bildu ni en el PNV y, sin embargo, la mayoría independentista y nacionalista en estas elecciones es aplastante (53 escaños de un total de 75). La situación no invita a tomar la vía catalana del 1 de octubre, y el PNV parece menos proclive a la aventura que nunca, pero dibuja un escenario de mayoría natural que, a medio plazo, seguirá acumulando fuerzas para proponer otro modelo de encaje territorial. Quizá lo más destacable de EH Bildu en estas elecciones del 12 de julio es que ha conseguido convertirse en la primera opción de voto para los menores de 45 años, mientras que los mayores siguen eligiendo al PNV. Uno puede crecer, el otro, despegado de los problemas reales de vivienda y empleo, dibuja un futuro menguante. Y es precisamente esa horquilla de edad, la de los jóvenes y no tan jóvenes, por la que compiten los de EH Bildu y Unidas Podemos.
Por otra parte, en el País Vasco, los medios mainstream no reproducen los dimes y diretes a los que se enfrenta Pablo Iglesias en Madrid. No funcionan los complots y las ganas de desgastar su figura política, por lo que tampoco sería aplicable esa campaña de desgaste como explicación a una pérdida tan acusada de votos en el País Vasco. Dicho de otro modo, quizá PODEMOS pierda votos en Madrid por influencia de los conocidos panfletos del Inda, Losantos, Marhuenda y cía, pero estos tienen muy poco que pintar por las orillas del Nervión.
Yolanda Díaz, una de las ministras mejor valoradas del Gobierno de coalición, se ha volcado en la recta final. Admite que el espacio político de la unidad popular está pagando en Galicia cuatro años de peleas y rupturas. Esta heterogénea alianza entre la izquierda federalista y nacionalista y activistas sociales y culturales, una amalgama de la que nacieron las mareas municipales y En Marea, es hija política suya y de Xosé Manuel Beiras e inspiró a Pablo Iglesias para fundar Podemos. En 2016 fue segunda fuerza y ahora los sondeos la bajan al cuarto puesto. “Hay que aprender de los errores. La política en masculino de andar en luchas internas no es lo que la gente quiere de nosotros. No nos quieren peleados, nos quieren mezclados y con alegría. Hemos aprendido y estoy segura de que este espacio se va a revitalizar”
Refiriéndonos al descalabro de Galicia en Común, por más que se viera venir en la recta final de la campaña, supone un varapalo aun mayor para la dirección de Unidas Podemos. Desde la ruptura final del espacio En Marea, en julio de 2019, el espacio político que obtuvo el 19% de los votos en 2016 ha caído por debajo del 5%. El trasvase, que comenzó con la no revalidación de los “ayuntamientos del cambio” gallegos, se ha producido casi al completo al BNG. Se termina el tiempo de las “mareas” y el final abrupto tiene consecuencias que alcanzan a los ministros de Unidas Podemos, que han hecho una apuesta importante en campaña y se vuelven de vacío. Es el caso de la actual ministra de trabajo, Yolanda Díaz, volcada desde un principio en la campaña electoral de Unidas Podemos en Galicia como uno de los bastiones principales, con el resultado ya conocido. Esta ministra gallega ya había sido candidata de Esquerda Unida a la Presidencia de la Xunta en 2005, obteniendo el 0,8% de los votos. Fue teniente de alcalde de Ferrol en 2007 en una coalición con el PSOE que acabó en sonora ruptura solo un año y medio después, volviendo a presentarse a la Xunta en 2009, teniendo que conformarse con un 0,9% de los apoyos, hasta que en 2012 se subió a la ola del 15-M junto a Beiras para fundar la Alternativa Galega de Esquerda.
Los datos confirman un desastre para Unidas Podemos y el conglomerado de corrientes de cada una de las comunidades. Fue el partido más votado en Galicia y Euskadi en las generales de 2016, con una corriente de cambio notable que, poco a poco, se ha ido cayendo en cada convocatoria electoral. En Galicia, incluso queda fuera del Parlamento con menos del 4% de los votos. Y en Euskadi sus votos no sirven para conformar ninguna mayoría. La contradicción del partido de Pablo Iglesias es que tiene más poder que nunca y, al tiempo, su porcentaje de votos se va desinflando y deshilacha su respaldo territorial. En Euskadi solo consigue seis escaños con el 8% de los votos.
Íñigo Errejón, diputado y líder de Más País, ha abierto la veda de las críticas a Unidas Podemos recordando su discrepancia con el pacto de 2016 para las elecciones generales entre los partidos dirigidos por Pablo Iglesias y Alberto Garzón, aunque la realidad es que ese pacto no funciona en el nivel autonómico, ya que en siete de las doce comunidades en las que se celebraron elecciones en 2019 no hubo acuerdo entre IU y PODEMOS de cara a presentar una lista conjunta.
La cruda realidad es que desde sus comienzos PODEMOS se proyectó como un partido concentrado en la dirección, jerárquico y desconfiado hacia un posible ensanchamiento por la base que, aunque en el nivel interno permitía manejar el partido sin contrapoderes, en los procesos electorales implican la amputación de una parte significativa del electorado. Esta noche del 12 de julio el batacazo hay que apuntárselo a una dirección de partido que ha querido controlarlo todo a costa de convertir PODEMOS en un solar sin nadie que les moleste, pero la crisis no se limita a Galicia y al País Vasco, sino que se proyecta sobre Andalucía, tras la ruptura con “Adelante Andalucía”, y en Madrid tras su enfrentamiento con Íñigo Errejón y la Carmena, además de los problemas con “Compromís” en Valencia y con “En Comú” en Cataluña.
Dentro de pocos meses, habrá elecciones autonómicas en Cataluña, donde los Comuns siguen aferrándose a un liderazgo constante, que además proviene de los movimientos sociales: Ada Colau. Colau se ha enfrentado a ataques de todo tipo, desde la derecha española hasta la izquierda soberanista catalana y, pese a sus desavenencias y su total autonomía respecto a la figura de Pablo Iglesias, logró revalidar la alcaldía de Barcelona no renunciando a los lazos con el PODEMOS orgánico, algo que no sucedió en los Ayuntamientos del cambio. Sus resultados darán una pista de cómo será el futuro de la organización fuera de Madrid, si es posible mantener, en el nivel territorial, alianzas lo suficientemente sólidas como para que no todo pase por una dirección de PODEMOS en Madrid que sigue dando signos de agotamiento, y, por supuesto, siempre que no ocurra lo de Galicia o el País Vasco.
Nadie duda a estas alturas del debate que PODEMOS ha sido un experimento exitoso de comunicación política basado en el uso de un lenguaje nuevo y de una nueva simbología, pero, aunque ambas cosas puedan ser decisivas en política, sin embargo, nunca podrán sustituir la necesidad de reconocer o identificar la realidad social, sea la que fuere, como el material primario de todo proyecto de transformación. Por mucho que los argumentos comunicativos sean fundamentales para transformarla, se trata de un medio y nunca de un objetivo, y confundir medios y objetivos genera contradicciones entre lo que se dice y propone, y lo que realmente sucede en la sociedad, contradicciones que acaban erosionando el apoyo social con el resultado de un debilitamiento de la efectividad de las propias estrategias comunicativas y una vuelta al punto de partida. El término “populismo” que vienen utilizando los dirigentes de PODEMOS refleja perfectamente el intento de jugar con el desdoblamiento entre la realidad y la comunicación. Pero, además, resulta totalmente imprescindible conocer esa realidad lo mejor posible para poder transformarla realmente, cuestión que los dirigentes de PODEMOS no supieron o no quisieron afrontar.
Pablo Iglesias en una visita a los organismos estadounidenses.
La sustitución del “izquierda-derecha” por la idea de “arriba-abajo”, de “la gente” o del “populismo de izquierdas” puede que haya sido una buena estrategia comunicativa, pero en absoluto describe de forma suficientemente precisa la sociedad real como para poder captar sus matices, sus cambios y las contradicciones que hay que identificar para consolidar las posiciones políticas conquistadas electoralmente y ampliarlas. Pensar que el cambio en una sociedad moderna como la española va a venir por medio de una suerte de desbordamiento del sistema político por parte de la ciudadanía o de “la gente” en un movimiento más bien espontáneo e “imparable” dirigido por los hijos sobrecualificados de unas clases medias urbanas desclasadas conectadas con los sectores populares, como sucedió en alguno de los países latinoamericanos, en absoluto se corresponde con la realidad.
Algún día tendrán que explicar cómo al coger un grupo de profesores universitarios rodeados de todo tipo de “ninis” han generado un mito social sobre lo listos que son, y cómo con un ordenador, con internet, y con cientos de miles de horas en la incubadora de la televisión con aquella estrategia miope del PP de “Podemos, por la mañana, Podemos, por la tarde y Podemos, por la noche” para debilitar al PSOE por su flanco izquierdo, es decir, subvencionados con decenas de miles de euros en tiempo de televisión, consiguen millones de votos, hasta casi lograr el sorpasso con el PSOE. Y eso evidentemente no lo ha hecho Pablo Iglesias ni Errejón, ni Rita Maestre, ni la Irene Montero o Monedero, ni ninguno de ellos o ellas. Eso lo ha hecho quien podía hacerlo, y estos pues son sencillamente unas marionetas que se han prestado para hacer un proyecto que encorsete la frustración y la indignación de la gente: “gobernamos en las primeras ciudades de España y queremos hacerlo en España. Es más, estamos dispuestos a hacerlo con el PSOE. Ahora bien, no asumiremos su relato, su estética, ni nos haremos las fotos que querrían que nos tomáramos juntos”, decía un eufórico Pablo Iglesias.
Así llegamos a mayo de 2018, cuando aparece en la prensa la compra por parte de Iglesias y Montero de un chalet de 268 metros cuadrados en la sierra madrileña por valor de 600.000 euros con piscina y zona para los invitados, toda una bomba atómica para un partido crecido en la denuncia de la especulación inmobiliaria y de los privilegios de la casta. Un casus belli que va minando la autoridad moral de Pablo Iglesias: “¿entregarías la política económica del país a quien se gasta 600.000 euros en un ático de lujo?”, afirmaba pocos años antes el líder de PODEMOS, Pablo Iglesias, para referirse al ministro de economía, Luis de Guindos, que había adquirido un ático por ese precio.
La preocupación de la pareja Iglesias y Montero es palpable como demuestran sus rostros tensos en cada rueda de prensa que aparecen, y sus argumentaciones son cada vez más confusas, desatándose toda una campaña contra ellos a través de las redes sociales, su habitual terreno de juego, optando por la convocatoria de un referéndum interno en el seno de PODEMOS en el que pide a las bases que legitimen la compra de su nueva vivienda o presentará su renuncia al cargo de secretario general, de tal manera que, celebrado el referéndum con una mayoría aplastante a su favor, como suelen ser todas las votaciones telemáticas de PODEMOS, el mesías de los indignados contra los privilegios de la “casta” tiene las manos atadas por su incoherencia y su conveniencia en el corto plazo, poniéndole el gobierno de la nación en bandeja al PSOE liderado por Pedro Sánchez a través de la moción de censura presentada contra el gobierno pepero de Mariano Rajoy, de tal manera que, aquel que quería ser el enterrador del PSOE quedaría convertido en su muleta, primero con la moción de censura presentada y más tarde con el establecimiento de la coalición progresista PSOE-UNIDAS PODEMOS que gobierna en la actualidad, de tal manera que, aquel proyecto “de los de abajo” que tenía que ser el gran paladín de la justicia social se ha reducido a una empresa personal que depende de los intereses y las deudas de su líder.
El candidato a la investidura, Pedro Sánchez, y el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se abrazan durante el acto de firma del acuerdo programático con las principales medidas que tomará el futuro Gobierno de coalición (30-12-2019).
Después de las purgas realizadas, el alejamiento de la mayoría de los fundadores y la caída permanente en los sondeos a PODEMOS solo le queda recoger ahora las piezas de su derrota, tal y como ha quedado demostrado en estas primeras elecciones celebradas desde el gobierno de coalición en Galicia y País Vasco, con el triunfo de la abstención, el nacionalismo duro y el pragmático en el País Vasco; el triunfo del nacionalismo blando y el soberanista en Galicia, y el hundimiento de la izquierda en ambas comunidades, manteniéndose el PSOE por los pelos.
A modo de conclusión, si PODEMOS no quiere desaparecer como organización, debe replantearse seriamente su estrategia territorial, afrontando muy seriamente el reto de definir la construcción de un partido que solucione lo que las batallas internas han destrozado. Volver a construir desde abajo, y consolidar proyectos municipales que vayan más allá de lo coyuntural, sin miedo a construir liderazgos territoriales que hablen diferentes acentos. Como muy acertadamente dijo Juan Carlos Monedero: “Podemos, que ha cambiado la política de este país, sigue sin dedicar el grueso de sus energías a lo que debe: construir partido”. Partido lo hay, pero seis años después de nacer, la mayoría de los ciudadanos solo sabría nombrar a un par de sus miembros.