Cumplido el confinamiento y aceptando su estricto protocolo desde la noche del 14 de marzo de 2020, ahora, después de 99 días, uno de los problemas más graves a los que tendremos que hacer frente durante los próximos años, incluso durante los próximos meses, es a la incapacidad del sistema actual de proveer de medios de sustento a una parte no despreciable de la población, a pesar de la propaganda derramada sobre el IMV. Es decir, hemos pasado del tiempo con PANdemia a los tiempos que se avecinan sin PANdemia.
Fijémonos en el caso de España: ya antes de comenzar esta nueva crisis, el porcentaje de la población en riesgo de pobreza o exclusión social en 2018 era del 26,1%, según la referencia del indicador At Risk Of Poverty and/or Exclusión (AROPE) de La Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, cifra verdaderamente impresionante cuando nos indica que uno de cada cuatro españoles podría verse abocado a la indigencia si las condiciones materiales de la sociedad se deterioran, tal y como está ocurriendo en la actualidad.
Con la actual crisis, es más que probable que muchos hogares en España vayan a tener muchas y graves dificultades para llegar a final de mes, en un porcentaje que puede ser incluso mayor que el del indicador AROPE por el drástico cambio de las condiciones laborales para un gran número de trabajadores (según algunas estimaciones, entre parados y afectados por Expedientes de Regulación Temporal de Empleo, hasta el 34% de la población activa no trabajaría en junio), pero es que muchos de estos ERTEs se acabarán convirtiendo en EREs (lo mismo, pero no temporales), incrementando rápidamente el paro, sobre todo en el sector de servicios y principalmente los de hostelería.
A estas alturas, es evidente que la campaña turística en España este verano será un desastre: vendrán muchos menos turistas, en parte por los problemas económicos que también se viven en otros países y en parte por el temor a contraer el coronavirus estando lejos de casa, y eso por no hablar de las múltiples restricciones que aún pueden estar vigentes durante este verano, y que pueden comprometer la rentabilidad de hoteles, bares y restaurantes.
Nadie puede ignorar que estamos hablando del sector económico que representaba en 2019 más del 14% del PIB y del 10% del empleo. Pero no es el único sector severamente afectado: el consumo en general también se está resintiendo, sobre todo en bienes menos fundamentales en estos tiempos de incertidumbre, por ejemplo, la automoción (por poner dos noticias recientes, se anuncian reajustes importantes en el sector: Nissan cerrará su planta de Barcelona, y el Gobierno francés condiciona las ayudas al sector a la repatriación de puestos de trabajo).
Qué duda cabe, eso hace que el comercio esté también muy debilitado, ya que la gente pospone decisiones sobre el consumo a la espera de ver qué nos depara el futuro, y en el comercio al por menor las medidas impuestas, incluso en los territorios donde avanza la retirada de restricciones, hace que la afluencia de compradores sea mucho más pequeña. En todo caso, es de prever en los próximos meses el cierre de muchas empresas de todo tipo, desde hoteles, restaurantes y chigres hasta concesionarios de coches, pasando por la mercería de la esquina y la librería de al lado, y eso por no hablar de la gran industria, va a haber un fuerte descenso de la actividad económica y un rápido incremento del paro.
Mujer pensionista contando unas monedas para adquirie un bollo de pan.
Es completamente inútil esperar que desde las instancias estatales se pueda dar una respuesta efectiva a estos problemas. El Estado funciona bajo unas premisas de continuidad en la actividad, y no está en absoluto preparado para afrontar esa nueva normalidad de la que habla el presidente en sus homilías sabatinas y dominicales para hacer frente a una verdadera transición de fase como la que estamos experimentando.
En Física, una transición de fase sucede cuando el sistema analizado experimenta un cambio tan brusco y tan marcado que sus propiedades físicas son completamente diferentes tras la transición: es, por ejemplo, el paso de hielo a agua líquida, o de agua a vapor. Lo que estamos viviendo no es un simple bache, primero por la crisis sanitaria y después por la económica, sino que realmente muchas cosas no podrán volver al punto de partida, ni siquiera a algo medianamente cercano.
En los próximos años algunos engranajes fundamentales del sistema actual saltarán por los aires, y particularmente lo hará la producción de petróleo. No va a haber vuelta para atrás, pero el Estado es un mastodonte que no puede girar. Su manera de funcionar se basa en la recaudación de impuestos, la regulación legislativa y el mantenimiento del statu quo, y en un momento en el que las bases físicas y productivas de la sociedad van a sufrir un deterioro tan importante, un Estado, en su concepción clásica, es completamente incapaz de adaptarse; de hecho, lo único que puede hacer es agravar aspectos de la actual crisis Es decir, nadie se engañe, los próximos movimientos del Estado serán contraproducentes: intentará aumentar algunos impuestos para poder financiar su plan de choque, pero con una actividad en retroceso los impuestos también caerán y más rápido; recurrirá al endeudamiento, pero el volumen de deuda requerido será tan grande que en seguida el mero pago de los intereses le dejarán prácticamente sin recursos; recortará grandemente los salarios de los funcionarios y al hacerlo se reducirá aún más el consumo; recortará en partidas más “accesorias” desde el punto de vista de lograr la imposible recuperación económica y con ello aumentará el malestar y, lo peor de todo, habrá gente que quedará completamente desprotegida.
Y, ¿qué va a hacer esa gente cuando no tenga ningún tipo de ingresos a medida que la situación se vaya prolongando a lo largo de los meses? Es verdad que algunas familias podrá vivir durante un tiempo de los exiguos ahorros que pueda tener, de lo que le puedan dar sus padres pensionistas o prestar sus amigos – los menos -, a la vez que acabarán malvendiendo algunas pertenencias por las que aún puedan sacar unos euracos de mierda, pero todo tiene un límite, y llegará un momento en que la única opción para sobrevivir será robar; y a medida que la desesperación crezca, esos robos tendrán que ser más violentos, porque costará más encontrar algo que merezca la pena.
¿Qué puede hacer el Estado delante de esto? Nada. La primera reacción sería aumentar la presión policial, pero sin reclutar más policía, justamente por la falta de recursos. En cuanto el problema se generalice, la policía solo podrá dedicarse a las cosas grandes de verdad, y de vez en cuando atrapará y seguramente apalizará a algunos raterillos, para dar la impresión de que se está haciendo algo, mientras las grandes fortunas seguirán enriqueciéndose asquerosamente a cuenta de los de siempre, de los trabajadores. Ese es el caparazón que oculta la crisis del coronavirus que, como todas la anteriores, producidas por los mismos, no persiguen más que el objetivo de enriquecer a los más asquerosamente ricos y empobrecer a los más paupérrimamente pobres.
Las decisiones del Gobierno para estimular la economía y superar los efectos depresivos del confinamiento cursan a modo de presentación de un producto comercial con el escenario de la Moncloa que se reviste de distinta manera cada día. Mucha liturgia. Unas presentaciones con un actor principal, el presidente del Gobierno, y una audiencia compuesta por miembros del Gobierno y representantes de los interesados, afectados o beneficiados. La cosa va por sectores, automóvil, turismo… además de la tradicional mesa compuesta por la patronal y los pandilleros del bisindicalismo llamado mayoritario, aunque no representen ni el 15 por ciento del conjunto de los trabajadores españoles.
El grupo musical sueco Abba dispone de la música de fondo para animar estas presentaciones: “money, money, money…” El titular de todas las presentaciones es homogéneo: el Gobierno pone tres mil, cuatro mil, cinco mil millones para apoyar el sector de cada día. Unas cifras que salen de la suma de peras, manzanas y patatas; de avales, créditos y subsidios, con calendarios plurianuales, en unos casos ya contemplados y presupuestados en programas en curso o en otros por concretar. A los beneficiados les parece bien, aunque siempre lo ven insuficiente.
Gobernar es gastar, decía el profesor Fuentes Quintana, y los gobiernos se entregan, con más o menos entusiasmo, a ese principio y práctica. Rodríguez Zapatero, por ejemplo, era un entusiasta del reparto de cheques y del gasto dirigido, a favor o en contra de corriente. A Solbes le pedía que acumulara para que él pudiera luego repartir con las prioridades políticas que estimara convenientes. Efectivamente gobernar es gastar, pero con algún añadido sustancial, gastar con sentido, con un fin, con el objetivo de sembrar para crecer, para mejorar las condiciones futuras.
Tras una catástrofe como la que ha supuesto la hibernación durante tres meses que ha derrumbado la actividad, la producción y el empleo hay que gastar, y gastar mucho para recuperar potencia, para evitar la necrosis del tejido productivo. Pero insisto gastar con tino, con propósito y con definición de objetivos y evaluación posterior, y, sobre todo, gastar de lo que se dispone o puede disponer.
La realidad ha sido que al carecer de una política sanitaria efectiva – nada tiene que ver con tener un gran equipo de sanitarios – el gobierno ha optado por la propaganda, presentando al coronavirus no como un agente patógeno, sino como el enemigo a batir. La retórica bélica en las homilías y ruedas de prensa del presidente del gobierno y de sus generales durante la primera parte de la covid-19 eran verdaderos partes de guerra: “la victoria está cerca”, recalcaba una y otra vez el presidente, siempre que “nos mantengamos unidos”, mientras su ministro de sanidad, el filósofo Salvador Illa, al anunciar que “estamos doblegando la pandemia” nos hacer sentir que ha asaltado la trinchera y está empeñado en un cuerpo a cuerpo con el alevoso enemigo. Esta apelación a la población a sumarse al esfuerzo guerrero aparece también en las guerras de verdad – esta no era una guerra, sino una catástrofe -, aunque nunca fue un recurso empleado por militares capaces, sino por los generales más ineptos e irresponsables.
La historia de España está llena de fracasos militares pagados con vidas de inocentes, sin ir más lejos, en el desastre de Annual de 1921 perdieron la vida 10.000 españoles, donde además del condecorado general Manuel Fernández Silvestre, que los había llevado al matadero, fue escandaloso descubrir que los soldados españoles – algunos descalzos – estaban mucho peor equipados que los rifeños, pero los negocios turbios causantes de la tragedia no se pudieron investigar porque aquello significaba “mancillar el honor del ejército”.
Fuente: MInisterior de Sanidad (21-06-2020)
En el caso que nos ocupa, en los inicios de la pandemia, la obligación del gobierno hubiera sido fundamentalmente proteger a la población, equipando adecuadamente a los sanitarios y a los soldados frente a la invasión vírica, pero el fracaso fue de dimensiones colosales, como lo demuestran las cifras que tenemos a la vista hoy, 21 de junio de 2020, con 28.323 muertos y 246.272 infectados, de los cuales 51.849 contagiados y 63 muertos son sanitarios (2 de cada 10 sanitarios, esto es el 21% del total de los sanitarios) y 19.514 muertos en los pretanatorios o residencias de ancianos (5.979 en Madrid, 4.095 en Cataluña y 2.591 en Castilla-León), que nos coloca en el primer país del mundo con mayor número de muertos y mayor número de pensionistas eliminados, siempre calculado proporcionalmente. “Estamos orgullosos de lo que hemos conseguido juntos” dice el presidente a la hora de hacer balance. “España es una gran nación”, repite cansinamente el rey, no el emérito corrupto, el otro, que para eso tenemos dos reyes y dos reinas. Menos mal que el presidente del gobierno ha salvado la vida a 456.221 españoles – él mismo los contó uno a uno -, que sino el acto de adulación previsto para el 16 de julio, con la asistencia de los máximos mandatarios del país, incluido el Borbón, no se podría celebrar por falta de espacio para poner nombre y apellidos a los muertos. Por cierto, para esa fecha, ¿tendremos, por fin, las cifras reales de muertos e infectados que han sido víctimas del coronavirus y la negligencia del gobierno y sus máximos (i)responsables sanitarios, el ministro filósofo Salvador Illa, y el director del CCAOS, el médico político, Fernando Simón, que también, al igual que el general del desastre de Annual, también han sido condecorados?
Pero, volvamos al inicio de mi diario, cuando la incertidumbre por la crisis económica que va a suceder a la crisis sanitaria mantiene en vilo a la gran mayoría del pueblo español, donde el asunto principal es el trabajo. Si en España el paro es un problema endémico y la principal preocupación de los ciudadanos en una situación normal, con la crisis del coronavirus se ha disparado la alarma. Más del 41,9 % de los españoles, según un reciente sondeo del Sigma Dos, teme irse al paro, pero el porcentaje supera al 50% si solo se tienen en cuenta a quienes efectivamente están trabajando en estos momentos. Octubre es el mes tradicional en el que el sector de la educación toma el relevo de las estaciones que marca el mercado laboral español. Comienza a cerrarse la temporada turística y empieza el curso escolar, de modo que las altas y bajas en la Seguridad Social se traducen en un equilibrio que en los últimos años ha sido positivo, con un crecimiento bastante estable del empleo, pero este año nada hay seguro, aunque el turismo haya comenzado a recuperar empleos para una temporada incierta y las administraciones aún siguen discutiendo las condiciones de seguridad para la vuelta a las aulas. ¿Y la construcción? ¿Y el comercio o los servicios sanitarios?
Solo hay una certeza, y es que el otoño es la referencia temporal en la que se espera el mayor impacto sobre el mercado laboral en términos de destrucción de empleo y parón en las contrataciones. 1,2 millones de los afectados por ERTE no lograrán recuperar su empleo tras la suspensión, según la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), organismo donde se forjó el actual ministro de Inclusión y Seguridad Social, Escrivá. Pero, la cifra se eleva a 1,5 millones de empleos si se tiene en cuenta la previsión más pesimista de ManpowerGroup, una de las mayores agencias de contratación en España. Es decir, de una tasa del 14,8 % como la que tenemos al día de hoy, con 3,8 millones de parados, se pasará a otra del 20 %, bien por encima de los cuatro millones de parados, lo que amenaza literalmente con el “estallido social”.
“El golpe vendrá seguro, y no podemos mantener en la UCI a millones de trabajadores y a sus empresas por mucho tiempo”, por mucho pacto social que pueda firmar el pandillerismo sindical aceptando las medidas de flexibilidad que se introduzcan en el mismo, donde un trabajador podrá compartir así la reactivación de su empleo con otros mientras la empresa no encuentre suficientes ingresos para sostener a todos. Es decir, va a haber mayor precarización en la contratación y eso es algo que afectará a los salarios. Ni siquiera se ponen de acuerdo la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, cuando admite retrasos en el abono de los ERTE a unos 300.000 afectados, mientras el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, esta misma semana admite retrasos en los ERTE que desde el máximo, que s alcanzó el 30 de abril, cuando se protegió a unos 3,4 millones de personas se han activado 1,2 millones. Mas claro: ese máximo de 3,4 millones de asalariados protegidos en abril señalado por Escrivá marca una diferencia de 1,1 millones respecto a los abonos que el SEPE admite haber realizado. Aquí, como ocurre con el número de muertos e infectados por el bicho, tampoco se ponen de acuerdo los ministros, entre sí, a la hora de sumar y restar parados y trabajadores. ¿Alguien se acuerda de la derogación íntegra de las reformas laborales de Zapatero en 2010, continuada más regresivamente por el gobierno Rajoy en 2012? ¿Alguien sabe donde se encuentra la famosa “mochila austriaca” con sus repercusiones sobre los despidos y las pensiones”? En definitiva, ¿sabéis quienes van a ser otra vez los “paganinis” de esta crisis que se esconde bajo el caparazón de la covid-19? Tú, aquel, aquellos y aquellas, nosotros y vosotras. En julio hablaremos de la tómbola navideña instalada en la Unión Europea.
Buenas noches y fin de mis diarios. Salud y República.