Este fue el hit de la primavera del 2011, cuando la juventud y los que todavía nos tenemos por jóvenes, primero de Madrid y después de media España, se levantó en tiendas de campaña contra la plutocracia del PPSOE. La realidad es que uno ya estaba harto de escuchar que vivíamos en democracia, que la transición a la dictadura nos había traído el periodo “democrático” más largo en la historia de España, y que los políticos de la modélica transición que elaboraron la Constitución española – alguno de ellos fascistas redomados, caso concreto de Fraga Iribarne, Gabriel Cisneros o Herrero de Miñón -, siguen siendo “los padres de la democracia”, entre otras lindezas.
Antón Saavedra en la Plaza del Ayuntamiento de Gijón, el 19 de junio de 2011
En efecto, estamos situado en el año 1978 cuando se reunían en el Parador Nacional de Gredos Manuel Fraga Iribarne (AP), Gregorio Peces Barba (PSOE), Gabriel Cisneros (UCD), Herrero de Miñón (UCD), Jordi Solé Tura (PCE-PSUC), José Pedro Pérez Llorca (UCD) y Miguel Roca Junyent (CIU), los siete ponentes responsables de la redacción de la Constitución Española bajo el reinado del heredero franquista, Juan Carlos de Borbón y Borbón, para consensuar las líneas generales de la Carta Magna. Por cierto, el mismo lugar donde tuvo lugar una reunión especial de la Junta Política con los Consejeros Nacionales y los Jefes Territoriales falangistas, los días 15 y 16 de junio de 1935, con el único asunto a tratar sobre la posibilidad de llevar a cabo una insurrección armada de la Falange Española, esto es, un Golpe de Estado contra la República de España en el cual José Antonio Primo de Rivera se autonombraría jefe del Gobierno, figurando en el mismo los generales Franco, Mola y Serrano Suñer como Ministros de Defensa Nacional, Gobernación y Justicia, respectivamente.
A 1.650 metros sobre el mar se alza el primer Parador Nacional de Gredos, donde se escribió la primera ponencia de la Constitución hace 42 años.
Como ya es conocido, un año después estallaría la incívica guerra española protagonizada por la oligarquía financiera defendida por una parte del ejército golpista español y del fascismo hitleriano y mussoliniano, cuyas armas fueron bendecidas por los sacramentos de la santa iglesia católica, apostólica y romana de España, resultando juzgado como inductor a la rebelión militar y condenado a muerte José Antonio Primo de Rivera, que sería fusilado en Alicante el 20 de noviembre de 1936.
Más tarde, en Salamanca, el 16 de abril de 1937, Francisco Franco quedaría convertido, tras el Decreto de Unificación de Falange Española (F.E.) y las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (J.O.N.S.) en febrero de 1934, como Jefe Nacional de F.E. de las J.O.N.S. y Caudillo del Movimiento, hasta su muerte en Madrid el 20 de noviembre de 1975. Así que se puede afirmar que el embrión de nuestra Constitución se gestó en el mismo lugar donde se planteó por primera vez el Régimen fascista que la precedió.
Pero, vayamos al fondo de la cuestión para preguntarnos, en primero lugar, ¿Cuál es el fundamento para decir que vivimos en una democracia? ¿Existe democracia por el hecho de celebrar unas elecciones generales cada cuatro años, a veces cuatro convocatorias en cuatro años, amén de las autonómicas y municipales? Pues bien, ninguna de estas y otras cuestiones como “estado de derecho” o la “libertad de prensa” son características de ningún régimen democrático, entre otras cuestiones, porque DEMOCRACIA significa el poder del pueblo, y el pueblo decididamente no tiene el poder, cuando los partidos – todos los partidos -, incumplen sus programas políticos de una manera sistemática, por lo tanto, lo que los ciudadanos hacemos es elegir a un dictador para que nos gobierne durante cuatro años, dándole carta blanca si obtiene mayoría absoluta o lo que consigan negociar entre los partidos con representación de espaldas al pueblo al que representan.
Pedro Sánchez fue uno de los redactores de la reforma de la Constitución en su artículo 135, que puso el pago de la deuda como prioridad absoluta y con Europa marcando el techo de gasto. Con este amparo constitucional, se impusieron severos límites al gasto público que evitaban, según los grandes partidos, el abismo: el rescate de España. El entonces diputado raso, Pedro Sánchez, lo celebraba públicamente.
A modo de ejemplo, ¿acaso la reforma del artículo 135 de la Constitución que reformaron el PSOE y el PP durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero iba en algún programa electoral? ¿a quién benefició realmente aquella modificación express realizada con nocturnidad y alevosía para imponer el “austericidio” en nuestro país, recortando la sanidad, la educación, la ley de dependencia y congelación de las pensiones por primera vez en la historia de la segunda restauración borbónica, llamada “modélica transición”? ¿Por qué no se consultó a los ciudadanos? ¿Sabían los partidos que en países como China o Corea del norte también hay elecciones o que las elecciones federales de Alemania de 1933 tuvieron lugar el 5 de marzo del mencionado año, con el propósito de elegir a los miembros del Reichstag, para el período 1933-1937, las primeras celebradas desde la llegada al poder del Partido Nazi (NSDAP) con Adolf Hitler?
Para las elecciones del 5 de marzo de 1933, el Partido Nazi logró el 44% de los votos, metiendo 288 escaños, la socialdemocracia con el 18% logra meter 120, y el partido comunista el 12%, con 81 escaños. El 23 de marzo, con una mayoría lograda a partir de las alianzas con el partido católico de Alemania, el Zentrumspartei, y con la mayoría de los dirigentes socialdemócratas y comunistas en prisión por el incendio del Reichstag, el nazismo logra la mayoría parlamentaria del 66% para votar la Ley Habilitante. Ésta le otorgaba al canciller Hitler, plenos poderes de gobierno sin tener que pasar por el parlamento.
Tampoco se puede afirmar que vivamos en libertad cuando a diario aparecen noticias de personas que, o bien por criticar al sistema o bien por reivindicar sus derechos, son multados, detenidos, juzgados, tratando de imponer una política del miedo en el resto de la población, con el aviso de “si protestas contra el sistema, te ajustaremos las cuentas”, como si de un sistema mafioso se tratase, lo que provoca inevitablemente la desmovilización de la población. Desde mi punto de vista, únicamente existirá un sistema democrático cuando sea el ciudadano de a pie el que participe en la toma de las decisiones, puesto que es el que conoce realmente los problemas del pueblo, y un pueblo está compuesto por sus ciudadanos, no por los bancos. Los pueblos se pueden revestir de distintas formas políticas como teocracia, aristocracia, democracia, partitocracia o cualquier forma que se derive en ellas, pero de nada servirá seguir pregonando principios basados en la libertad, la justicia y la igualdad mientras estos sigan incumpliéndose impunemente.
Enagás ha propuesto el nombramiento como consejeros de la compañía de los exministros socialistas José Montilla y José Blanco, así como del asesor de Unidas Podemos, Cristóbal Gallego, asignándoles una retribución de 160.000 euros. El Estado mantiene un 5% del capital de la compañía a través de la SEPI.
Es cierto que existe pluralidad de partidos, pero ¿a quién representan esos partidos? De manera permanente estamos viendo como exministros y altos cargos de los gobiernos que han legislado en una determinada materia terminan trabajando como “asesores” (puertas giratorias) en empresas de las que, se supone, tenían que representar los intereses de los ciudadanos.
La libertad de prensa directamente, no existe, ya que los medios de comunicación o bien dependen de sus fuentes de ingresos, dominados por el gran capital, o bien dependen del gobierno que la sustente, dominado por el poder político, y podemos ver como la información ha dado paso a la opinión, tergiversando la realidad objetiva, y cuando no se puede manipular pues se “secuestran” las ediciones para que no vean la luz, tal como ocurrió con la revista satírica “El Jueves”, por ejemplo.
Todos hemos oído la frase “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”. Es una frase que refleja el hecho de que la democracia no es perfecta y que, los ciudadanos no siempre somos capaces de elegir a los mejores gestores de lo público. En mi opinión, los que hemos vivido bajo un régimen democrático en este país durante los últimos cuarenta y dos años debemos pensar, a tenor de la mejora de calidad de vida que hemos experimentado, que la democracia ha sido una bendición. Sin embargo, esto no es así, cuando, según una encuesta publicada muy recientemente (2019) por la empresa de encuestas alemana Dalia Research and Alliance of Democracies Foundation, solo la mitad de la población mundial cree que su país es democrático, alcanzando España una de las peores notas a nivel mundial.
En la misma encuesta muchos europeos occidentales consideran que los bancos representan una amenaza para la democracia, entre otras cuestiones, porque ningún sistema democrático permitiría que se rescatara a los bancos dejando desamparadas a las personas.
Muchos afirman desde su ignorancia o desde su estatus social elevado que ya existe democracia en España, y que para ejercerla basta con votar cada cuatro años. Sin embargo, lo cierto es que, como corean los acampados del 15M, “lo llaman democracia y no lo es”.
No parece que haya mucho que discutir a la hora de afirmar que la historia nos ha mostrado que la democracia no es un sistema político puro y estable, cuando el valor supremo de la democracia, el que realmente hace del sistema algo estable no puede ser otro que la virtud, de tal manera que, al tratarse de un sistema que no evolucione siempre bajo una tendencia positiva en moralidad y acierto se producen alternancias en el poder por los partidos políticos, y a pesar de ello, se sigue cayendo en la continuada tendencia de la desilusión progresiva, por los nuevos hombres o mujeres que gobiernan, desbaratando muy pronto la esperanza pregonada de mejora que los aupó.
Esa pérdida continuada de valores democráticos causada por los vicios de los partidos políticos y la impunidad creciente, son las causas principales que traen el desorden y llevan a la dejación de las funciones más elementales del Estado para con su pueblo, quedando sustituida la democracia por una autocracia tiranizada por los partidos políticos que acaban usurpando todos los recovecos del poder, incluso los que corresponden al pueblo, tal como ocurre en España actualmente.
Desde hace mucho tiempo la «democracia» ha sido el centro de debates y luchas políticas. Democracia es esa bonita palabra de origen griego, que significa poder del pueblo, a la que suelen apelar hasta los más crueles tiranos del mundo, pero, ¿en qué país, existe realmente el poder de pueblo? Es cierto que figura en todas las constituciones de los llamados países «democráticos» con el ostentoso título de soberanía del pueblo. Sin embargo, esta soberanía popular, este poder del pueblo ha resultado ser en múltiples ocasiones un bonito discurso, pero sin fundamento, o simplemente una farsa. Es lo que ha venido sucediendo en nuestro país y en otros países europeos «democráticos» de nuestro entorno, como se ha podido comprobar muy recientemente en Grecia, donde el «poder del pueblo» ha sido arrebatado, una vez más, por unos dirigentes sin escrúpulos que utilizan la democracia para robar, engañar, traicionar y empobrecer al pueblo soberano.
“Es verdad que cuando se hacen negociaciones, a veces te puedes encontrar en situaciones difíciles, pero desde luego los griegos no quieren volver al pasado, no van a tener posturas serviles ni van a arrodillarse ante Alemania, saben que con Alexis Tsipras van a tener un león que va a defender a su gente a pesar de las dificultades” (Pablo Iglesias en Atenas, el 18 de setiembre de 2015)
Lo único que el pueblo puede hacer en las actuales democracias es votar, aunque ya no sirva para nada, pues salga quien salga elegido, hace caso omiso del mandato que el pueblo expresa en las urnas.
¿Quién tiene realmente el poder? El poder no está en el gobierno, el poder está en los grandes capitales, los grandes capitales dominan los gobiernos, las empresas, la banca, la prensa, y hasta los mismísimos partidos, a los que subvencionan millonariamente para que hagan siempre lo que les ordenan en beneficio de sus intereses. Para poder vivir en un régimen verdaderamente democrático es imprescindible arrebatar el poder al capital y devolverle la soberanía al pueblo.
La dictadura perfecta es aquella que hace creer a sus ciudadanos que viven en libertad, por eso “lo llaman democracia y no lo es”.
“Cuando llegué a Bolonia era militante de las Juventudes Comunistas. Era una organización muy clásica, muy dogmática, y además no era muy habitual entre los cuadros de las juventudes tener una formación cultural amplia. Había excepciones, en aquella época conocí a Manolo Monereo, y desde entonces le empecé a admirar muchísimo. Italia era otro planeta. Cuando vi los centros sociales, cuando vi las librerías, cuando me empecé a adentrar en las historias de los movimientos sociales de los años 70… Se abrió otro mundo. Allí conocí a amigos con los que después he coincidido en Podemos: a Gemma Ubasart, que también estaba de Erasmus”.
Y eso mismo llegó a pensar aquel joven militante de las Juventudes Comunistas de España – Pablo Iglesias Turrión – durante su estancia, primero en Bolonia para hacer el Erasmus cuando estudiaba cuarto de Derecho, y después, en 2007, en Florencia para redactar su tesis doctoral. Un viaje que, según él mismo declara, le cambió la vida, hasta el punto de afirmar que fue en Italia donde amuebló su cabeza para pensar la política. El ambiente en la Facultad de Derecho era un poco pijo y poco interesado en la política, de tal manera que al igual que otros compañeros estudiantes rápidamente fue absorbido por la Facultad de Políticas donde se vive por aquellos años una florida actividad política, entrando en seguida en el círculo del Aula C, okupada y alérgica a todo tipo de veto. Tolerada por los rectores, aunque en ella se pueda beber alcohol, comer, fumar tabaco y porros. “Resistenti fino alla fine” (Resistencia hasta el final) reza uno de sus lemas. Es el centro neurálgico de los colectivos de izquierda, que en aquellos momentos aspiran a convertirse en referente en Italia de la protesta No-Global.
En aquellos años también conoce a la catalana Gemma Ubasart, estudiante de Políticas y una de sus principales compañeras durante aquellos tiempos del Erasmus, que pasaría a ocupar la secretaria general de la Federación Catalana de Podemos, aunque un encontronazo con los madrileños, concretamente con la nueva pareja de Pablo Iglesias y Tania Sánchez la descabalgaría del cargo.
La clave de la experiencia adquirida en Italia es la que le hace entender que en la política del siglo XXI prima la acción, de tal manera que, alejándose de la teoría, comienza a leer a Maquiavelo, pero con los ojos de Gramsci, del que él y otros dirigentes de Podemos, como quien fuera su segundo de a bordo, Errejón, recogen solo aquello que les interesa para sus fines políticos, pudiendo afirmar que, más que la germinación de un pensamiento político como sostiene el propio Iglesias con cierta épica, en Italia lo que de verdad aprendió es un método de comunicación y un sentido de la política populista que le permitirá convertirse rápidamente en uno de los tertulianos con mayor éxito en España, adaptando, por una parte, la revolución mediática Berlusconiana a la situación nacional española, añadiendo a su crítica de la secularización del reformismo el ataque al liberalismo, convertido en enemigo de la democracia y de la “gente”.
El sueño de una sociedad que siempre tenga mayor importancia que el Estado. El de un poder verdaderamente compartido y sujeto a control por parte de los ciudadanos. El sueño de un país transparente, pero sin propaganda que atosigue, sin ingenuos dispuestos a tragarse ruedas de molino. El sueño de un país donde el conocimiento no sea un privilegio de los pocos que disponen de recursos, sino atributo general de todos sus habitantes.
No es casual que en su tesis doctoral haya dedicado un capítulo a la historia de los desobedientes, que él enlaza con la experiencia del llamado “posobrerismo”, una corriente posmarxista que nunca tuvo demasiado éxito, pero que en la mente de Iglesias se traduce en dos maneras de entender la política y la actualidad: alejarse de las élites dominantes en el segmento llamado de la izquierda, tanto de Izquierda Unida como del PSOE, creando un nuevo marco político-sentimental para proyectar lo que será Podemos. Es el “sueño” del 68 adaptado a una lectura global que platea renegar del comunismo, pero también del neoliberalismo, ambos considerados totalitarios y antigualitarios. El terreno en el que crece esa nueva doctrina es fértil, y los jóvenes se esfuerzan por encontrar su camino.
Desde mi punto de vista, entender que la política es “guerra” se asemeja mucho más al primer Mussolini, que abandonó el socialismo, después de ser uno de sus máximos dirigentes, para entregarse a la revolución permanente, que al Gramsci que murió en las cárceles fascistas. Pero, Pablo Iglesias, se ve a él mismo como un político del nuevo siglo. Desacomplejado hasta el cinismo, extremadamente pragmático y alérgico como su lugar teniente Errejón, a la pureza y marginalidad de la izquierda, saben, él y su mariachi, que para garantizar su plan hace falta, primero conquistar a Izquierda Unida, desde dentro o desde fuera, como de hecho está ocurriendo, pero siempre aprovechándose de los sectores de la izquierda radical y críticos con todo aquello que huela a política institucionalizada: “Que se queden con la bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar”, afirmaría el mismísimo Pablo Iglesias en junio de 2015.
Atrás quedan aquellas jornadas cuando miles y miles de personas ocupamos las plazas de los pueblos para exigir una democracia real en nuestro país. Algún día tendrá que explicar Pablo Iglesias lo listo que fue para generar un mito social, y cómo con un ordenador, con internet, y con cientos de miles de horas en dos cadenas de televisión privadas mañana, tarde y noche, es decir subvencionados con decenas de miles de euros en tiempo de televisión, consiguieron cientos de miles, millones de votos. Evidentemente eso no ha sido obra de Pablo Iglesias ni Errejón, ni Rita Maestre, la Bescansa o la Irene Montero, ni ninguno de ellos y ellas. Eso ha sido obra de quien podía hacerlo, y estos y estas fueron sencillamente las marionetas que se han prestado para hacer un proyecto que encorsete la frustración y la indignación de la gente.
«¿Por qué ningún candidato recuerda que los bancos deben a la ciudadanía española 60.000 millones de euros? Qué humillación a la democracia española. No hablan de eso porque el resto de organizaciones políticas están endeudadas hasta arriba con los bancos. Nosotros no hemos decidido no pedir un euro a los bancos solo por coherencia política, sino porque queremos tener las manos libres para que cuando lleguemos al Gobierno podamos cumplir nuestro programa” (Pablo Iglesias, el 30 de marzo de 2019)
Al respecto me atrevo a afirmar que Pablo Iglesias jamás creyó en el grueso de sus propuestas sociales. Desde la devolución del dinero robado por la banca al erario público tras el austericidio causado por la reforma del artículo 135 de la Constitución, o la intervención de los precios de la energía, por poner dos ejemplos de tantos casos que se pueden mencionar. Solo asume la práctica populista, donde el cinismo forma parte de esa elección, puesto que se trata de explotar las frustraciones y el sentimiento de los más débiles en beneficio de un proyecto personal, aunque para llevarlo a cabo signifique alejarse de los que veíamos en el conocimiento y la verdad la liberación de las masas. Dicho en “román paladino”, aquel mesías de los indignados contra los privilegios de la “casta” se ha quedado con las manos atadas, bloqueado por su incoherencia y su conveniencia en el corto espacio. Aquel que jugó a ser enterrador del PSOE ha quedado convertido en una simple muleta de un político como Pedro Sánchez. Más claro, aquel proyecto “de los de abajo” que tenía que ser el gran paladín de la justicia social ha quedado reducido a una empresa personal que solo depende de los intereses y las deudas de su líder.