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EL HUNDIMIENTO DEL PSOE.- CAPITULO XXXII

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“Los resultados son rotundamente malos. De resultados tan adversos, creo que con humildad el PSOE tiene la gran oportunidad de aprender”. “Es cierto que la campaña se ha dado en unas circunstancias extraordinariamente adversas para el PSOE de Madrid, pero quiero decirles con rotundidad que en Madrid volverá la izquierda” (Pedro Sánchez en Atenas, el 10 de mayo de 2021)

Muy pronto ocuparán las estanterías y escaparates de las librerías varías crónicas políticas con el título de “Los cinco días de marzo que cambiaron España” o algo parecido, porque desde el pasado 10 de marzo en el que Ciudadanos y PSOE presentaron en Murcia una moción de censura contra el presidente del PP, López Miras, el mapa político nacional ha sufrido una especie de “terremoto político”.

Un supuesto “terremoto político” cuya onda sísmica sacudía los cimientos del Gobierno de coalición progresista PSOE-Unidas Podemos tras anunciar el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, su renuncia como miembro del gobierno a la vez que presentaba su candidatura a las elecciones para la Asamblea de Madrid que la actual presidenta, Isabel Díaz Ayuso, había convocado para  el 4 de mayo, aunque, a decir verdad, la marcha de Pablo Iglesias del gobierno de Pedro Sánchez estaba cantada desde hacía bastante tiempo, bien por las malas si Sánchez lo cesaba una vez que se formase el gobierno en Cataluña, después de las elecciones del 4M en Madrid, o bien por propia decisión de Iglesias como, de hecho, ha ocurrido en la mañana del 15 de marzo, entre otras cuestiones, porque el vicepresidente Pablo Iglesias era muy consciente de que su relación con el presidente Sánchez estaba agotada e inmersa en una tan insoportable como permanente discusión.

En efecto, el día en el que se conocía la intención de presentar una moción de censura en Murcia toda la política institucional del país parecía corresponderse con lo que, efectivamente, tiene toda la pinta de ser todo un “terremoto político”. La respuesta de Ayuso en la Comunidad de Madrid, protegiéndose, mediante convocatoria a elecciones anticipadas autonómicas, contra lo que ella misma anunciaba como traición de Ciudadanos parecía corroborar ese “terremoto”, agrandado mediáticamente con una supuesta réplica en otras comunidades como Castilla-León y Andalucía, aunque todo se vino abajo mediante  la cooptación del PP de tres de los rebeldes diputados murcianos de Ciudadanos, incorporándolos como consejeros del gobierno autonómico a razón de 78.000 euros anuales.

Sin embargo, el que los diputados murcianos de Ciudadanos hayan vendido su voto al PSOE, en nada debiera escandalizar. Que el PP se lo recomprara luego, de segunda mano y a mejor precio, mucho menos, pero quejarse de que en el mes de enero haga frio es una auténtica estupidez.

Entre las muchas cosas que se han oído después de la estrepitosa derrota sufrida por el PSOE en las elecciones del 4M, hay dos que llaman poderosamente la atención: el silencio atronador de Pedro Sánchez, tal y como si él no fuera el secretario general del PSOE, y las declaraciones de Monedero llamando gilipollas a los que votaron al PP siendo camareros que ganan 900 euros de sueldo, dos actitudes que no reflejan sino la distancia, tanto física como social, de una llamada izquierda apoltronada en las instituciones, totalmente alejada de la calle.

Cualquiera que viva en los barrios de Carabanchel, Tetuán, Aluche, Usera, Villaverde o Vallecas sabe perfectamente que el sindicalismo social, esto es, la atención a las familias, en las colas del hambre o en la sanidad, por ejemplo, no ha sido por obra de los gobiernos, sino de la solidaridad de miles de voluntarios o trabajadoras de la sanidad pública. Por eso mismo resulta indignante esa indiferencia del presidente del Gobierno o la prepotencia de Monedero.

Es el rastro de hambre que deja el Covid 19. Afecta a miles de habitantes y sobrepasa las calles de Madrid. Más de 100 mil personas según la federación de asociaciones de vecinos de la capital están acudiendo a los servicios sociales y a las redes vecinales de ayuda para conseguir una bolsa de comida.

Toda metáfora tiene su trasfondo y las utilizadas por Ayuso no fueron una excepción, de tal manera que un PP trumpista supo leer e interpretar la realidad social y política mucho mejor que la llamada izquierda, interpelando no solo a las clases medias conservadoras o a los de La Moraleja, sino a las clases trabajadoras y a miles de jóvenes, mientras que en la izquierda no se supo contrarrestar esos mensajes, y no se supo porque el adversario no era un ejército de fascistas, sino una ciudad harta, agotada y extenuada. No se pudo porque el mensaje de Socialismo o Libertad solo tenía la respuesta de los hechos. Sí, era conocido que la gestión de la Ayuso era un desastre, pero ¿cuál era la del gobierno central, sino una política sanitaria completamente errática y unas ayudas sociales insuficientes y bloqueadas en su mayoría por la propia burocracia del Estado?

Es decir, en la región más rica de España, aportando el 20 del Producto Interior Bruto, aunque presentando las mayores tasas de desigualdad entre sus gentes, era esperado que las urnas reflejaran la tensión política entre ricos y pobres; entre los barrios residenciales y las barriadas populares; entre el centro capitalino, económico y monumental, y las ciudades dormitorio de la periferia metropolitana; entre los partidos llamados de izquierda, defensores del patrimonio común y del solidario reparto de la riqueza producida socialmente, y los de la derecha, acérrimos partidarios de la privatización de lo público y de concentrar la riqueza cada vez en menos manos.

Sin embargo, todo ocurrió de una manera totalmente distinta, cuando las urnas mostraban un triunfo arrollador de la derecha, especialmente de las candidaturas de la organización criminal del Partido Popular, que, con más del doble de escaños en la Asamblea de Madrid, vence en la práctica totalidad de las ciudades y barrios de Madrid, incluyendo los que en su día fueron auténticas fortalezas del movimiento obrero contra la dictadura franquista.

“Dejo todos mis cargos. Dejo la política entendida como política de partido e institucional”. “Seguiré comprometido con mi país, pero no voy a ser un tapón para la renovación de liderazgos que se tiene que producir en nuestra fuerza política”, ha manifestado rodeado de la plana mayor del partido, incluidas las ministras Irene Montero y Ione Belarra. Iglesias ha asegurado que se ha convertido en un “chivo expiatorio” que moviliza “los afectos más oscuros y contrarios a la democracia” y ha decidido dar un paso atrás consciente de que no contribuye a “sumar” para que el proyecto de Unidas Podemos pueda “consolidar su peso institucional”. “El éxito electoral impresionante de la derecha trumpista que representa Ayuso es una tragedia para la sanidad, la educación y los servicios públicos” (EL PAIS, 4 de mayo de 2021)

Derrota sin paliativos de las izquierdas, que, salvo el grupo de Errejón, entraron al trapo de jugar en el campo de la política nacional, agitado por Ayuso con su consigna “comunismo o libertad”, oponiendo la suya entre “fascismo o democracia”, propuesta por el podemita Pablo Iglesias, evitando de esa manera, entrar en el análisis de la penosa gestión del Partido Popular en Madrid, a la vez que el PSOE reducía su actividad a las homilías de un tal Ángel Gabilondo, de tal manera que dejando muy alejadas las expectativas de recuperar el voto perdido por parte de Unidas Podemos, viéndose incluso superado por sus excamaradas de Más Madrid, que también superaron al propio PSOE, Pablo Iglesias, que, con su estilo de míster Hyde y doctor Jekyll, de predicador bondadoso y mitinero radical, se ha revelado más eficaz como político de oposición que de gobierno, presentaba la dimisión y el abandono de la política en la misma noche electoral.

En efecto, Gabilondo era mal candidato por su más que prolongada ausencia como “lider” de la oposición, pero ante todo la derrota hay que atribuírsela a Pedro Sánchez y a sus geniales “asesores” que le aconsejaron la “operación Murcia” y que su franquicia madrileña del PSM renunciase a proponer que se dejaría de pagar con fondos públicos la parte de los impuestos de los más ricos que hoy subvenciona la Comunidad de Madrid, pero que no le dicen que el Gobierno PSOE-Unidas Podemos debe modificar de manera inmediata la regulación del excluyente Ingreso Mínimo Vital, que ha destrozado la máscara social con la que se autopresentaba el gobierno de coalición “más progresista de la historia”.

”… Estas elecciones ya no van de Madrid, van de democracia. De la defensa de los derechos y las libertades frente a una reivindicación explícitamente fascista y antidemocrática. No reconocer al otro, al diferente, su singularidad, no reconocer a los demás… Esa es la clave de todo”. (El País, 25 de abril de 2021)

Además, lo ocurrido el 4 de mayo rompe el mito de que gana la derecha porque hay muchas personas que se sienten de izquierda, pero no votan: el mito de que, si sube la participación, la izquierda gana. El incremento de la participación favorece a la izquierda solo si previamente se ha ganado la confianza de quienes van a volver a las urnas. En las zonas populares la abstención siempre es claramente superior a la que se produce en las zonas acomodadas, pero la pregunta correcta no sería “¿por qué el electorado de la izquierda no vota?” sino “¿por qué las clases acomodadas tienen una fuerte identificación con la derecha política y las clases populares no la tienen en igual medida con la izquierda política?” ¿No será que, previamente, la izquierda política ha perdido el vínculo social con las clases populares y le resulta más fácil insultar a un camarero que convencerle con sus propios comportamientos? Los votos no son de nadie, hay que ganarlos.

¿Y por qué la izquierda no ha ganado votos en los barrios populares para la izquierda? Por una parte, el sentimiento “ser de izquierdas” es cada vez menos relevante y menos frecuente como identidad fuerte, y no es casual, teniendo en cuenta que la vida de quienes dirigen las organizaciones políticas de “las izquierdas” son muy diferentes de las suyas, tal y como ha quedado demostrado durante la campaña electoral donde los estados mayores de “la izquierda madrileña” no tenían ni idea de lo que estaba pasando en la calle.

En definitiva, el “respaldo social” del que viene alardeando el gobierno PSOE-Unidas Podemos ha dejado atrás a las familias que ya se encontraban antes en situación de precariedad y a buena parte de las que empeoraron su situación con la pandemia y se encontraron con que el respaldo social no era para ellas o no era suficiente a la hora de pagar el alquiler y otras necesidades vitales, tales como la luz, calefacción, el pan o la leche.

El 29 de mayo se aprobó el Ingreso Mínimo Vital (IMV), calificado por el vicepresidente Pablo Iglesias y la ministra de Trabajo Yolanda Díaz como “el mayor avance en derechos sociales desde la ley de dependencia” y “un hito en la historia de España”. Teóricamente, la ayuda llegaría rápidamente a 850.000 hogares —2.300.000 personas— rescatando un 3% de la población que se encuentra en pobreza severa. Por eso resulta muy ilustrativo que mientras los datos del fracaso del IMV saltaban a la palestra a mediados de agosto, el curso político se haya iniciado con un conclave público de Pedro Sánchez junto a los más poderosos banqueros y empresarios. Allí quedó consagrada, con el beneplácito de Pablo Iglesias y el aplauso entusiasta de la oligarquía, la política de “unidad nacional”. Lo que no se dijo en esa reunión es que, según la última estadística del impuesto de patrimonio, entre 2011 y 2018 el número de potentados aumentó un 36%, a la par que el de pobres pasaba de 7,59 millones de personas a 8,31.

El mejor ejemplo es lo ocurrido con el Ingreso Mínimo Vital, donde vemos cada día crueles exclusiones y una falta de respeto a una población que no está para andar adivinando que quieren decir notificaciones oscurantistas o como pueden reclamar. En la región de Madrid, a mediados de mayo, se habían formulado unas 159.000 solicitudes, de las cuales casi 40.000 seguían pendientes de resolución, menos de 27.000 se habían concedido y más de 92.000 se habían denegado. ¡Solo se habían concedido uno de cada seis IMV solicitados!

Considerando que se estima que en Madrid hay unos 250 hogares en pobreza severa, vemos que menos de uno de cada nueve han obtenido el IMV. Y de las 26.704 familias que lo han obtenido muchas de ellas están indignadas porque cobran cuantías miserables, en muchas ocasiones por debajo de los 100 euros mensuales, porque les descuentan los ingresos que obtuvieron en 2019.

Así que las elecciones del 4 de mayo se produjeron existiendo en los barrios populares de Madrid al menos unas 140.000 familias totalmente indignadas con el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, muchas de las cuales decían “son todos iguales, no vuelvo a votar”. Esa es la realidad en las calles populares de Madrid, no las elucubraciones mentales de una “izquierda” acomodada que nunca ha vivido en ellas o que ha dejado de vivir en ellas.

Que duda cabe, la pandemia, ha sido otro de los ingredientes sobrevenido, sino el que más, provocado por ese virus desconocido, cuya rápida propagación ha desbordado la capacidad de las instituciones políticas y sanitarias mundiales, poniendo a prueba la capacidad de los gobiernos, al imponerse como prioridad y acentuar los problemas que ya existían. Todo ello ha creado una situación muy compleja de gestionar e incluso de entender, por la dificultad de distinguir entre las causas y los efectos, a corto y largo plazo, por el entrelazamiento de acciones y reacciones de múltiples agentes, fuerzas políticas e intereses, que están en juego en una situación presidida por varias urgencias: unas sanitarias y otras políticas y económicas.

La pandemia había llegado a España con un gobierno recién investido con mucha bronca, donde el soporte es el PSOE, apoyado por el socio principal de Unidas Podemos, rechazado con anterioridad, y por fuerzas minoritarias y nacionalistas que despiertan cierto recelo en la derecha, en particular dos de ellas, como son la Esquerra Republicana de Cataluña y los vascos de Bildu.

Vista en perspectiva, la pandemia no dejó de ser el peldaño principal en la escalada de la polarización que se había iniciado en las elecciones de 2015. Primero fue el fracaso de la moción de investidura de Pedro Sánchez y su posterior negativa a investir a Mariano Rajoy. Luego vino la crisis catalana de 2017 y la moción de censura de 2018. Más tarde, la repetición electoral de 2019 y la irrupción de VOX como tercera fuerza política de un proceso geopolítico de polarización centrífuga, dominado por la confrontación entre el independentismo y el españolismo, pudiendo concluir que, dado que el primero se ha escorado a la izquierda y que el segundo se ha radicalizado a la derecha, la pauta electoral dominante en España resulta de fácil formulación: cuanto más a la izquierda vota Cataluña más a la derecha vota Madrid (cuanto peor le va a Montreal, mejor para Toronto).

Puesto que el PSC-PSOE pasó de 17 a 33 diputados en las elecciones del 14-F, era de esperar un desplazamiento simétrico en unas elecciones madrileñas. En el primer caso, Ciudadanos se desplomó en favor de la burguesía catalana del PSC, decantándose en el caso del 4M a favor de las candidaturas representadas por el PP de Díaz Ayuso.

En este contexto, la pandemia quedó convertida en uno de los factores adicionales de la polarización como resultado, por un lado, de la precariedad de la estrategia del gobierno a la hora de abordar una crisis sin precedentes; y, por otro, del desánimo y la fatiga de una opinión pública harta de restricciones e impotente ante la magnitud de los costes económicos, sociales y psicológicos de la pandemia.

En una situación tan explosiva como la descrita, la presidenta de la comunidad madrileña no dudó un solo minuto en aprovechar el rechazo de la población a las restricciones de movilidad y la resistencia del pequeño negocio al cese de las actividades, viéndose también reforzada por la acusación de los socios independistas del Gobierno de que la región madrileña se aprovechaba del “dumping” fiscal en contra de las demás comunidades autónomas, una acusación que obtuvo el silencio esquivo del Partido Nacionalista Vasco.

A partir de estas coordenadas, la candidata del PP, Díaz Ayuso, puso en marcha una operación identitaria apelando al madrileñismo castizo en confrontación con el Gobierno de España, el cual se convertiría en una amenaza para la libertad y la economía de los madrileños, principales beneficiarios del régimen de seguridad y prosperidad representado por Díaz Ayuso. Por si faltaba algo, la irrupción del podemita Pablo Iglesias en la campaña proporcionó aquel slogan que parecía resumirlo todo: “Comunismo o libertad”, rápidamente contraprogramado con su complementario: “Fascismo o democracia”.

La estrategia urdida por los fontaneros del Partido Popular de convertir a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en una especie de Juana de Arco de la pandemia, “víctima” de Pedro Sánchez y de su ministro Salvador Illa, el nuevo malo malísimo en el relato confeccionado por Génova, empieza a funcionar. El problema es que quizá funciona demasiado bien y eso preocupa a la dirección nacional del partido que teme un efecto no deseado. El liderazgo de Pablo Casado, puede quedar eclipsado por la sombra cada vez más alargada de una Ayuso que crece entre los votantes más a la derecha. Y eso no estaba en el guion.

Pero estos “slogans” propagandísticos en absoluto tenían algo que ver con la nefasta gestión del PP en la región más rica de España y la que destina menos fondos públicos a gastos sociales, la que presenta mayores cuotas de desigualdad, practicando una descarada rebaja de impuestos a las rentas más altas, figurando, junto a Cataluña, en cabeza de los desahucios y en el precio de los alquileres, generando más guetos y abandono escolar, con un sistema sanitario mermado por los recortes y las privatizaciones, logrando las tasas más altas de enfermos en UCI durante más tiempo y el 22 por ciento de los fallecidos por covid, pese a contar con el 14 por ciento de la población del país.

De este modo, el examen de la gestión del gobierno de la comunidad madrileña siempre apareció como un tema menor en comparación con el gran problema nacional, que es el gobierno de Sánchez y sus aliados en el gobierno, seguramente pensando en su lanzamiento a la presidencia nacional en detrimento del propio Pablo Casado. De hecho, Diaz Ayuso no está en la oposición, sino gobernando, pero es igual, porque desde que tomó posesión de su cargo centró su presunta gestión en atacar al Gobierno central y, particularmente, a su presidente Pedro Sánchez, haciendo ver que cada decisión sobre política nacional o internacional es un ataque directo a la comunidad madrileña, por lo cual, cuando empezó la campaña electoral para las elecciones autonómicas del 4 de mayo, Ayuso, tal y como manda el decálogo del populismo conservador, ya llevaba dos años en campaña y con la estrategia perfectamente definida.

En ese contexto y como buena representante de ese populismo neoliberal la Ayuso no actuó sino como un renegado Robin Hood, que arrebata el dinero de los pobres para dárselo a los ricos, esto es, distribuyendo hacia arriba, para seguir concentrando las riquezas en las clases altas, que siempre tienen poco para lo que creen merecer por ser listas y emprendedoras, mientras los pobres tienen demasiado, para lo tontos y vagos que son.

Como ha quedado dicho, la Ayuso, no es más que un subproducto regional del marketing político de la factoría FAES, “vendido” a los electores como si fuera excelente, pero con posibilidad de ser la “lideresa” nacional quedando convertida, a despecho de Casado, en representación de esa España populista frente a ese “comunismo bolivariano” de Sánchez y sus aliados en forma de muleta, de tal manera que Madrid pueda significar para ella lo que fue Covadonga para Don Pelayo: el principio de la Reconquista de la España “verdadera”, de la España “marca España”, perdida por el máximo representante de la “derechita cobarde”, el flemático Mariano Rajoy.


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