Después de publicar mi artículo sobre Patriarcado y Género, el cual sigue dejando el debate abierto, ya que las escasas críticas recibidas solo han consistido en la típica consigna, sin argumentos convincentes para cambiar una sola coma de lo expuesto, hoy me dispongo al análisis de la segunda parte referido a la tan manoseada Brecha Salarial como uno de los reclamos centrales del feminismo que, a groso modo, suele ser interpretada como desigual paga por el mismo trabajo.
Sin embargo, son muchos los estudios realizados y muchas más las experiencias vividas por las distintas empresas del país, donde me ha tocado negociar cientos y cientos de convenios colectivos en grandes y medianas empresas durante mi trayectoria sindical en el sector minero español, lo que me permite afirmar que esa interpretación queda muy lejos de la realidad. Dicho en román paladino: el mantra ese feminista de que las mujeres cobran menos que los hombres por el mismo trabajo es, lisa y llanamente, mentira. No conozco una sola empresa donde exista esa discriminación salarial. Además, cuando todavía no habían asomado las asociaciones feministas nosotros nos hubiéramos opuesto a ello de manera radical, sencillamente porque a la hora de negociar nunca nos fijamos si las personas vestían con pantalón o con falda. Otra cuestión es que hubiera más ingenieros que ingenieras, más barrenistas que almaceneras, o más picadores que recolectoras de mineral en las cintas.
Para empezar, nada mejor que tener los datos muy claros. Para ello, utilizaré la diferencia de retribución salarial no ajustada entre hombres y mujeres que es el indicador utilizado para analizar los desequilibrios salariales entre hombres y mujeres. EUROSTAT, la oficina estadística de la Comisión Europea, lo define en su cálculo como la diferencia entre el salario medio bruto por hora de los hombres y el de las mujeres expresado como porcentaje del salario medio bruto por hora de los hombres. Así, para el año 2018, los ingresos brutos por hora de las mujeres eran, en término medio, un 16,3% inferiores a los de los hombres en la UE, siendo, para el caso de España, un 14,9 % inferiores los ingresos brutos por hora para la mujer respecto al de los hombres, la misma brecha que en Noruega, por ejemplo.
Lógicamente, nos preguntaremos del por qué de la existencia de esta brecha salarial entre hombres y mujeres, pudiendo llegar a una primera conclusión sobre los puestos de dirección y control de las empresas que son los mejor remunerados, están ocupados principalmente por hombres, en torno al 90%. Al respecto, llama poderosamente la atención, que alrededor del 60% de los nuevos graduados universitarios sean mujeres, pero son una minoría en campos altamente remunerados como las matemáticas, la ingeniería o la informática. En consecuencia, menos mujeres trabajan en este tipo de empleos, destacando las mujeres en sectores de la economía de menor valor agregado y, por lo tanto, de menor remuneración.
He oído, una y mil veces, desde el feminismo la cantinela de la discriminación de las mujeres en el acceso a los cargos jerárquicos, pero sigo pensando que no hay razones para suponer que estructuralmente les están vedados, ya que predominan en cargos jerárquicos de oficios en los que están sobrerrepresentadas como la psicología, la enfermería o la docencia. Es una realidad aceptada, además, que las mujeres son libres para elegir los trabajos que quieren desarrollar, y si no prefieren en promedio lo mismo que el varón, es por una conjunción de factores biológicos, psicológicos y culturales, y no por discriminación o solo por reproducción de estereotipos.
Por otra parte, la conciliación entre la vida laboral y la vida familiar recae en mayor medida sobre la mujer, lo que le perjudica en el desarrollo de su actividad laboral. De hecho, son más mujeres que hombres las que optan por el permiso parental y sólo el 65,8% de las mujeres con hijos pequeños en toda la UE trabajan, frente al 89,1% de los hombres. En toda Europa, alrededor del 32% de las mujeres trabajan a tiempo parcial, frente a sólo el 8% de los hombres. Abundando aún más si cabe, sirviéndonos, para ello, de los datos de la Organización Internacional del Trabajo estoy en condiciones de poder sostener que, en todo el mundo, en promedio las mujeres participan menos tiempo en el mercado laboral: 36 horas semanales contra 41 horas de los hombres.
Es necesario dejar constatado que, a pesar de que la Inspección de Trabajo investiga a las empresas por si existiese discriminación por sexo, de un tiempo acá más que nunca, en España, durante el año 2018, tan sólo el 0,1% de las multas por inspecciones laborales fueron por trato desigual. Es decir, la queja por la brecha salarial se basa en la diferencia de la media de los sueldos de hombres y mujeres porque no existen denuncias ni quejas ni pruebas evidentes de que las empresas paguen más a unos que a otros. Muy distinto que a unos y otros paguen salarios de mierda en su mayoría.
Y, todo ello ocurre a pesar de que el artículo 28 del Estatuto de los Trabajadores dice literalmente que «todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo», o que nuestra Constitución nos diga en su artículo 14 que ”todos somos iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Con las brechas salariales observadas, la tentación de muchos y muchas sería imponer la igualdad de los salarios entre hombres y mujeres a través de la ley que recoja el principio de «Mismo trabajo, mismo salario». Algo que en principio suena muy bien, pero, sus consecuencias, desde luego, no serían ni las más adecuadas ni las más deseadas, por razones que no merecen mucha explicación al contestarse por ellas mismas.
Así y todo, para alguno de los feminismos, las mujeres siguen siendo discriminadas salarial y laboralmente por la dominación masculina, pudiendo afirmar que, sin negar el hecho de que pudieran existir alguno de esos roles en muchas profesiones, tareas domésticas y costumbres generalizadas, pudiera servirles para demostrar la vigencia del patriarcado, sin embargo, el papel de las mujeres en las distintas sociedades humanas jamás ha podido separarse de lo biológico.
Un ejemplo de ello es el maquillaje femenino o la depilación, que sirve para acentuar el dimorfismo sexual, recalcando los rasgos femeninos: menor cantidad de vello, ojos más redondeados, cejas más altas, labios más proyectados…y, por tanto, “reclamos” para atraer a los hombres heterosexuales. Puro instinto reproductivo, que nada tiene que ver con la imposición patriarcal.
ANTON SAAVEDRA