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NO OLVIDAR, PARA RECORDAR SIEMPRE

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cartilla de racionamiento en España, desde el 14 de mayo de 1939 hasta el 15 de junio de 1952...

Cartilla de Racionamiento en España, desde el 14 de mayo de 1939 hasta el 15 de junio de 1952…

“Si las consecuencias de toda guerra son desoladoras para la salud de los pueblos que la padecen, en el caso de la nuestra, en la que las privaciones fueron en gran medida fruto de una posguerra caracterizada por el trato discriminatorio impuesto a una masa de la población marcada por la derrota, es difícil hallar ni eximente ni atenuante al comportamiento de unos gobernantes que en su rigor nunca quisieron olvidar que su victoria y las condiciones de vida impuesta por ella se habían producido a costa de una parte de su propio pueblo”. (Rafael Bella y Carlos Martínez Bueno)

 

Finalizada aquella guerra cruenta e incívica en España, cuando  el 18 de julio de 1936 parte del ejército español se sublevó contra el gobierno legítimo de la II REPUBLICA (1931-1936) aduciendo que la República era un régimen sin  legitimidad política y contrario a la esencia católica de España, no sólo hubo vencedores y vencidos. También hubo hambre, escasez y miedo, donde muchos ciudadanos se vieron obligados a vender todas sus pertenencias de valor por un “chuscu” de pan negro, otros tuvieron que dedicarse a pedir por los pueblos y aldeas para poder subsistir,  y muchas mujeres se vieron obligadas a prostituirse por un poco de comida para sus hijos…

En efecto, los alimentos quedaron convertidos en un bien escaso, hasta el extremo de que las madres y abuelas, en una paciente, sufrida, dolorosa y desalentadora tarea de hogar y de familia, llegaron a cocinar tortillas de patatas sin huevos ni patata, guisos sin carne, fritos sin aceite, dulces sin azúcar; la cebada tostada se empleaba como sucedáneo del café; se hicieron pucheros con huesos; se echaban algarrobas en vinagre para que no criaran gorgojos y se comían como lentejas,  dando lugar, sin duda alguna, a los inicios de la cocina creativa en España…

La ropa se hacía a mano en cada casa, desde los calcetines de lana hasta los jerséis y los pantalones, y hasta se cogían los puntos de las medias de las mujeres, llegando al extremo de que cuando una prenda se dejaba por vieja, de las partes más sanas se hacían nuevas prendas para los más pequeños de la familia…

Los fumadores, aparte de recoger colillas, secaban hojas de patatas y avellano que luego se fumaban. El tabaco fue también racionado y sólo estaba destinado a los hombres, quedando excluidas las mujeres, como en tantas cosas. Los niños, los grandes perdedores de las guerras, siempre en la calle, sobrevivían ejerciendo las más variopintas tareas, entre ellas la de buscar colillas en las basuras de los cines, para vender luego su exiguo contenido como tabaco picado.

Cupones para el pan negro...

Cupones de la cartilla del racionamiento para el pan negro…

Una orden Ministerial del 14 de mayo de 1939 dejaba establecido un régimen de racionamiento en el país para los productos básicos de alimentación y de primera necesidad, creando para ello, dos cartillas de racionamiento, una destinada a la carne y otra al resto de productos alimenticios. Aquel salvoconducto del hambre o cartilla de racionamiento consistía en un talonario formado por varios cupones, en los que se hacía constar la cantidad y el tipo de mercancía. Las había de primera, segunda y tercera categoría, en función del nivel social, el estado de salud y el tipo de trabajo del cabeza de familia, y cada persona tenía derecho a la semana a 125 gramos de carne, 1/4 litro de aceite, 250 gramos de pan negro, 100 gramos de arroz, 100 gramos de lentejas rancias con bichos, un trozo de jabón y otros artículos de primera necesidad entre los que se incluía el tabaco. Sin embargo, una cosa era el derecho y otra lo que se podía adquirir realmente. Los productos que se entregaban eran básicamente garbanzos, boniatos, bacalao, aceite, azúcar y tocino. Rara vez se repartía carne, leche o huevos, que sólo se encontraban en el mercado negro. El pan, que era negro, porque el blanco era un artículo de lujo, quedó reducido a 150 o 200 gramos por cartilla. A los niños se les daba además harina y leche y a los que habían pertenecido al ejército franquista se les añadía 250 gramos de pan. Los militares, guardias y curas tenían derecho a 350 gramos de pan blanco, por supuesto. Pero, además, las cartillas no fueron para todos. En muchos puntos de la geografía española, a las viudas de los fusilados republicanos no les fueron entregadas. ¡¡¡Qué más daba, si ya se habían cargado a sus maridos ellas podían desaparecer también, aunque esta vez la muerte no serían las balas de un fusil, si no el hambre!!!

En efecto, tal y como se concibe la parte teórica de cualquier plan, aquellas cartillas tenían que  haber asegurado el abastecimiento de lo más imprescindible, pero no fue así, y como consecuencia de ello surgió un mercado negro (estraperlo) controlado por los jerarcas y prebostes del régimen, y por ese otro tipo de sujetos que siempre hacen negocio con la miseria humana. Tanto es así que en las tiendas se vendían todo tipo de productos “de lujo” a precios desorbitados. Y ocurrió lo que tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia: las familias con dinero siguieron comiendo bien y los españoles siguieron divididos nuevamente en distintas categorías: los vencedores con trabajo y sin carencia,  los sobrevivientes, perdedores de la guerra, que tenían un familiar fascista que les surtía de alimentos y, por último, los parias cuyo destino fueron los  hospitales, las colonias penitenciarias de trabajos forzados, y los cementerios.

Cupones de la cartilla de racionamiento para recoger patatas...

Cupones de la cartilla de racionamiento para recoger patatas…

Eso sí, la prensa y radio del régimen fascista seguía trasmitiendo a la población la esperanza de que llegaría la comida si resistían, como si al hambre le pudieras decir que esperara un poco. La triste realidad de aquella época de injusticias y calamidades es que si algo hizo una grandísima parte de la ciudadanía superviviente  española fue esperar y esperar en las largas colas durante los trece largos años que duraron las cartillas de racionamiento (1939-1952).

Transcurridos ochenta años de aquel golpe fascista que trajo la gran tragedia de nuestro país, la mayoría de los historiadores coinciden en atribuir la larga duración y la profundidad de la crisis económica de posguerra — el nivel de renta de 1935 no se recuperó hasta los finales de la década de los cincuenta — a la catastrófica política económica de autarquía e intervencionismo que siguió el régimen franquista durante los años 40 y qué sólo comenzó a rectificar en parte en los años 50.

Una política que estaba basada en tres principios que fueron tomados de la Dictadura de Primo de Rivera y de los planteamientos económicos de los fascismos europeos, sobre todo del italiano. El primero era la subordinación de la economía a una meta superior, política: convertir a España en una gran potencia militar e imperial. Para ello el Estado se haría cargo de la tarea de ordenar y regular la actividad económica porque, según los «economistas» franquistas en la economía de mercado los intereses «particulares» (de empresarios y trabajadores, enfrentados en una «lucha de clases») prevalecen sobre «el interés supremo de la nación». El resultado fue una pésima asignación de los recursos productivos, al sustituirse el mercado por una prolija legislación reguladora y por la creación de multitud de organismos interventores como la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes o el Servicio Nacional del Trigo. La prueba del mal funcionamiento del sistema fue que inmediatamente surgió aquel mercado negro, conocido como «estraperlo», hacia el que se canalizaban los productos ya que a allí alcanzaban unos mayores precios.

Tiendas del estraperlo en la postguerra española...

Tiendas del estraperlo en la postguerra española…

El segundo principio fue la potenciación de los sectores más ligados al poderío militar, relegando a un segundo plano la industria de bienes de consumo y la agricultura, ya que el objetivo de la política económica no era mejorar los niveles de bienestar de la población sino convertir a España en una gran potencia, y a ese objetivo había que sacrificar todo lo demás.

El tercer principio fue la autarquía. Un país con «vocación de imperio» no podía depender de otros países y, menos de otras potencias rivales, por lo que debía tener como meta final lograr ser autosuficiente. El propio general Franco era el principal valedor de esta idea, según sus propias declaraciones en 1938, cuando estaba convencido de que «España es un país privilegiado que puede bastarse a sí mismo. Tenemos todo lo que hace falta para vivir y nuestra producción es lo suficientemente abundante para asegurar nuestra propia subsistencia. No tenemos necesidad de importar nada». Así, la política autárquica se basaría en un proteccionismo a ultranza y en una limitación de las importaciones que quedarían bajo el férreo control del Estado.

Los resultados de aquella política autárquica e intervencionista al servicio de «un Estado imperial militar» fue «una profunda depresión económica que duró más de una década». Se produjo una fuerte caída de la producción agraria que provocó una gravísima hambruna, y únicamente cuando la escasez llegó a ser dramática, el general Franco, autorizaba la importación de productos alimentarios, por lo que sólo gracias al “trigo argentino” y la “ayuda norteamericana”, España se salvó de una total catástrofe alimentaria.

Eva Perón con Franco y toda su parafernalia en la cena de gala celebrada en el Palacio Real, con ocasión de la visita de la argentina a España... Para estos no existían las cartillas del racionamiento...

Eva Perón con Franco y toda su parafernalia en la cena de gala celebrada en el Palacio Real, con ocasión de la visita de la argentina a España… Para estos no existían las cartillas del racionamiento…

En efecto, estamos en el año 1946 cuando el gobierno argentino presidido por Perón concedía un crédito rotativo anual de 350 millones de pesos, con opción a renovarlo por otros dos años, a un interés del 2,75%. También le era otorgado a España un préstamo de 400 millones de pesos, a ser devuelto en 25 años, que debía ser utilizado para el pago a la Argentina de las importaciones realizadas por España entre 1942 y 1946, una deuda que alcanzaba 225,5 millones de pesos.

Respecto de la venta de cereales, el acuerdo aseguraba a España por lo menos 400.000 toneladas de trigo en 1947 y otras 300.000 en 1948, siempre que el excedente de las exportaciones de trigo argentino no estuviera por debajo de 2, 6 millones de toneladas.

Si fuera así, Argentina se comprometía a vender a España al menos 15% del mismo en 1947 y 12% en 1948. Condiciones semejantes se acordaban para el período 1949-1950. Asimismo, se convenía la venta de 120.000 toneladas de maíz en 1947 y otras 100.000 al año siguiente. Hasta 1951, España podría importar también carne, aceite comestible, legumbres y otros productos. Todo ello ligado a los excedentes de Argentina.

Leche en polvo, procedente de EE.UU. para las escuelas españolas...

Bidón de leche en polvo, procedente de EE.UU. para las escuelas españolas…

La contrapartida española acordada en el Protocolo Franco-Perón obligaba a entregar a Argentina: equipos ferroviarios, hierro, palanquilla, chapa negra, plomo, corcho, productos textiles, madera, zinc, mercurio, maquinaria agrícola y la construcción de barcos en sus propios astilleros, que integrarían la nueva flota fluvial argentina. Y lo más singular de todo, la concesión de zonas francas en puertos nacionales para que el país austral pudiera dar salida a sus productos en los mercados europeos; concretamente se llegó a hablar en 1948 de la cesión por 50 años de un puerto franco en Cádiz. También se establecieron algunos compromisos para que Argentina pudiera acoger a una importante cifra anual de emigrantes españoles. Era un acuerdo entre un país entonces poderoso, y un régimen europeo aislado y en extremas dificultades, con un severo sistema de cartillas de racionamiento.

Pero aquella luna de miel, en la que Perón, al margen de las ayudas materiales, había prestado un importante servicio político a Franco, rompiendo el aislamiento que sufría nuestro país, no duraría mucho, siendo uno de los principales motivos de la discordia la interpretación de las cantidades que Argentina debían reinvertir en España no llevadas a efecto.

Al terminar 1948 Argentina solicitaba a España garantías de pago en oro o dólares por los cereales que había exportado. Una contraprestación inesperada difícil de cumplir para el régimen de Franco que trataba de ganar tiempo. La situación estallaría en 1949 con la decisión argentina de suspender los acuerdos con España de los meses inmediatamente anteriores y el embargo parcial de sus exportaciones, mientras España se oponía a pagar en dólares. El disgusto en el gobierno español fue evidente, pero difícilmente se transmitió a la opinión pública, tras la utilización que se había dado en 1947 al papel de un Perón “solidario con el país hermano”. Pero ya el tiempo empezaba a jugar a favor de España. Madrid ya no necesitaba a Argentina como suministrador de alimentos, cuando el boicot internacional se había resquebrajado y se mostraban indicios de que Estados Unidos podía cambiar de posición respecto al régimen de Franco.

Cartilla de fumador durante los tiempos del racionamiento en la España de la postguerra...

Cartilla de fumador durante los tiempos del racionamiento en la España de la postguerra…

Así llegamos al 26 de septiembre de 1953 cuando se firmaba el denominado «Pacto de Madrid» entre los gobiernos de España y EE.UU. que contenía tres acuerdos bilaterales: de defensa mutua, de cooperación económica y de asistencia técnica.

En lo sustancial, los EE.UU. lograban su objetivo de poder instalar una serie de bases militares en territorio español, a cambio de una ayuda económica que, y éste es un elemento sorprendente del Pacto, quedaba sin determinar. De hecho, al día de hoy, todavía no existe un acuerdo entre los investigadores sobre la cifra total de la ayuda americana. El gobierno español se comprometía, además, a introducir medidas económicas liberalizadoras y a poner fin a la política económica autárquica.

Los fondos de la ayuda no eran, como muchas veces se escribió, donaciones a fondo perdido. Tampoco eran, en su totalidad, préstamos. Se trataba de una mezcla de ambos, eran en parte préstamos y en parte donaciones. En el caso de nuestro país una buena parte de la ayuda americana consistió en la concesión de préstamos con interés. Encontramos aquí una primera diferencia importante con el Plan Marshall. Las ayudas recibidas por los países europeos occidentales, bajo la cobertura de dicho Plan, fueron, en su mayoría, donaciones. El trato que recibió España fue, en este sentido, peor que el que recibió Italia, Alemania o Francia.

El queso y la leche en polvo de los EE.UU. para las escuelas españoles, a cambio de la colocación de las bases militares en nuestro territorio...

El queso y la leche en polvo de los EE.UU. para las escuelas españoles, a cambio de la colocación de las bases militares en nuestro territorio…

Otra faceta a destacar de la ayuda es que generaba lo que se denominaban «fondos de contrapartida». Estos fondos eran el valor en pesetas del importe en dólares de la ayuda. El gobierno español tenía que poner a disposición del gobierno de los EE.UU. una parte de los fondos procedentes de la ayuda, en pesetas, para atender los gastos del gobierno norteamericano en España, gastos entre los cuales destacaban los relativos a la construcción de las bases. Es decir, de modo más sencillo, parte de la ayuda americana fue destinada a atender las necesidades militares y económicas de los norteamericanos en nuestro país. En lo que concierne a la ayuda propiamente dicha, el 60 por ciento de los fondos de contrapartida correspondían al gobierno norteamericano para financiar la construcción de las bases militares. Otro 10 por ciento se asignaba también al gobierno norteamericano para atender a sus gastos administrativos en España. El 30 por ciento restante, finalmente, correspondía al gobierno español, con carácter de donación, para ser invertido en transportes, comunicaciones e industrias defensivas con la aprobación de las autoridades norteamericanas.

Otro rasgo de la ayuda fue su carácter condicionado, pues no se trataba de fondos sobre los cuales el gobierno español tuviera plena libertad para su utilización. Parte de la ayuda, como la totalidad de las donaciones y buena parte de los préstamos, se organizó fundamentalmente en función de los propios intereses norteamericanos. Así sucedió con las donaciones de productos alimenticios y con los préstamos concedidos para la compra de productos agrícolas, que permitieron dar salida a excedentes agrarios norteamericanos, particularmente a excedentes de algodón.

Latas de mantequilla procedente de EE.UU. para las escuelas, que nunca logramos ver porque era enviada por los directores de las escuelas para la venta en el estraperlo ...

Latas de mantequilla procedente de EE.UU. para las escuelas, que nunca logramos ver porque era enviada por los directores de las escuelas para la venta en el estraperlo …

Como ha quedado señalado, no se disponen de unas cifras definitivas del volumen total de la ayuda americana. Existen, incluso, discrepancias a la hora de clasificar como ayuda oficial algunas donaciones que tuvieron carácter privado como las de alimentos, por valor de 129,4 millones de dólares, procedentes de organizaciones católicas norteamericanas (National Catholic Welfare Conference), que se distribuyeron en España por Cáritas.

Efectivamente, la ayuda alimenticia norteamericana que de modo más visible y real pudo percibir el pueblo llano, humilde y pobre, fue la leche en polvo, la mantequilla y el queso, productos que estuvieron vedados durante muchos años entre las capas sociales más necesitadas.

Al respecto, recuerdo perfectamente, como en la hora del recreo de la escuela, nos repartían aquella leche y trozos de queso procedentes de la ayuda americana. La leche la elaboraban con leche en polvo y tenía un extraño sabor. El queso venía en unas grandes latas cilíndricas que llevaban el emblema de la ayuda: dos manos estrechándose con el fondo de la bandera norteamericana. De la mantequilla nunca supimos, porque eran vendida en el estraperlo por algunos maestros a modo de “sobresueldo”, al igual que ocurría con una parte importante del queso.

El movimiento liberalizador se agotó pronto y sólo ante el inminente colapso de la economía española se abordó, a instancias de los organismos económicos internacionales, un nuevo y serio proyecto de liberalización y apertura económica en 1959, que conocemos como el «Plan de Estabilización», en el que ya tuvieron un papel protagonista algunos destacados economistas españoles.

ANTON SAAVEDRA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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