El presidente del Gobierno hizo ayer una encendida defensa de la utilidad del estado de alarma, medida de excepción de la que pedirá esta semana en el Congreso una nueva prórroga de un mes. Y para demostrar su beneficio apeló al dramatismo de las cifras, aludió al estudio serológico para justificar sus decisiones y mostró su satisfacción por no seguir lo que han hecho otros países en busca de la inmunidad de grupo o de rebaño. «Hoy sabemos que si hubiéramos seguido ese camino la infección podría haber alcanzado a más de 30 millones de compatriotas, y que podría haber costado la vida de 300.000 personas, uno de cada cien infectados o posiblemente más porque hubiera colapsado el sistema sanitario y hubiera aumentado la letalidad. Debemos tener muy en cuenta estas dos lecciones» (Congreso de los Diputados, el 15 de mayo de 2020)
Antes de nada, quiero dejar muy claro que no soy epidemiólogo, ni virólogo, ni mucho menos me considero un conspiranoico, entre otras cuestiones porque aún me funciona la cabeza moderadamente bien, y porque nunca entendí los procesos históricos como explicados por una sucesión de conspiraciones sino marcados siempre por la lucha de clases dentro de un formación económica y social dada, siendo muy consciente del funcionamiento de la economía bajo el capitalismo, rigiéndose en todo momento por la máxima de la rentabilidad, donde el gasto social nunca es rentable, dejando muy claro que los gobiernos que ocupan las poltronas ministeriales no son más que títeres de un guiñol.
Salvo las 300.000 vidas de las que Pedro Sánchez, en todo un alarde de ego, suficiencia y narcisismo, se jactaba de haber salvado en su comparecencia parlamentaria del pasado 15 de mayo de 2020, atribuyéndolo a los efectos de su gestión en general y al estado de alarma en particular, lo que todo pudiera parecer un mérito, sin embargo, la triste realidad es que no solo no había salvado una sola vida, sino que ni siquiera había descubierto ninguna vacuna y tampoco se había lanzado en pos de ningún ahogado.
De hecho, tiene mucho más que ver con el número de muertos en España al 12 de octubre de 2021 – 86.827 muertos, según las cifras del gobierno, aunque un muy reciente análisis del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington eleva la cifra de muertos por coronavirus en España a 123.786, unos 36.959 más que los comunicados oficialmente, de los cuales más del 40 por ciento ocurrieron en los pretanatorios -, por no haber actuado a tiempo con los vivos que médicos, enfermeras y auxiliares lograron arrancar de las garras del coronavirus a pesar de la incompetencia de este Gobierno de fatuos y fatuas.
Si algún mérito se puede atribuir el presidente del gobierno ha sido su egoísta prioridad para relacionarse de forma eficaz con la elite globalista, hasta quedar convertido en una de sus marionetas o “tonto útil”, de tal manera que, inmerso en su soberbia y en sus intereses personales, sigue la música que le marca ese gobierno invisible que mueve los hilos, tal vez creyendo que, si se comporta como buen pastor de las ovejas, se salvará.
No obstante, conviene recordarle que Roma no paga a traidores, ya que, una vez utilizado para engañar y confundir a la ciudadanía, ese mismo poder le señalará como el responsable, como el verdadero culpable de su mala gestión en su lucha contra el coronavirus – ¿o fue buena, de acuerdo con los objetivos eugenésicos que se perseguían? -, usando como principal argumento para justificar su brutal embestida contra los Estados dizque soberanos la ineptidud a la vez que tachándolos de obsoletos e ineficaces para solucionar los problemas de carácter global, tales como la pandemia de la Covid 19 – a la que seguirán la Covid 20, la Covid 21 y sucesivas -, el cambio climático y la violencia de género, temas en los que ya han previsto redoblar los esfuerzos para los próximos años.
En efecto, esta clase de gobiernos como el de nuestro país, serán los primeros en caer, pero, además, caerán con sus manos manchadas de sangre, la sangre de ese pueblo que, mediante procesos que parecían limpios y democráticos, los había elegido para que los representaran y defendieran, cuando en realidad, a quien representaban era a las élites del verdadero poder, al egoísmo de la oligarquía financiera y al suyo propio.
Tal y como ha quedado demostrado hasta la saciedad, el plan trata de instaurar y establecer una autoridad global en cada uno de los ámbitos de la vida en el planeta, esto es una autoridad única para la salud, el comercio, la religión, el turismo, las energías, la vivienda, el agua, el espacio, la educación…Una autoridad única surgida de la red de poder filantrópica y globalista, que se extiende por el mundo para luego confluir en el mismo punto del que ha partido. Una voz única que no puede ser cuestionada y que imponga las normas que solo convengan a unos pocos.
Leyendo un discurso escrito previamente, el mismísimo presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, afirmaba en el pleno del Congreso de los Diputados, el 22 de abril de 2020, que “esta emergencia mundial tenía como objetivo acelerar cambios que ya venían de hace años (…)”, a la vez que dejaba manifiestamente claro que el objetivo de la “táctica de la pandemia” era la gobernanza mundial, esto es un gobierno único en manos de las élites globales que nos ven, a los que quedemos vivos, como meros esclavos de la Tierra, que consideran de su propiedad.
El caso es que Bill Gates y su Melinda no cesan de alabar a Sánchez, tal y como ocurrió en setiembre de 2019, cuando el presidente estuvo en Nueva York con ellos en un acto de la Fundación Bill y Melinda Gates, para regalarle 100 millones de euros procedentes del erario español, lo que nos hace suponer que el plan y sus estrategias ya estaban trazados desde tiempos atrás, llegando a la conclusión de que la Covid-19 no ha sido un suceso casual, no se trata de un cisne negro como han pretendido hacernos creer.
De hecho, el Foro de Davos, donde participa el presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, ya había realizado un ejercicio contra una epidemia de coronavirus, en octubre de 2019, con la participación del Johns Hopkins Center for Health Security y de la Bill & Melinda Gates Foundation. El ejercicio en cuestión tuvo lugar en Nueva York, exactamente el 18 de octubre de 2019, dos meses antes del inicio de la pandemia en China, y su objetivo explícito del ejercicio realizado en Nueva York era planificar la respuesta de ciertas transnacionales y gobiernos ante una pandemia de coronavirus, cuando nada permitía predecir el inicio de la epidemia detectada en la ciudad china de Wuhan a inicios de diciembre.
“Ha llegado el momento de entrar en una nueva era que resuelva los fracasos del neoliberalismo a través de la solvencia de la democracia social, una nueva era que nunca más permita que el progreso económico se haga a expensas de los seres humanos”. Sería muy deseable que alguna vez se informara en el Congreso de los Diputados sobre las verdaderas funciones de organizaciones tan oscuras, aunque cada vez más claras, como el Foro de Davos, donde participa el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez.
Abundando más en el tema, en enero de 2016, en la reunión del World Economic Forum en Davos (Suiza), se había parido un proyecto muy ambicioso con el objetivo de explorar nuevas vías de desarrollo de las respuestas a los retos más importantes a nivel global en relación a las enfermedades infecciosas emergentes, gestada en el seno de la OMS y por interés de varios gobiernos, entidades de diversa naturaleza y múltiples expertos, y concretado en la entidad Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI) que ha sido oficialmente presentada en la reunión de 2017 del Foro Económico Mundial, nuevamente en Davos (Suiza), con los objetivos de estimular, financiar y coordinar el desarrollo de nuevas vacunas frente a enfermedades infecciosas capaces de causar brotes y epidemias, especialmente en casos en los que los incentivos del mercado por sí solos son insuficientes, siendo sus impulsores iniciales, además de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los gobiernos de Noruega e India, Welcome Trust, Bill and Melinda Gates Foundation y el World Economic Forum, contando con un presupuesto de, al menos, 1000 millones de dólares para los próximos cinco años.
Sería el 4 de mayo de 2020 cuando se celebraba on line la Conferencia de Donantes de Respuesta Global a la Covid-19, convocada por la Comisión Europea, donde su presidenta Úrsula von der Leyen, instaba a todos los gobernantes a pasar por caja con el argumento de luchar contra el virus, de tal manera que un obediente Pedro Sánchez, cual científico eminente, afirmaba en su discurso escrito que “el único camino posible para vencer a la pandemia será el del acceso rápido y asequible a las vacunas, los tratamientos y los diagnósticos en todo el mundo, y la buena noticia es que tenemos un plan para lograrlo. España se suma a esta iniciativa con espíritu de solidaridad y cooperación, impulsando el liderazgo de la OMS, tan importante en estos momentos decisivos para la humanidad”.
El plan de este consorcio global trataba de cambiar las leyes para obligar a vacunar a toda la población, contribuyendo con 125 millones de euros con la premisa de “No dejar a nadie atrás”. ¿Y si el coronavirus no hubiese sido tan impredecible?
A lo largo de mi trayectoria sindical y política si algo he aprendido es que detrás de lo que vemos en la pantalla existe otro mundo, también real, pero oculto, con sus propios intereses y sus maneras de presionar a los gobernantes y a los ciudadanos para lograr sus propósitos, un mundo real e invisible formado por una psique distinta a la del resto de los mortales, que colaboran entre sí para hacerse cada vez más poderosos, poniendo siempre por delante su arma principal de la mentira.
Pues bien, a raíz de nuestro arresto domiciliario producido como consecuencia del estado de alarma decretado con fecha 14 de marzo de 2020 por el gobierno español, tuve ocasión de tener en mis manos la revista The Economist – propiedad de las élites financieras que dominan el mundo -, con una inquietante portada en la que aparecía una mano gigante sujetando con una correa un pequeño hombre, como si fuera sacado a pasear y a hacer sus necesidades, exactamente lo mismo que él hace con el perro que sostiene de su correa. Sobre las cabezas de ambos, un contundente titular: “Every – thing’s under control”(“Todo está bajo control”), al que le sigue el no menos sugerente subtítulo Big government, liberty and the virus (“El gran gobierno, la libertad y el virus”). ¿Qué significa una portada como la descrita, nos preguntaremos? ¿Qué nos quieren decir los “amos” del mundo con ese escalofriante “todo está bajo control”?
Desde luego, no hay que ser demasiado listos para darse cuenta de que los que estamos “bajo control” somos todos nosotros, riéndose en nuestras propias caras mientras nos siguen matando y enfermando a la espera de otra visita del bicho, si es que este se acaba marchando.La cuestión es que, desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia, está prohibido pensar y expresarnos con libertad, bajo pena de cárcel o multa, e incluso a riesgo de ser desterrado de la nueva ciudad global que están construyendo.
La revista “The economist”, propiedad de parte de las familias de la élite que dominan el sistema socio-económico mundial, ha sacado en su edición de este mes de marzo de 2020 una contundente portada que debería hacernos reflexionar a todos. En ella podemos ver una mano enorme que representa al poder en la sombra sujetando con una correa a un diminuto ser humano como si fuera un perro bajo la expresión “todo está bajo control”. ¿Qué significa “todo está bajo control”?
Es decir, si nos portamos bien y cumplimos como buenos ciudadanos globales, entonces nos concederán un “pasaporte de inmunidad” como lo ha llamado la OMS, porque si no lo tienes, no podrás viajar en avión, ni en tren ni en metro, ni siquiera podrás ir a comparar el pan a la panadería de la esquina. Te prohibirán salir de casa, y si te atreves a disentir o a criticar la verdad oficial, vivirás extramuros, en el ostracismo, llegando a considerarte un bárbaro sin “conciencia social” sufriendo el castigo de no poder participar de la civilización domesticada e inhumana de esta nueva normalidad.
Paradójicamente, la primera víctima global de la Covid-19 ha resultado ser la Organización Mundial de la Salud (OMS), el organismo internacional surgido de la post guerra, que tiene entre sus responsabilidades prevenir y actuar sobre las epidemias, siendo acusada por especialistas y gobiernos de ir detrás del virus y, por lo tanto, de no actuar adecuadamente para moderar su propagación, hasta el extremo de criticarla por dilatar premeditadamente la toma de decisiones esenciales y omitir las recomendaciones sobre medidas sanitarias que más tarde fueron reconocidas como esenciales para combatir el virus.
Bill Gates sigue siendo el principal financiador y contribuye más al presupuesto bienal de la OMS de 4.840 millones de dólares que cualquier gobierno de un estado miembro. Como reveló una copia preliminar de «Vax-Unvax», el nuevo libro de Robert F. Kennedy Jr., que se publicará en noviembre de 2021, «Gates ha utilizado su dinero estratégicamente para infectar a las agencias internacionales de ayuda con sus prioridades egoístas». Bill Gates contribuye a la OMS a través de múltiples vías, incluida la Fundación Bill y Melinda Gates, así como GAVI, que fue fundada por la Fundación Gates en asociación con la OMS, el Banco Mundial y varios fabricantes de vacunas (Foto de Bill Gates y Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director general de la Organización Mundial de la Salud)
¿De verdad que nos podemos fiar de la OMS como brazo armado de ese gobierno global al que, tal como vienen demostrando reiteradamente, le sobran las personas – en la “nueva normalidad” de sus mercados prefieren los robots -, y muy especialmente le sobran los mayores que lastran la economía, porque no son más que números en los sistemas de pensiones? Números que merman sus tesoros, estando convencidos de que los ancianos y ancianas les están robando porque no trabajan en sus empresas globales. ¿Cómo ha sido posible que muchos ancianos hayan entrado en los hospitales durante la pandemia del coronavirus con un simple resfriado y salieran en un ataúd? ¿Por qué en las residencias o pretanatorios han muerto aquellos que estaban sanos? ¿Podemos pensar que se les ha aplicado la eugenesia? Sin lugar a dudas parece ser que nos encontramos ante un virus muy inteligente.
La historia de la OMS ilustra claramente su lealtad a las grandes farmacéuticas y otro tipo de industrias, de tal manera que, dada la evidencia contundente y constante de que la OMS está fuertemente en conflicto y controlada por la industria, su utilidad como guardiana de la salud pública debería de tenerse muy en cuenta a la hora de fiarnos de ella.
Desde las grandes empresas tabacaleras hasta la industria nuclear y farmacéutica, las industrias han dictado históricamente la agenda global de la OMS y continúan haciéndolo en la actualidad, anteponiendo las ganancias y el poder a la salud pública.
La OMS, por ejemplo, ha restado importancia a los efectos en la salud causados por el desastre nuclear de Chernobil de 1986, afirmando que solo 50 muertes fueron causadas directamente por el incidente y que “un total de hasta 4.000 personas podrían eventualmente morir por exposición a la radiación” del desastre.
El etíope se encuentra en un callejón sin salida. Los hechos que Tedros ha protagonizado, su turbio pasado y la cronología manifiesta de los acontecimientos por los que sería cómplice de ocultación de la pandemia del virus de Wuhan, dejan entrever que el biólogo podría tener graves responsabilidades al retrasar la alerta mundial, pudiendo, en ese caso, haber ayudado al gigante asiático. Su candidatura en 2017 a la OMS fue precedida durante meses por una campaña en su contra que desembocó en cientos de manifestaciones en todo el mundo por parte de sus compatriotas etíopes exiliados. En las protestas de Ginebra en mayo, los disidentes portaban lemas como “los que matan no curan”, y pidieron a la OMS que mostraran su rechazo a Tedros. Organizaciones no gubernamentales como Human Rights Watch (HRW) han acusado a Tedros Adhanom de provocar centenares de muertos en su país de origen, Etiopía, por no haber informado de las tres epidemias de cólera cuando fue ministro de Sanidad, en 2006, 2009 y 2011.
Por otra parte, la OMS recibiría más de 1,6 millones de dólares del gigante de los opioides Purdue de 1999 a 2010, llegando a utilizar datos de opioides respaldados por la industria para incorporarlos en sus pautas oficiales pro-opioides. Según la Alliance of Human Research Protection, la colaboración de la OMS con Purdue condujo a un mayor uso de opioides y adicción global. Debido a su aceptación del dinero privado, una revisión en el Journal of Integrative Medicine & Therapy llegó a decir que la corrupción de la OMS es la “mayor amenaza para la salud pública mundial de nuestro tiempo”, particularmente en lo que se refiere a las recomendaciones de medicamentos de la OMS, incluida su “lista de medicamentos esenciales”, que considera sesgada y no fiable.
Además, en el caso concreto de la Covid-19 la lealtad de la OMS a China se había asegurado años antes, cuando China obtuvo los votos de la OMS para garantizar que su candidato se convirtiera en director general. Una investigación del Sunday Times llegó a publicar que “El liderazgo de la OMS dio prioridad a los intereses económicos de China sobre detener la propagación del virus cuando surgió Covid-19. China ejerció el control final sobre la investigación de la OMS sobre los orígenes de Covid-19, nombrando a los expertos elegidos y negociando un acuerdo secreto para diluir el mandato”.