Es atribuible al ideólogo del movimiento “regeneracionista”, Joaquín Costa, la expresión: “Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid”. Según el autor de la frase, nuestro país habría fracasado como estado guerrero tras la debacle militar de 1898, refiriéndose a los costes desmesurados de la guerra de Cuba, repetida hoy como eco después de haber transcurrido la friolera de 126 años.
Al respecto, es muy conveniente dejar dicho que la cosa militar en nuestro país siempre ha estado reservada a una casta dispuesta a defender los intereses de la oligarquía financiera. Es por ello que el sistema capitalista trata bien a la alta oficialidad, ya que ésta ha de servir en todo momento como barrera frente a la revuelta social. Nuestra historia está plagada de golpes de Estado, como el de 1936 contra el gobierno legítimo de la II República de España, promovido por la burguesía en defensa de sus privilegios. Es por ello que conocer cuál es el presupuesto de defensa, esto es, el gasto militar y afines, ha sido históricamente como completar los doce trabajos de Hércules, al permanecer las cifras reales guardadas en un cajón bajo siete llaves y otros tantos candados, debido fundamentalmente a operaciones nada edificantes donde la corrupción, los desfalcos y los desfases presupuestarios son un hecho cotidiano.
El penúltimo escándalo acabó imputando en 2023 a un teniente general de la Guardia Civil, el más alto grado militar tras el Rey, acusado de graves irregularidades en la contratación de obras en más de una docena de cuarteles, pero sería el escándalo de la joya de la tecnología en los astilleros de Navantia. Me refiero, por supuesto, a la construcción del submarino S-80, un navío que, una vez entregado a la Armada, se vio que sólo cumplía la mitad de su cometido: era capaz de sumergirse, pero no de emerger. Por suerte, para la tripulación no fue probado en mar abierto, porque les hubiera impedido ascender desde el fondo. La solución al problema consistió en alargar la eslora para mejorar la flotabilidad, pero al tener que alargar el “cacharro” entonces no cabía en el astillero y hubo que alargar éste. La necesidad de abaratar costes para pagar a tanto intermediario, la subcontratación de la subcontratación y la falta de control hacen que estos detalles sean dignos de la guerra de “Gila”.
Que duda cabe, la guerra es una ocupación muy cara. Por ejemplo, el equipo de combate que transporta un soldado del Estado sionista de Israel en su genocidio contra el pueblo palestino cuesta de media entre 25.000 a 90.000 euros en función del tipo de unidad y características. Asimismo, el gobierno estadounidense gastaba 2.100.000 dólares al año por cada soldado desplegado en Afganistán, donde, por cierto, nuestro país, al margen de las pensiones pagadas a los 102 muertos en el operativo, alcanzó los 4.000 millones de euros.
Nuestro país ha entrado, por imposición de la OTAN y de la UE (su brazo político), en una renovada carrera armamentística, con el objetivo de llegar al compromiso de una inversión del 2% de nuestro PIB. Pero la realidad es otra muy distinta, porque el gobierno de Pedro Sánchez nos oculta los costos reales de nuestra inversión en la guerra de Ucrania.
Entre las distintas formas de financiar las guerras está la aportación directa al presupuesto de la OTAN: un 5,9% entre 2021 y 2024. Una aportación que también resulta engañosa, pues los barcos construidos hasta la fecha, igual que los aviones de combate comprometidos con EE.UU. no se usarán, como se dijo, para defender las costas de las Islas Canarias, sino para integrarlos en los escuadrones diseminados por Lituania o Rumanía.
El documento conocido como OTAN 2030, base del nuevo Concepto Estratégico que se aprobó en Madrid, en la Cumbre del 29/30 de junio de 2023, insiste en su página 5 en que “los aliados deben de continuar fortaleciendo el componente militar de la OTAN”. Es decir, toda gira en torno a lo militar, pues se trata de una alianza bélica, decidida a imponerse por la fuerza. Por eso es preocupante lo militar y las nuevas tecnologías, porque no debemos de olvidar que “la guerra no es más que la continuación de la política, por otros medios”. Y las palancas de la guerra son el oro y las armas, cosa que la OTAN siempre ha tenido presente en todos sus conceptos estratégicos.
Políticamente, la OTAN está controlada por USA, de aquí su desprecio por el Derecho Internacional y la carta de NNUU. Ciertamente ese control se intenta disimular con argumentos del estilo: en solitario los aliados no pueden enfrentarse a los desafíos que les acechan y perderían…, unidos siempre recibirán ayuda.
Es decir, vivimos en Estados donde el peso de lo “militar” se convierte en una rémora para el propio desarrollo social, donde la “casta” que se nutre de las arcas públicas vive oculta bajo un manto de oscuridad, y solo en muy pocas ocasiones se puede ver un poco de luz.