
A los acordes de la música del neoliberalismo, la parte más socialdemócrata del Gobierno de Felipe González, encabezada por los ministros de Industria, Claudio Aranzadi, y de Economía, Carlos Solchaga, pusieron en marcha el denominado Plan de Reconversión Industrial de Hunosa.
En efecto, el encierro minero de las ejecutivas somática y cocosa en el interior del pozo Barredo en aquellas navidades del año 1991, ha marcado un antes, el antes de los 20.000 mineros que garantizaban ingresos a 200.000 vecinos de las cuencas, y un después, el de ahora de los escasos 2.000 mineros en Asturias con su certificado de defunción en el bolsillo a muy cortísimo plazo…, el antes de las comarcas mineras boyantes de trabajo y de progreso, y el después, el ahora del paro, la miseria y las expulsiones de nuestros jóvenes de la tierra que les vio nacer.
El gobierno felipista del PSOE había decidido cargarse el sector del carbón, tal y como le habían ordenado sus “amos” del rascacielos 666 de Nueva York, elaborando un plan de reconversión sin reconversión, anunciado públicamente con mucha antelación, resultando ser un auténtico bombazo en el mismo corazón de la minería asturiana, y por extensión de la minería española, siendo uno de los primeros centros afectados el pozo Barredo, donde se había desarrollado aquel grotesco espectáculo, cesando su producción en julio de 1995 para seguir jugando su papel como auxiliar de ventilación, desagüe y mantenimiento del pozo San Inocencio de Figaredo, aunque dejando en sus entrañas carbón para decenas y decenas de años.

José Angel Fernández Villa y Antonio Hevia González, los dos traidores que “embarcaron” a los mineros desde la sala de “EMBARQUE” del pozo Barredo de Hunosa, en Mieres.
Pero antes de entrar en cualquier análisis para la historia, conviene dejar muy claro que aquel encierro se había iniciado después de que la mayoría de los 20.000 mineros de HUNOSA llevase muchos días en huelga, y las movilizaciones, al margen de las directrices del pandillerismo somático y cocoso en contra de las mismas, continuaron con mucha mayor intensidad en la calle, aunque con la total incomprensión de los allí encerrados, tal y como afirman en su diario escrito dos de los compañeros encerrados pertenecientes a la Izquierda Sindical de CC.OO., temiendo que aquellas protestas les robaran protagonismo. No se debe de olvidar que las movilizaciones de la calle, en su inmensa mayoría, fueron llevadas a cabo por los compañeros de la Corriente Sindical de Izquierdas, Izquierda Sindical, y CNT. Incluso, con fecha 10 de enero, los estudiantes langreanos y mierenses se unieron a la huelga, participando en las barricadas y cortando los accesos al valle del Nalón.
Así llegamos al 15 de enero, cuando el presidente del gobierno de España, Felipe González, se pronunciaba públicamente en pleno conflicto, defendiendo el plan de reestructuración, lo que hizo que, entre los titubeos y la tibieza de las cúpulas somáticas y cocosas, se fuera imponiendo poco a poco la normalidad laboral en los pozos, reanudándose ese mismo día la producción de carbón por primera vez desde el inicio del conflicto. Pero el conflicto no estaba finalizado, porque los estudiantes de las cuencas volvieron a la huelga los días 16 y 17, produciéndose de nuevo enfrentamientos con los antidisturbios durante las masivas manifestaciones, hasta que, finalmente las cúpulas del pandillerismo claudicaron vergonzosamente, aceptando el plan de las prejubilaciones y acelerándose el cierre de los pozos y el desmantelamiento de todo el sector minero.
De ésta manera se ponía fin a una explotación minera conocida como Mina Mariana que, desde finales del XIX, la sociedad Fábrica de Mieres venía explotando sobre la ladera oeste del macizo Polio, donde el carbón extraído de sus 15 pisos era transportado por el exterior mediante planos inclinados, siendo el inferior de todos ellos el primer piso de Mariana en la zona conocida como “el Barreu” en el barrio mierense de Bazuelo, para ser trasladado desde allí en el ferrocarril minero inaugurado en 1882 hasta El Batán. Allí se juntaba con la producción de la Mina Baltasara – también perteneciente a Fábrica Mieres -, y continuaba hasta Ablaña, donde se encontraba la fundición.
El descenso de la producción de Mina Mariana y Mina Coruxas como consecuencia del agotamiento del yacimiento, obligó a Fábrica de Mieres a continuar la explotación del yacimiento en profundidad, de tal manera que en 1923 puso en funcionamiento, en la zona de Barredo, el Socavón Barredo, abierto 7 metros por encima del nivel de la carretera de Adanero a Gijón, el cual disponía de un cable flotante para el movimiento de los vagones y estaba conectado con la plaza del primer piso por un pozo balanza a una distancia de 60 metros del eje del socavón y a 600 metros de la bocamina, con un diámetro de 4,50 metros.
Era el año 1931 cuando Fábrica de Mieres empezó a considerar la profundización de un pozo, aunque su profundización no comenzaría hasta el año 1937, durante la Guerra Civil, profundizándose durante ese año 12 metros, de los 200 que alcanzó en 1940, para ser inaugurado en 1941.
El castillete, de 31 metros de altura total, está construido con perfiles de hierro en celosía y unidos mediante roblones, y sus tornapuntas son más largos que las cuatro patas de apoyo, por encontrarse emplazado en una elevación y estar la casa de máquinas muy por debajo del embarque. El pozo Barredo es el más profundo de la cuenca del Caudal y tiene una diámetro de 6 metros de diámetro, que permiten la circulación de dos jaulas con capacidad para cuatro vagonetas cada una, siendo reprofundizado en 1981 hasta alcanzar los 355 metros en cinco plantas.
Para hablar de todo el entramado minero metalúrgico hay que remontarse a la fecha de 17 de Septiembre de 1.844, cuando un grupo financiero inglés encabezado por el financiero Jhon Mauby constituía en Londres la Asturiana Mining Company, conocida como Compañía Anglo-Asturiana con un capital nominal de cinco millones de francos, donde participaban capitalistas franceses y españoles, con el objetivo de explotar carbón y crear unos hornos altos para el aprovechamiento de los minerales de la zona, eligiendo para el emplazamiento de su fábrica la ribera del río Caudal en el pueblo mierense de Ablaña, adquiriendo varias minas de carbón en distintas zonas.
No obstante, para hablar de todo el entramado minero metalúrgico de Fábrica de Mieres hay que remontarse a la fecha de 17 de Septiembre de 1.844, cuando un grupo financiero inglés encabezado por el financiero Jhon Mauby constituía en Londres la Asturiana Mining Company, conocida como Compañía Anglo-Asturiana, con un capital nominal de cinco millones de francos, donde participaban capitalistas franceses y españoles, con el objetivo de explotar carbón y crear unos hornos altos para el aprovechamiento de los minerales de la zona, eligiendo para el emplazamiento de su fábrica la ribera del río Caudal en el pueblo mierense de Ablaña a la vez que iban adquiriendo varias minas de carbón en distintas zonas. Sin embargo, la compañía fracasaría años más tarde, debido principalmente a la dispersión geográfica de sus explotaciones mineras, condicionadas por la carencia y mala calidad de las comunicaciones existentes, siendo disuelta por una real orden de 26 de marzo de 1849, aunque al año siguiente, el grupo Riansares adquiría, a través del banquero Lillo, la fracasada fábrica por el precio de 502.000 francos, y en 1852 quedaba inaugurado un moderno horno alto que producía de 3000 a 4000 toneladas de fundición de afino.
Después de un complicado proceso de concentración de diversas empresas mineras y metalúrgicas, en junio de 1853 quedaría constituida en París la sociedad Compagnie Miniere et Metallurgique des Asturies, con un capital nominal de cuatro millones de francos en 16.000 acciones, controlada por el grupo Riánsares, y teniendo a Grimaldi como socio gerente y Lillo como socio comanditario, hasta llegar al año 1861, cuando quedaba creada en la misma capital francesa la sociedad Houillire et Metallurgique des Asturies por el banquero Numa Guilhou y Charles Louis Bertiere que se hizo cargo de la compañía al borde de la quiebra, adquiriendo también las minas de hulla del duque de Riánsares y la mayor parte de las acciones del Ferrocarril de Langreo.
Ya en el año 1868 la Houillire entraba en una nueva crisis, siendo subastada en París en 1870, para ser por el banquero parisino Numa Guilhou en 2.700.000 francos, pasando a sus manos la fábrica de hierro de Mieres, de acero de Villallana, las pertenencias de carbón de Langreo, Santo Firme y Mieres, los terrenos y propiedades de dichas fábricas y el Ferrocarril de Langreo a Gijón, volviéndose a reencontrarse con las típicas dificultades de antaño, hasta que en el año 1873 la empresa contrataba al ingeniero Jerónimo Ibrán, que procedía con su equipo a renovar las instalaciones, creando nuevos talleres y poniendo gran interés en la formación técnica y profesional de los trabajadores, para convertir el ruinoso negocio en una empresa rentable, de tal manera que en 1875 la sociedad ya cuenta con dos Hornos Altos y sus accesorios que le permiten una producción media diaria de 33 toneladas, una batería de 40 hornos tipo Francois para obtención de cok con una producción de 800 quintales diarios, y un taller de pudelado de 13 hornos de bolas y dos baterías de trenes de laminación para producir hierro basto y laminado…
Finalmente, en marzo de 1879, quedaba constituida ante el notario de Mieres, José García Babia, la Sociedad Anónima Fábrica de Mieres, por el banquero francés Numa Guilhou y el empresario Protasio García Bernardo, con un capital social de 17.000.000 de pesetas. Un proceso creciente que llegó a disponer en 1.881 de tres altos hornos, dos trenes de pudelar, tres para fabricar fleje y uno de chapa, además de otros cuatro hornos de pudelar de caldera horizontal, aunque habría que esperar hasta el año 1894 para la concesión de una línea de ferrocarril entre la fábrica de Mieres y el grupo minero de Mariana, teniendo que hacer depósito de 856 pesetas como garantía del proyecto, cuyo coste total estaba valorado en 17.120 pesetas.
Refiriéndome a los aspectos sociales de las empresas mineras, tal y como ha quedado escrito en otros capítulos de la serie minera, cuando la región asturiana experimentaba los primeros síntomas de la industrialización del siglo XIX, los capitales, en su mayoría extranjeros, que impulsaron sus empresas se encontraron con problemas muy graves que, sin ser específicos de la región, tenían bastantes rasgos peculiares en ella, siendo el principal problema el proveerse de mano de obra industrial ex novo, ya que ésta no existía por aquel entonces. Por tanto, atraer un número de campesinos era un objetivo primordial, aunque difícil, entre otras cuestiones, porque ni hubo una revolución agrícola que liberara grandes cantidades de brazos ni la industria fue un recurso grato a la mentalidad del paisano, que, a menudo, cuando la miseria le expulsaba de la tierra, prefería acogerse al procedimiento tradicional de la emigración.
Por otro lado, organizar y controlar los procesos industriales tampoco resultaba nada fácil cuando los trabajadores eran reclutados forzosamente del sector agropecuario, con unos hábitos de distribución del trabajo absolutamente irregulares y una percepción subsidiaria de su empleo industrial respecto a la ocupación agrícola y ganadera, que frecuentemente mantenían, y a menudo utilizaban su salario en la industria para ampliar y consolidar sus explotaciones agropecuarias, lo que a su vez era causa de un elevado absentismo estacional que tenía perniciosos efectos sobre la productividad.En realidad, se trataba de un auténtico círculo vicioso: los sueldos eran bajos a causa de la escasa productividad, que a su vez era difícil de mejorar con trabajadores no totalmente profesionales y sin dedicación exclusiva que lo eran, entre otras cuestiones, porque los salarios no compensaban el abandono de la economía tradicional. Como ejemplo, considérese que en 1914 el presupuesto medio diario de una familia obrera era de 4’62 pesetas, y el salario de 3’04.
Así pues, las empresas mineras adoptaron el paternalismo destinado en todo momento a la creación y mantenimiento del entorno físico en que viven los trabajadores, tratando de despertar en el obrero y su familia una lealtad hacia el patrón, que aparece como generoso, consistente en asimilar una relación laboral a la paterno-filial, tan imbricada ella en la cultura cristiana. En suma, se trataba de una estrategia publicitaria generadora de buena imagen, que deviene autoridad. De esa manera, el paternalismo les permitía a los patronos extender dicha autoridad sobre los obreros, en tanto que convierte a la empresa en dispensadora de diferentes servicios, a la vida privada, mucho más allá de lo que autorizaría una mera relación laboral entendida como intercambio de servicios por dinero. Se trataba, en definitiva, de limitar la solidaridad entre los obreros, para lo que resultaba de capital importancia obstaculizar la sociabilidad espontánea, evitando la toma de conciencia de los obreros como grupo de intereses comunes, y para dificultar estas relaciones, o sustituirlas por otras, las empresas paternalistas contaban con poderosos recursos, principalmente los generados por unos espacios residenciales ordenados y jerarquizados provistos por ellas mismas.
En el valle del Caudal la labor de protección correría a cargo de la familia Guilhou, que había pasado en tres generaciones por el judaísmo, el calvinismo y al catolicismo que en aquel momento practicaban con fervor doña Enriqueta Guilhou, y hijas Jacqueline y Marta, que serían respectivamente la marquesa de Villaviciosa y la condesa de Mieres. Ellas sabían por la fluida relación que mantenían con el país vecino, de donde procedía su linaje, la desgracia que estaba afectando a los hermanos de La Salle y vieron claro que establecer una relación con ellos podía beneficiar a las dos partes, de tal manera que, después de múltiples gestiones, en 1918, quedaba inaugurado el Colegio Santiago Apóstol, encargándose de la educación los Hermanos de la Doctrina Cristiana San Juan Bautista de la Salle “los del baberu”.

Mercado del ganado en la plaza Requejo de Mieres, el año 1930. El poeta José Hierro señaló en una ocasión que “hay tres lugares en el mundo donde uno puede encontrarse realmente a gusto porque supieron no perder su sabor a pueblo: la isla de Manhattan en Nueva York, el barrio romano de Trastevere y la plaza de Requejo en Mieres”.
En los principios del siglo XX la empresa instalaría dos economatos para abastecimiento de los trabajadores y sus familias, y posteriormente, en los finales de los años cuarenta, ante el flujo de inmigrantes llegados a Mieres durante la posguerra para trabajar en las minas y la fábrica, se procedía a la construcción de dos amplias barriadas de protección oficial en las que una buena parte de sus habitantes serían trabajadores de la empresa: El barrio de San Pedro al norte y seguidamente, en el año 1949, el de Santa Marina, en la parte sur a orillas del río Caudal, con mercado, iglesia y escuela, entre otros servicios. Unos años más tarde, se construiría otra barriada también de protección oficial, sin equipamientos propios, conocida popularmente como “Tocote”, por razón del sorteo efectuado para poder obtener una vivienda.
Así llegamos al año 2010, cuando la junta general de accionistas de la histórica compañía minerosiderúrgica Fábrica de Mieres, S. A., reunida en su sede social de Gijón, procedía a la disolución de esta legendaria sociedad y el nombramiento de los liquidadores de la compañía, poniendo fin a una compañía con 140 años de historia desde su fundación por Numa Guilhou en 1870 y 131 desde que adoptó su razón social definitiva de Fábrica de Mieres, en marzo de 1879. Fábrica de Mieres, que fue uno de los grandes bastiones de la industrialización asturiana y uno de los mayores productores españoles de carbón y de acero, cesó en su actividad industrial entre 1966 y 1967, con la entrega de sus minas a la compañía pública Hunosa y la aportación de sus activos siderúrgicos a Uninsa, luego nacionalizada y absorbida por la estatal Ensidesa, ahora en poder de Arcelor-Mittal, aunque seguía operando como una empresa patrimonial, gestionando bienes y propiedades que no estaban vinculados a la actividad fabril.

El “Campus Universitario” de Mieres, construido por iniciativa de las cúpulas somáticas y cocosas del pandillerismo sindical, al que le sobra espacio y le faltan los alumnos…
Y cogido de la mano de la fábrica minerosiderúrgica, el municipio mierense ha iniciado un peligroso descenso en la población, pasando de los 70.000 habitantes de los años sesenta a los escasos 40.000 actuales, con el agravante de que cada vez hay menos nacimientos, sin ignorar el envejecimiento galopante de la población y la fallida reconversión minera. Eso sí, Mieres cuenta desde el año 2002 con un excelente “Campus Universitario”, instalado en los exteriores del Pozo Barredo, y financiado con 140 millones de euros procedentes de los tristemente famosos “fondos mineros” por iniciativa de las cúpulas somáticas y cocosas, aunque en el “Campus” siga imperando el silencio y el vacío. Aulas sin alumnos, salas y despachos cerrados, amplios espacios y largos pasillos donde apenas hay presencia “humana” o vida universitaria. No, el campus no está cerrado “por vacaciones”, está abierto y en pleno curso universitario, pero, o se hizo muy grande, o faltan alumnos. O tal las dos cosas.
ANTON SAAVEDRA
