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ELLAS FUERON DECISIVAS EN LA LUCHA

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Pilar Primo de Rivera y Sáenz de Heredia (Madrid, 4 de noviembre de 1907-Madrid, 17 de marzo de 1991) fue una política española de ideología falangista, que tuvo un papel destacado durante la dictadura franquista. Era hermana de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española ​ e hija del dictador Miguel Primo de Rivera. Es conocida por haber sido la fundadora y dirigente de la Sección Femenina de Falange durante la guerra civil española y, posteriormente, durante el régimen de Franco.

– “Gracias a Falange, las mujeres van a ser más limpias, los niños más sanos, los pueblos más alegres y las casas más claras”.

– “Todos los días deberíamos de dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos, quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas”.

– “Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles”.

– “La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular -o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse”. (La mujer ideal de Pilar Primo de Rivera)

Es verdad que alrededor de la minería se han creado muchas ideas y prejuicios relacionados con los conceptos de clase social y de género, hasta el extremo de que, en innumerables ocasiones, la imagen de los mineros ha quedado asociada exclusivamente con la lucha obrera, pero no es menos cierto que esta imagen de manifestaciones y huelgas protagonizadas por ELLOS – los mineros -, que desarrollaban el duro trabajo en las entrañas de la tierra ha ocultado a menudo el papel de ELLAS – las mujeres -, en el sostenimiento de esas mismas luchas, en la transmisión de la memoria y la defensa de valores, campos de batalla donde el prejuicio ha hecho que, de forma equivocada, fueran vistas como secundarias respecto a sus padres, maridos o hijos. Sin embargo, es de justicia reconocer que ELLAS fueron y siguen siendo decisivas en el sostenimiento de la vida familiar, quedando convertidas en los momentos de mayor adversidad en piezas decisivas de la lucha. Y es justamente en estas situaciones cuando sus acciones resultan más visibles, por mostrar una energía y determinación que las lleva a adquirir autonomía y erigirse en sujetos sociopolíticos de fuerte personalidad.

En efecto, si en la zona republicana, las milicianas simbolizaron el heroísmo de la resistencia popular frente a los militares golpistas, en los territorios ocupados por el fascismo eran tomadas como mujeres feroces, monstruosas y escasamente femeninas a todas aquellas que no habían sido infectadas por aquella enfermedad del franquismo, llegando a ser denominadas como “delincuentes marxistas femeninos”, tratando de negarles su naturaleza y condiciones de mujeres a la vez que sufriendo todo tipo de represiones y abusos institucionalizados y sistemáticos que no tenían otro objetivo que demonizar el arquetipo de mujer que había comenzado a extenderse durante la II REPUBLICA.

Así, mientras que ELLOS eran “paseados” y abandonados sus cadáveres en las cunetas y tapias de los cementerios, encarcelados o se unían a las “guerrillas del monte” para continuar la lucha contra el fascismo, ELLAS permanecían en los pueblos, a cargo de sus familias y sirviendo de enlaces a “los del monte”, siendo juzgadas en Tribunales Militares  en los que se decidía qué mujeres debían de ser vejadas y marcadas por haber contribuido al derrumbe de la “moral católica”, previo el “informe de conducta”, emitido por el comandante de puesto de la Guardia Civil, el alcalde y el jefe local de Falange, quedando extendido el corte de pelo al rape y la ingesta de aceite de ricino para provocarles diarreas y pasearlas por las calles principales de los pueblos  “liberados”, acompañadas por la banda de música, en aquellas prácticas realizadas por las bandas paramilitares de falangistas, requetés, guardia civil y somatenes, con el consentimiento y visto bueno de las autoridades militares, que lo controlaban absolutamente todo: “… y lo peor son los domingos , cuando la plaza se llena de gente después de la salida de misa de doce y todos están tomando el aperitivo. Es cuando aprovechan para pasear en fila a las mujeres que pasaban por rojas, desaliñadas del todo, cortado el pelo al rape y afeitadas las cejas. ¡Hay que ver cómo las insultan y que cosas no se les dice!”

En la foto aparecen un hombre y veinte mujeres, la mayoría jóvenes de poco más de 13 años de edad, que pertenecían al grupo de canto que ensayaba en la Casa del Pueblo de Montilla (Córdoba), o eran militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas, sin haber cometido delito alguno. Tras ser arrestadas, se les rapó la cabeza y se las forzó a ingerir aceite de ricino con sopas de pan, para que con el laxante “arrojaran el comunismo del cuerpo”. Acompañadas por el director de la banda de música, Joaquín Gutiérrez Luque (el Bartolo), también pelado, “las obligaron a pasear por las calles saludando con el brazo en alto, al estilo fascista, y cantando el himno falangista, el Cara al Sol, entre la mofa de sus verdugos”. En la fotografía, entre los rostros tristes y abatidos de estas mujeres, sobresalen unas pocas sonrisas tímidas y forzadas, destacando también la resignación con la que levantan el brazo, avergonzadas, reflejo del calvario que estaban viviendo. A algunas de estas mujeres se les dejaba un pequeño mechón de pelo en la cabeza en el que luego se les colocaba un lacito con los colores de la bandera monárquica.

Se trataba, ante todo, de exhibir una especie de mujer deformada por la República, en su inmensa mayoría hijas, esposas, madres, hermanas o sobrinas de quienes habían defendido aquel sistema republicano legítimamente constituido. Era algo más que un abuso sobre las mujeres, fue un ataque furibundo al modelo de mujer libre, moderna e independiente, que no perseguía sino el modelo de aquella mujer nacionalsindicalista como base para una nueva familia cristiana que, junto al sindicato vertical y el municipio, debía constituirse como uno de los principales pilares en la construcción del nuevo estado franquista. Es decir, retroceder a la sociedad patriarcal y a un papel de sumisión que parecía haber quedado superado, a través de la Sección Femenina de la FET y de las JONS, para quien “la vida de toda mujer, tal como se puede recoger de su revista MEDINA, en agosto de 1.944, no es más que un eterno deseo de encontrar  a quien someterse”, hasta el punto de que “cuando estéis casadas, pondréis en la tarjeta vuestro nombre propio, vuestro primer apellido y después la partícula ‘de’, seguida del apellido de vuestro marido.”

Carboneras de Mina La Encarná.

Fue un golpe maestro, con una violencia extrema contra las mujeres que sirvió al franquismo como venganza machista contra quienes osaron contravenir el orden patriarcal durante la incívica guerra y los 40 años que duró la dictadura, a base de violación, tortura, cárcel y ejecuciones desde aquel golpe de Estado fascista, tratando de imponer un modelo único de mujer tras la victoria fascista. El paradigma de la pedagogía del terror está en las fosas comunes. La mayoría de los cuerpos arrojados a la tierra corresponden a hombres. En torno a ocho de cada diez. Pero también hay desaparecidas. Y los golpistas ejercían una represión especial sobre las mujeres, tal y como ha quedado escrito, donde ELLAS sufrieron doble castigo que ELLOS. Por “rojas” y por “liberadas”, repitiendo de una punta a otra de la España sublevada, los mismos métodos de tortura física y psicológica, que se pueden resumir en las purgas con aceite de ricino para que su fuerte poder laxante depurara su “tóxico interior”, el corte del pelo al cero para censurar su supuesto libertinaje, y la prohibición absoluta de mostrar cualquier tipo de luto a las viudas, hermanas y madres de fusilados.

La España de la conspiración golpista nunca perdonó que las mujeres rompieran las reglas de juego. Que transgredieran la feminidad tradicional durante la II República española. Por eso los franquistas torturaron y asesinaron para atemorizar y dejar claro el camino del silencio y la obediencia. Porque la mujer buscaba torcer el curso patriarcal de la historia, de tal manera que, si la República quiso transformar el país y cambiar el discurso social, el golpe fascista contra la democracia frenó el nuevo paradigma. Muchas sufrieron las consecuencias desde el minuto uno. Era el modo de doblegar la incipiente lucha feminista para convertirla en sumisión. Para pasar de la reivindicación a la sumisión, de las calles al hogar.

Cartilla militarizada de una mujer minera (cribadora) en el año 1939, asimilada a la categoría de soldado en la empresa Carbones de la Piquera, firmada por el capitán director (Foto de Olegario González Fernández)

Fueron miles y miles las mujeres luchadoras en todos los pueblos y ciudades de España, pero yo me voy a referir a las mujeres de las cuencas mineras asturianas, objeto de este ensayo, dando voz a la memoria de aquellas mujeres que con su lucha rompieron cadenas en su movilización colectiva contra el fascismo en la cuenca minera asturiana.  

La imperiosa necesidad del carbón y la escasez de hombres llenaron las cuencas mineras asturianas de mujeres y casi mujeres mineras (niñas). Mujeres asfixiadas socialmente por aquella clase dominante que acababa de llevar a cabo la santísima “Cruzada” nazi-fascista que destruyó al país. Mujeres viudas de “rojos”, solteras con hijos, mujeres de “desaparecidos”, mutilados, presos en los campos de concentración y de trabajos forzados, en el “maquis”, la mayoría de las cuales tuvieron que pagar muy caro el favor que les hacían admitiéndolas y militarizándolas. Además, las viudas de los mineros tenían el “privilegio” de trabajar en la mina por la mitad del sueldo y echando más horas que sus compañeros varones. No tenían derecho a la paga por silicosis porque trabajaban en el exterior, aunque eran las que más polvo respiraban. Su paraguas para protegerse de la lluvia y el orbayo, que en nuestra región suele ser bastante habitual, era un simple saco a modo de capirucho. En algunos documentos se recoge numéricamente que el rendimiento de algunas de ellas superaba considerablemente al de los hombres.

Estas duras mujeres, soportaban, asimismo, unas condiciones sociales denigrantes, en su mayoría, para el sexo femenino. Porque también en el hogar sufrían el peso de una sociedad machista que recargaba en ellas el peso de todas las obligaciones, teniendo que bregar con el trabajo, la miseria y su situación de invisibilidad.

Mujeres carboneras.

Como ha quedado dicho, fueron muchas las mujeres mineras que trabajaron en las minas y lucharon, codo a codo con los mineros en contra de las injusticias de la época hasta lograr muchas de las conquistas sociales que hoy todavía disfrutamos. Mujeres como Rosaura, la madre de Rosina, que bajaba cada día con sus dos hermanas desde Prau Reondu a La Mariana para cargar los vagones en la galería, a pie de rampa, y sacarlos con los bueyes hasta el descargadero. Como la tía Florenta, que bajaba dos viajes diarios desde el quince de Mariana hasta Fábrica de Mieres con el carro del país y siempre fumando y cantando, haciendo crujir los ejes de la noche, por aquellos montes. Como Fina, que cuando la «huelgona» del 62 bajó con las otras mujeres de Brañanoveles a tirar piedras a los esquiroles y fue despedida por el Gabinete Negro de Fábrica de Mieres junto con otros más de seiscientos mineros. Mujeres como Rosina, la hija de Rosaura «la del Carboneru», que, en 1914, a los dieciséis años, entró en los lavaderos de La Cuadriella para trabajar hasta 1918 y que siempre recordó esos cinco años como los únicos felices de su vida porque «yo, como estaba huérfana y vivía de pensión, como los mineros, salía de trabajar mis doce horas y para mí era la vida, para hacer luego lo que me diera la gana. Pero hasta que me casé». Hasta que se casó con un hombre brutal – recuérdese que las palizas en la noche de bodas y vida en adelante formaron parte durante muchos años del ritual de cortejo y matrimonio de muchos mineros – y se puso a parir y a criar a sus ocho hijos con lo que le pagaban los posaderos que también tuvo que meter en casa. Como Enriqueta, la hermana de Rosina, que, como no se casó porque no le dio la gana y porque los hombres le tenían miedo desde que una vez le pegó una somanta a un maquinista que era un golfo y «se tiraba a las mujeres», siguió trabajando hasta que se jubiló.Y luego, cuando fue a Madrid a solicitar el tercer grado de silicosis por el polvo de los lavaderos, también tuvo que sacudirle la solapa al de la oficina, porque, al decirle lo de la silicosis, como era una mujer, se echó a reír, creyendo que le estaba tomando el pelo. Como Lurdines la de Fresneal, que dejó la leche que repartía para entrar de vagonera a los trece años y que los primeros días no podía ni atarse los lazos de las trenzas y tenía que peinarla su madre, de cómo llevaba los brazos de cargar los vagones de veinte toneladas. Y que conserva aún en su retina la catástrofe de 1923 en Mina Baltasara: «Trece muertos, allí quietinos. ¿Y sabes por qué sé yo que era un lunes? Porque, como acababan de entrar, estaban todos con la ropa recién lavada, tan guapos, tan limpios…». Como Alegría, que bajaba de Riparape a Llascares todos los días, desde que entró de atropadora en 1914, a los trece años, y a la que en 1923 castigaron no sé cuántos días «por blasfemar y por sacar cantares», al rey y a la reina y a Primo de Rivera, porque pensaban que el dictador iba a subirles el jornal y lo que pasó fue que se lo bajaron quince reales. Son algunas de las historias recogidas de los magníficos documentos escritos que nos ha brindado la escritora Montserrat Garnacho en su libro “Mujeres mineras” in Asturias y la Mina ( Ediciones Trea, Gijón, 2000), y que yo quiero condensar en una mujer a la que conozco personalmente, con la que conviví de vecina en la barriada de Lada desde la edad de seis años, y a la que deseo largos años de vida y lucha, como homenaje que pretendo hacer extensivo a todo el colectivo de mujeres mineras en su lucha permanente contra el franquismo: Anita Sirgo “La Perruca”.

Anita Sirgo Suárez “La Perruca” y Constantina Pérez “Tina”, dos luchadoras mineras contra el franquismo.  

Hija y sobrina de guerrilleros, siendo una “guajina” , con apenas cinco años de edad, ya conoció los rigores de la cárcel de Sama de Langreo, en la Casa de España, cuando, junto con su hermano Avelino, un año mayor que ella, tuvieron que ir con su madre al no tener esta con quien dejarles, ya que toda la familia había sido detenida, hasta que su madre fue enviada, en diciembre de 1.938, al Campo de Concentración de Prisioneros de Guerra de Arnao en Figueras, del municipio de Castropol, y ella y su hermano en la expedición de niños con destino a la URSS, aunque no llegaron a embarcar, porque cuando se encontraban en Barcelona “nos fue a recoger un tíu nuestru que vivía en Llanes y nos llevó para allá”, donde tuvieron que trabajar, sin poder ir a la escuela, “cuidando unes vaquines que tenía mi tíu, pero donde no nos faltó ni cariño ni el platu de cocido todos los días porque yeren muy buenos con nosotros…”

Por fin, después de permanecer cinco años en las cárceles franquistas, se producía el reencuentro de los hijos con  la madre de Anita  y el regreso a su casa natal en el pueblín de El Campurru en Lada, del municipio de Langreo, encontrándose con su casa desmantelada y sin muebles, porque lo “habíen llevao to los falangistas, tal y como se pudo comprobar posteriormente, cuando desapareció la Falange de Lada y supimos que los muebles taben allí, faciendo de vitrines pa les sus coses…”, pero aquello, en absoluto sirvió para amedrentar a aquellas dos mujeres – madre e hija -, así que se pusieron a trabajar ambas para sacar la casa adelante, viviendo, mientras tanto, en la casa de la “güela” de Anita “La Perruca”, que también había salido de la cárcel: la madre a trabajar con aquel tristemente famoso negrero conocido por “El Tirriu”, tirando de pala y llevando los cestos cargados sobre su cabeza a las pilas de carbón o a los vagones, en aquellas tan inhumanas como interminables jornadas de doce y catorce horas diarias a cambio de un miserable salario de ¡¡¡ 9,50 pesetas !!! – un par de zapatos costaba entre noventa y cien pesetas, y un litro de aceite, en el estraperlo, entre treinta y cuarenta pesetas –, y ella, Anita, con diez años de edad, vendiendo el pan que hacia una vecina del pueblo por todos los puestos de Lada. Más tarde, cuando dejaron de hacer el pan, se fue a trabajar, por las mañanas al Bar de Dionisio en Sama, y por las tardes “a fregar pisos y portales de rodilles, con arena y estropajo”, al margen de la ropa que todos los días llevaba para lavar a casa, pero como no tenían agua, “la lavábamos  en un ‘regueru’, y cuando llegaba el invierno teníamos que romper los ‘calambros’ con una piedra para poder lavar”.

Vecinos de Lada, familiares, compañeros del Partido Comunista y representantes políticos asistieron, ayer al mediodía, al descubrimiento del monolito que sirve de homenaje a la labor de la histórica militante comunista Carmen Marrón, ‘La Marrona’. La activista da nombre a un parque en la localidad donde nació y donde también luchó por las libertades.

Pero, Anita “La Perruca” fue algo más que trabajadora desde muy “guajina”, ya que a la edad de once años era, nada más y nada menos que, toda una enlace del maquis, donde estaba un tío suyo, asesinado por la brigadilla de la Guardia Civil el 6 de noviembre de 1.948, en Pola de Laviana, por el procedimiento de la llamada ley de fugas: “Yo como era una cría y pasaba desapercibida, era la que yos llevaba la comida al monte en una ‘maniega’ que me preparaba mi madre, debajo les potes y encima una sábana tapando la comida, sobre la que echábamos grana, para despistar a la gente y a la Guardia Civil, con la que llegué a cruzarme en varias ocasiones, aunque nada sospechaban porque yo era piquiñina, y sólo se veía la grana, de tal manera que, antes de llegar donde estaban los guerrilleros posaba la maniega, como si me pesara, pero yera porque tenía que mirar que no hubiera nadie alrededor, vecinos o guardias. Después dejaba la comida y me iba. Ellos andaben de un sitiu a otru de los montes de Asturias, y cuando estaben en la zona de Langreo, muchas veces se reuníen en nuestra casa, y desde un ventanucu que daba al teyao, por donde se veía el camín por donde venía la Guardia Civil, entós yo tenía que estar vigilante y avisar para que escaparan, abriendo seguidamente todas las ventanas y recoger los ceniceros para que no se notara nada si entraban a revisar (…) Después de que mataran a mi tíu Fidel, ya con diecisiete años, conocí a Alfonso Braña Castaño y me casé con él en el año 1.950, bajando a vivir del Campurru a onde vivo ahora, a la barriada langreana de San José, en Lada.”

Así llegamos a una de las fechas clave en la historia del Movimiento Obrero contra la dictadura franquista: ¡¡¡ AÑO 1.962 !!!, donde una ola ininterrumpida de huelgas sacudió el país, dando lugar a la mayor explosión de conflictividad obrera a la que se había enfrentado el régimen hasta el momento, siendo la minería asturiana quien lideró aquella iniciativa que, si bien era cierto que la huelga había comenzado de una manera espontánea y por razones estrictamente profesionales, el desarrollo reveló enseguida la existencia de una coordinación y encuadre político, donde el Partido Comunista de España demostró que, efectivamente ejercía una gran influencia para canalizar las protestas de las masas gracias a la disciplina y experiencia adquiridas en veinte años de acción clandestina, destacando las acciones decididas de mujeres como Anita Sirgo,  Constantina Pérez y las hermanas Marrón – Carmina y Celestina -,haciendo una intensísima labor de  concienciación entre las vecinas de las comunidades mineras, celebrando reuniones clandestinas para organizar la solidaridad y difundiendo sus consignas en los lugares frecuentados por las demás mujeres de las cuencas mineras.

En esta foto aparecen algunas de las mujeres mineras de aquellos años que tanto significaron en el camino hacia el logro de la libertad y la democracia en España: Anita Sirgo, Esther Amaro, Celestina Baragaño, María Fernández Zapico, Isabel Bejarano, Josefa Suárez, Luz Morán, Isaura Diaz, Eloina Zapico, Honorina Díaz, Laudelina Roces…, entre otras muchas detenidas y maltratadas en los calabozos de la policía de Langreo antes de ser ingresadas en la Cárcel el año 1.963…

Las llamadas “fuerzas del orden”– Guardia Civil y su Brigadilla, Policía Armada, Brigada Político Social, así como toda la “gandalla” de falangistas, somatenes y confidentes policiales, brillando con luz propia por su “salvajismo”, el Cabo Pérez, Claudio Ramos Tejedor y el capitán legionario, expresamente enviado desde Melilla, Fernando CARO Levia, habían actuado con una extraordinaria dureza represiva, no consiguiendo otra cosa que extender aquel movimiento de solidaridad, de tal manera que, al final, el gobierno tuvo que enviar a su ministro más sonriente, José Solís Ruiz, para pactar, aunque demagógicamente, las reivindicaciones arrancadas por la lucha de los mineros y sus mujeres. Por un momento, la paz laboral había vuelto a las cuencas mineras, normalizando la vuelta al trabajo, pero las “fuerzas del orden citadas” no pusieron fin a su labor represora, buscando a los responsables, deteniéndolos para  torturarlos de una manera salvaje e incluso deportándolos fuera de sus regiones de origen, hasta el punto de que la situación en las cuencas mineras era cada día más tensa y el movimiento huelguístico reapareció con mayor crudeza al año siguiente – 1.963 -, con 365 detenciones de mineros, muchos de ellos encarcelados , deportados , los domicilios registrados y sus mujeres acosadas policialmente, siendo “rapadas” a navaja las cabelleras de Anita Sirgo y Constantina Pérez, después de ser salvajemente torturadas, aunque un “demócrata de toda la vida”, como el entonces Ministro de Información y Turismo del gobierno de Franco, Manuel Fraga Iribarne, lo pusiera en duda – yo mismo ví “rapada” a Anita y puedo afirmar que era muy guapa antes de ser “rapada”, cuando estaba “rapada” y sin estar “rapada”, como en la actualidad con sus casi 85 años de edad -,  en su contestación al Manifiesto de los 102 intelectuales españoles de mayor prestigio y de muy distintas tendencias, que le pedían explicaciones ante aquellas presuntas actividades feroces de las “fuerzas del orden”, aunque sólo dirigió la carta a uno de ellos, en la persona de José Bergamín, el 3 de octubre de 1.963: “Parece, por otra parte, posible que se cometiese esa arbitrariedad de cortar el pelo a Constantina Pérez y a Anita Braña, acto que de ser cierto sería realmente discutible, aunque las sistemáticas provocaciones de estas damas a la fuera pública la hacían más que explicable, pero cuya ingenuidad no dejo de señalarle (…) Vea, por tanto, cómo dos cortes de pelo pueden ser la única apoyatura real para el montaje de toda una “leyenda negra” o “tomadura de pelo”, según se mire.”

ANITA SIRGO “LA PERRUCA”, con el pelo un poco crecido, después de ser “rapada” y en la ventana de su casa de la barriada de San José, en la actualidad. Lo dicho: guapa era antes del rape, con el rape, y ahora, pero por encima de todo, una persona de una enorme calidad humana…

Por cierto, este ¡¡¡ sinvergüenza fascista de Fraga Iribarne !!! no debía de estar muy bien informado al nombrar a la “rapada” Anita Braña, cuando se trataba realmente de Anita Sirgo Suárez, cuyo esposo, Alfonso Braña Castaño, vigilante de primera en el Pozo Fondón de Duro-Felguera cuando fue detenido y despedido de por vida,  era salvajemente torturado en la misma Inspección de Policía  en que a ella se le golpeó, hasta dejarla sorda de un oído por la rotura del tímpano, y se le cortó el pelo al rape.

 


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