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SOMOS PODEMOS Y VAMOS HACIA EL ABISMO.

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SOMOS de Oviedo, PODEMOS de Vallecas, GANEMOS en Madrid y VAMOS perdiendo en casi todos los municipios y comunidades autonómicas de España en medio de un galimatías orgánico y sopa de letras sin conexión alguna y enfrentadas entre sí por las constantes luchas fratricidas e intestinas en casi todas las localidades del país por alcanzar cada cual sus “parcelitas” de poder.

Ya lo había vaticinada Irene Montero, la compañera de Pablo Iglesias, asegurando que la siguiente persona que lidere muy pronto la formación morada sería una mujer. Así lo ha afirmado de forma rotunda la portavoz parlamentaria de Unidos Podemos en el Congreso de los Diputados (TVE, 04-03-2019)

Una situación que se agrava por la marcha y dimisión de Pablo Iglesias de sus cargos y también de la política que abre en Unidas Podemos una crisis de proyecto y liderazgo muy lejos de prosperar con el invento de una bicefalia que sitúa a la ministra de Trabajo, Ione Belarra, como lideresa de UP, y a la actual vicepresidenta tercera del gobierno de España, Yolanda Díaz, como candidata a la presidencia del gobierno en sustitución de Pablo Iglesias.

En este escenario, tal parece que aquel que fuera uno de los fundadores de Podemos, Iñigo Errejón, se adelantase para extender el certificado de defunción de la organización cuando aseguraba en una entrevista de TVE, el 13 de mayo de 2021, que el movimiento 15M “ha muerto” porque el país está en otro ciclo, al tiempo que reconocía que en Podemos había sobrado “un poco de soberbia” y “adanismo”.

Errejón fue uno de los fundadores del movimiento Podemos, presentado en enero de 2014 en el madrileño Teatro del Barrio, y que se registró como partido político para concurrir a las elecciones al Parlamento Europeo de 2014. Errejón empezó a trabajar en la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), un think-tank de tendencia anticapitalista que ejecutó la mayor parte de su trabajo en América Latina, llegando a ejercer de secretario y de miembro de la junta ejecutiva. También colaboró con el Grupo Nacional de Investigaciones Sociales del Siglo XXI (GIS XXI), una empresa encuestadora dependiente del Gobierno venezolano.

El líder de Más País reconocía en la misma entrevista que, a pesar de que el 15M fue capaz de “tirar de las orejas” al poder, lo cierto es que “las cuestiones que puso sobre la mesa siguen aún pendientes”, augurando que el movimiento “encontrará otros cauces” para afrontar los retos que están por resolver.

Posiblemente, en la perspectiva del tiempo, los futuros historiadores encontrarán condiciones para poder constatar hasta qué punto el papel desempeñado en España durante los últimos cuarenta años de socialdemocracia, tantas veces revestida de progresía, logró “desenfocar” exitosamente el deseo objetivo de alcanzar cambios sociales, económicos, políticos y culturales, que se encontraban latentes en amplios sectores de la sociedad.

En no pocas ocasiones se encargaron de desempeñar ese papel de “aguafiestas sociales” partidos como el PSOE que, tras la máscara de “lagarterana radical”, fue capaz de poner en marcha durante la década felipista de los 80 un programa de transformaciones neoliberales que convirtieron a España en un Estado humillantemente a las órdenes del complejo financiero-industrial que domina el IV Reich (UE), incluyendo nuestra pertenencia a la OTAN. Un programa que no hubiera sido posible sin la colaboración rastrera de los llamados sindicatos mayoritarios y “de clase”, integrados por una asentada casta de pandilleros sindicales sin historia que, después de hacer tragar carretas y carretones a los trabajadores españoles, los arrastraron a la penosa situación de precariedad laboral, paro, incertidumbre social y bajos salarios en la que actualmente se encuentran.

Una floración sesentayochista se ha apoderado de las plazas de España en demanda de “democracia real” adquiriendo rango de movimiento ciudadano (Plaza del Sol, el 15M)

Pero hete aquí que lo más joven y dinámico de la sociedad española, azuzado por la brutal crisis económica del 2008, decidió un 15 de mayo del año 2011, sin consultar a nadie, echarse impetuosamente a la calle. Sin experiencia ni organización, políticamente desorientados, decenas de miles de jóvenes habían comprendido instintivamente que las instituciones del Régimen políticamente heredado de la dictadura no servían para nada, que la resolución de sus problemas no podían encontrarla en otro lugar diferente al de la lucha en la calle.

Con aquel enorme impulso nació, de forma espontánea y sin contar con preparación alguna, el Movimiento 15M, después de decenas de años de silencio, desmovilización y sin que en este país se moviera ni una sola paja. Pese a ello, la “izquierda invidente” no sólo fue incapaz de comprender este fenómeno social sin precedentes, sino que se aventuró a ir aún más lejos: se atrevió a rechazarlo porque, supuestamente, aquellos desordenados asamblearios no les permitían exhibir sus banderas partidarias en los acalorados y multitudinarios foros de debate. Algunos incluso sostuvieron, y aún sostienen, la “teoría” de que toda aquella revuelta no fue más que una “operación conspirativa de los poderes establecidos” para evitar otra respuesta popular con orientación revolucionaria que, en realidad, nadie esperaba ni estaban en condiciones de propiciar quienes rechazaron el 15M de manera preventiva. 

En realidad, la reacción de esta “izquierda invidente” no fue más que un rechazo a lo que no comprendían y una manifestación, consciente o no, de su propia incapacidad para desempeñar el papel de vanguardia que se otorgaban a sí mismos, pese a no disponer de ejército social alguno que los respaldara. Y eso sucedía a pesar de que esta izquierda cegarruta tenía al alcance de su mano didácticos precedentes históricos, como la Comuna de París o los eventos del año 1905 del pasado siglo, en Rusia, para haber aprendido cuáles son los mecanismos que provocan los estallidos sociales y qué se debe hacer ante su desarrollo.

En una ceremonia celebrada a las siete de la tarde, el Ayuntamiento de Madrid fijó en la Puerta del Sol una placa conmemorativa del movimiento nacido el 15 de mayo del 2011, quedando instalada en lo alto de la fachada del edificio de calle Preciados, 10, de acuerdo con la resolución del Ayuntamiento de Madrid de “reconocer al movimiento 15M y a todas las personas participantes en el mismo”, cuyo texto dice: “El pueblo de Madrid, en reconocimiento al movimiento 15M que tuvo su origen en esta Puerta del Sol. Dormíamos, despertamos”. (5 de diciembre de 2018).

De repente, la madrileña Plaza del Sol aparecía aquel 15 de mayo de 2011 repleta de jóvenes para descubrir que debajo de aquel régimen del 78 se había configurado otra España, vasta, descontenta y flotante. Una España muy jóven ocupando sus plazas, pero que interpretaba fuera de ellas, en tiempos de crisis, a una potencial mayoría social; una España sin memoria que no recordaba los pecados y traiciones de la “modélica transición” ni los muertos del franquismo; una España sin futuro que exigía el cumplimiento de las promesas de la Constitución y que se distanciaba de las instituciones, pero no de la democracia; una España que no se sentía representada por ninguna fuerza política, ni de derechas ni de izquierdas, pero que impidió o retrasó, con sus demandas ingenuas y sus asambleas utópicas, retrasar en nuestro país la entrada de la ultraderecha ya rampante en Europa.

Algunos lo llamaron revolución, con la habitual megalomanía estudiantil, pero aquel 15M no se sustanciaba en ningún programa sino en una irrelevante lista de deseos, cuyos archivos para historiadores quedan depositados en el centro social 3 Peces 3, en el barrio madrileño de Lavapiés, quedando custodiadas 28 cajas marrones que contienen el enojo, la indignación, la euforia y la esperanza de miles de personas que hace diez años atendieron a una convocatoria de colectivos como Juventud sin Futuro o Democracia Real Ya.

Aquellos buzones de cartón y madera colocados en la madrileña Puerta del Sol fueron los que sirvieron para canalizar los sentimientos de la gente en 14.679 papeles, escritos con lápices, bolígrafos, rotuladores de colores o con el teclado del ordenador, tachados y subrayados, que descansan en lo alto de una estantería del citado centro, cuidados por voluntarios que custodian el archivo. Hojas blancas, rosas, azules o amarillas.

En el local, espacioso, donde entra poca luz natural, no hay cajas fuertes ni vitrinas que separen el archivo de los materiales compartidos con los otros colectivos que ocupan el sitio. Al fondo del salón, un gran armario blanco con algunos sellos del 15-M está repleto de lo que sobrevivió a la acampada: carteles coloridos e improvisados, pancartas dobladas, dibujos y retratos. Una tabla de surf con la palabra “indignados” descansa colgada sobre la pared. Un par de voluntarios, de un grupo de 20 participantes del 15-M, custodian esos objetos archivados en el local (El País, 15 de mayo de 2021)

Papeles desgarrados o manchados de café, servilletas y viejas páginas de agendas donde figuran los mensajes que miles de personas dejaron en aquellos buzones: “Queremos una sanidad por lo menos como la que tenemos y que no la privaticen, porque entonces yo moriré por no tener dinero para pagarla”, dice uno de los papeles almacenados. “Los jóvenes españoles preparados que trabajen en España. ¿Un sueño o una realidad?”, se puede leer en otro.

Aquella protesta airada de unos jóvenes que veían bloqueadas sus expectativas por culpa de una grave crisis surgida en el corazón financiero de EE.UU. sería capitalizada tras varios meses de acampada bajo la consigna de “asaltar los cielos”, pero la realidad, hoy por hoy, es que aquella “revolución” no trajo ninguna solución, aunque sí dos diagnósticos certeros y correlativos. Había crecido una generación que no se sentía aludida por los entes movilizadores de la vieja política, esto es, ni partidos ni sindicatos ni siquiera las ONGs, y la crueldad de la crisis abría las puertas para el populismo, como la forma más habitual de estafar a los jóvenes mediante la adulación y otras cantinelas.

En ciencias políticas, populismo es la idea de que la sociedad está separada en dos grupos enfrentados entre sí: “el verdadero pueblo” y “la élite corrupta”.

Un populismo dirigido por un grupo de jóvenes universitarios que hasta entonces dormitaba en la interinidad, de tal manera que, transcurridos diez años, los jóvenes de hoy se encuentran en situación de precariedad y falta de expectativas igual o peor que hace diez años, alcanzando nuestro país el primer lugar del mundo desarrollado en paro juvenil, aunque algunos de aquellos jóvenes propulsores del 15M pasaron a cotizar en los tramos más altos del impuesto sobre la renta.

El enorme destacamento popular movilizado en el 15M, quedó reducido, por arte del Poder y de sus hábiles pastores, a un enorme rebaño de pacíficos corderos que pudieron ser conducidos dócilmente hasta el redil del corral institucional del Régimen político resultante de la pasada dictadura.

Hoy por hoy, no son pocos los que todavía se siguen preguntando si aquellos “agitadores sin causa” fueron o no “agentes” de ciertos Poderes, que inteligentemente los había situado en el centro de aquel huracán que se llamó el Movimiento del 15M.  Sin embargo, lo importante no es saber si estos ridículos personajes conocieron o no la intencionalidad de la operación política en la que habían participado, aunque la clave de los mismos puede encontrarse en su desarrollo, y no en el grado de conciencia que sus protagonistas pudieran tener del papel que en ellos desempeñaron.  Y, a la luz de lo que nos dicen los acontecimientos, existen elementos más que suficientes para sostener que estas estrambóticas figuras, sacadas no por casualidad directamente de las aulas de Universidad Complutense, fueran o no conocedoras del papel real que se prestaron a jugar, tuvieron una influencia decisiva en la liquidación del 15M, así como en la neutralización de las grandes movilizaciones de las que fue protagonista este movimiento.

Es más, me atrevo a afirmar que aquellos niñatos, tan progres ellos, no actuaron sino como auténticos “topos” que hablaban con un lenguaje renovado, muy diferente al aburrido discurso críptico utilizado habitualmente por los políticos del Sistema, que atacaban a la Banca, que decían querer acabar con la Monarquía, que denunciaban la corrupción imperante en el sistema político del bipartidismo turnista que le servía de muleta a la Monarquía. Aquellos niños listos universitarios, al contrario que los politicastros del Régimen del 78, actuando como “topos” emboscados seguían señalando con su dedo acusador a la Europa capitalista que nos tenía con la soga al cuello de la “deuda impagable”, con un lenguaje innovador, pero también intencionadamente ambiguo, afirmando que ya no existía “ni la izquierda ni la derecha”, que aquello eran conceptos viejunos, a la vez que  aseguraban que el enemigo de “los de abajo” era una suerte de “casta”, de significado multivalente e indescifrable, que sustituía al concepto de “clase social” que hasta entonces conocíamos.

El legatario único de aquella performance vanguardista fue la creación del partido Podemos, encabezado por el ya dimitido y sin coleta, Pablo Iglesias. Una organización que hoy se juega su ser o no ser en el espacio político partidista español, como consecuencia de haber caído en los mismos errores de los viejos partidos: un cesarismo y una verticalidad antiquísima y hasta una antiquísima forma de castigar la disidencia mediante las clásicas “purgas” stalinistas y masivas, pasando de tener un amplio y millonario respaldo electoral  a dilapidar la confianza que había depositado en la formación morada una gran parte de la sociedad española.

La manera en la que concluyó el bluf está hoy a la vista de todos. Y no sólo por la radical revisión a la que fueron sometiendo su “discurso redentor” sino, sobre todo, porque, como no podía ser de otra manera, han terminado recorriendo el mismo camino trillado por el que hace 30 años ya había transitado el PSOE.

No obstante, lo más preocupante, desde mi punto de vista es que, después de que Pablo Iglesias aceptase la Vicepresidencia segunda del gobierno PSOE-Unidas Podemos con sus cuatro carteras ministeriales casi vacías de contenido, abandonase el cargo en un solo año sin haber cumplido ninguna de sus promesas legislativas, quedando convertido en un exponente más de aquella casta a la que decía venir a combatir. ¿De verdad, que si no estás en los gobiernos no se puede transformar nada?

Diez años después, ¿qué queda del 15M? Un sueño volteado en su reverso tenebroso: la desmemoria se ha convertido en memoria guerracivilista, las demandas de democracia en acucias de “libertad”, la reforma de las instituciones en rechazo de la política. ¿Qué queda del 15M? El malestar soterrado, cuya vastedad resulta imposible de poder medir, de una generación, también sin futuro, que ve incumplidas las promesas de la nueva política y no cree tampoco en las del 78.

¿Qué queda del 15M? Algunos islotes políticos de ámbito regional o municipal, feminizados y ecologistas, y un mito lejano y poderoso: una experiencia de felicidad colectiva que conviene que sea recordada por los que están preparando, sin saberlo, la próxima enmienda a la totalidad. 

Pues bien, en este escenario le toca a Podemos afrontar su futuro, sin Pablo Iglesias, aunque dirigiendo desde la sombra todo el proceso. En efecto, la marcha del líder que construyó un partido heredero político del 15-M ha colocado a la organización ante su reto más difícil. Mermado electoralmente en la última época, los procesos de Galicia y País Vasco, ya con Podemos formando parte del Gobierno de España, marcan su declive agravado por los resultados de Cataluña y Madrid, donde, si bien han salvado los muebles, tal estancamiento hay que considerarlo como derrotas cuando se comparan con los resultados obtenidos en procesos electorales anteriores donde llegaron a ser la fuerza mayoritaria.

De momento, sin ni siquiera haber celebrado la convocada IV Asamblea Ciudadana, tal y como si la monarquía hubiera influido en las nuevas formas de elegir a los sucesores en Podemos, la máxima responsabilidad para sustituir a Pablo Iglesias en la secretaría general que concluirá el próximo 13 de junio recaerá en la navarrica, Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales.

Nueva vida, nuevo look. El exsecretario general de Podemos, Pablo Iglesias, se ha cortado su característica coleta tras retirarse de la política a raíz de su fracaso en las elecciones autonómicas de Madrid. En los últimos meses, Iglesias había convertido su coleta en moño. Después, coincidiendo con su efímero salto a la política madrileña, recuperó su «look» más tradicional y ahora, tras la derrota ha optado por un corte de pelo más tradicional (12 de mayo de 2021).

De hecho, ya ha trasladado su intención de construir un Podemos más feminizado, menos madrileño y que apueste por afianzar y extender las alianzas confederales para ganar presencia en todo el territorio. También se ha mostrado a favor de que haya una continuidad en la dirección con el grueso del equipo que salió elegido en 2020, con Irene Montero en un papel de “comisaria política”, tal y como ha decido Pablo Iglesias que así sea. 

Frente a un liderazgo muy cerrado en torno a la figura de Iglesias, que fue dejando atrás a las principales voces disidentes, Belarra convivirá con Yolanda Díaz como candidata a la presidencia del Gobierno de la marca electoral Unidas Podemos (UP) que, por cierto, no está afiliada en Podemos ni ostenta ninguna responsabilidad orgánica, ya que su militancia la ejerce en el Partido Comunista de España.

La vicepresidenta tercera del Gobierno, Yolanda Díaz, llenó este jueves el vacío de poder que existía en la coalición de Unidas Podemos (espacio en el que conviven Podemos, Izquierda Unida, Galicia En Común y En Comú Podem) desde el adiós de Pablo Iglesias el pasado 4 de mayo, tras las elecciones madrileñas. Su toma del mando se escenificó en un acto celebrado en el Congreso en el que, arropada por los otros cuatro ministros de la formación morada (Irene Montero, Ione Belarra, Alberto Garzón y Manuel Castells) y sus secretarios de Estado, reunió a los 35 diputados del grupo parlamentario para fijar un nuevo rumbo (13-05-2021)

La cuestión es que la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo y Economía Social del gobierno de España, la gallega Yolanda Díaz, ha tomado el timón del espacio confederal de Unidas Podemos y sus aliados, y  lo ha hecho para marcar un rumbo nuevo en la era del Iglesias sin coleta, informando al grupo confederal el pasado 13 de mayo de 2021 en el Congreso de los Diputados, secundada por los ministros de Unidas Podemos y otros altos cargos, para dibujar ante los diputados de la formación morada los hitos de esa singladura que tendrá un tono nuevo: “Nosotras no somos gentes de ruido (…) La política de Twitter transmite tanta ansiedad que creo que, ante ese malestar social y esa distancia, nosotras debemos generar sosiego y tranquilidad, eso es lo que hacen los dirigentes grandes: dar tranquilidad y sosiego a nuestras gentes cuando tienen miedo y están sufriendo (…)  Tenemos que reconectarnos con la gente que está sufriendo, esta es la misión principal”.

Sin embargo, pienso que una organización a modo de serpiente cascabel bicefálica, esto es con dos cerebros, a los que habrá que añadir los otros dos cerebros de la coalición de Unidas Podemos – Izquierda Unida y Partido Comunista de España – si no quiere morir en el intento, tendrá que saber diferenciar las funciones existentes entre partido, grupo parlamentario y gobierno, de manera que sea el partido el que establezca y negocie los programas discutidos entre la militancia, lo que, en cierta medida, llevaría implícito el que los cargos del partido no ocupen a la vez cargos en las instituciones, a fin de lograr una plena dedicación.

La experiencia adquirida a través de los años, tanto en Unidas Podemos como en los otros partidos del arco parlamentario y gobiernos, nos dice que al entrar a formar parte de un  Gobierno los partidos quedan absorbidos por esta tarea, de tal manera que todos sus mejores cuadros se van al Ejecutivo, descuidando y abandonando las labores de hacer estructura, organización y formación lo que, desde mi punto de vista, deben de constituir la clave para la supervivencia y la fortaleza de cualquier organización política.

“Nadie va a respetar las órdenes de Ione Belarra”, vaticinan cuadros de Podemos. De hecho, sin haber celebrado todavía la Asamblea Ciudadana, han saltado las primeras chispas entre las dos cabezas de la serpiente cascabel bicefálica por el fichaje de la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo de dos dirigentes que provienen de Cataluña y que están vinculados tanto al partido de Colau (los Comunes) como a Izquierda Unida, y que además tienen buena acogida en el Partido Verde Europeo al que Errejón quiere seducir para convertir a Más País en el referente verde en España.

No vale solo con tener una candidata que sea popular, sino que hay que ser capaz de llenar lista, de contar con gente y estructura en los barrios y localidades y, hoy por hoy, Podemos tiene la organización prácticamente desarticulada, y lo que es más preocupante, toda ella inmersa en una auténtica guerra de guerrillas dentro de la propia organización, desde IU hasta Adelante Andalucía, los Comunes en Cataluña o las Mareas gallegas y la madre que parió por cualquier rincón del país.

Por eso la IV Asamblea Ciudadana tiene que ir mucho más allá de ser una mera convocatoria para la renovación de los cargos directivos, sabiendo, como se sabe, que existe un grave problema de fragmentación que debe de ser superado poniendo la mirada por encima de las siglas para tratar de aglutinar a todas esas fuerzas que componen el galimatías y la sopa de letras que tanto daño han hecho en la no consolidación de Podemos.

Cuando estoy en plena redacción del presente informe, 16 de mayo, una nueva candidatura a la secretaría general de Podemos se ha presentado bajo el nombre de “Por un Podemos Horizontal” en la persona del concejal podemita en San Lorenzo de El Escorial, Esteban Tettamanti, y lo hace ante la “intempestiva y precipitada” convocatoria de la Cuarta Asamblea Ciudadana Estatal, Vistalegre IV, donde “la  Dirección nos impuso el relevo de Iglesias a través de los medios de comunicación sin previo contacto con las bases, con la militancia, con la gente”.

El concejal de Podemos en San Lorenzo de El Escorial Esteban Tettamanti ha anunciado este domingo que presentará su candidatura a la Secretaría General de Podemos bajo el nombre ‘Por un Podemos Horizontal’.

Una decisión que el concejal Tettamanti considera muy desacertada”, entre otras cuestiones, por “no haber dejado hueco a un debate interno sosegado y profundo” y no haber hecho un autodiagnóstico con el objetivo de “evaluar cómo y en qué punto se encuentran como formación y buscar la mejor forma de ensanchar su base electoral”. En su manifiesto de presentación, la candidatura de Tettamanti tiene como objetivo “recuperar la esencia de Podemos desde la experiencia trabajando en primera línea de calle: concejales, activistas sociales, militantes de base de diversos lugares de España”.

Seguro que no será la única candidatura que se presentará a la IV Asamblea Ciudadana de Podemos de aquí al 13 de junio de 2021, pero, mientras tanto, esperemos a su celebración para sacar las conclusiones sobre el futuro que depara a la organización morada.


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