La acción se desarrolla en Kenia, y describe el drama de Justin Quayle, un diplomático británico, tímido y aficionado a cultivar flores, que vive feliz con su esposa Tessa, aguerrida activista de los derechos humanos, que está investigando la cruel explotación de los kenianos más pobres por parte de una empresa farmacéutica. Un día, Tessa aparece brutalmente asesinada en el norte del país. Y, mientras recuerda su vida con ella, Justin investiga su violenta muerte, lo que despierta el recelo de poderosas fuerzas políticas y económicas.
Mientras el bicho coronavírico sigue corriendo a velocidades de vértigo sin que los seres humanos puedan darle alcance para eliminarlo, multiplicándose por doquier sin que todavía se haya logrado saber con certeza si las vacunas que se están administrando resultan del todo eficaces para combatir las nuevas oleadas de aquellas variantes que se siguen desconociendo y de aquellas otras que puedan presentarse, el panorama que se nos presenta a la ciudadanía resulta verdaderamente preocupante.
Un wassap que circula por las redes, mitad en serio y mitad en broma, deja entrever que nos están usando a la ciudadanía como simples “cobayas” de laboratorio cuando hacen un recorrido por la vacuna ASTRAZENECA, recomendada para los mayores de 55 años en enero, cambiándola en febrero para los menores de 55 años, ofreciéndola en el mes de marzo para las personas entre 50 y 65 años, eliminándola del mercado en el mes de abril, para ofrecerla nuevamente el día 2 del mismo mes para mujeres de 55 años sin hijos, y concluir al día siguiente con su administración para los mayores de 60 años, previendo que, para el mes de julio solo se la inyectarán a la Rocío Carrasco y la Carlota Corredera de “Sálvame” hasta llegar al mes de agosto cuando la misma, parece ser, la regalarán con la revista HOLA.
La verdad, es que existen argumentos para todos los gustos. Que si el Nolotil y el Paracetamol tienen más efectos secundarios, que si la homeopatía es más peligrosa, que si las cifras de personas afectadas por la vacuna causan risa, que si la píldora anticonceptiva provoca más accidentes cardiovasculares en las mujeres que las producidas por la vacuna aludida… Todas ellas razones poderosas, y seguramente veraces, pero la pregunta del millón sigue siendo la misma: ¿usted se vacunará cuando le llamen?
Cuando se le preguntó si EE UU usará las dosis de la vacuna AstraZeneca, explicó: “Eso todavía está en el aire. Mi opinión general es que, dadas las relaciones contractuales que tenemos con varias empresas, tenemos suficientes vacunas para cumplir con todos nuestras necesidades sin AstraZeneca”. A fines del año pasado, el fabricante de medicamentos y la Universidad de Oxford publicaron datos de un ensayo anterior con dos lecturas de eficacia diferentes como resultado de un error de dosificación. En marzo, más de una docena de países suspendieron temporalmente el uso de la vacuna de AstraZeneca después de que los informes lo relacionaran con un trastorno poco común de la coagulación de la sangre.
Por supuesto, no me incluyo yo en ese grupo que, sin ser conocedores de la materia sanitaria y epidemiológica, se dedican a discutir intensamente sobre este lío, ni mucho menos de los que aprovechan cada noticia sobre la pandemia para recordar que nuestra especie está pagando ahora, de algún modo, todas las fechorías perpetradas sobre la Tierra en forma de pecados o purgas, entre otras cuestiones, porque tengo demasiada confianza en los médicos y la ciencia que, por cierto, nada tienen que ver con los estudios de filosofía. Que los expertos averigüen lo que sea menester, porque sigo pensando que, a la gente, solo debe llegarnos la decisión final, es decir, si la vacuna ASTRAZENECA, o cualquier otra vacuna competidora en la subasta del gran mercado farmacéutico, son válidas o no, porque pienso que remover frívolamente ciertas situaciones hipotéticas no se diferencian en absoluto de un circo explosivo para seguir alimentando el pánico y la alarma, además de poner alas a los feriantes de las nuevas supersticiones, contribuyendo a la transmisión vírica de la estupidez.
No obstante, si algo está quedando cada vez más claro en el gran zoco de las vacunas es que la Unión Europea, con sus 47.042.779 infectados y sus 998.025 muertos por el coronavirus, según las cifras ofrecidas por la Johns Hopkins University, se está mostrando cada vez más atrapada y más irresoluta en la administración de las vacunas, permaneciendo secuestrada en una intrincada mafiosa red de oscuros negocios farmacéuticos, presentándose España a la cola en esta batalla europea contra el covid y a la cola también en la inoculación de las vacunas sin ni siquiera saber con precisión cual está siendo la evolución de estas mutaciones, ni tampoco cuales son sus potenciales áreas de expansión, cuando unas cifras terroríficas nos ofrecen más de 3.500.000 infectados y 120.000 muertos, de tal manera que la ciudadanía, lógicamente, constatamos en el día a día cómo una mafiosa amalgama de intereses políticos electoralistas y razones estrictamente mercantiles está siendo la única (i) responsable de que, habiendo transcurrido un año, muy lejos de haber experimentado algún avance positivo en la lucha coronavírica, esté sucediendo justamente lo contrario, donde los líderes partidistas de diferentes países, caso concreto de España, han aprovechado la crisis sanitaria para “normalizar” medidas autoritarias, ejército en la calle incluido, para seguir reprimiendo y coartando la libertad de expresión en vez de garantizar el derecho a la salud y dedicarse a proteger a la población.
La estrategia del Gobierno de España durante esta crisis ha sido siempre situarse lo más lejos posible y protegerse de cualquier efecto que manchara su imagen ya de por sí deteriorada. Propagó que Díaz Ayuso negociaba por su cuenta con Rusia para comprar la vacuna Spútnik ante la falta de abastecimiento –como también estaba haciendo Alemania– y la pasividad de Sánchez, a la espera de que la presidenta de la Comunidad de Madrid cometiera algún error. Sin duda, no hay mejor manera de no errar que no hacer nada, ni en España, ni en Bruselas (Dakar, el 9 de abril de 2021)
Las elecciones madrileñas del 4-M, son un claro ejemplo de lo dicho, cuando han quedado convertidas en un grotesco espectáculo de confrontación electorero, tanto desde Moncloa como también desde la Puerta de Sol. En este escenario, siendo verdad que la mandataria madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ha convertido la crisis sanitaria provocada por la pandemia en un arma de confrontación política contra Pedro Sánchez, no es menos cierto que éste también entró de lleno en la denuncia de la gestión de la crisis sanitaria por parte de Ayuso, hasta el punto de cuestionar el registro de contagiados en la región y criticar que la “modélica” gestión de la crisis que se atribuye la mandataria madrileña es pura demagogia, ya que en realidad esta comunidad, según sus propias manifestaciones públicas, realizadas el pasado viernes, 9 de abril, desde la capital africana de Dakar, acumula los peores datos de toda España en incidencia acumulada de casos, camas UCI ocupadas por pacientes de la covid, tasas de positividad y fallecimientos, calificando de “riesgo muy alto” la situación de la capital del reino.
Ese manido argumento esgrimido dosificadamente por los medios de comunicación de que se trata de un “mal general” e “imposible de combatir”, no responde más que a una explicación forzada realizada deliberadamente con el propósito de poner una tapadera sobre los negros y profundos agujeros que el sistema pone a la vista de todos. ¿Cómo es posible que durante tanto tiempo no se haya podido erradicar el bicho en unos países y, sin embargo, en otros, como China, Taiwán, Vietnam, las dos Coreas, y Cuba, entre otros países, se haya logrado poner cerco de manera eficaz a la ofensiva del coronavirus?
No me cabe en la cabeza que los dirigentes políticos y, sobre todo, los profesionales de la ciencia, no pudieran conocer en fracción de segundos cuales fueron los procedimientos que se estaban ejecutando para combatir los brotes pandémicos. Pero no, en la Europa del neoliberalismo a ultranza, las decisiones de su dirigencia política, sincronizadas con sus medios de comunicación, siguen estando totalmente condicionadas por las fuertes presiones ejercidas por una patronal cegarruta y de intereses cortoplacistas, siendo estas transmitidas a la ciudadanía en un tsunami de mensajes catastróficamente contradictorios que, utilizando el pretexto de “conciliar” salud y economía, lo único que lograron fue desorientar gravemente a la ciudadanía para salvar los beneficios de la gran patronal. ¿Se podrán entender, por fin, las razones por las que al depredador sistema económico hegemónico no le ha importado nunca invertir millones de vidas humanas en guerras que sirvieran para defender su dominio en los mercados? Dios nos coja confesados, si en él creyera.