Ni siquiera había soñado con ser algún día el secretario general del Sindicato Minero de U.G.T. en Asturias, cuando desperté elegido por los compañeros mineros de España como el máximo responsable de la FEDERACIÓN ESTATAL DE MINEROS DE U.G.T. (1978-1988), pero el culmen de mi trayectoria sindical se realizaría cuando fui nombrado vicepresidente de la FEDERACIÓN INTERNACIONAL DE MINEROS (F.I.M.) en el 43 Congreso Mundial de la Minería, celebrado en Madrid el año 1979, lo que me iba a permitir un aprendizaje de lo que realmente tenía que ser la lucha sindical organizada en los niveles mundiales, si de verdad queríamos dar soluciones a los problemas de cada país.
Lo primero que aprendí en mi trayectoria sindical internacionalista (1979-1989) fue que, aquellos países que seguimos llamando pobres son explotados por aquellos otros países llamados ricos, a veces demasiado pobres para ostentar ese título, y, por lo tanto, no se podía seguir hablando de países pobres, sino de países saqueados, explotados y esclavizados, pero no pobres. Una cuestión me había quedado demasiado clara: sólo en el Cono Sur de América Latina y el Cuerno de África, por no hablar del petróleo en el polvorín del Oriente Medio, se atesora más del ochenta por ciento de las materias primas que mueven este mundo de guerras en busca permanente de esos botines enterrados en los que tan mal como interesadamente seguimos llamando países pobres.
De hecho, en la Unión Europea seguimos viviendo sobre una burbuja con una falsa ilusión de seguridad, en gran parte gracias al saqueo de recursos materiales y biológicos de todo tipo venidos de esos países llamados pobres. Esta “fortaleza europea”, desde mi punto de vista, se mantiene principalmente mediante la externalización temporal de los nefastos impactos colaterales sociales y ecológicos generados por nuestros sobreconsumidores estilos de vida y por el crecimiento de la escala material de la economía y la producción en un planeta finito en materiales. Lo cierto es que nuestra “cómoda y segura existencia” es provisional, quiero decir que tiene fecha de caducidad más pronto que tarde, entre otras cuestiones, porque la cada vez más frágil burbuja europea puede reventarse rápidamente al estar rodeada por millones de personas que sufren cada vez más las consecuencias directas e indirectas de ese proceso histórico de gran explotación en esos países llamados del tercer mundo, como si existieran varios mundos en este Planeta tierra.
El ejemplo más claro de lo expuesto me lo confirmaban mis visitas a países como Colombia o Sudáfrica, ambas entre las mayores productoras y exportadoras de carbones, extraídos en sus megaminas a cielo abierto por multinacionales como la BHP BILLITON, ANGLOAMERICAN y XSTRATA, en las minas del Cerrejón en La Guajira de Colombia, o las ANGLO AMERICAN COAL y GLENCORE en Sudáfrica.
Allí, en las minas colombianas del Cerrejón, una de las explotaciones a cielo abierto más grandes del mundo, pude ver con mis propios ojos a niños de 11 y 12 años, trabajando por un bocadillo de mortadela durante 12 horas diarias, en relevos de día y noche, amparados en una legislación laboral con prácticas de contratación antiobreras, donde la persecución sindical a sangre y fuego, la tercerización y negación de los principales derechos sociales, como las vacaciones anuales, o la falta total de seguridad social y seguridad en el trabajo, figuraban entre las violaciones normales, que ayudaban para extraer ese carbón tan “barato” que permitía, y sigue permitiendo, los grandes negocios en las exportaciones masivas de carbón hacia los países que, como Reino Unido, Alemania, Francia o España, entre otros, sirven para que los gobiernos de estos países – a veces, tan patrioteros ellos -, sigan clausurando sus propios yacimientos, en muchos casos con la vergonzante colaboración de los llamados sindicatos de clase, revolucionarios e internacionalistas.
Y, allí, en las minas sudafricanas de la antigua Pretoria, pude ver y hablar con los mineros negros, en plena etapa del Apartheid, aprovechando una de las reuniones del comité ejecutivo de la INTERNACIONAL MINERA, de la mano de Cyril Ramaphosa – un abogado que fundaría el Sindicato Nacional de Mineros (N.U.M), llegando a ser uno de los ministros en el gobierno de Mandela, que acabaría siendo miembro de la Coca-Cola Company International Advisory Board y de otros consejos en distintas multinacionales de la Energía, Banca, Seguros y Telecomunicaciones, figurando en la lista de Forbes como uno de los hombres más ricos de Sudáfrica -, secretario general de la NUM y miembro del comité ejecutivo de la Internacional Minera.
En el país más rico de África – 25% del PIB total del continente africano -, he conocido la vergüenza de ver a miles de trabajadores mineros que vivían hacinados en barracas o chozas de hojalata y cartón, sin luz ni agua, con unas letrinas comunitarias que consistían en un simple agujero en el suelo, con escasas posibilidades de convivir con sus familias ni llevar, los que tenían la fortuna de convivir con ellas, a sus hijos a la escuela. Y todo por un sueldo de miseria, con el que en una jornada agotadora de 14 horas solo alcanzaba para comprar dos cervezas en la cantina de los negros, y una en la cantina de los blancos.
Lógicamente, el tradicional internacionalismo del movimiento obrero y del propio derecho del trabajo, imponían, desde mi punto de vista, la total necesidad de una acción sindical más allá de las fronteras de cada país, repensando y jerarquizando el concepto y la práctica de la política internacional de los sindicatos. En absoluto, tal y como versaban mis intervenciones en el comité ejecutivo de la Internacional de Mineros, se trataba de tener una secretaría y administrarla como si fuera una agencia de viajes, sino desarrollando estructuras sindicales internacionales que actuasen con solvencia ante el poder de las multinacionales, aunque ello resultase fácil de decir y muy difícil de poner en práctica.
Sin duda alguna pensaba, y sigo pensando, que de todas las frases del Manifiesto Comunista, la más importante, la que ha golpeado la imaginación y los corazones de todas las generaciones de militantes obreros y socialistas ha sido la que encabeza este pequeño informe de mí vida: “Proletarios de todos los países, ¡uníos!” Esta era, desde mi punto de vista, la principal fuerza en la lucha de clases contra el sistema capitalista mundial, y el eje, alrededor del cual debían de articularse las diversas luchas, y así lo repetía una y otra vez en todas las reuniones, pero siempre quedaban en el vacío, tal y como se hablase en una reunión de sordomudos, hasta que me fui dando cuenta de que la Internacional Minera, no actuaba sino como un apéndice de las mismísimas multinacionales.
Cada vez que yo mentaba aquello de que para Marx y Engels, el internacionalismo era la pieza central en la estrategia organizativa de la lucha obrera contra el capital global, y la expresión de una visión humanista-revolucionaria, por la cual, la emancipación de la humanidad era un valor ético supremo y el objetivo final del combate, cada vez que los alemanes, siempre presidiendo el comité ejecutivo en la persona de Adolf Schmidt, se revolvían sus vísceras anticomunistas en los asientos.
En cierta ocasión, allá por el año 1983, se iba a celebrar el 44º Congreso Minero de la Internacional de Mineros, organizado por los alemanes de la IGB en el Hotel “Atlantic Congress” de ESSEN. Un congreso que se presentaba muy “movido” como consecuencia de la jubilación del presidente de la National Union of Mineworkers (NUM) del Reino Unido, el laborista Joe Gormley, sustituido por su eterno vicepresidente, el comunista Arthur Scargill, y aquello levantaba ampollas entre los alemanes al tener que ocupar éste la vicepresidencia de la Internacional de Mineros. Meses antes, los alemanes de la IGB me habían invitado, junto con los belgas, suecos y austriacos, entre otros, a una especie de Conferencia Minera, celebrada en la ciudad de Aquisgrán, consistente en realizar viajes turísticos por distintos lugares de Alemania, con visitas a bodegas de cerveza y comidas en restaurantes de lujo, donde trataban de hacernos ver el peligro comunista que suponía el tener que admitir a Arthur Scargill como vicepresidente de la Internacional Minera, aunque yo me dejé llevar por aquella posición que me parecía la típica “chorrada” de unos chiquillos en la escuela.
La cuestión fue que, una vez comenzado el plenario del congreso, no solo mantuve la total independencia de mi voto en la intervención, sino que ahondaba en la necesidad de un fortalecimiento de las estructuras a través de la unidad real de todos los mineros del mundo: “…por encima de cualquier otra consideración, compañeros, los mineros estamos unidos por unos mismos intereses, generados en la situación de explotación y opresión en que viven la mayoría de los mineros en los distintos países del mundo, sean comunistas, laboristas, socialdemócratas o demócratas cristianos, y su lucha final será siempre la misma, la abolición de la explotación (…) Renovarse o morir: ese es el dilema del sindicalismo en el actual contexto que nos toca vivir, donde la falta de democracia y la excesiva burocratización de nuestras estructuras han debilitado al extremo a los sindicatos que representamos, pero esa renovación, en el actual mundo global, en absoluto puede dejar de lado una necesaria recuperación del internacionalismo, capaz de establecer redes y coordinar acciones comunes, como ya viene ocurriendo con las multinacionales, entre otras cuestiones, porque toda organización que se precie de tal y quiera cumplir con sus cometidos necesita volumen y músculo, y en una sociedad con intereses de clase muy diferentes no es suficiente tener la razón, sino que también se necesita argumentar, demostrar y convencer, de tal manera que para dar las batallas y ganarlas, no son suficientes el empuje y la convicción voluntarista (…) Compañeros: frente a la unificación mundial del gran capital lo que debe de anteponerse a todo es la unión de sus adversarios. Si en el siglo XIX, los sectores más conscientes del movimiento obrero, organizados en las Internacionales, fueron vanguardia contra la burguesía, hoy en día se encuentran dramáticamente en retroceso respecto a ésta. Nunca la necesidad de la asociación, de la coordinación, de la acción común internacional, desde el punto de vista sindical, en torno a reivindicaciones comunes, ha sido tan apremiante, y nunca por otra parte ha sido tan débil, frágil y precaria…”
Pues bien, a pesar de haber sido la intervención más aplaudida del congreso, la misma no sirvió absolutamente para nada, porque aquello “acabó como el rosario de la aurora”, sin ninguna resolución congresual sobre la gravísima problemática que vivían los mineros contra su enemigo del momento, tal como era la proliferación mundial de la energía nuclear y la importación masiva de carbones. Pero lo más infantil de todo fue que los alemanes, ante su impotencia argumental, se conformaron con no pagarme la estancia en aquel hotel de lujo , que ellos mismos habían alquilado para todos los asistentes, tal y como pude comprobar a posteriori, lo que me causó pena y risa a la vez.
En realidad, aquella lucha “fraterna” entre británicos y alemanes en aquel Congreso solo había servido para dejar escrita la crónica de una muerte anunciada para la FEDERACIÓN INTERNACINAL DE MINEROS (F.I.M), hasta llegar a su desaparición de la escena internacional del movimiento obrero al quedar integrados sus restos en la Federación Internacional de Trabajadores de Química, Energía, Minería e Industrias Diversas, allá por el año 1995.
La estúpida venganza de los alemanes vendría a raíz de la declaración de la huelga de 1984 en la minería del Reino Unido, donde la INTERNACIONAL DE MINEROS, lisa y llanamente, pasó olímpicamente de ella, aunque desde nuestra Federación Estatal de Mineros de UGT estuvimos desde el principio con los mineros huelguistas, entre otras cuestiones, porque eran más importantes sus reivindicaciones que su presidente, Artur Scargill, y toda la dirección de la IGB alemana juntos.
En efecto, los planes del gobierno presidido por Margaret Thatcher consistían en cerrar 20 de los 174 pozos y la consecuente supresión de 20.000 de los 187.000 puestos de trabajo, a la vez que pretendía limitar el derecho de huelga, la desregulación de las jornadas laborales y el debilitamiento del fuerte sindicato de los mineros británicos.
El detonante sería en la mina de Cortonwood, situada en el condado de Yorkshire, una región donde el laborismo de izquierda tenía un bastión importante, y donde la subsistencia de la región dependía de la mina. El 1 de marzo de 1984 se les comunicaba a los representantes sindicales que la mina se cerraría en un plazo de cinco semanas, ocasionando el llamamiento a una huelga que se extendería, desde el 12 de marzo a otras regiones, como Durham, Northumberland, Kent, Escocia y Gales del Sur, de tal manera que en noviembre de 1984 un 73 por ciento del total de 187.000 mineros formaban parte activa del movimiento huelguístico.
La Thatcher había declarado ilegal la huelga con el reparo de no haberse hecho una votación a escala nacional entre los afiliados al sindicato, como se preveía en una de las leyes antisindicales aprobadas durante su gobierno, y después de muchas negociaciones fracasadas entre el sindicato y la empresa, el gobierno conservador apostó por un desgaste paulatino de los huelguistas, que obligó a que más de un 50 por cientos de los huelguistas se fueran reincorporando a sus puestos de trabajo, acuciados por la pobreza y la falta de perspectiva. Así se llegó a la fecha del 3 de marzo de 1985, casi un año después, cuando la conferencia de delegados mineros de todo el país, tras una difícil votación, se puso fin a la huelga.
Es verdad que fueron varios los elementos que incidieron en aquella derrota de los mineros – no solo la falta de apoyo por parte de la INTERNACIONAL DE MINEROS – entre éstos el hecho de que a diferencia de las dos huelgas anteriores de los años 1972 y 1974, que habían tenido el apoyo de los otros sindicatos miembros de la TRADE UNION CONGRESS, sólo el sindicato de la marina mercante y el de los maquinistas de tren prestaron esta vez su apoyo a los mineros, así como también el papel de un controvertido dirigente sindical como Arthur Scargill, al que le hacían responsable de su empecinamiento en no haber hecho el referendo nacional dentro del sindicato, un error estratégico que la Thatcher siempre utilizó como arma para declarar la ilegalidad e ilegitimidad de la huelga, pero no es menos cierto que el factor más importante en la derrota, sin lugar a ninguna duda, fue el carbón que el general Wojciech JARUZELSKI, primer ministro del gobierno comunista polaco, le suministró al gobierno de la Thatcher durante todos los meses que duró la huelga, permitiendo que no hubiera escasez de carbón en el país y que la huelga no hubiera alcanzado la contundencia necesaria.
A pesar de la derrota, esta huelga permanece aún hoy en la memoria de grandes sectores de la población por la trascendencia social y política que tuvo el movimiento dentro de la sociedad británica y del resto de Europa, aunque vuelvo a reiterar, los mineros británicos adolecieron de lo que se nos llena la boca en las declaraciones protocolarias sindicales: SOLIDARIDAD INTERNACIONAL.
Era verdad que, por el solo hecho de mentar el nombre de la INTERNACIONAL DE MINEROS, ello significaba un fuerte apoyo para las organizaciones sindicales mineras del país donde reuníamos nuestro Comité Ejecutivo, así como una cierta presión hacia los gobiernos y empresas explotadoras – en su mayoría multinacionales mineras -, pero no es menos cierto que ellos sabían, a través de los distintos “dirigentes” que actuaban al servicio de los servicios secretos incrustados en las estructuras del movimiento obrero internacional, que estábamos actuando de “farol”, cual partida de mus se tratase, hasta el extremo de que esperaban a que “pegaremos el puñetazo en la mesa” y echáramos las “pestes” de rigor en los medios de comunicación sobre sus actuaciones contra los trabajadores del país, aunque al final siempre acabábamos siendo sus invitados a comer o cenar en los mejores restaurantes de la zona.
En cierta ocasión, a raíz del gravísimo conflicto que nos tocó librar en el sector cuprífero de Huelva, allá por el mes de julio de 1986, después de ver a los mineros del cobre en la mina Panguna, en las montañas de Bougainville Central, trabajando con un ventolín en su boca para poder seguir respirando – los que se podían permitir aquel lujo de poder tener el dinero para comprarlo – como consecuencia de las insalubres e inhumanas condiciones de vida y trabajo en lo que estaba considerada la mina más grande del mundo, opté por no asistir a la cena del comité ejecutivo que se celebraba, por invitación de la compañía anglo-australiana Bougainville Copper Ltd. (53 por ciento propiedad de Riotinto Zinc), en el restaurante del mismo hotel donde estábamos alojados, logrando mantener lo que siempre consideré la entrevista sindical más importante de mi vida. Se trataba del antiguo trabajador de la empresa minera FRANCIS ONA, un luchador sindical del que obtuve una información detallada sobre las condiciones sociales y laborales de aquellas gentes, la cual sólo con recordarlas me pone los “pelos de punta”.
Unos años más tarde, allá por el año 1989, pude saber través de la intérprete irlandesa participante en la entrevista, que aquel dirigente sería el protagonista de la llamada “Revolución del Coco”, una lucha tremendamente desigual y violenta que llevaría a que un grupo de personas, en su mayoría mineros, iniciaran aquella batalla contra el estado de Bougainville, que disponía de un ejército regular equipado y entrenado por la poderosa Australia, y contra una de las mayores y más poderosas compañías mineras del planeta, como era la RIO TINTO ZINC, aquel monstruo con profundas ramificaciones financieras que la unían con la mismísima familia ROTHSCHILD, que también contaba con todo un ejército de mercenarios profesionales, que a final tuvieran que “hincar la rodilla”. Lo realmente significativo de aquella revolución fue la increíble muestra de dignidad, creatividad, ingenio, convicción y fe en las propias posibilidades del pueblo de Bougainville, hasta el punto de que llegaron a obrar un auténtico milagro, sobre todo después de haber sufrido un insidioso bloqueo por parte del gobierno, que se prolongaría a lo largo de siete años, con el fin de evitar que sus habitantes recibieran suministros de ningún tipo: ni víveres, ni medicamentos, ni gasolina para utilizar los vehículos que aún permanecían en la isla.
Pero, volviendo a la empresa RIO TINTO MINERA en Huelva, participada por la inglesa RIO TINTO ZINC en un 49 por ciento, ésta había presentado un expediente de regulación de empleo para 1.500 mineros – previamente habíamos librado otros duros conflictos similares en las empresas cupríferas de Tharsis, Herrerías y Mina Concepción –, que pasaba por la eliminación de la línea extractiva de cobre en sus centros de Riotinto en Huelva y Cebreiro en La Coruña para abastecer su fundición onubense del mineral procedente de Papúa-Nueva Guinea, concretamente de la mina Panguna de Bougainville, de la que es propietaria mayoritariamente RIO TINTO ZINC, tal y como ha quedado dicho.
Se trataba de una estrategia típica de las multinacionales mineras que pasaba por reducir o anular sus yacimientos repartidos por todo el mundo, optando claramente por una selectividad de los mismos, sin olvidar que todo el sector mundial del cobre estaba monopolizado por siete empresas, fuertemente interconexionadas entre sí, llegando a formar una densa malla. Sin embargo, desde el movimiento obrero internacional, nunca fuimos capaces de plantearnos ningún tipo de acciones para el combate, fuera de las típicas y reiteradas resoluciones rimbombantes de nuestros congresos y comités o de los “pactos” vergonzosos entre el pandillerismo sindical, las empresas y los gobiernos, como viene ocurriendo en nuestro país, desde que los sindicatos llamados mayoritarios en España cambiaron la “lucha de clases” por la “lucha de frases.”