En efecto, estamos en el año 1959 cuando, con once años de edad, iniciaba mis estudios de bachiller en la ACADEMIA MERCANTIL “EL FRAILIN” de La Felguera – más que una escuela aquello se parecía más a un “reformatorio”, entendido esto en el sentido más represivo de la palabra -, y aquel año se había implantado el PLAN DE ESTABILIZACIÓN en España, poniendo fin a la etapa autárquica que abría la economía a los mercados internacionales, pero también fue el año en que un grupo de revolucionarios encabezados por FIDEL CASTRO y el CHE GUEVARA tomaban el poder en Cuba para instaurar un régimen comunista en el patio trasero de los EE.UU.
En cualquier caso, de todos los acontecimientos que oíamos hablar en las tertulias de los mayores, el más importante para mí fue la victoria de Bahamontes “El Aguila de Toledo” en el Tour de Francia, un ciclista que yo había visto unas cuantas veces en persona, cuando corría en la Vuelta Ciclista a España y en la de Asturias, a su paso por Las Tejeras de Lada o en El Alto de La Collaona, una vez que me llevó mi padre a verla, aunque yo creo que lo que más nos interesaba era coger el máximo de chocolatinas, caramelos y toda clase de propagandas y viseras de cartón que iban tirando por la carretera las camionetas de la caravana comercial.
Claro que me gustaba el ciclismo, aunque nunca pude tener bicicleta en aquellos tiempos, a pesar de estar pidiéndola bastantes años por carta a los Reyes Magos, pero estos siempre me traían un “maletu” de cuero para la escuela ( más tarde supe que los reyes eran los padres ), pero mi pasión deportiva era el fútbol, y aquel año mi equipo preferido del Real Madrid de los Di Stefano, Puskas, Kopa, Marquitos, Santamaria y Gento ganaba la cuarta Copa de Europa contra los franceses del Stade de Reims.
¡Qué tiempos aquellos!, cuando empecé a notar aquel cambio en mi cuerpo, que hacía que me pusiera como se dice ahora, “como una moto”. Eran aquellos tiempos en que los guajes de mi edad andábamos todos alborotados porque nuestras hormonas se volvían locas y nuestro cuerpo, con once y doce años, parecía un fuego en plena ebollución, haciéndonos ver que ya éramos unos tíos con “pelo en pecho”, aunque, la verdad era que nos pasábamos los días mirando todas las partes de nuestra cambiante anatomía para contar los pelos que nos iban apareciendo, no solo en el pecho, sino por cada parte de nuestro cuerpo, tanto en el sobaco como en la zona púbica.
En mi generación, como creo que ocurrirá en todas, se marcaban claramente ciertos ritos que eran necesarios superar para identificarse con la etapa de edad superior. De la pubertad a la adolescencia o el descubrimiento del sexo, en aquellos años de la década de los 60 podía suponer un auténtico “trauma” para aquellos años entre los once y los quince o dieciséis. No sólo la religión que condenaba el sexo sino que la moral pública impedía que fuera algo cotidiano, la prohibición de los desnudos en revistas, cine, arte y demás manifestaciones era algo evidente y la censura cumplía su función a la perfección, de tal forma que estos temas eran siempre tabú.
Menos mal que, gracias a la masiva emigración que se producía en España por aquellos años hacia los países industrializados de Europa, por el verano siempre volvían alguno de nuestros amigos mayores que se acordaban de nosotros y nos traían aquellas revistas de porno, en blanco y negro, que nos servían para saciar aquella represión sexual que padecíamos en España, como consecuencia de la estrecha alianza existente entre Iglesia y Estado que había animado a los “moralistas católicos” a regular toda actividad que pudiera despertar las pasiones prohibidas: la exhibición del cuerpo en las playas, las peligrosas excursiones campestres, los bailes con demasiado contacto físico, los espectáculos y escritos capaces de despertar aquellos apetitos de placeres sensuales no gratos a Dios, hasta el punto de que entrar a ver una película para mayores – colándote con una edad inferior a la permitida – te daba la posibilidad de encontrar alguna escena más atrevida, lo que significaba haber pasado una prueba que te convertía en adolescente (naturalmente se trataba de engañar al acomodador del cine, seguro que haciendo la vista gorda hacia nosotros).
Otro de los ritos era fumar. Los “guajes” de la época fumábamos a escondidas, primero empezábamos por unos cigarrillos “hechos” que venían en una alforja de papel, y los vendía “el condonero” en el carro de pipas y “chuches” que tenía junto al cine Pilar Duro de La Felguera, o en la “tiendina de la Murciana”, junto a la estación de la Renfe de la misma localidad; después ya pasábamos a comprar cigarrillos sueltos, siendo los más famosos que yo recuerdo – eran los más baratos – que no tenían boquilla y eran de tabaco negro (CELTAS) y de tabaco rubio (BISONTE ), ambos horribles y con unas estacas que a veces ni ardían. Estos también los comprábamos sueltos porque el precio de la cajetilla era prohibitivo para la mayoría de nosotros. Hablar del tabaco rubio emboquillado eran palabras mayores, se importaban de EE.UU. y costaban un pastón, por lo que solo algún domingo y, sobre todo, alguna fecha significada, como era la celebración del “santu” de Don Daniel “El Frailín” : “LM”, “Marlboro”, “Winston”, “Camel”, “Chesterfield”, “Philips Morris” o “Lucki”, entre otros; también abundaban los canarios que eran negros, como el “Antillas” y “Mencey” o el rubio de “Tres Carabelas”.
La música de aquellos años sesenta, es la que me ha tocado vivir, bailar, y la que me ha hecho vibrar en aquellos “guateques” durante mi adolescencia. En ella había de todo, música de diversas procedencias, italiana, francesa, anglosajona y como no española, quedándome en el recuerdo con aquellos conjuntos de Los Bravos, Los Brincos, Los Sirex o Los Mustang, pero, sobre todo, aquellos grupos instrumentales como Los Relámpagos, Los Pekenikes o The Shadows…
Aquellos “guateques”, se preparaban de forma habitual para celebrar una fiesta que se daba principalmente los domingos por la tarde, alquilando un local que pagábamos entre todos los chicos – las chicas no pagaban nada, porque no estaba bien visto en la época – donde vertíamos en un barreño de zinc gaseosas de “butano” (la Coca-Cola resultaba muy cara para nosotros), mezcladas con ginebra de garrafón que comprábamos en “la bodeguina”, en el que echábamos trozos de limón y una barra de hielo troceada, revolviéndolo todo con una garcilla que servía para ir echando aquello que llamábamos “Cubalibre” en los vasos. La “mandunga” consistía en unas patatas fritas, aceitunas y frutos secos variados, según el dinero disponible, pero lo esencial era disponer de un tocadiscos o gramola, y como es lógico de discos, aportados entre unos y otros de la panda.
La verdad, que pasábamos las tardes de lo más agradable, sin necesidad de grandes parafernalias, donde incluso había quién ligaba y acompañaba a la chavala a casa. Al principio cuando el barreño estaba lleno, música de Los Brincos, Los Pekenikes o Los Bravos, pero cuando empezaba a caer la tarde, y el barreño iba bajando de nivel, música del Dúo Dinámico, Rafael, Mari Trini, Salvatore Adamo o Jimmy Fontana, por citar algunos.
Por supuesto, también existían los bailes, pero para entrar en ellos era preciso tener los dieciocho años, aunque a veces lográbamos, como en el cine, pasar por mayores, pero la única posibilidad de juntarse para bailar y estar con chicas de forma “un poco íntima” era en los “guateques”.
Sin embargo, lo que de verdad me hacía a mí vibrar en mi juventud era jugar al fútbol. Como casi todos los “guajes” de mi edad, quise ser futbolista y, la verdad, jugaba bastante bien, sobre todo por la noche, en mis sueños: durante el día era uno de los peores de aquellos equipos de los Tensi, Nieves, Prieto, Dolfi, Lavandera, Junquera, Secades, y tantos otros que alcanzaron la división de honor del fútbol español. Además, existía un problema. Se trataba de los estudios – para mi padre prioritario por encima de todo -, y cuando suspendía alguna asignatura, circunstancia que se daba con bastante normalidad, el castigo consistía en la prohibición de dejarme jugar. Aquello era la ostia para un guaje como yo que, viviendo delante del campo de fútbol de Lada, veía desde la ventana de mi casa, a mis amigos disfrutar de lo que tanto me gustaba practicar, y yo con aquellos “putos libros” que no me entraban en la cabeza, entre otras cuestiones, porque era incapaz de concentrarme con ellos ya que sólo pensaba en jugar al fútbol.
Recuerdo en cierta ocasión en la que, habiendo sido preseleccionado para la Selección Juvenil Asturiana, vino el entrenador del Alcázar Juvenil, Saro Baragaño, acompañado de Ricardo “Calo”, a mí casa para hablar con mi padre y hacerle ver que yo tenía facultades para jugar al fútbol, contestándole mi padre que mi campo de juego era aquel, mientras señalaba para el libro que yo tenía sobre la mesa de mí casa.
Otra cuestión muy distinta fue cuando pasé a estudiar en el Instituto de Sama de Langreo, participando con el equipo de fútbol en los Juegos Escolares, donde ya no recibía los castigos de mi padre, porque aquello formaba, como si dijéramos, parte de la asignatura de Educación Física, única asignatura del bachillerato donde mi nota siempre era sobresaliente. Allí, no sólo jugaba al fútbol, sino que participaba en casi todos los deportes, desde carrera de vallas – una vez quedé clasificado en el tercer puesto en unos Campeonatos Escolares de Asturias, pero sólo corríamos tres – hasta el lanzamiento de peso, disco y martillo, pero también allí, tuve problemas con mi padre, aunque de otra índole.
En aquellos tiempos, tanto la asignatura de Formación del Espíritu Nacional como la Religión y la Educación Física en los centros de enseñanza estaban en manos del partido único, es decir, de la FET Y LAS JONS (Falange) o lo que es lo mismo, del Movimiento Nacional, y ésta, a su vez gestionaba el Frente de Juventudes y la Sección Femenina que eran los instrumentos del partido para controlar la “correcta educación” de los españoles desde su tierna infancia.
La Formación del Espíritu Nacional (Política) consistía en el adoctrinamiento de los estudiantes varones en los principios del franquismo. Era un intento de moldear conciencias y actitudes que iba paralelo al otro adoctrinamiento que se producía en el plano religioso con el catecismo, quedando de esta forma bien diseñados los dos pilares, el político y el religioso, sobre los que se asentaba el nacionalcatolicismo, de tal manera que estas “enseñanzas” eran impartidas por individuos adictos al régimen fascista de Franco, tal como quedaba recogido en una Ley de diciembre de 1940 que daba vida el Frente de Juventudes, sección del partido “Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S.”, dejando también establecido la Educación Física y Deportiva de todos los alumnos en los centros de Primera y Segunda Enseñanza, oficial y privada, dentro del mismo “paquete”, para que los Ministerios correspondientes “dictaren las medidas necesarias al objeto de facilitar el cumplimiento de la misión del Frente de Juventudes”.
Así que, cuando en una de las clase de Formación del Espíritu Nacional el profesor sugirió que, afiliándose a un hogar del Frente de Juventudes, los problemas que íbamos a tener tanto con la asignatura de F.E.N., como con la de Educación Física, iban a desaparecer como por ensalmo, sentí unos deseos irrefrenables de acudir al hogar más próximo, entre otras cuestiones, porque ya había vislumbrado la posibilidad de poder acudir a un centro en el que podía jugar al ping-pong, al billar y al futbolín y, encima, te dieran como premio dos asignaturas aprobadas. Pero, una vez más, volvía a tener problemas con mi padre.
En efecto, aquel mismo día, a la hora de la comida, decidí que era el momento oportuno para decirle a mi madre la ganga que había encontrado para aprobar dos asignaturas por el entretenido procedimiento de jugar al ping-pong, el billar y el futbolín, a la vez que dejaba encima la mesa de la cocina el documento-ficha que nos habían dado en el Instituto para que lo firmara mi padre, pero aquel papel jamás fue firmado, siendo la contestación de mi padre a través de mi madre que “ni se me pasara por la cabeza vestir la camisa azul con el yugo y las flechas de falangista mientras él mandara en casa”. Sin comprender la inquina de mi padre ante aquella propuesta que nos había hecho nada menos que un profesor del Instituto, me saltaron las lágrimas en mis ojos, al ver frustradas aquellas aspiraciones que me iban a permitir entrar en aquel mundo contado por mis compañeros de clase, tales como excursiones, campeonatos de fútbol, balonmano, todo tipo de juegos, incluida la vida en los campamentos de verano.
La verdad, no tardé mucho en comprender aquella actuación de mi padre: su padre – mi “güelu” – había sido perseguido por los falangistas del concejo de Aller, por el único delito de haber defendido siempre a los trabajadores. Su madre – mi “güela” – había sido sacada de su casa arrastrada por los pelos, en presencia de sus hijos, por aquellos falangistas que preguntaban constantemente por el paradero de mi “güelu” para fusilarlo, mientras mí padre y su hermano Ángel, los mayores de ocho hermanos, eran guardados por Concha y Maximino en una “corripa” de los “gochos” de su propiedad en “El Pueblu” de Piñeres, para que los falangistas no los masacrasen “a palos”, tal y como me llegaron a contar en persona sus hijos Manolín y Fernando.
Así llegamos al año 1964, cuando la dictadura franquista celebraba por todo lo grande sus “VEINTICINCO AÑOS DE PAZ” en el poder, después de haber sido ellos los golpistas que habían traído la gran tragedia a nuestro país, con un gran despliegue propagandístico para poner de relieve sus logros sociales y económicos. Un evento que tuvo su película – “FRANCO, ESE HOMBRE” – y su gol, el gol de Marcelino a la selección futbolística de la URSS, que si bien no estaba previsto en el programa, resultó ser el colofón perfecto a un año triunfal que, incluso llegó a contar con la participación del cantante asturiano, VICTOR MANUEL, dedicándole su conocida canción de homenaje a FRANCO.
En efecto, aquel gol de Marcelino significaba “La victoria sobre el enemigo de fondo, aquella monstruosa hidra cuya cabeza habían cercenado en 1939», tal y como describía el escritor Vázquez Montalbán el gol que daba la victoria a la selección española de fútbol en la final de la Eurocopa, celebrada en el estadio Santiago Bernabéu, el 21 de junio de 1964, entre las selecciones de España y la URSS. Una cita que para Franco se convirtió, pocos días después de haber celebrado el 25 aniversario de la victoria en la Guerra Civil, en algo más que la gran cita del fútbol continental: El comunismo era una de las grandes obsesiones del dictador, y aquella victoria suponía un triunfo ideológico sobre el peor enemigo posible.
Los sucesivos planes económicos aplicados en el país iban propiciando un desarrollo que se manifestaba, entre otras cosas, en que nuestro país se iba llenando de aquello que aprendimos en la enciclopedia Álvarez sobre los paralelepípedos, aquellos cuerpos geométricos de seis caras y, efectivamente, los grandes paralelepípedos iban surgiendo en las calles y creciendo en nuestras costas sin ningún orden ni concierto, como no fuera el de los “especuladores” de turno. Pequeños paralelepípedos penetraban en nuestras casas: calentadores Fagor, cocinas Corberó, televisores Marconi, lavadoras Cointra, frigoríficos Edesa, de tal manera que una fiebre consumista se iba adueñando de los españoles, y había que comprar electrodomésticos, aunque fuera a plazos.
España se había convertido en un mercado muy apetecible para Occidente. En nuestras viviendas – en su inmensa mayoría de las empresas, del sindicato vertical y del Ministerio – habíamos carecido de los avances de los que disfrutaban los países más desarrollados, y nosotros ya empezábamos a estar en disposición de adquirirlos, de tal manera que pasamos de ser un país de letras, pero de “letras de cambio”.
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