” Mi madre era muy religiosa, pero desde entonces, dejó de creer en Dios. Se veía que habían sido enterrados vivos algunos; tenían tierra en la boca. Mientras estábamos desenterrando, con la boca cubierta por un trapo porque los fedores eran insoportables, comenzaron a llegar mujeres, vestidas de negro. Desde CARBAYIN a LAVIANA habían venido siguiendo el rumor de que se estaban sacando cuerpos humanos, colocándose en las alturas que ondeaban la escombrera de la mina del ROSELLON, y gritaban. Los guardias civiles tenían miedo y habían emplazado una ametralladora. Las mujeres seguían gritando, y los montes se iban llenando de más mujeres. No sé si la memoria me traiciona, pero entonces, pensé que eran miles…”
(CEFERINO DIAZ ROCES, minero del Pozo Mosquitera).
Después de aquella durísima lucha entre los mineros asturianos y las fuerzas del gobierno LERROUX, al mando del ya general Francisco FRANCO BAHAMONDE, los vencedores fueron conquistando las zonas insurgentes de una manera brutal y salvaje, sin ningún respeto por las leyes de la guerra. “Los mineros fueron ejecutados, la mayoría sin juicio alguno, desde el primer día de la pacificación y en cantidades fuera de toda proporción con las de los caídos en plena lucha”, tal y como tiene escrito el inglés Gerard BRENAN en su “LABERINTO ESPAÑOL”, refiriéndose al señor Alfredo Mendizábal, un doctor en leyes que fue testigo presencial de los hechos, desde su afincamiento en Oviedo, nada favorable a los mineros por cierto, dada su condición de ferviente católico, apostólico y romano.
Unos días antes, con fecha 9 de octubre, las Cortes españolas, a iniciativa de los Gil Robles y los Calvo Sotelo, aprobaban un monstruoso proyecto de ley “de represión de los delitos cometidos últimamente”, siendo enviado por el Gobierno, con plenos poderes y “especial jurisdicción”, para organizar la represión en Asturias, el célebre comandante Lisardo DOVAL Bravo, un psicópata, homoxesual, fabricante de complós y torturador patentado, de muy tristes recuerdos para los trabajadores asturianos durante su primer destino en Gijón como teniente de la guardia civil en el año 1.917, con la consigna “in mente” de “no perdonar la vida a ningún rebelde para exterminar la semilla revolucionaria incluso en el vientre de las madres”, tal y como deja escrito el historiador franquista Richard A. Robinson en su libro “LOS DIRIGENTES DE LA ESPAÑA DE FRANCO”.
Así, mientras el chacal maricón del DOVAL y su ayudante, el capitán Antonio de Reparaz, organizaban cinco grupos móviles con veinte guardias civiles, 75 de asalto, 75 soldados y una sección de ametralladoras, cada uno, entregándose al “trabajo” con toda la pasión de que eran capaces, y las campanas comenzaban a repicar a muerto, los Gil Robles, Calvo Sotelo y la derecha española seguían yendo a misa, se confesaban y comulgaban, y a la salida de la iglesia se bañaban en sangre con el mismo placer que Cleopatra en la leche de burra. Todas las invenciones sobre la tortura fueron llevadas a la práctica, desde el retorcimiento del escroto hasta las quemaduras de los órganos sexuales, pasando por el rompimiento de las rodillas a martillazos y otros golpes peores en presencia de madres, esposas y hermanas. Según ha dejado escrito el historiador Gabriel Jackson, “DOVAL empleó, entre otras técnicas, presiones sobre los órganos sexuales o el clavar alfileres o astillas bajo las uñas. También tenía un ingenioso método para atar las muñecas y las piernas de la víctima al cañon y mango de un fusil y levantarla luego del suelo por medio de una polea”.
Es en ese contexto donde quedan enmarcados los asesinatos de lo que ha quedado escrito en la historia como “LOS MARTIRES DE CARBAYIN”, objeto central de nuestro capítulo. Así se llega al día 25 de octubre cuando fueron hallados los cuerpos de veinticuatro personas a medio enterrar en la escombrera de la Mina “EL ROSELLON”, en la localidad de Carbayin Bajo, horriblemente deformados por las torturas. Naturalmente, estas noticias eran ignoradas por la prensa burguesa, que no deseaba herir la fina sensibilidad de sus lectores, pues, como de costumbre, le bastaba con los emotivos relatos de las niñas violadas, por los mineros, los niños que se habían comido crudos o los curas y frailes enchorizados o en chuletas para venderlo en las carnicerías, relatos que tenían su público después de la misa o a la hora del desayuno. Hasta el mismísimo general LOPEZ OCHOA, jefe de las fuerzas gubernamentales de LERROUX, tuvo que salir al paso de tanta campaña macabra, para afirmar que ” Las historias de atrocidades cometidas por los revolucionarios de Asturias son producto de una campaña baja y exagerada. Condeno los acontecimientos de Asturias de todo corazón, pero he de condenar también la campaña de que son objeto. Los revolucionarios mataron a cuantos se le resistieron, pero como regla general respetaron las vidas de sus prisioneros”. “No se ha cometido ningún acto de vandalismo con los niños”, declaraba, en el periódico “LA LIBERTAD” de Madrid, el inspector médico escolar de Asturias, Joaquin Espinosa, de la Asociación Católica de Padres de Familia.
Sin embargo, estas rectificaciones en absoluto sirvieron para poner freno a los instintos asesinos de los vencedores en la contienda, hasta el extremo de que, durante los días 20 y 21 de octubre se procedía a las detenciones, en sus casas de Lada, Ciaño, Santa Ana, La Oscura, La Vega, Sama y La Felguera, de veinticuatro personas, las cuales no tenían más vínculo entre sí que el de la coincidencia de su detención por aquellas fechas, como consecuencia de una tan absurda como irracional y terrible operación montada por la guardia civil de la zona de Langreo, con un objetivo muy claro de vengar a sus compañeros caídos en el cuartel de la guardia civil de Sama durante la batalla mantenida fechas antes. Las detenciones entre aquellas personas, muchas de las cuales no tenían militancia política y ni siquiera habían participado en la REVOLUCION DEL 34 en Asturias, se produjeron por los motivos más nimios, desde la simple sospecha de haber sido partícipe de los hechos hasta el hecho de ser hijo de algún detenido, y estaba dirigida muy personalmente por Rafael ALONSO NART, hermano del fallecido capitán de la Guardia Civil de Sama, José ALONSO NART, durante el fragor de la batalla.
En efecto, tal y como me comentaría en varias ocasiones, uno de sus protagonistas en primera línea de los acontecimientos del cuartel de la guardia civil de Sama - mi amigo, compañero de trabajo en el Pozo Fondón, y vecino de portal en el barrio minero de La Juécara, José María ALONSO -, “seríen les cuatro de la mañana del día 5 de octubre, cuando llegaben a Sama varios camiones cargaos de guardies de asaltu, los cuales fueron colocándose con una ametralladora en la salida del puente sobre el rio Nalón, delante del Miramar, pero nuestra respuesta a “tiru limpiu” y dinamita en mano les hizo metese dentro del edificiu, mientras nosotros esguilabamos con la ayuda de escaleres de mano a los “teyaos” de les cases apegaes al cuartel de la guardia civil, hasta que lleguemos al su “teyau” y dejamos caer varios paquetes de dinamita, obligando al capitán de la guardia civil ALONSO NART con parte de su tropa al abandono del cuartel que ya taba ardiendo por tos los hastiales…”
“En su abandono del cuartel – seguía comentándome Chema -, el capitán ALONSO NART soltó una bomba de mano que penetró en el interior del edificiu Miramar, donde ya taben los nuestros camaradas, después de que los guardies de asaltu se vieran obligaos a huir, la cual produjo el estallido de la dinamita que teníen allí almacenada, causando la muerte de cuatro camaradas revolucionarios, siendo perseguido hasta ser localizado muy cerca de una capilla de La Felguera, donde fue muerto a tiros…”
Llegados a la noche del 24 de octubre, un alférez de complemento vasco sería el encargado de requisar la camioneta con matrícula O-8999, propiedad de un tal “Kiko el cojo” que tenía una empresa de transporte, para ir cargando en la misma a los veinticuatro detenidos en el convento de Ciaño, Convento de Sama y Casa del Pueblo de Sama, los cuales, después de haber sido seleccionados de una manera arbitraria por el cabo de la guardia civil, un tal RECIO de L’ENTREGU, habían sido salvajemente torturados. De la premeditación en la matanza, lo explica muy claramente el hecho de que, un día antes la guardia civil ya había cavado las fosas en los montes de CORUXONA Y EL ROSELLON, de la localidad asturiana de Carbayin, con la estúpida justificación de que estaban buscando armas en la escombrera, cuando fueron descubiertos por un vecino de la zona, al que despidieron de una forma violenta.
Con las manos esposadas fueron trasladados en el camión hasta la escombrera, haciéndoles descender a culatazos, cuando, de repente, comenzaron a ser tiroteados y masacrados, tal y como ha dejado escrito Manuel D. BENAVIDES en su libro “LA REVOLUCION FUE ASI…”, recogiendo el testimonio de uno de los guardias civiles que había participado en la cruel matanza: ” Todo fue rapidísimo. Parece increíble que pueda acabarse tan pronto con tantos hombres. Con los machetes desenvainados nos arrojamos sobre ellos. El miedo y la sorpresa los dejó sin voz. Algunos cayeron enseguida; otros gritaron desesperadamente”. A golpes de machete y bayoneta, en medio de la oscuridad fueron cayendo muertos los detenidos y sonaron otros disparos. “Tiros no, puñeta”, gritó un sargento. “Nos dábamos miedo. Los gritos nos encorajinaban. Yo no sé; creo que no los hubieramos matado a todos si no gritan. Pero había que rematarlos pronto para que se callaran. No se entendía lo que decían”; de tal manera que, cuando todo acabó, les quitaron las esposas y la cuerda con la que estaban atados, siendo arrastrados hasta las fosas preparadas con antelación, cubriendo con la carbonilla de la escombrera los cuerpos de: Benjamín Garcia Garcia, 35 años, carnicero de Lada y seguidor de Melquiades Alvarez; Agustin Amil Feito, 24 años, barbero y afiliado al PCE; José Meana Menéndez, 46 años, obrero de Duro Felguera y afiliado a la CNT; Laurentino Meana Rodriguez, 18 años, hijo del anterior; Eloy Vallina Vallina, 30 años, minero del Pozo Fondón y afiliado al PCE; Honorio Vallina, 22 años, minero del Pozo Fondón y afiliado a la CNT; Faustino Freigedo Martinez, 38 años, cartero de Sama y afiliado al PCE; Gumersindo Díaz Yáñez, 28 años, minero y operador del teatro Llaneza, afiliado al PSOE; Tomás Centeno Moreno, 28 años, maestro de la Hueria de San Andrés y afiliado a la CEDA; Manuel Fernández Suárez, 23 años, minero de Ciaño sin afiliación política; José Maria Vega Martinez, 23 años, chófer afiliado al PCE; Cándido Diaz Sánchez, 35 años, cabo de los municipales de San Martin del Rey Aurelio, sin afiliación política; Alejandro Garcia Castaño, guardia municipal de San Martin del Rey Aurelio afiliado al PSOE; Angel Vallina Menéndez, 16 años, minero de La Vega, hijo de un revolucionario; Celso Rodriguez Iglesias, 30 años, contratista de maderas de Blimea, sin ninguna militancia política; Ernesto Pérez “el Borrajo”, minero del Pozo Sotón; Alejandro González, minero de LAS FELECHOSAS; Dimas Yáñez, de Sama, sin afiliación política; Antero Valdés Peña, 28 años, obrero del Nitrógeno y afiliado a la CNT;
Gerardo Noriega Garcia, 29 años, aserrador de madera y afiliado al PSOE; Antonio Flórez, 30 años, minero del Pozo Sotón; Ernesto Vázquez de la Fuente, 25 años, minero y afiliado al PSOE; José Montes y Laudelino Garcia.
Como quiera que, desde algunas viviendas próximas se habían oido las voces del terror, a la mañana siguiente se acercaron algunas personas para echar una mirada, observando que la tierra estaba removida en el lugar donde habían visto el día antes las excavaciones realizadas por la guardia civil, de tal manera que la desaparición de aquellas veinticuatro personas tan cruelmente asesinadas no pudo ser ocultada, hasta el punto de que el suegro de Celso Rodriguez Iglesias llegaba el mismo día 25 con la orden de su libertad, conseguida en Oviedo después de muchos avatares, pero cuando los mandos militares leyeron la misiva no pudieron evitar un gesto que los delataba. Ya era muy tarde. El mismo hermano de Celso, Paulino Rodriguez Iglesias, que sería alcalde en el ayuntamiento de San Martin del Rey Aurelio en 1.936, en las listas del PSOE, dejaría escrito al respecto: “Las autoridades ante el cariz que tomaban los acontecimientos con noticias incluso en la prensa internacional, ordenaron desenterrar a los muertos y hacerlos desaparecer para que no fueran fotografiados. Muchos no pudieron ser identificados; habían sido asesinados de la forma más salvaje que se pueda imaginar. La familia de Celso, tras muchas gestiones, pudo rescatar el cadáver. Hubo de ser trasladado en secreto, a altas horas de la noche y con la prohibición tajante de que se abriera el ataúd. Tenía la boca llena de tierra minera y otras señales de haber intentado salir de su sepultura”
Por su parte, la familia de Faustino Frigedo Martinez, otra de las víctimas, lograba el correspondiente permiso para el traslado de los restos desde Carbayin hasta el cementerio de Sama de Langreo. “En el cadáver también eran apreciables señales de haber sido golpeado en la cabeza, señales en el cuello como de estrangulación, algo saliente de la boca la lengua y una herida de arma blanca, con entrada por la espalda y salida por el pecho, en cuyo orificio había sangre coagulada”, según queda recogido literalmente en el informe de Gordón Ordás, reproducido en su obra “MI POLITICA EN ESPAÑA”
Estos informes contrastan con los efectuados por el entonces ministro de Obras Públicas, de paso por Asturias, que tuvo la desfachatez de afirmar que habían sido muertos en los montes de Tuilla 27 guerrilleros, en un choque con las fuerzas de la guardia civil, aunque mucho más grotesco resultarían las informaciones del periódico fascista ABC, de 26 de octubre de 1.934, señalando que “en la Faya de los Lobos, cerca de Bimenes, había habido un encuentro con grupos revolucionarios , en el que habían sido abatidos 19 de ellos”.
Al final, la investigación abierta en junio de 1.935 a raíz de las denuncias de los familiares de los asesinados, conducida por el teniente coronel Camilo ALONSO VEGA “Don Camulo”, que se encontraba en Sama con la columna SOLCHAGA el día del asesinato, no produjo ningún resultado.
ANTON SAAVEDRA