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DIARIO DE UN CONFINAMIENTO: 2 de abril

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Día 2 de abril

A la hora de escribir el diario de hoy, en mi decimonoveno día de confinamiento, la pandemia del coronavirus suma en nuestro país 10.033 fallecidos y 110.238 infectados, de los cuales casi 6.000 (15%) son personal sanitario, pero, por fin, se ha llegado al pico tan esperado y, tal como nos informa el ministro de Sanidad Salvador Illa: “Estamos en una fase de estabilización de la epidemia y empezamos la de ralentización. Aún quedan semanas duras, pero lo estamos consiguiendo”, lo que nos da ciertas esperanzas a la hora de ganar esta batalla contra el COVID-19. Y mientras, continuamos confinados en nuestras casas desde hace diecinueve días, cumpliendo a rajatabla – al menos yo y mi familia -, las indicaciones del Gobierno de España, que es el que tiene el derecho y la obligación de estar al frente de este horror y tratar de salvaguardar las vidas humanas en primer lugar y los intereses generales del país.

La crisis sanitaria y la suspensión temporal de actividades a raíz del estado de alarma se ha traducido en una subida del desempleo en todas las comunidades autónomas, en especial en Andalucía donde el paro ha aumentado hasta un 17,18 por ciento, casi el doble que la media nacional (9,31 por ciento).

Hoy, al levantarme de la cama, observo desde la ventana de mi casa, un día con cielos muy nubosos y precipitaciones débiles, con un pueblo vacío de gente y un panorama lleno de tristeza. Una vez hecho el aseo diario con ducha incluida, mientras estoy desayunado escucho las noticias sobre los últimos datos del paro registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo que se disparan en 302.365 desempleados en marzo, el mayor repunte en cualquier mes de toda la serie histórica, debido a la crisis originada por el coronavirus, siempre según los datos del Ministerio de Trabajo y Economía Social, alcanzando la cifra de 3.548.312 desempleados. Ello sin contar los miles y miles de trabajadores acogidos a los correspondientes ERTES. En esa misma información nos comunican, en palabras del propio ministro Escrivá, que la Seguridad Social ha perdido 833.979 afiliados por el impacto del COVID-19, dejando el número de cotizantes en 18,4 millones.

Desde mi punto de vista, estos datos de paro y afiliación, más o menos esperados, solo suponen el principio de un comienzo que nadie sabe cómo acabará. Es el principio de un túnel jalonado por el impacto de la pandemia en el sistema productivo y los efectos de las medidas de política económica adoptadas por el Gobierno para mitigar sus consecuencias. Solo son el aperitivo de lo que se avecina. Hasta mediados del verano, con la EPA del segundo trimestre y los datos de paro registrado y afiliaciones de abril, mayo y junio, no tendremos todavía un cuadro definido de la magnitud de la catástrofe. Es decir, hasta la fecha mucha burocracia, muchas hojas escritas en el B.O.E. y mucha retórica, pero los resultados se verán en su día, aunque, de momento, seguimos consolándonos con el optimismo expresado por el secretario general de CCOO cuando advierte: “no saben los despidos que hemos impedido”.

Nos encontramos, nadie lo dude, ante una crisis de proporciones históricas y, por tanto, es preciso abordarla a partir de referencias históricas. Pero esto no es una guerra al uso, porque el enemigo es compartido por el conjunto de la humanidad. Todo el mundo sabe lo que es una guerra y todos sabemos que esto no lo es. Sin embargo, el presidente del gobierno de España, al igual que Macron y Donald Trump afirman que sí, que esta es nuestra guerra. También lo escucho permanentemente en la tele, radio y en los periódicos. Y pienso que es muy peligroso que se siga utilizando esta metáfora porque se trata de una imagen políticamente inflamable y peligrosa.

Crear un campo semántico en torno a la guerra, la pureza y el contagio es el virus más dañino que puede ocurrir en una democracia. Esto es una gran catástrofe que requiere, principalmente, de liderazgos fuertes, pero no inflexibles. Que nuestro país y sus dirigentes dispongan de una casi total capacidad de maniobra en absoluto puede implicar que tengan carta blanca, ni ahora, ni cuando se gane la batalla contra esta pandemia. Aunque el deterioro de la democracia pueda parecer un fenómeno transitorio y, sobre todo, un precio a pagar razonablemente en el contexto de una catástrofe sin parangón, en mi opinión, la fortaleza de un Estado de Derecho se demuestra en los momentos más difíciles. ¿Qué significa eso del ejército a la calle, con llamamiento a la unidad nacional y limitación del poder autonómico, con esas ruedas de prensa en primer time a cargo de un general cuyos comunicados parecen un dialogo desechado de La Escopeta Nacional?

Sigo pensando, y así lo expreso, que preservar en toda su amplitud las libertades civiles y asegurar la rendición de cuentas por parte de los gobernantes debe ser un imperativo ético, pero también nuestro mejor mecanismo de defensa ante amenazas como la actual. Esta crisis solo se resolverá satisfactoriamente desde la racionalidad y el entendimiento, dentro y fuera de nuestras fronteras. Al fin y al cabo, la clave para salir cuanto antes de esta situación es que la trasmisión de recursos y buenas prácticas entre países se produzca mucho más rápida que la trasmisión del propio virus.

Es decir, tanto los Estados miembros de la Unión Europea como las instituciones comunitarias, tienen que comprometerse a hacer cuanto sea necesario al respecto, si, de verdad quieren estar a la altura del reto que todos tenemos planteado. Sin embargo, estas premisas no parecen ser aceptadas por algunos países que conforman la Unión Europea, tal y como se expresaron los representantes de la República Federal de Alemania y Holanda en la cumbre europea celebrada en Bruselas el jueves, 26 de marzo, donde la propia Merkel, apoyada por el holandés Mark Rutte, le llegó a espetar a los españoles, italianos y portugueses que “Si estáis esperando “los coronabonos”, estos no van a llegar nunca”.

Es decir, la Unión Europea vuelve a comportarse en esta crisis sanitaria, exactamente igual que ya se había comportado en la pasado crisis económica del 2008. Todos los países europeos se están comportando con un nivel elevado de egoísmo y están demostrando que la Unión Europea no es más que el armazón neoliberal, una especie de caballo de Troya norteamericano, para los negocios.

Desde el primer día de mi diario, observareis, aquellos y aquellas que tengáis ocasión para leerlo, que todos los días vengo refiriéndome a todos aquellos organismos que participan en este mundo globalizado, todo ello con el fin de que algunos sepan realmente para que fueron creados y por qué. Es esta ocasión me voy a referir a la Unión Europea o “gran mercadón”, como prefiráis llamarla, y lo voy a hacer después de haber estado durante ocho años en la Mesa de lo que antaño fue el origen de la Unión Europa, esto es la CECA. Por tanto, creo conocer un poquitín el paño que estamos tratando.

Que no nos cuenten cuentos chinos. De repente se nos quería hacer olvidar tantos siglos de nuestra historia pasada en la que España no sólo nunca había dejado de ser EUROPA, sino que formaba parte del núcleo de las naciones con poder decisorio. La cuestión, desde mi punto de vista, habría que enmarcarla en el profundo vacío ideológico que se venía produciendo desde la victoria del PSOE, tanto en el gobierno como en el partido que lo sustentaba, y se necesitaban sustitutos con los que rellenar su mensaje político. Era muy urgente encontrar eslóganes para ocultar su absoluto pragmatismo y la idea de Europa, asociada a la modernidad, venía como anillo al dedo: “Para modernizar España es necesario integrarla en el concierto de las naciones, mediante el ensamblaje y la competitividad de su aparato productivo”.

Así, desde el poder, se comenzó a vender la idea de Europa como el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno, de tal manera que Europa servía para todo. El máximo argumento a la hora de razonar cualquier nueva medida y de efectuar cualquier cambio era, o bien que venía exigido por nuestra pertenencia al Mercado Común, o que ya se practicaba en la mayor parte de los países europeos.

La cruda realidad es que, la publicación de miles de documentos, que dormían en el polvo de la memoria, de los juicios de Nuremberg contra IG FARBEN (BAYER + BASF + HOECHST) – este grupo fue quien financió y armó a HITLER, y conviene dejar escrito que Auschwitz no fue sólo  un campo de concentración, sino la mayor planta petroquímica del mundo, construida por los presos, que no sólo servían de cobayas humanos para probar la efectividad de las sustancias venenosas producidas, sino que cuando ya no servían, los fumigaban con el Zyklon-B que ellos mismos habían producido -, ha permitido probar  el origen y filiación dictatorial de la Unión Europea, a la vez que dejan muy claro cuál era y sigue siendo el verdadero fin para el que fue creado el Mercado Común (UNION EUROPEA).

Es decir, que las armas y los uniformes de cuero han sido reemplazados por armas silenciosas: normativas, tratados, papeleos, comités, comisiones, parlamentos, organismos que, sin que nos diéramos cuenta y siguiendo ilusionándonos con una Europa en paz, unida y democrática, lo que realmente se había creado fue un gran espacio – el “Grossraum” soñado por el Tercer Reich -, con 500 millones de personas sometidas a las órdenes dictadas en Bruselas por un grupo selecto de tecnócratas, que no han sido elegidos democráticamente sino que han sido nombrados desde la sombra, y donde el más caro e inútil Parlamento del mundo no tiene ningún poder legislativo ni ejecutivo. Todo se decide en la Comisión Europea que es el organismo que crea y legisla todas las normativas. Sus comisarios no son elegidos sino nombrados, y las decisiones de la Comisión Europea no pueden ser revocadas por los eurodiputados, ni tampoco los ciudadanos tienen derecho a exigir referéndums. Todo se decide sin su consentimiento.

Este origen dictatorial de la UE nos ha sido ocultado desde 1957 y su verdadera estructura antidemocrática actual está siendo ocultada por los medios de información, con la colaboración de los eurodiputados y los 54.000 empleados de la Comisión Europea, quienes, a cambio de sueldos sabrosos y cómodas vidas, callan, luego otorgan.

Es verdad que la UNION EUROPEA y el proyecto de integración continental se ha venido presentando como un paradigma de la cooperación entre naciones y la superación de las diferencias en favor de la convivencia democrática, pero no es menos verdad que estamos ante una historia con grandes capítulos velados, entre otras muchas cuestiones, porque la idea de unos Estados Unidos de Europa, no fue sino la apuesta de los grandes capitales financieros ante el temor de quedar asfixiados en las tierras intermedias que separaban a las dos grandes potencias mundiales. Es decir, el actual discurso histórico sobre la UNION EUROPEA, que un día concibiera el mismísimo HITLER, ha resultado en el transcurso del tiempo una auténtica falacia.

En definitiva, si de algo me han servido mis ocho años en los organismos comunitarios, fue para llegar a una muy clara conclusión: nunca estuvimos en una Europa de los ciudadanos, como se pretendió hacernos creer desde el principio de su creación, sino en una Europa de los mercaderes, y yo seré europeo porque vivo en este continente, pero no me siento en absoluto parte de esas instituciones, tan representativas ellas de la oligarquía financiera.


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