La alcaldesa de Barcelona y líder de los comunes, Ada Colau, en el acto final de campaña del 14-F junto a la candidata Jéssica Albiach y el líder de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, el 12 de febrero de 2021 en Barcelona.
Los resultados de las elecciones catalanas celebradas el 14 de febrero de 2021 han otorgado 8 escaños a los de En Comú Podem (ECP) y 9 a la CUP. Dicho de otra forma, 8 escaños a la socialdemocracia y 9 al anticapitalismo. En total, 17 escaños nítidamente de izquierdas. No es mucho, teniendo en cuenta que Cataluña atraviesa una grave crisis social y necesita, pues, una izquierda fuerte que dispute el poder y pueda implementar un programa de choque. No es mucho, pero se respira cierto alivio, cuando no directamente triunfalismo, en ambos espacios políticos. Siempre ocurre lo mismo después de unas elecciones: el que no se consuela es porque no quiere.
De hecho, el vicepresidente del Gobierno y líder de Podemos, Pablo Iglesias, celebraba el mismo domingo este resultado en las elecciones celebradas en Cataluña, donde, efectivamente, han mantenido los mismos ocho diputados que habían conseguido en 2017, aunque han obtenido un 6,86% del voto, por debajo del 7,46% de hace cuatro años, y muy por debajo del 14,27% que dieron a los podemitas 546.733 votos y 7 diputados en las elecciones generales del 20 de noviembre de 2019, el último precedente electoral, por no hablar de las elecciones del 20 de diciembre de 2015, cuando llegaron a ser la primera fuerza de Cataluña con 927.940 votos y 12 diputados:“ Auguraron nuestra debacle pero nos consolidamos”, ha analizado Iglesias, que no hace ninguna autocrítica tras pasar a ocupar la sexta plaza, por detrás de la CUP y por VOX.
El cambio y el derecho a decidir se imponen en Catalunya con un resultado histórico. La candidatura de confluencia En Comú Podem, encabezada por Xavier Domènech y auspiciada por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se ha convertido en la gran triunfadora de la noche electoral en Catalunya al ganar las elecciones generales de forma clara y superando todas las previsiones (20-12-2015)
Pero muy lejos de realizar cualquier análisis más profundo sobre las verdaderas causas de este “tocar fondo en Cataluña”, Iglesias se limita a destacar que Podemos es «una fuerza modesta, pero ineludible para un gobierno de izquierdas en Cataluña y para que haya Gobierno y bloque parlamentario en España».
El partido de Pablo Iglesias concurría a estas elecciones tras un año en el Gobierno de coalición lleno de vaivenes y tensiones con sus socios del PSOE y después de la debacle en Galicia en 2020, donde se quedó sin representación, y en el País Vasco, donde perdió la mitad de sus apoyos en 2020, tal y como ha quedado analizado en otro capítulo de este libro. En Cataluña no han repetido el descalabro, pero sí han perdido 0,6% puntos y 131.734 votos, quedando relegada a la sexta posición por detrás de la extrema derecha de VOX.
En efecto, ECP ha salvado los muebles al no perder ningún escaño respecto a las anteriores elecciones y ello les ha infundido la sensación de que el barco no se les hunde, pero nada más lejos de la realidad. Los Comuns ya habían tocado fondo en las elecciones del 21D de 2017, cuando pasaron de 11 a 8 escaños, aunque el diagnóstico de aquel mal resultado era claro: un partido que no se posicionaba claramente a favor o en contra de la independencia de Cataluña no podía recibir muchos apoyos electorales en el momento de máxima polarización del eje nacional.
El problema es que las últimas elecciones se han celebrado en un contexto en el que el eje nacional está mucho más destensado que en 2017, y pese a ello el resultado de los Comuns ha sido similar al obtenido entonces. Eso significa que, si los Comuns no son capaces de sacar mejores resultados en medio de las condiciones que supuestamente tendrían que favorecerles, ello quiere decir claramente que los podemitas están inmersos en un proceso de decadencia profundo.
“¿Considera realmente a Puigdemont un exiliado, como se exiliaron muchos republicanos durante la dictadura del franquismo? ¿Los puede comparar? Pues lo digo claramente, creo que sí. Y eso no quiere decir que yo comparta lo que hiciera. (foto entrevista Iglesias-Gonzo, el 18 de enero de 2021)
Además, por si ello no fuera suficiente, las declaraciones de Pablo Iglesias sobre el expresidente de la Generalitat, Puigdemont, comparando a este sujeto, procesado en rebeldía y huido de la justicia desde hace más de tres años, con los más de trescientos mil exiliados republicanos durante el franquismo, no ayudaba mucho a lograr más votos de los obtenidos, sino más bien a perderlos, máxime cuando estas declaraciones las realizaba cuando el Parlamento Europeo viene debatiendo si levantar la inmunidad al expresidente de la Generalitat para que sea entregado a España, algo a lo que Puigdemont se opone alegando precisamente que España no es una auténtica democracia.
¿Cómo es posible que un hombre de izquierda como Pablo Iglesias y todo un vicepresidente del Gobierno equipare el sufrimiento del republicanismo español, que sufrió un atentado contra un Gobierno legítimo, y todo lo que provocó ese éxodo masivo, los campos de concentración y exterminio, el dolor de tantas familias, con ese sujeto? ¿Cómo se puede tener la desfachatez de comparar la Guerra Civil y la dictadura con la democracia, cuando lo mejor de la intelectualidad española, del arte, de la medicina, de la ciencia, de la poesía, junto con miles de trabajadores, se tuvieron que ir de su propio país?
Pablo Iglesias ha incurrido en un grave error histórico al comparar la huida de Puigdemont, tras su intento de secesión de Cataluña, con el exilio republicano de 1939, cuando medio millón de españoles, muchos de ellos catalanes, se vieron obligados a pasar a Francia ante la conquista de Cataluña por el ejército de Franco, para salvar su vida que corría peligro al final de una cruenta guerra civil, ganada por el fascismo que fusiló a decenas de miles de republicanos.Debería rectificar esta barbaridad histórica y política que ha cometido.
Ahondando un poco más en el tema, solo en el primer trimestre de 1939 cerca de 450.000 personas tuvieron que pasar a Francia debido a la Guerra Civil y la represión que la siguió. Muchos fueron internados en campos de concentración y considerados, sin más, criminales, a pesar de que una gran parte de ellos eran niños, mujeres y ancianos. En la Francia de Vichy, Alemania y Argelia los republicanos españoles fueron tratados durante la inminente Segunda Guerra Mundial como «rojos» que no tenían derecho a la vida.
¿Qué tiene que ver esta dramática situación, todavía sin resolver por ningún gobierno español, con la sufrida por el expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont, que el día después de ser cesado en su cargo emprendió un viaje a Bruselas para esquivar la acción de la justicia española, que le acusa de delitos de rebelión, sedición y malversación de caudales, instalándose en un barrio acaudalado de la población belga de Waterloo para vivir como el “otro” fugado en Dubai, siendo en la actualidad eurodiputado por España, a pesar de las causas judiciales que pesan sobre él?
Desde mi punto de vista, las declaraciones de Pablo Iglesias son un auténtico escándalo, agravadas por haber sido pronunciadas por un vicepresidente del Gobierno de España. No es ignorancia, es indecencia, y, además, resultan un auténtico insulto para los exiliados republicanos de la Guerra civil y a sus familiares, Decir las cosas que ha dicho Iglesias en un país como el nuestro, tan marcado a lo largo de su historia por los éxodos políticos, demuestran una absoluta indignidad.
En la participación se cumplió la regla por la cual, a cuanta más renta, mayor es; y viceversa. El récord lo tiene el 28-A la Vila Olímpica (el séptimo barrio más rico de la ciudad, donde votó el 85,8% del electorado), aunque en total fueron 23 barrios los que superaron el 80%, la mayoría por encima de la Diagonal o en el Eixample. El que menos votó, Torre Baró. Los barrios que registraron menor participación están ubicados en la Zona Nord de Nou Barris (el que menos es Torre Baró, el cuarto barrio con menor renta de la ciudad, con el 60,5%, seguido de Vallbona, 61,6%), el Besòs y, en el centro de la ciudad, el Raval (61,5%).
Pero, volviendo a las elecciones catalanas, ECP obtuvo su apoyo mayoritariamente en distritos y barrios de clase trabajadora, como Nou Barris y el Raval, y de las clases medias identificadas históricamente con las izquierdas, sin repetir el triunfo en ninguno de sus distritos, aunque obteniendo su apoyo en torno al 9% del voto en los barrios citados, alcanzando incluso el 14% en el Raval, desplazándose una gran parte del voto tradicional de la izquierda hacia el PSOE y en menor medida a VOX.
Esta coalición de partidos de Catalunya en Comú y Podem Catalunya, ha perdido apoyos entre las clases populares y, especialmente, entre la clase trabajadora no nacida en Catalunya, entre la cual está creciendo una gran animosidad al independentismo que canalizó el PSC y VOX, pero no el ECP, dentro de una Cataluña más dividida que nunca, en donde los medios de información y persuasión se centran mucho más en el conflicto nacional, ignorando el problema social.
La histórica abstención ha sido una de las principales protagonistas en las elecciones al Parlament de Catalunya de 2021. Tras el récord de participación del 2017, cuando fueron a votar el 79,09 de los electores, en esta ocasión se ha pasado al extremo contrario, al 53,55%.
El dato más significativo de las elecciones catalanas celebradas el 14 de febrero en Catalunya ha sido la enorme abstención. Nunca antes la participación en el proceso electoral había sido tan baja, pero, ¿a qué se debe esta baja participación de la ciudadanía en las elecciones? La respuesta más inmediata a esta pregunta por parte de los mayores medios de información del país ha sido que se ha debido a la pandemia, y al temor de la población a salir a la calle y contagiarse de coronavirus. En principio, esta explicación pudiera parecer hasta lógica y razonable, aunque cuesta trabajo comprender el por qué en Galicia, por ejemplo, los niveles de participación fueron similares en épocas de pandemia y sin pandemia.
Sin embargo, hay un dato que cuestiona que la pandemia haya sido la única causa de esta elevadísima abstención en Cataluña, y es que ha habido una variación muy marcada en el nivel de abstención según el nivel de renta media de las secciones censales. A menor renta, mayor abstención y su incremento, más acentuado el incremento de la abstención en las secciones censales de los barrios populares, con una presencia mayoritaria de la clase trabajadora.
Y estos son los barrios que se han visto más afectados por la gran crisis social y económica que ha sufrido Catalunya durante estos últimos años y que ha aparecido con toda su crudeza durante la pandemia, alcanzando niveles sin precedentes en el período democrático, donde casi el 40 % de la población en los barrios populares está en riesgo de pobreza, porcentaje que alcanza más del 50 % para la población por debajo de los 18 años, siendo, precisamente, en estos barrios donde ha habido no solo una mayor abstención, sino también un crecimiento mayor de esta abstención, siendo el paro y los problemas cotidianos de carácter social, como la sanidad, la vivienda y las escuelas, entre otros, los temas prioritarios para las clases populares, mientras que el debate nacional del supuesto conflicto España-Catalunya absorbe la atención de dichos establishments.
En este escenario, parece lógico, por lo tanto, que el deterioro de la situación social de las clases populares que está teniendo lugar durante la pandemia acentúe todavía más esta distancia y esta alienación de la ciudadanía hacia la clase política catalana, y este distanciamiento explica que el dato más llamativo de las últimas elecciones catalanas haya sido el enorme crecimiento de la abstención que no puede explicarse solo debido a la pandemia.
Los datos muestran, pues claramente que este aumento de la abstención ha sido más acentuado en los barrios obreros que en los barrios de mayor renta. En el barrio más rico de Barcelona, Pedralbes, por ejemplo, el porcentaje de población votante pasó del 86% en 2017 al 67,1% en 2021, una disminución de 19 puntos. Como contraste, el barrio con menos renta, Ciutat Meridiana, pasó de un 68,5% en 2017 al 36,5% en 2021, un descenso de 32 puntos. Puesto que el voto independentista es mayor en la mitad de la población que tiene una renta superior a la media, a la vez que vemos que la abstención más acentuada se produce entre la mitad de renta inferior, donde predomina la mayoría no independentista, ello explica que con un voto independentista menor en 2021 que en 2017 se alcanzara el tan famoso y anhelado 51% de la población votante a favor de la independencia, como justificación para exigirla ya.
Una gran parte de la culpa de este proceso en decadencia de los podemitas en Cataluña la tiene su estrategia suicida de blanqueamiento del PSOE, es decir, de colocarle constantemente la etiqueta de «izquierda». Pero esta estrategia no es sólo suicida por el hecho de que el PSOE no es de izquierdas, sino porque además supone uno de los pilares donde se asienta el Régimen del 78, cuando lo que hizo crecer al espacio de Podemos en su día fue precisamente la impugnación del régimen, y lógicamente lo que le está haciendo hundirse es el apoyo a uno de los pilares fundamentales de ese mismo régimen.
El PSC-PSOE ha ganado las elecciones catalanas del 14F con el 23 % de los votos y 33 escaños, el doble de lo conseguido en los comicios de 2017. El llamado ‘efecto Illa’, su salto desde el Ministerio de Sanidad a Cataluña, ha funcionado tal como pretendían en Ferraz, devolviendo a los socialistas un papel destacado en el Parlament y recuperando la influencia que el partido perdió a raíz del “procés”, pero, realmente, ¿se necesitaban tantas para este viaje que deja relegado a todo un ministro de sanidad en plena pandemia en un simple diputado regional de Cataluña?
Desde mi parecer, el seguir etiquetando al PSOE como partido de «izquierda» cuando ha sido y sigue siendo un partido que ha indultado a corruptos y torturadores, que sigue defendiendo con uñas y dientes la monarquía, ayudándola incluso a escapar del escrutinio público, posicionándose a favor de golpes de Estado en América Latina mientras se niega a condenar a petrodictaduras salvajes como la saudí, que se dispone a repartir los Fondos Europeos centralizadamente a las grandes empresas del Ibex 35, que no ha derogado la ley mordaza, ni la reforma laboral, ni ha prohibido los desahucios, que ha pactado y sigue intentando pactar con Ciudadanos prioritariamente hasta que no le ha quedado más remedio que hacerlo con Podemos, que recorta y privatiza las pensiones, y, que ni siquiera permite tocar el grave asunto en los alquileres de las viviendas, no es más que un ejercicio insultante a la inteligencia. El sorpasso de la CUP a los podemitas de Comuns el pasado 14F es indicativo al respecto, aunque el punto de referencia del éxito o fracaso de la CUP nunca debería ser la izquierda en decadencia de los Comuns, sino la izquierda socioliberal de ERC, que ha obtenido 33 escaños.
A diferencia de lo que sucede con los Comuns, la CUP cuenta con unos fundamentos de gran potencialidad, pero demuestra poca capacidad de aprovechar estos fundamentos para convertirse en un partido con apoyos masivos. Además, su lema del «vamos lentos porque vamos lejos», no les permitirá llegar a tiempo a ninguna parte, entre otras cuestiones porque la pobreza y el fascismo avanzan mucho más deprisa. Es decir, cada vez más se ve necesario empuñar un arma política de la máxima eficacia a la altura de la situación de emergencia que se está viviendo, y, si la izquierda abandona su campo de juego, entonces será la derecha y sus extremos quien pasará a ocuparlo con sus armas. Y, es que, en momentos de crisis socioeconómica, cuando el capitalismo fracasa a la hora de proporcionar los medios más básicos para el sustento de una vida digna, la sociedad se polariza y mira a los extremos. El problema es a cuál de los dos extremos mira la gente. En estos contextos de polarización, el papel histórico de la extrema derecha consiste fundamentalmente en señalar como culpables de la crisis a los de más abajo, y el de la extrema izquierda en señalar a los de más arriba. El problema actual es que la extrema derecha, mejor organizada, está cumpliendo mejor su rol histórico que la izquierda radical, por ello, es necesario seguir insistiendo, sin histrionismos de ningún tipo, en el mensaje de que los ricos nos empobrecen, y que luchando contra los ricos dejaremos de ser pobres. No vale sólo con comunicar en términos de «capitalismo»,«privatizaciones», «recortes» o «neoliberalismo». El capitalismo es el rico. Las privatizaciones son el rico. Los recortes son el rico. El neoliberalismo es el rico. De la misma forma que para la extrema derecha el paro es el inmigrante, los sueldos bajos son el inmigrante y la delincuencia es el inmigrante, con la diferencia de que el discurso de la izquierda no se basa en la mentira como ocurre con el discurso de la extrema derecha.
Aquel Podemos surgido del 15M contaba con el liderazgo fuerte y los elementos discursivos populistas necesarios para ganar apoyos masivos en estos momentos de crisis, cuando sus adversarios eran «la casta» o «los de arriba», pero a pesar de impugnar en un principio el Régimen del 78 discursivamente, el espacio de Podemos nunca llegó a cuestionar el marco nacional español, nunca tuvo una estrategia soberanista consecuente – «Yo si fuera catalán, no participaría en ese referéndum», epitomizaba Pablo Iglesias en 2017 -, y pareció creer que logrando formar parte del gobierno PSOE-Unidas Podemos podría reformar las osificadas estructuras estatales.
El líder morado defendió el pasado julio, en Cádiz, que no participaría en el 1-O; el lunes, en Santa Coloma de Gramenet, reclamó una Catalunya “libre y soberana”; y el martes, en Madrid, se desdijo de su opinión en verano y admitió que no debería haber dicho que no votaría. “Yo no soy catalán. Y creo que me equivoqué cuando entré en la lógica de ‘y si usted fuera catalán’. Soy español, de Madrid, pero tengo que respetar a los ciudadanos de Cataluña. Esta especie de baile de la yenka duerme en las hemerotecas, pero ha empezado a correr, también, por algunos grupos de simpatizantes de Podemos que advierten del riesgo de estos saltos de posición en un feudo clave para los morados (la primera fuerza en Catalunya el 20-D y 26-J fue En Comú Podem). (Política, 12-09-2017)
Ahora ya no cree ni eso, y se agarra a su participación gubernamental como a un flotador, sin parecer darse cuenta de que ese flotador es precisamente lo que lo va a acabar llevando al hundimiento. Además, el liderazgo fuerte y los elementos populistas con que contaba el espacio de Podemos se sostenían sobre una base más bien arenosa propicia para el burocratismo y el personalismo, es decir le faltó la solidez organizacional y el arraigo territorial necesario para hacer la alternativa.