Antón Saavedra en una de sus visitas a las explotaciones mineras del Rhur en la República Federal de Alemania, el año 1978.
El último informe de la Agencia Internacional de la Energía (2019) nos revela que el carbón seguirá siendo la principal fuente de energía del mundo, representando en torno al 40% de la generación de electricidad. En el mismo documento se expone que tanto el comercio internacional de carbón como la producción del mismo experimentaron subidas bastante significativas. En el primer caso, creciendo en un 4% en 2018, superando el umbral de los 1.400 millones de toneladas con un incremento del 3,3 % en la producción. Todo ello ha propiciado también que los precios hayan continuado incrementándose, de tal manera que “los precios promedio en 2018 fueron más de un 60% más alto que en 2016, lo que hace que el carbón sea muy rentable”. Es decir, el carbón, pese a quien pese, especialmente a los ecologetas rockefellerianos del Greenpeace que califican al carbón como “arma de destrucción masiva y asesina de la humanidad”, sigue y seguirá siendo la columna vertebral de los sistemas eléctricos del mundo: Nunca, jamás en la historia del mundo hubo tanta producción y tanto consumo de carbón como en la actualidad, hoy por hoy, el recurso más abundante, más seguro y mejor repartido por el planeta tierra. Además, aunque es un secreto poco conocido, incluso el gran cambio propuesto hacia las energías renovables significa consumo de más carbón, entre otras cuestiones, porque el carbón es un componente integral para el 70% de la producción mundial de acero.
Es verdad que no parece nada fácil vestirse de verde, tal como decía The Economist hace unos años refiriéndose a la Energiewende alemana, el proyecto político-técnico-industrial de transición energética iniciado en Alemania con el objetivo de alcanzar una cuota renovable de generación de electricidad en torno al 80% en 2050, pero no es menos cierto que aquella transición energética parida en Berlín durante los gobiernos de coalición entre los socialdemócratas de Schröder y los verdes de Joschka Fischer y “el Rojo” de mayo del 68, Daniel Cohn-Bendit, había convertido al pueblo alemán en el ejemplo de país que nos hizo soñar con un futuro verde. Pero, claro, los sueños acaban siempre encontrándose con la realidad, y esa realidad es que pese a los objetivos de alcanzar el 80% de renovables en 2050, al día de hoy más de la mitad de la energía alemana sigue dependiendo directamente de los combustibles fósiles. ¿Quiere esto decir que ha fracasado la Energiewende?
Antón Saavedra miembro de la mesa de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) durante los años comprendidos entre 1986 y 1994.
Lo que ha quedado meridianamente claro es que la República Federal de Alemania sigue quemando carbón en nombre de las energías renovables hasta el extremo de que el carbón sigue estando por encima del 40%, y cada día que pasa, existen más dudas sobre la Energiewende alemana extendiéndose los rumores, cada día más fuertes, de que el Gobierno está valorando seriamente echar el freno a la misma. ¿Qué podemos aprender de la estrategia alemana?
En nuestro país, una vez más, estamos demostrando que somos diferentes, hasta el punto de que lo que la prensa española sigue vendiendo como el gran logro, es la desindustrialización de España.
Hemos cerrado nuestras minas de carbón, aunque algunas de ellas vuelven a reabrirse y puestas en funcionamiento para seguir con los grandes negocios del carbón (Carbonar, Carballo, Pilotuerto, Vasco-Leonesa, Ibias, etc.), pero seguimos importando electricidad de Marruecos dos veces más intensiva en carbón que la nacional. Y, lo más incoherente, que mientras la propia Comisión Europea propone un fondo multimillonario de euros para ayudar a las regiones a hacer la transición hacia una economía más verde, los países de la UE continúan con sus importaciones de electricidad barata procedente del carbón, amenazando muy seriamente con socavar sus propios planes de descarbonización de la UE para 2030, así como los objetivos de emisiones previstas en el Acuerdo Verde Europeo para 2050.
En este escenario cabe preguntarse: ¿Para qué vamos a mantener abiertas las térmicas y minas de carbón en España si vamos a seguir importando la energía de las centrales marroquíes producida con el carbón de sangre que acumulamos en el Puerto del Musel para exportar a Marruecos y otros países? ¿De qué sirve la moratoria nuclear que tenemos si la importamos desde más allá de la frontera francesa? ¿Tiene sentido el parón de siete años en energías renovables para seguir comprándosela a Portugal? ¿Existe realmente una política energética española al servicio del pueblo español? ¿Tenemos dinero suficiente para seguir pagando la costosa factura energética de nuestra excesiva dependencia del exterior (75%) en torno a los 42.000 millones de euros anuales?
El cierre de las térmicas anunciado por Teresa Ribera, ex directora general del IDDRI – uno de los think tank del “electrofascismo” mundial en París -, en la actualidad vicepresidenta del gobierno para la “cosa energética”, tiene el punto de mira puesto hacia la gran industria donde Asturias se juega mucho, especialmente en aquellas industrias hiperelectrointensivas para sus producciones de zinc o acero cuando es conocido que la industria asturiana está pagando la luz más cara de la Unión Europea, duplicando a países como Alemania o Francia, y sabiendo, como se sabe, que sin luz barata estas industrias nunca podrán competir en el suministro de materiales para los proyectos verdes, corriendo el serio peligro de seguir el mismo camino de Alcoa. Las empresas asturianas son perfectamente viables formando parte de empresas líderes mundialmente en su sector, siempre y cuando que el gobierno les dispense el mismo trato que en los países vecinos, protegiéndolas de igual manera que se protege el museo del Prado o las catedrales españolas.
Antón Saavedra elegido vicepresidente de la Federación Internacional de Mineros (1978-1989) en el 43º Congreso celebrado en Madrid, el año 1978.
En efecto, el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos tiene como novedad el Ministerio para la Transición Ecológica, pero más allá de este llamativo nombre, ¿qué es lo que hay?, ¿hacia dónde nos ofrecen transitar?, ¿cómo es posible que un gobierno que ni siquiera es capaz de aprobar unos Presupuestos para el país, se atreve a hablar de tan ampulosos objetivos, y a poner metas a varios lustros vista, cuando se sabe históricamente que son necesarios cuarenta o cincuenta años para llevar a cabo una transición energética, y que ya llevamos veinte de retraso?
No estaría nada mal que esta ministra de la “cosa energética”, que cree que el CO2 son dos moléculas CO, se dedicara a hacer sus experimentos en casa y con gaseosa, especialmente en los momentos sufridos por el confinamiento en nuestras viviendas como consecuencia de la pandemia que el pueblo español seguimos librando contra el covid-19. Una pandemia que tendrá grandísimas repercusiones a la hora de definir una auténtica política energética para nuestro país, libre de aventuras y fantasías, si de verdad no queremos calentarnos con leña siempre que no se sigan quemando nuestros montes, y alumbrar con velas de cera si la asesina avispa asiática no acaba primero con las abejas.