El origen del Pozo Polio hay que buscarlo en el agotamiento de la histórica mina Baltasara, que había pertenecido al grupo financiero del duque de Riansares, siendo vendidas sus propiedades más tarde, en 1861, al empresario francés Numa Guilhou, dando comienzo la explotación de carbón a gran escala en el concejo de Mieres. Y allí, en la localidad mierense de Güeria de San Juan, perteneciente a la parroquia Santa Rosa, la empresa de Fábrica de Mieres tomaba la decisión de profundizar dos pozos verticales bautizados con el nombre de la mítica montaña de Polio.
Así, con fecha 18 de mayo de 1953 era disparada la primera pega para la profundización del pozo Nº1 que finalizaría a los tres años, siendo disparada la última pega el 10 de mayo de 1956, con un diámetro de 4,5 metros y 606 metros de profundidad, comenzando a funcionar el pozo como medio de transporte para el personal, movimiento de escombros y retorno de ventilación.
Paralelamente, con fecha de 2 de noviembre de 1954, habían dado comienzo las labores de profundización del pozo Nº2, las cuales finalizarían el 30 de junio de 1956, con sus 411 metros de profundidad y un diámetro de 5 metros, siendo destinado a la extracción del carbón y entrada de ventilación, pudiendo afirmarse que todo el proceso terminó el 14 de diciembre de 1962 con la aceptación del montaje de las instalaciones – máquinas de extracción, jaulas de dos pisos, embarques automáticos, esclusa y trituradora -, entre Fábrica de Mieres y la empresa alemana G.H.H., hasta hacer del pozo Polio uno de los más modernos de la época. Llama la atención los dos castilletes gemelos, con una altura de 39,41 metros, asentados sobre una plataforma de terreno artificial elevado junto al río. Construidos en acero soldado y roblonado, sus poleas se encuentran en diferentes planos, y los apoyos de ambos penetran en el edificio central que alberga la sala de máquinas y los compresores.
Tras la integración de la mayor parte de la minería asturiana en la empresa estatal de Hunosa, acometida por el régimen franquista en 1967, el pozo Polio pasaría a pertenecer a la misma, hasta que lo cerró en noviembre de 1992, después de haber funcionado a pleno rendimiento hasta finales de los años 80, y después de reforzar en 1970 los servicios de ferrocarril minero con Polio y el vecino pozo de Tres Amigos – también integrado en Hunosa – con tres locomotoras Deutz KG230 que sustituyeron a las primitivas locomotoras de vapor “Santa Bárbara” y “Mariana”, para seguir realizando el transporte de mineral hasta Mieres por la actual senda que nace entre el barrio sidrero de Requejo y la iglesia de San Juan, el cual sería clausurado en 1984, como triste preludio de lo que se avecinaba.
Pero, antes de la integración de Fábrica de Mieres en Hunosa, las minas de Polio volvían a teñir de luto a la familia minera cuando, siendo las nueve de la mañana del 22 de junio de 1959 y la población mierense estaba celebrando la semana grande de sus fiestas sanjuaninas, en la mina Polio, perteneciente al grupo Baltasara de la empresa Fábrica de Mieres, explotaba el grisú, causando la muerte de los seis mineros que constituían todo el personal que realizaba sus labores en la galería en estéril del 3º piso de la preparación denominada San Luís.
Al confirmarse la noticia, el ayuntamiento procedió a la suspensión de todos los actos públicos mediante una nota pública aparecida en los medios de comunicación el 23 de junio: “Esta Alcaldía Presidencia y la Comisión de Festejos, al conocer la dolorosa noticia del fallecimiento de seis productores en un desgraciado accidente de trabajo, interpretando el dolor del pueblo de Mieres y uniéndose al dolor de los deudos y familiares, dispone por el presente la suspensión durante los días de hoy y mañana (lunes y martes) hasta después del sepelio, todas las manifestaciones públicas callejeras que en ocasión de las fiestas impongan alegría popular, suspendiendo toda clase de altavoces en el ferial”.
No obstante, a la hora de buscar las verdaderas causas del por qué explotó el grisú, sin que se pudieran definir las causas del motivo principal que originó la catástrofe, nuevamente los ingenieros actuarios de la Jefatura de Minas con la connivencia descarada de sus compañeros de profesión en la empresa, eximían a la empresa de cualquier responsabilidad tratando de echar la culpa a los propios trabajadores que habían fallecido en el accidente, tal como si los sistemas de ventilación – únicos enemigos para combatir y ganar la batalla del grisú – tuvieran que traerlos de casa los trabajadores -, afirmando en su informe que la verdadera causa del accidente había que “atribuirla al descuido o desprecio del peligro del vigilante al cometer la negligente imprudencia de no reconocer debidamente el gas a pesar de haberlo en gran cantidad, dados los efectos producidos”. Por si ello no fuera suficiente, el mismo ingeniero actuario también apuntaba a que “alguno de los fallecidos hubiese fumado, quizás aquel en cuya chaqueta se encontró tabaco”. ¿ Acaso, me pregunto yo, se encontraron también las cerillas para encender los cigarrillos, o se les olvidó a los mandos de la empresa colocarlas previamente a la llegada de la Jefatura de Minas en la chaqueta del trabajador?
Una cuestión, como ocurría en la casi totalidad de los accidentes mineros, en su mayoría producidos por las explosiones del grisú, es que tratando siempre de echar las culpas “a los muertos”, sin embargo las prescripciones que imponían a la empresa hablaban por sí solas: “La ventilación será permanente, no deteniéndose por ningún concepto los ventiladores de aire comprimido, ni los eléctricos, manteniéndose las tuberías en buen estado. Si por avería se detuviese la ventilación total o parcialmente, se dará orden inmediata de salida al personal hasta que aquella pueda restablecerse. Se evitarán posibles acumulaciones en las campanas de las galería mediante soplados periódicos de las mismas con aire comprimido. Se hará constar diariamente en el libro registro de grisú el estado en la ventilación…”
Tan claras estaban las recomendaciones que los ingenieros de la Jefatura de Minas hacían a sus compañeros en la dirección de las empresas, que éstas se las pasaban por el “forro de los cojones”, hasta el extremo de que en la empresa que nos ocupa, el pozo Polio iba a batir el record de los accidentes mortales alcanzados en el sector minero. Al respecto, de muy poco habían servido las mismas o similares recomendaciones a raíz de la catástrofe minera ocurrida el 16 de julio de 1923, ésta vez con ocasión de la celebración de las fiestas de la Virgen del Carmen en el barrio mierense de La Villa, cuando, de nuevo, otra terrible y horrorosa catástrofe en la capa Raimunda de la Mina Baltasara de Fábrica de Mieres, causaba la muerte de trece mineros.
Aunque nadie se explicaba lo ocurrido, porque la galería Raimunda de la Mina Baltasara tenía buena ventilación natural, otra vez el grisú había sembrado el terror en la región asturiana, y, tal y como informaba el periódico “El Comercio”, los ventiladores “estuvieron funcionando todo el domingo y el lunes, a primera hora, el personal obrero encargado de la ventilación recorrió toda la galería antes de que entraran al trabajo los mineros, sin encontrar nada anormal”. Es decir, cuando ni siquiera la Jefatura de Minas había iniciado las investigaciones sobre las causas de la brutal explosión, un periódico – “El Comercio” – ya informaba sobre el buen estado que ofrecía la ventilación en la galería de los hechos, probablemente informado por sus “amos”, en este caso la patronal minerometalúrgica de Fábrica de Mieres.
Sin embargo, otras versiones de trabajadores que no habían perecido en el accidente, y por lo tanto mucho más fiables, aseguraban que uno de los ventiladores hacía tiempo que no venía funcionando bien, tal y como lo habían hecho ver reiteradamente a los mandos de la empresa. ¿De dónde había partido entonces la llama que produjo la explosión? La respuesta de la Jefatura de Minas, una vez más despejaba cualquier duda al respecto, echando nuevamente la culpa a uno de los trabajadores muertos en aquel salvaje atentado contra la vida humana, en este caso el pinche del ventilador que “sin darse cuenta de lo que hacía, cometió la imprudente negligencia de colgar su lámpara de los bastones situados bajo el coladero y se dirigió atrás a reunirse con sus compañeros, cuando no había sido desalojado el gas por el ventilador ni siquiera reconocido ese lugar por el vigilante”.
Ante esta catástrofe, así como también sobre otros accidentes ocurridos el mismo día en el grupo San Benigno y Mina Mariana, el comité del Sindicato Único de los Mineros de Asturias – una escisión del SOMA-UGT –, después de una reunión mantenida en el Centro Obrero de Mieres, lanzaba un manifiesto público para “protestar enérgicamente por las pésimas condiciones en que se llevan los trabajos en las minas asturianas, y desarrollar un programa de acciones contundentes como única manera de evitar estos días de luto a la familia proletaria”.
De hecho, aquella catástrofe de la Mina Baltasara había servido para encender la mecha que alumbraría a los mineros en su lucha por la conquista de los derechos laborales y sociales, dejando una marca en los trabajadores del Pozo Polio como sinónimo de compromiso político y sindical, siempre en la vanguardia de la lucha contra la dictadura franquista y de la lucha por los derechos de los trabajadores, apoyando incluso a otros sectores y movimientos sociales, no en vano el pozo Polio fue uno de los bastiones tanto del Partido Comunista como de Comisiones Obreras y cuna de destacados dirigentes de ambas organizaciones, prueba de ello es que uno de sus trabajadores, Gerardo Iglesias Argüelles, llegaría a ser el secretario general del Partido Comunista de España, en sustitución de Santiago Carrillo, por no hablar de otro luchador antifranquista como Aquilino Fernández Fernández, minero durante casi cuarenta años en el interior de las minas de Polio y enlace del maquis en sus años jóvenes, que conoció como nadie la represión, la insumisión y la cárcel por su lucha contra el franquismo.
Y nada mejor que recoger literalmente su versión hecha pública en el diario “La Nueva España”. La mina edificó esto a su gusto y como prueba basta una mirada a la barriada de Rioturbio, el centro urbano del valle, construido en los cincuenta a raíz de la profundización de los principales pozos de la Güeria de San Juan. Por eso al ver lo que está pasando, Quilino “Polio” lamenta que el paisaje de su valle natal, despoblado y desatendido, sin restos de carbón ni de contraprestaciones por el cierre, sea un reflejo doliente del resto de las cuencas hulleras asturianas. «Hay una depresión tremenda», afirma, en parte porque «aquí no se creó una economía mixta y todo pivotó sobre Ensidesa y Hunosa. No defendemos el carbón por defenderlo, sino por necesidad, porque no tenemos nada alternativo. ¿Qué modelo energético tenemos a la vista para solucionar los problemas si anulamos el carbón? A corto plazo, ninguno»
El humo de las barricadas en las últimas movilizaciones mineras de 2012 devuelve a Quilino “Polio” a un paisaje que le resulta desgraciadamente familiar, a los años heroicos de un sector condenado a la lucha por la supervivencia. Retrocede medio siglo, por ejemplo, hasta la Güeria San Juan de 1962, a la tercera sección de Baltasara, al encierro de noventa mineros en un pozo de montaña próximo a Polio con «ventilación deficiente», comida escasa y el agua insuficiente que manaba a duras penas, gota a gota, de un manantial interior de la mina. La memoria de Quilino “Polio” ha retrocedido también hasta el trayecto «en camiones de toldos» al cuartel de la Policía Armada de Oviedo, a las palizas y las noches de calabozo con un zapato de la mina en lugar de almohada. La «huelgona» fue larga, duró «dos meses y nueve días» y sacó la rabia de las mujeres, que «jugaron un papel muy relevante en las huelgas». La «huelgona» duró mucho, pero sirvió: «Obligamos a venir al ministro Solís a negociar con los mineros y con los sindicatos clandestinos, obviando al sindicato vertical franquista, y de aquella nos subieron quince duros por tonelada. Fíjate lo que suponía aquello entonces».
La memoria va y viene a 1965, al 12 de marzo, al asalto de la Comisaría de Mieres y «a las gorras de la Policía volando por los aires». A la guerra y a los dos disparos de fusil que impactaron en la ventana de la cocina de su casa en Entrerríos y que significaban que había obligación de acudir a la celebración en Mieres por la toma del Ejército franquista de la provincia de Tarragona. Quilino “Polio”, que perteneció siempre al bando de los que decidieron «no acomodarse al sistema», sigue sin resignarse ahora a llorar la pérdida. Y la pérdida es, hablando de la Güeria San Juan, la de toda la mina y toda su capacidad de arrastre, pero también la del universo rural que siempre ha rodeado al hábitat hullero del valle. Quilino “Polio” lleva su pueblo natal incorporado al carné de identidad, sustituyendo al apellido, y cuando dice que Polio «es el último pueblo de la Güeria», puede que no sea todo geografía. Queda un vecino en el censo del Instituto Nacional de Estadística y aunque el sitio siempre fue más «estratégico» que grande, hoy duele verlo caer. Hace daño el destino de éste y de los otros pueblos que la vega del San Juan va dejando por el camino. Al volver al Polio casi deshabitado, el ex minero mierense predica cuánto conviene «mantener las fincas y las casas, para que no se abandonen los pueblos. Abandonar un pueblo significa dejar tus rincones, tus recuerdos». Abandonar es olvidar, justo eso a lo que la memoria de Aquilino Fernández Fernández se ha resistido con éxito durante toda su vida.
Al respecto, todavía sigo pensando que su lucha y elevada conflictividad fue la causa principal por la que en el año 1992 se incluyó el pozo en la lista de cierres, siendo el último relevo productivo el 20 de octubre, tras el traslado de 500 trabajadores a otras explotaciones.
ANTON SAAVEDRA