
La explosión de la bomba atómica de Hiroshima se registró a las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945. En este reloj de pulsera encontrado en las ruinas de la ciudad, la aguja pequeña del reloj quedó abrasada por la explosión, marcando una sombra sobre él mismo que le hace parecer la aguja grande.
Se cumplen 78 años desde que el ejército de los EE.UU. lanzase las dos bombas atómicas sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaky – el ejército japonés estaba luchando en el frente – cuyos efectos devastadores ocasionaron la muerte de 80.000 personas en el acto además de otras más de 250.000 debido a las heridas y enfermedades derivadas, amén de las ciudades reducidas a escombros a lo que hay que añadir las graves secuelas en la salud de miles y miles de personas debido a la radiación liberada durante muchísimos años.
Sin embargo, en este más que penoso acontecimiento la humanidad sigue, seguimos corriendo el riesgo de que la tragedia se vuelva a repetir, en unas proporciones mucho más alarmantes, pero esta vez sobre Europa, utilizando a la OTAN como herramienta de guerra y el territorio europeo como escenario dónde dirime sus intereses económicos y de poder imperialista. Para ello, EE UU sigue utilizando la estrategia de la provocación contra Rusia, como ya hiciera en 2014 para forzar su entrada en la región del Donbass, frustrando todo intento de negociar una salida estratégica al conflicto en Ucrania y provocando una escalada cada vez mayor a la que Rusia tendrá que responder tarde o temprano y de ese modo la guerra nuclear estallaría sobre Europa.
Así, mientras Moscú y Kiev pedían a la Unión Europea una negociación a tres bandas para solucionar el entuerto ocasionado respecto a la apertura a Europa de las relaciones comerciales de Ucrania con Rusia, la canciller Merkel se negaba en rotundo a admitir a Rusia en cualquier negociación con Ucrania. Y es que, en efecto, la presión europea tenía como ariete a Alemania, que trataba de sacar tajada del Acuerdo y maniobrar a través de sus peones políticos en Ucrania, disimular las inseguridades que producía en la UE la crisis griega, debilitar la presidencia de Yanukovich, asegurarse el abastecimiento regular de gas ruso a “precio puta” y al mismo tiempo dejar fuera de juego a Rusia de Ucrania.
Las imágenes de hermosas activistas envueltas en banderas nacionales en la plaza de Maidán o las de las ancianas llorando han dado una visión reducida y estereotipada del rol de las mujeres en este conflicto. La población femenina está activa en todas las estructuras de guerra, incluidas las milicias populares.
En momentos en que el FMI apremiaba en la devolución de plazos pendientes Putin acudía al rescate, ofreciendo la compra de una parte sustancial de la deuda ucraniana y rebajas en el precio del gas, pero la movilización contra Yanukovich ya estaba en marcha y nada pudo detenerla, con una masa heteróclita de manifestaciones que irían acampando hasta llenar la Plaza de la Independencia (Maidan Nezalézhnosti) de tal manera que, lanzando al país a una nueva fase de inestabilidad, daría lugar a una auténtica guerra civil y, con la exacerbación de las fuerzas actuantes, a la actual guerra con Rusia.
Para aquellos que siguen diciendo que Rusia – la misma nación que libró al mundo de caer bajo las garras del nazismo hitleriano, dejando 27 millones de seres humanos rusos muertos en las trincheras – quiere guerra basta con ver el mapa de las bases norteamericanas en torno a sus fronteras. ¡¡ Qué recuerdos me traen aquellos misiles que apuntaban a EE.UU. desde Cuba en 1962!!
Nadie se engañe, lo que se juega EE.UU. no es otra cosa que su condición de potencia dominante en el mundo dónde la multipolaridad apunta a cambios en el equilibrio de poder global, además de revitalizar a una OTAN que, habiendo perdido fuelle y razón de ser tras el fin de la guerra fría, sigue extendiendo sus más de 750 bases militares por 80 países del mundo, donde España ocupa uno de los lugares de privilegio, además de aportar el 2% de los Presupuestos Generales del Estado a su mantenimiento.
Este año, con más razón que nunca, cualquier celebración de aquella masacre humana debiera transformarse en un acto de denuncia y un llamamiento a la razón a todas las fuerzas políticas y a los Gobiernos para que cesen la escalada de hostilidades, recurriendo a la Diplomacia y apelando a la Justicia y a la Paz, entre otras cuestiones porque la población civil no debe padecer el fruto de las locuras e intereses espurios de unos dirigentes indignos al servicio de las oligarquías financieras que gobiernan en la sombra, capaces de derribar a los gobiernos que no se vendan a sus cabildeos.

Little Boy fue el nombre con el que bautizaron los americanos a la bomba lanzada en Hiroshima. La bomba de uranio-235 de 4.400 kilogramos de peso, 3 metros de longitud, 75 centímetros de diámetro y una potencia explosiva de 16 kilotones, – 1600 toneladas de dinamita-, explotó a las 8:15 del 6 de agosto de 1945 a una altitud de 600 metros sobre la ciudad japonesa, acabando con la vida de aproximadamente 140.000 personas.
Pero también a la sociedad hay que recordarle la responsabilidad que tienen, tenemos, de exigir a nuestros gobernantes un giro en la política y en el modo de resolver los graves conflictos que nos acechan, de una parte por los estertores finales de la hegemonía de un imperialismo como el norteamericano, y de otra los riesgos provocados por la escasez de recursos del planeta, cuestiones que traerán hambrunas y enfrentamientos y que si no reflexionamos todos sobre ellas y compartimos soluciones justas, darán lugar a luchas peligrosas y ocurrencias muy disparatadas.
Estos días, en el aniversario de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, más de un centenar de publicaciones médicas del mundo, entre ellas The Lancet, British Medical Journal, New England Journal of Medicine o JAMA, han publicado un editorial conjunto coescrito por los editores de once revistas líderes, la Asociación Mundial de Editores Médicos y la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW) en la que vienen a decir que «el peligro es grande y creciente. Los estados armados nuclearmente deben eliminar sus arsenales antes de eliminarnos a nosotros».

El Coronel Paul W. Tibbets, de 31 años, posa para una fotografía delante del Enola Gay en una localización desconocida. Fue el piloto encargado de pilotar el Bombardero B-29 que lanzó la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, el cual, llevaría el nombre de su madre.
Recordando la historia de la era atómica no podemos olvidar aquel día 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, cuando el coronel Paul Tibbets que pilotaba el avión que había bautizado el día anterior con el nombre de su madre “Enola Gai” sobrevolando Hiroshima, soltó sobre la ciudad la bomba atómica de uranio 235 que habían apodado Little Boy, con el resultado de miles y miles de muertos en cuestión de segundos y la ciudad entera reducida a cenizas. Ni siquiera quedaron los cuerpos calcinados, solo cenizas. El “Enola Gai” se alejó a toda velocidad y 48” después los cimbronazos de la explosión sacudieron el avión y el copiloto Robert Lewis dijo “Dios mío, ¿Qué hicimos?” al ver que la ciudad había desaparecido.
De derecha a izquierda el general Leslie R. Groves, y el Dr. En física J. Robert Oppenheimer, conocido coloquialmente como «el padre de la bomba atómica» y director científico del proyecto Manhattan, desarrollado en secreto en Alamogordo, Nuevo México.
De aquel bombardeo solo quedaron en pie, como testigos mudos, los esqueletos de dos edificios y un árbol. Fue el final de una era. Las bombas nucleares que arrasaron Hiroshima y Nagasaki eran el fruto del proyecto de investigación Manhattan, llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial por los EE UU, Reino Unido y Canadá, liderado por ingenieros del Ejército de los EE UU y dirigido por Robert Oppenheimer.
En definitiva, la guerra de Ucrania está afectando de tal manera a todos los aspectos de las relaciones internacionales que nos sitúa en uno de los momentos más peligrosos en la historia de la humanidad. Ni los EE.UU. son los buenos de las películas de John Wayne y el 7º de Caballería que, una y otra vez, acudían a la matanza de los “sanguinarios” pieles rojas, habitantes naturales del territorio y sus recursos, para salvar a los “ colonos y saqueadores”, ni mucho menos los rusos son los “malvados indios” que nos muestra la podredumbre de Hollywood, sobre todo después de las hazañas bélicas del Tio Sam en Vietnam, Irak o Afganistán.
ANTON SAAVEDRA