Tal y como ha quedado dicho en otros capítulos de nuestra historia minera, adentrarse en el Valle de Turón significa, nada más y nada menos, que situarse ante el patrimonio minero más importante de la Europa del carbón y una de las ocho joyas históricas del patrimonio industrial asturiano incluidas en la lista de las cien mejores en España elegidas por el Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial, todo él repartido a lo largo y ancho de sus 25 kilómetros cuadrados de superficie.
En este escenario, traemos hoy a nuestras páginas al grupo minero Santo Tomás de Hulleras de Turón, cuya plaza del 1º piso se encuentra ubicada en la aldea turonesa de Repipe, detrás de los lavaderos centrales de La Cuadriella y, enfrente, por tanto, del núcleo urbano de Santa Marina, en una cota de 281 metros, a partir de la cual fueron ascendiendo las labores mineras por las márgenes del arroyo de Los Valles, hasta chocar, cerca de Requejo, con la concesión minera “Clavelina”, otorgada en 1870 al langreano Mauricio Ortiz, cuyos hijos y sobrinos, apodados “los probones” en Sama de Langreo, seguirían manteniendo estas explotaciones mineras, tanto con su propia firma como colaborando con la Sociedad Hullera de Turón.
Es más que probable, según las investigaciones realizadas por el geólogo e historiador minero, Pedro Fandós, que la proximidad con las concesiones de Clavelina fuera la razón por la cual la Hullera de Turón no abriera el grupo Santo Tomás, hasta el boom hullero de la 1ª Guerra Mundial (1914-1918), momento en el procedía también a la apertura de los grupos Podrizos y Fortuna, a la vez que relanzaba el grupo de San Benigno, dando por seguro que en Santo Tomás había labores antes del boom bélico pues ha quedado acreditado que en 1902 se cita a D. Ramón Machimbarrena como ingeniero al frente de un grupo Santo Tomás que ya contaba con 4 pisos. Más aún, se sabe que la colonización de la ladera derecha del río Turón se remonta al menos al año 1885 cuando se datan los Grupo San Víctor y Piedrafita por las aldeas de Fuexo, La Fuente, entre otras. En realidad, lo que había ocurrido entre los años 1901 y 1914 fue que la actividad minera en la mina de Santo Tomás se hacía según las necesidades de la empresa, es decir, se utilizaba para reequilibrar posibles estancamientos de la producción, hasta que en 1918 pasó a ser propiedad de Hulleras de Turón.
El grupo Santo Tomás quedaría ubicado entre las fallas de Cortina y Piedrafita, en las capas del paquete Sotón del flanco norte del sinclinal de turón y en las del paquete Maria Luisa de las inmediaciones del anticlinal de Polio, afectado por fallas importantes, siendo explotadas al menos cuatro pisos, abriendo el 4º y último a la cota 398, quedando visibles tres escombreras del grupo minero y sobre todo la bocamina del 1º piso, que fue testigo de la trágica salida de los 11 mineros que se llevó la explosión de grisú aquel lunes, 14 de agosto de 1967, en el taller de la explotación formado sobre la capa 12 Este Vena Techo, del citado piso, a los ocho y media de la mañana.
La capa 12 estaba compuesta por dos venas, la del Techo y la del Muro, separadas ambas por un banco de pizarra y arenisca de unos 3 metros, y solamente se explotaba la Vena del Techo, con una potencia media de 60 centímetros de carbón en una pendiente de unos 15 grados, bastante duro de picar, llevándose la explotación por medio de macizos, reforzados por llaves de madera para mayor seguridad del taller.
Consecuencia de una de las fallas aludidas que afectaron al taller entre el 1º y 2º piso, tirada hacia el Este, la dirección técnica de la mina había ordenado montar un nivel interior, entre las galerías del 1º y 2º piso, al objeto de explotar el carbón que se encontraba por debajo de la falla, el cual iba posteado de galería a base de trabanca y dos postes, siendo su sección la de una galería normal. Este taller Vena Techo, tal y como se puede ver en el croquis publicado, tiene una altura de 40 metros entre la galería del piso 1º y el Nivel, sirviendo este como galería de cabeza. Paralelamente, se procedió a subir una chimenea desde el Nivel con el fin de atravesar la falla y poder calar a la galería del 2º piso, para poder ventilar y dar comienzo a la explotación del taller que se preparase por encima de la falla.
La ventilación general se realiza mediante un ventilador impelente instalado en la bocamina del transversal del piso 1º, capacitado para 20 metros cúbicos por segundo, el cual está accionado con un motor de 40 CV, siendo la ventilación parcial del taller capa 12 Este del piso 1º tomada del circuito principal que ventila los talleres capa 12 Oeste desde el 1º al 3º piso, que la dirige al taller mediante un ventilador impelente de 300 milímetros de diámetro, con otro tubo ventilador aspirante de similares características instalado en la galería capa 12 Vena Muro del piso 1º, que llega hasta el contrataque a Vena Techo.
Refiriéndonos a la chimenea montada por encima del Nivel, su ventilación secundaria se realizaba con dos turbo ventiladores impelentes acoplados en serie, uno de ellos, de 300 milímetros de diámetro, y otro, de 150 milímetros, siendo el aire que impelen estos dos turbos ventiladores, procedente del pozo Vena Techo, con el fin de que el aire sea puro.
Como ha quedado dicho, el accidente tuvo lugar un lunes, al poco tiempo de que entrara el relevo de las siete, pudiendo pensar por lógica minera que la acumulación del criminal grisú en el fondo de la chimenea fuese debido a la paralización de las labores del día anterior domingo, cuestión que se venía haciendo como norma habitual, siempre pensando en ahorrar unas pesetas en el consumo energético, pero no, la connivencia de la patronal con la Jefatura de Minas, desde un principio hizo correr el rumor de que la causa de la inflamación del grisú acumulado era debida a que alguno de los mineros había fumado un cigarrillo, mostrando para su infundada aseveración los restos de una cajetilla con tabaco. No era la primera vez que estos ingenieros Actuarios al servicio de la patronal, recurrían a estas sucias y malévolas artimañas, haciendo aparecer una cajetilla de tabaco que los propios servicios de la empresa depositaban previamente en los lugares de los accidentes para que, después, durante la visita de los ingenieros de la Jefatura de Minas, estos las encontrasen allí, a primera vista.
Sin embargo, aquella hipótesis que trataba de hacer a los mineros unos irresponsables que atentaban contra su propia vida y la de sus compañeros, enseguida sería desechada, al encontrar otra causa probable en la apertura de la lámpara antes de la explosión, bien de manera casual o intencionadamente, hasta el punto de que el ingeniero actuario de la Jefatura de Minas dejaría escrito entre una de sus recomendaciones “la conveniencia de organizar reuniones con todo el personal para recalcar sobre la forma de efectuar los reconocimientos y estudiar alguna modificación del sistema de cierre de las lámparas de seguridad, dada la posibilidad que actualmente al parecer existe en su apertura”.
Es decir, una vez más se ocultaban las verdaderas causas de los accidentes, en este caso la asesina aparición del gas metano, y de esa manera, un día sí y al siguiente también, se sucedían los accidentes por idénticas causas en las minas asturianas – 23 mineros muertos en accidente sería el triste balance del año 1967 en las minas de Turón -, aunque en esta mina ya nunca más se producirían más accidentes a partir de 1969, cuando Hunosa decidió cerrarla definitivamente, después de que la Sociedad Hulleras de Turón quedara integrada en la empresa estatal en 1968. Ni siquiera estos “expertos” de la ingeniería minera se habían dignado al análisis de rigor, valorando el por qué la acumulación del grisú se había producido, precisamente aquel lunes, después de haber estado parados los comprensores en el último relevo del sábado, permaneciendo todo el domingo también parados hasta el inicio de la jornada laboral en aquel maldito lunes, 14 de agosto de 1967, que volvió a vestir de luto a todo el valle de Turón, con la muerte de 11 compañeros mineros.
¿ Cómo era posible que estos “investigadores” de las verdaderas causas en los accidentes no hubieran tenido en cuenta que el segundo comprensor fue arrancado media hora después de haber entrado el relevo de las siete de la mañana, sabiendo como sabían, que el ayudante minero Vicente Manuel González Rodríguez, encargado de poner en marcha los comprensores, había comunicado al vigilante minero de 1ª ciertas anormalidades en el funcionamiento de los manómetros que anunciaban un descenso brusco, bajando más de cuatro atmósferas ?
La triste realidad es que, habiendo transcurrido 78 años, 7 meses y 12 días desde la explosión del grisú en la mina allerana “La Esperanza”, con un balance de 30 compañeros mineros asesinados por el grisú y el afán desmesurado de ganancias por parte de los patronos mineros, las catástrofes mineras de Las Miguelinas, Tarancón, San Benigno, Asentadero, Campueta, María Luisa, La Sota, Mariquita, por no hablar de la ocurrida en Nicolasa en 1995, éstas no hacen más que mostrarnos una repugnante connivencia de la mayoría de los ingenieros Actuarios de la Jefatura de Minas con las patronales en la ocultación de las causas reales en los accidentes con el fin de que, caiga quien caiga, poder evitar otros de similares características.
¿Con que armas cuentan los mineros para defenderse de su enemigo el grisú? Con la ventilación activa y permanente durante las veinticuatro horas y los instrumentos que, en esta época que nos toca vivir, son muchos , para detectarlo y, como no, con unos ritmos adecuados en la explotación de los tajos, amén de una formación de los mineros también adecuada, donde se impone la eliminación de todo tipo de trabajadores subcontratados temporalmente. Viento, mucho viento y más viento todavía es el que hubiera evitado estas tragedias humanas y, con ella, toda esa secuela de orfandad, de viudedad, de dolor, de miseria, de impotencia que nos produce a todo el colectivo minero. ¡Ninguna labor minera bien ventilada tiene problemas con el grisú! Esto es axiomático, es incontrovertible, quien discuta esto ni conoce el grisú ni el laboreo de minas, sea ingeniero superior de minas o sea catedrático de esta misma faceta, en muchos casos actuando como frontón, vuelvo a repetir, de sus verdaderos amos: las empresas y el gobierno.
Si yo tuviera que condensar en un sólo párrafo el diagnóstico genérico sobre la seguridad de nuestras minas a lo largo de su larga historia diría que la seguridad minera de nuestras minas nunca figuró real y efectivamente como objetivo estratégico, formal y expresamente declarado y perseguido en los programas, de las empresas, de las administraciones, de los agentes sociales, de los profesionales, de las escuelas y de las universidades, y pienso que, aunque cada vez con menos minas en activo, no se puede permanecer con esa mentalidad de los dirigentes empresariales que aún siguen manteniendo la profunda convicción de que la única manera de mejorar la rentabilidad es conseguir que los mineros arriesguen lo más posible, incluso con su vida.
Muchos técnicos mineros, incluso responsables de la seguridad, conviven con esta insostenible antonimia, están convencidos de que, cuanto mayor sea la seguridad menor será la productividad. Y hoy, y desde hace muchísimo tiempo, está más que demostrado que se puede conseguir mejorar la seguridad al mismo tiempo que la productividad. Para ello se impone una verdadera formación para todos, no sólo para el minero, sobre el nivel de riesgo asumible, por una sociedad moderna, pero moderna de realidad, destruyendo radicalmente ese concepto de accidente minero como cuota, como servidumbre inexcusable, como sacrificio inevitable en el altar de la producción, frases que yo diría hipócritas y trasnochadas, pulverizadas hoy día por las correlaciones cerradas conseguidas entre la productividad y seguridad creciente, que van paralelas, que no son divergentes, ni mucho menos, como pretenden hacernos ver. La inversión en seguridad, es la inversión más rentable que puede existir en cualquier empresa.
ANTON SAAVEDRA