Pero, no fue en el Pozo Barredo de Mieres para justificar teatralmente el cierre de las explotaciones mineras del carbón en Asturias, sino para salvar la minería del hierro en la localidad onubense de Cala, permaneciendo treinta y dos días en el interior de una mina abandonada hasta lograr la salvación de la misma: ” Los mineros encerrados en el interior de la mina de Cala (Huelva) durante 32 días abandonaron el túnel ayer, festividad del Primero de Mayo, para “dejar al Gobierno que cumpla lo que ha prometido”. El fin del encierro está condicionado, no obstante, a que el próximo día 20 el Gobierno se pronuncie sobre las fechas de puesta en marcha de la planta de pellets en Fregenal de la Sierra (Badajoz) y de esta manera no se pueda hacer el proyecto una lanza electoral en Andalucía. Aunque todavía desconfían de las promesas gubernamentales, los barrenos colocados en la galería, a seiscientos metros de la entrada, están ya desconectados (…). El portavoz del gobierno ratificó la voluntad política del Consejo de Ministros para la puesta en marcha de la planta de pellets en Fregenal de la Sierra y adelantó que, para ello, quedan solo por estudiar dos puntos esenciales: la previsión del precio de venta de los pellets y la garantía de su calidad para poder ser utilizados por los altos Hornos de Ensidesa (…) Felipe González, secretario general del PSOE, había sembrado la idea de finalizar el encierro durante su almuerzo en el interior de la mina, el pasado viernes, pero los mineros se negaron a ello”(EL PAIS, 2 de Mayo de 1982).
En efecto, aquel conflicto de Cala marcaría, desde mi punto de vista, una época en las reivindicaciones laborales de aquella España que comenzaba a despertar de su letargo. Durante la década de los años 70, más de 350 personas habían trabajado en aquella mina de hierro, convirtiendo al municipio de Cala en el segundo de Andalucía en renta per cápita – sólo superado por Marbella -, pero la amenaza de su cierre hizo que la Federación Estatal de Mineros de UGT, única fuerza sindical en el comité de empresa, se implicara en el conflicto desde el primer día, hasta el punto de que, aprovechando mi visita del 30 de marzo de 1982 a los compañeros encerrados en el interior de la mina, decidí quedarme encerrado con ellos.
Por aquel entonces, nuestra organización tenía a su disposición el mejor “equipo” de profesionales mineros de España, procedentes todos ellos del Instituto Geológico y Minero (IGME) y de la Empresa Nacional Adaro de Investigaciones Mineras (ENADIMSA), lo que nos permitía ofrecer alternativas reales a los problemas, en esta ocasión perfectamente combinadas con la presión de los trabajadores en la calle y en los centros de trabajo. El mercado de chatarra se había encogido con la crisis del petróleo, y en 1974 la chatarra había comenzado a escasear y, por supuesto, a encarecerse. España necesitaba este material para su conversión siderúrgica, y en los círculos industriales se pensó en la posibilidad de fabricar prerreducidos que evitasen en parte la importación de chatarra, para lo que se necesitaba mineral magnético español, encontrándose este en las minas de Cala y Berrona.
El proyecto trataba de la fabricación de prerreducidos en el suroeste de España para transportar el concentrado de mineral de hierro a una planta de peletización que se situaría en el pueblo pacense de Fregenal de la Sierra. En la planta se convertirían en pellets – pequeñas bolas de mineral previamente triturado y concentrado hasta un 67% de contenido férreo – alrededor de 1.330.000 toneladas anuales de mineral extraído de las minas de Cala en Huelva, y Berrona en Badajoz, cuya producción de pellets sería destinada a la industria privada, a Ensidesa y a la actividad exportadora, siendo las previsiones de creación de empleo en cerca de 900 puestos de trabajo – 325 en Cala, 198 en mina de Berrona, 172 en la planta de peletización de Fregenal de la Sierra, y 175 en la planta de prerreducidos -, con un volumen de inversión en torno a los 33.000 millones de pesetas.
Una vez en el interior de la mina, lo primero que hicimos fue preparar el habitáculo, instalando un teléfono para comunicarnos con el exterior, preparando nuestros dormitorios – consistentes en unas colchonetas sobre el suelo -, pero a los tres días del encierro comenzó a llover fuertemente, ocasionando una gran riada en el interior de la explotación abandonada que nos arrasó todo el entramado, teniendo que reconstruirlo nuevamente, aunque esta vez con unos camastros de madera, aislados del suelo, y las colchonetas encima.
En el interior no teníamos luz, así que metimos unos bombonas de gas que, junto con el fuego permanente que usábamos de cocina, no solo servían para calentarnos por la noche, sino que nos permitía ver lo suficiente a la hora de leer las noticias de los periódicos o escribir nuestros comunicados al exterior.
Debo de reconocer que yo fui el que mejor “vivió” en aquel encierro, pues tenía que salir bastante al exterior para participar en las distintas asambleas y concentraciones organizadas casi todos los días en los distintos pueblos del suroeste andaluz, así como animar los encierros que, de manera simultánea al encierro minero, habían organizado en el pueblo: las mujeres en la iglesia, los guajes en la escuela, aunque sin dejar de asistir a clase, y así sucesivamente…
Ni siquiera había transcurrido una semana de nuestro encierro, cuando se “corrió” por la zona de que los antidisturbios de la Guardia Civil tenían previsto entrar por la noche en la mina para sacarnos de allí por la fuerza. La respuesta, por nuestra parte, no se hizo esperar ni un solo minuto, así que nos abastecimos de la suficiente dinamita almacenada en los polvorines de la empresa, colocando una “pega” a los seiscientos metros de donde nos encontrábamos, dispuesta para “explosionarla” cuando nosotros decidiéramos, de tal manera que en el momento que tuviéramos que hacerlo, simplemente ocurriría con la simple maniobra de levantar el teléfono para llamar a Radio Nacional de España. Aquello provocaría el hundimiento de una parte muy importante de la mina, teniendo que esperar unos cuantos días antes de que llegaran los “rescatadores” al lugar donde nosotros teníamos instalado el campamento minero, lo que había sembrado un cierto temor entre la población, no sólo de la zona, sino de España entera.
Me acuerdo de la primera visita de Felipe González a la mina, cuando estábamos en plena huelga de hambre, quien se interesó por el sistema que teníamos instalado para el hundimiento de la mina con nosotros adentro, hasta el punto de que le hicimos un simulacro con “medio cartucho de dinamita”, haciéndole explotar en un rincón de la mina, hasta el punto de cambiarle el color de su cara, para decirnos: “Antón, estás zarvaje; tienes que acabar con la huelga de hambre y desistir de esta locura”, a lo que le contesté, delante de los compañeros, de que yo no estaba allí para hacer campaña electoral con los problemas de los trabajadores, sino que me había desplazado desde Asturias para buscar y lograr soluciones, tal y como era mi manera de pensar y actuar sindicalmente, desechando en todo momento el meter a los trabajadores en callejones sin salida. El entonces secretario general del PSOE y candidato a la presidencia del gobierno de España, Felipe González, nos prometió que volvería a visitar a los encerrados, como así ocurrió.
Mientras los alcaldes de los pueblos afectados por el conflicto protagonizaban sentadas a las puertas del Ministerio de Industria y Palacio de la Moncloa, nosotros recibíamos la visita de nuestro secretario general, Nicolás Redondo, a la vez que celebrabamos una asamblea en la explanada de la mina para convocar una manifestación en Huelva para el día 17 de abril. En aquella manifestación, donde tuve que intervenir desde un escenario improvisado en los escalones de la Delegación de Hacienda, dábamos un plazo de 24 horas al gobierno de la nación hasta el establecimiento de un programa para la puesta en marcha inmediata de la planta de pellets, exigiendo un documento firmado donde quedara reflejado el calendario de fechas, apoyado con la convocatoria de una huelga general que paralizó toda minería onubense, y la convocatoria de una gran movilización para el domingo, 26 de abril, en la localidad pacense de Fregenal de la Sierra que concentró a más de 20.000 personas procedentes de todas las zonas mineras de España. Por aquellas fechas, los encierros de personas afectadas por el conflicto se habían generalizado, calculándose en más de cuatrocientas personas, encerradas en los ayuntamientos, iglesias, escuelas y centros sociales.
Aquellas convocatorias y acciones de presión por nuestra parte debieron de surgir efecto, porque el día anterior a la manifestación, el presidente de la Junta de Extremadura, el centrista Manuel Bermejo, era citado en el Palacio de La Moncloa por el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, para hablar del proyecto, llegando incluso a amenazar públicamente con presentar su dimisión irrevocable si el proyecto no se llevaba a cabo: “con la realización del proyecto se ahorrarían siete mil millones de divisas, se enviarían a Extremadura mil cien millones de jornales al año y se crearían una corriente financiera por valor de quince mil millones de pesetas, además de mejorar las comunicaciones con Huelva, tanto por ferrocarril como por carretera”, afirmaba literalmente el presidente autonómico ante las miles de personas asistentes a la magna concentración de Fregenal de la Sierra.
Así llegamos a la fecha del 28 de abril, cuando los mineros encerrados decidimos poner fin al encierro, pero sin alejarnos mucho de “nuestra mina”, debido fundamentalmente a las expectativas esperanzadoras que podían surgir de la reunión que se iba a celebrar al día siguiente, 29 de abril, en el Palacio de la Moncloa con el Presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo.
En aquella reunión, el presidente había transmitido a los representantes de los mineros “su esperanza en la viabilidad del proyecto PRESUR y la voluntad firme del Gobierno de llevar éste adelante”, añadiendo que tenía que actuar “con rigor y seriedad”, a la vez que advertía que, el Ejecutivo “en ningún caso negociaría bajo presión”, postergando la decisión sobre la instalación de la planta de pellets de Fregenal para la fecha del 7 de junio.
Aquella promesa, en absoluto colmaba nuestras aspiraciones y, sin pensarlo un solo minuto, decidímos volver al encierro, emitiendo un comunicado en el que fijábamos un plazo de 72 horas para que el gobierno nos hiciera entrega del calendario exigido para la puesta en marcha de la planta pelletizadora. Efectivamente, tal y como nos había prometido en su primera vista al interior de la mina, Felipe González – aprovechando la precampaña electoral de los comicios autonómicos en Andalucía, fijados para el 23 de mayo -, nos visitaría por segunda vez el 30 de abril, almorzando con nosotros – jamón ibérico de la Sierra de Aracena, pote de garbanzos, y torta del Casar -, declarando ante los medios de comunicación que “no pretendía otra cosa que mostrarnos su solidaridad”, a la vez que acusaba al Gobierno de “haber incumplido sus compromisos”, aunque en un “petit comité”, celebrado previamente en el interior de la mina, nos había hablado de ciertas expectativas favorables para que el gobierno de la UCD hiciera realidad el proyecto que estábamos defendiendo, a la vez que él mismo se comprometía públicamente a que aquel proyecto minero iría adelante, siempre que él saliera elegido presidente del gobierno español en las elecciones generales, a celebrar a continuación de las autonómicas de Andalucía.
Recuerdo una anécdota, surgida en la comida con Felipe González, quien había sido acompañado por un ejército de alcaldes y políticos del PSOE. Estos, los alcaldes, eran los que nos venían suministrando diariamente la alimentación durante el encierro minero pero, en aquella ocasión, aprovechando la visita del jefe, muy “gorrumbos” ellos, habían suministrado los mejores jamones y lomos de bellota de la mejor zona jamonera del mundo, de tal manera que, una vez acabada la comida, habiendo sobrado más de siete jamones y una decena de lomos, ellos mismos se peleaban entre ellos para llevarlos a sus casas: “Coge aquel hachu – le dije a uno de mis compañeros -, y al que se le ocurra coger un jamón o un lomo, le cortas la mano”.
La noche anterior había recibido una llamada telefónica de Julio Feo, jefe del gabinete de Felipe González, desde el Hotel Luz Huelva, donde se encontraba hospedado Felipe, y, aunque Julio Feo haga mención en el libro de sus memorias a la conversación mantenida – redactada a su manera -, la realidad fue que me había llamado para preguntarme si yo no quería que Felipe González visitara a los mineros, ya que yo mismo había declarado en rueda de prensa, celebrada unas horas antes, “que se abstuvieran todos aquellos políticos que vinieran a hacer campaña electoral a cuenta del conflicto de los mineros de CALA”, siendo mi respuesta para decirle que Felipe González era bastante mayorcito y, por lo tanto, podía hacer lo que creyera más conveniente, dejando muy claro que siempre sería muy bien recibido por los mineros en el apoyo de sus reivindicaciones.
Desde mi punto de vista, cada vez tenía más claro que el PSOE había convertido nuestra lucha en una especie de trinchera para tumbar al Gobierno de la UCD, presidido por Calvo Sotelo, máxime cuando el mismísimo Felipe González había lanzado públicamente su promesa de “mantener abierta la mina cuando el PSOE alcanzase el gobierno de España”. No obstante, a nosotros nos servía perfectamente para el logro de nuestros objetivos.
Además, en la misma medida que comenzamos a ver la luz en el conflicto, también iba confirmando mis temores sobre los verdaderos objetivos de aquellos personajillos del PSOE que no estaban sino pensando en el “beneficio económico” que podía reportarles la viabilidad del proyecto, tanto para sus bolsillos como para lo que acabó siendo una de las tantas fuentes de financiación irregular del PSOE.
Mis temores quedaban confirmados cuando aquel 1º de Mayo de 1982 los mineros poníamos fin al encierro en el “Socavón Nuevo” de Cala, improvisándose unas intervenciones ante los más de mil familiares y amigos que nos esperaban a la salida, donde yo fui ninguneado por personajillos del PSOE que llevaban cuatro horas y media en el partido, tales como el Correa, Seisdedos o Vera, a pesar de que la gente pedía mi intervención, tal como había sucedido a lo largo del encierro, a la vez que me hacían entrega de un ramo de flores para mí compañera, una pala excavadora de juguete para mi hijo Iván, una muñeca para mi hija Susana, y un jamón de los que habían sobrado del encierro para mí. Con ello, no pretendíamos sino evitar la politización partidista durante la campaña electoral en Andalucía y dar un margen de confianza al gobierno para que cumpliera sus promesas, lo que en absoluto significaba el abandono de nuestra lucha.
De hecho, por parte de la Federación Estatal de Mineros de UGT, después de haber mantenido conversaciones personales con el secretario general de la Federación Estatal de Mineros de CC.OO., Manuel Nevado Madrid, y reuniones entre los miembros de ambas ejecutivas estatales, habíamos convocado una huelga general en toda las minería del país, creándose por parte de los mineros de Cala equipos informativos de tres miembros que saldrían de la población onubense con destino a los demás pozos del país de cara a preparar la protesta a nivel estatal. No obstante, la misma sería desconvocada cuando el 4 de junio de 1982 se daba luz verde por parte del Gobierno a la instalación de la planta de pellets.
Ni que decir que Cala fue una fiesta. El pueblo se echó a la calle para celebrar la noticia, pues gracias a la construcción de la planta de pelletización en la localidad pacense de Fregenal de la Sierra, la lucha de los mineros y la gente del pueblo hacía realidad aquel gran objetivo que garantizaba la vida a tantos pueblos de la comarca, después de aquella dura y larga batalla.
Allí, en el Centro Social de Cala quedaba colgada, a modo de trofeo, la boina que los “guajes” del pueblo, encabezados por Gabriel Hermoso Morales “el piraña”, me habían quitado de la cabeza, el día que lograron visitarnos en el interior de la mina, y aquí, en Asturias, sigue estando un paisano con otra boina, dispuesto a seguir luchando por los mineros y sus comarcas.