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CHARLA DEBATE SOBRE LA INSURRECCIÓN DEL 34

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Buenas tardes, compañeras y compañeros, y gracias por vuestra asistencia. Muchas gracias a la dirección de la Asociación Cultura Popular EL MANGLAR y a la Fundación ANDREU NIN por la invitación que me habéis brindado para poder hablar desde esta magnífica tribuna sobre la Insurrección de Asturias en octubre del 34.

Entrando ya en el tema que nos ocupa hoy, comenzaré mi disertación manifestando que octubre del 34 no se puede decir que haya sido una revolución derrotada, sino abortada. Y, desde mi punto de vista, las causas de aquella frustración hay que buscarlas más en la debilidad y los errores de la propia izquierda, que en la habilidad o fortaleza de la burguesía española. Sólo en la región asturiana los trabajadores, fundamentalmente los mineros, pudieron poner en marcha el proyecto insurreccional que había madurado en sus conciencias desde finales de 1933. Y Asturias pudo comenzar, pero no podía ganar sola la revolución. El grito de Asturias, “Uníos, Hermanos Proletarios “(UHP), no se pudo hacer fuera de la comuna asturiana, y la respuesta tendríamos que buscarla, en primer lugar, en las diversas estrategias que desarrollaron los partidos políticos y las organizaciones obreras, confrontados a la prueba de la práctica en su nivel más elevado: la lucha por el poder.

Antón Saavedra y Miguel Angel Fernández en El Manglar de Oviedo, el 12 de noviembre de 2019

Son conocidas al respecto las condiciones exteriores e interiores que hicieron avanzar rápidamente la voluntad unitaria de la mayoría de los trabajadores desde 1933, tales como el ascenso del fascismo en Europa; la contraofensiva de la derecha y peso creciente de su ala más reaccionaria – la CEDA -, que se confirmaría en las elecciones de noviembre de 1933; la comprensión de la necesidad de superar la grave división existente en el movimiento obrero, agudizado desde 1932 en el enfrentamiento entre las dos grandes organizaciones obreras de masas, UGT y CNT, cada una con más de un millón de afiliados, en un país de veintitrés millones y medio de habitantes y cuatro millones de trabajadores asalariados.

En plena crisis económica, la UGT mantenía una línea de apoyo al gobierno republicano-socialista, especialmente a la política de Largo Caballero desde el Ministerio de Trabajo, mientras la CNT que, a partir del fracaso de la insurrección del Baix Llobregat en enero de 1932, y de la terrible represión que le siguió, había pasado a una posición de enfrentamiento frontal con el gobierno. Además, por si no fuera suficiente, esta radical división política entre los dos grandes sindicatos estaba acompañada de una división territorial, dándose la circunstancia de que en las zonas de hegemonía cenetista, las fuerzas ugetistas eran débiles, ocurriendo otro tanto a la inversa, cuya única excepción significativa era precisamente Asturias.

Antón Saavedra en El Manglar de Oviedo, el 12 de noviembre de 2019

Habría que esperar a marzo de 1934 para que UGT y CNT constituyeran la ALIANZA OBRERA DE ASTURIAS como modelo que serviría de referencia al Movimiento Obrero sobre una base de independencia de clase, dejando claro que “aquellas organizaciones que tuvieran relaciones orgánicas con partidos burgueses las romperían automáticamente”; un programa ofensivo para “conseguir el triunfo de la revolución social en España, estableciendo un régimen de igualdad económica, política y social, fundado sobre principios socialistas y federalistas”; y constitución de un Comité Nacional, “que será el único que autorizadamente podrá ordenar al que quede en OVIEDO los movimientos a emprender en relación con el general en toda ESPAÑA”.

En un principio, la ALIANZA OBRERA tuvo una feliz acogida en la dirección del PSOE, controlado por el bloque Largo Caballero – Prieto, aunque no se debe de ignorar la honda crisis que atravesaba el PSOE en sus cuadros dirigentes. Tres tendencias encontradas, reforzadas por las propias incompatibilidades personales existentes entre los líderes, aparecían claramente expuestas. Por un lado, la posición revolucionaria, abrazada con entusiasmo por los elementos jóvenes del partido, la cual estaba encabezada por Largo Caballero, que llega al campo de la revolución decepcionado del reformismo socialdemócrata y de la colaboración gubernamental republicano – socialista. Opuesto a este grupo estaba la fracción representada por Julián Besteiro, que preconizaba la acción parlamentaria y la educación de las masas para un futuro papel directivo de la vida nacional, que no veía realizable de modo inmediato. La postura de Indalecio Prieto ocupaba el tercer grupo, cuya estrategia siempre consistía en ir acoplando su actuación a la marcha de los acontecimientos, más inclinado a la política general que a la de clase y suavizado, por entonces, de sus antiguos fervores revolucionarios.

Antón Saavedra y Miguel Angel Fernandez en El Manglar de Oviedo, el 12 de noviembre de 2019

Ya, desde mediados de 1933, el discurso dominante de los socialistas era el de su facción de izquierda que, tras las elecciones de noviembre, pasó a plantear abiertamente el agotamiento de la vía parlamentaria y la necesidad de luchar por “la dictadura del proletariado”, tal como se recoge en la carta enviada por Largo Caballero a Maurin, en febrero de 1934: “… como las derechas para sostenerse necesitan su dictadura, la clase trabajadora, una vez logrado el poder, ha de implantar también su dictadura, la dictadura del proletariado. La hora de los choques decisivos se va acercando. El movimiento obrero debe prepararse para la revolución”.

Parece normal que un lenguaje de este calibre en boca de uno de los baluartes de la política de reformas moderadas del primer bienio republicano, y dirigente clave del PSOE-UGT en aquellos momentos, despertara ilusiones en el movimiento obrero, incluso entre los revolucionarios, pero la amarga experiencia nos iba a demostrar que las palabras revolucionarias se superponían con una continuidad socialdemócrata en aspectos esenciales. Las consecuencias de aquella política, sólo formalmente unitaria, fueron desastrosas para la revolución y constituyeron un grave obstáculo para la tarea central de atraerse a la CNT a la Alianza, por eso las Alianzas Obreras constituyeran sólo un breve episodio en la política del PSOE y que fueran abandonadas inmediatamente después de octubre, siendo muy interesante destacar al respecto otro de los aspectos de esta política socialista en 1934, como fue el carácter “secreto” del programa de la insurrección, hasta el punto de que el mismísimo Largo Caballero llegó a afirmar tiempo después que “la experiencia nos había demostrado la inutilidad de los programas en estos casos”.

Francamente, resulta muy difícil saber a qué clase de “experiencia” se refería Largo Caballero, al margen del programa, pactado entre Prieto y él, que sólo se daría a conocer en enero de 1936, el cual, como dice el historiador Tuñón, “no afectaba al sistema capitalista ni a la economía de mercado, ni al sistema democrático parlamentario”, lo que nos hace pensar que la función de ese programa respondía exclusivamente a sellar el compromiso interno entre Largo Caballero y Prieto y, más precisamente, garantizar a este que, si la insurrección triunfaba, se guardaría el “izquierdismo” bajo siete llaves y se volvería  poner en marcha la experiencia reformadora del primer bienio. Y la razón que se nos ocurre de ocultar el programa fue que su publicación hubiera demostrado la falsedad del radicalismo verbal de Largo Caballero, al quedar claramente constatado que el programa no solamente estaba en las antípodas de la “dictadura del proletariado” o del programa de la ALIANZA OBRERA ASTURIANA, sino que además estaba en clara contradicción con la línea editorial que desarrollaba EL SOCIALISTA, cuando en el mes de julio decía que “La República se muere de una enfermedad contagiosa. De suciedad (…) Y en este trance, ¿qué decir?, ¿qué hacer? Nosotros decimos esto: que se muera. Y hacemos esto otro: prepararnos para la nueva conquista”.

Así, pues, los socialistas españoles, a pesar de toda la vocinglería levantada por ellos, nunca aspiraron a llevar adelante una revolución social. Los sucesos de Asturias se produjeron como consecuencia lógica de las premisas sicológicas establecidas por el clima revolucionario alentado desde los altos mandos de los socialistas y sus aliados. Pero la revolución de Asturias sobrepasaba las verdaderas pretensiones socialistas y no llegaban a tanto como aspiraban los verdaderos revolucionarios de aquella hora que, pese a quien pese, fueron los mineros, con sus miserables condiciones de vida y trabajo, sus agotadoras jornadas laborales por unos salarios de mierda, porque la revolución asturiana se basó, como es sabido, en dos organismos principales: las ALIANZAS OBRERAS y el SINDICATO MINERO. Ellos debieron atender a la preparación sicológica, a la labor organizativa, al armamento y a la formación de milicias.

Antón y Miguel Angel en El Manglar de Oviedo, el 12 de noviembre de 2019

Efectivamente, se ha hecho casi siempre especial hincapié en la importancia de las ALIANZAS OBRERAS, en su originalidad y fuerza, pero octubre del 34 fue obra de ¡¡¡ MINEROS !!!, y estos contaban con una organización sindical poderosa, encuadrada en las filas de UGT, que constituyó el verdadero nervio y clave de octubre del 34. Además, no debemos ignorar que el Partido Comunista de España no era todavía aquel gran partido que conocimos en la clandestinidad española como el único partido verdaderamente organizado y estructurado que luchó contra el franquismo.

Desde mi punto de vista, lo que demuestra la experiencia, incluyendo la experiencia de 1934, es que la lucha por el poder necesita un programa revolucionario, es decir, un conjunto coherente de tareas asumidas por una amplia vanguardia y que puedan traducirse entre las masas trabajadoras en los objetivos concretos que las lleven a luchar por destruir el viejo poder y construir el poder revolucionario. En la situación concreta de 1934, un programa así era la condición para desarrollar una política de alianzas dentro de la clase obrera y con el campesinado, por lo que se puede concluir afirmando que la “ausencia” de programa solo sirvió para que el PSOE pudiera hacer la política de Prieto, con el lenguaje de Largo Caballero.

Así se perdió una experiencia de inmenso valor que sólo ASTURIAS había llevado hasta sus últimas consecuencias. Allí, en la región asturiana, la realización efectiva del “frente único” permitió establecer un verdadero poder local, en el cual pudieron coexistir sin grandes problemas, concepciones aparentemente antagónicas sobre el “modelo de sociedad”, de tal manera que, entre el Comité de La Felguera, dirigido por los anarquistas, y el de Mieres, de dirección socialista, no hubo finalmente grandes diferencias prácticas.

La Insurrección del 34 en Asturias en El Manglar de Oviedo, el 12 de noviembre de 2019

Claro que lo que hizo la COMUNA ASTURIANA fue destruir a nivel local el poder de la burguesía, estableciendo un poder obrero de excepción, en condiciones de guerra, ¡¡¡¡y resistir!!!! ¡¡¡No se podía hacer más en aquellas condiciones !!!, entre otras cuestiones, porque para hacer triunfar la insurrección a nivel estatal, la lucha planteaba tareas mucho más complejas. Cuando el primer manifiesto de la ALIANZA ASTURIANA estaba reclamando la creación de una ALIANZA OBRERA NACIONAL lo que estaba exigiendo era el cumplimiento de una de las condiciones políticas, no sólo organizativas, para la victoria de la insurrección: es decir, la existencia de una dirección central del movimiento revolucionario, capaz de dirigir la batalla contra el poder estatal burgués.

En efecto, compañeras y compañeros, aquella batalla se perdió, pero la lucha debe continuar y para ella deben servir las lecciones de OCHOBRE DEL 34, máxime si no queremos cerrar los ojos ante la gravísima situación que vivimos en nuestro país, especialmente en nuestra región asturiana donde seguimos pagando la venganza de la burguesía que nunca fue capaz de superar aquella Revolución de Octubre de 1934 abortada, que nunca perdida, tal y como alguien dejó dicho: “Al proletariado se le puede derrotar, pero jamás vencer”. Sirvan estas palabras de homenaje al recuerdo de todos y todas los luchadores y luchadoras que supieron estar a la altura de las circunstancias en esta lucha contra el imperio burgués, muy especialmente a mi “güelu”, José SAAVEDRA ZAPICO “José Cantera”, del que cada vez me siento más orgulloso de ser su nieto.

Muchas gracias por vuestra atención.


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