Para adentrarnos en el Pozo San Mamés es obligado hablar de la mina Rimadero, situada en el barrio sotrondino de San Frechoso, propiedad del vasco Francisco Elorduy, que venía explotando sus concesiones desde el año 1910, hasta que fueron adquiridas en 1919 por la empresa Duro-Felguera para surtir de mineral a su fábrica siderúrgica en la localidad langreana de La Felguera. Finalizada la incívica guerra española, consecuencia del golpe militar fascista contra el gobierno legítimo de la II República, ambos quedarían unidos bajo el rio Nalón.
Hacía tiempo que la empresa tenía in mente ampliar el yacimiento de San Mamés mediante la unión subterránea con la mina de Rimadero pero, aunque la decisión era fácil de tomar y las ventajas numerosas y evidentes, sin embargo la obra presentaba muy serias dificultades al estar el rio Nalón por medio, recordando los enormes caudales de agua que habían sufrido durante los tres años que duró la profundización del pozo San Mamés o pozo Villar. Filtraciones, derrumbes y explosiones conformaban un menú bastante difícil de digerir, pero el Rimadero era un pozo plano de tres plantas que tenía un gran yacimiento y su situación al lado del Ferrocarril de Langreo-Gijón era la más idónea para extraer por él todos los carbones del nuevo pozo profundizado. Sólo hacía falta reprofundizar una 4ª planta para unirla con la 3ª de San Mamés mediante una galería de 500 metros, decidiéndose dar comienzo a las obras desde ambos extremos de las dos explotaciones.
Más tarde el Pozo San Mamés también quedaría unido con los pozos Sotón y Carrio. Curiosamente, con quien nunca estuvo unido el pozo San Mamés fue con su vecino Santa Bárbara en la Cerezal ya que, aunque ambos explotaron el sinclinal llamado “Cubeta de San Mamés”, uno se dedicó a la explotación del paquete Mª Luisa y otro al paquete Generalas.
En efecto, tal y como ha quedado recogido, recién finalizada la incívica guerra se había iniciado la profundización de un pozo vertical en el lugar de Villar, en la margen izquierda del rio Nalón, dando comienzo los trabajos el 17 de setiembre de 1938 para finalizarlos en el año 1940, cuando sería inaugurado el pozo con 232 metros de profundidad y una sección circular de 6,40 metros de diámetro, quedando dividido el pozo en cuatro plantas comunicando la primera de ellas con el abandonado pozo Elordoy o Rimadero que serviría de auxiliar.
De las dificultades en la profundización del pozo San Mamés recogemos un párrafo anónimo de un diario, aunque debemos de suponer que pertenezca al ingeniero director de las obras, que literalmente dice: “(…) a pesar de estar la zona casi toda ella en pizarra fuerte y algo de arenisca, tuvimos que profundizar descimbrando 9 veces, a causa de lo falso del terreno. En el transversal de 3ª planta, del lado Oeste y en la parte alta encontramos una capa de carbón, la Julia, de 1,20 metros de potencia, y aunque el transversal estaba en arenisca, se nos puso muy falso, viéndonos precisados a poner unas trabancas hechas con carriles de 20 kg. Que nos llegaron a romper y tuvimos que sustituirles por otras de 32 kg. bien embastonadas, siendo tal la fuerza con que apretaba el terreno que también llegó a flexionar algún cuadro, viéndonos obligados a intermediar otros y trabajar con muchísimo cuidado pues no cesaban de caer rocas y carbón”.
El pozo San Mamés, que sería cerrado por Hunosa el 1 de abril de 1992, alcanzaría los 465 metros de profundidad, arrancando una media de 250.000 toneladas brutas cada año, después de perforar un intrincado laberinto subterráneo de 300 kilómetros, con una media de 700 trabajadores, siendo sus capas principales, por orden de productividad: Escribana, Julia, 1ª Generala, Mª Teresa, San Gaspar y San Luis.
Sin embargo, la faceta más conocida del pozo San Mamés fue por haber albergado en su nómina de trabajadores a una parte de la misma procedente de las cárceles franquistas cuyo único delito había sido defender la legitimidad del gobierno republicano, con la implantación de un sistema de explotación económica que perduró hasta bien entrada la década de los cincuenta. En efecto, los rebeldes franquistas habían creado el edificio ideológico del concepto de Redención de Penas por el Trabajo bajo el slogan de “La disciplina de un cuartel, la seriedad de un Banco y la caridad de un convento”, y bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced, a través del correspondiente decreto firmado por el traidor general Francisco Franco Bahamonde, por el que los golpistas determinaban la conversión de los presos republicanos en mano de obra laboral barata, trabajando en condiciones de esclavitud, y siendo los prisioneros encuadrados en Batallones de Trabajadores militarizados dispuestos por las empresas que así lo habían solicitado, entre las que destacó la Duro-Felguera con sus Campos de Concentración situados en los pozos mineros de Fondón, en Sama de Langreo, Mosquitera, en Tuilla de Langreo y San Mamés, en Sotrondio de San Martín del Rey Aurelio.
Tal como decía el propio Franco en su grotesco decreto, “el derecho al trabajo, que tienen todos los españoles, como principio básico declarado en el punto quince del programa de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, no ha de ser regateado por el Nuevo Estado a los prisioneros y presos rojos, en tanto en cuanto no se oponga, en su desarrollo, a las previsiones que en orden a vigilancia merecen, quienes olvidaron los más elementales deberes de patriotismo….
Además, en lo referido al salario penal del preso, de cada dos pesetas diarias en concepto de jornal, una y media se las quedaba el Estado, y la media restante le debía servir a los presos para comprarse botas, calcetines, sustituir los viejos uniformes por ropa de trabajo, comprar si pudiera un nuevo petate sin piojos, alguna raída manta y enviar lo que sobrara a su famélica familia, la cual había sido desprovista por los vencedores de toda suerte de ingresos en aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas.
La reducción de penas a cambio de trabajo se articulaba mediante el mecanismo de canjear un día de pena menos, por cada dos de trabajo, todo ello siempre a expensas de que el Jefe Militar, su Plana Mayor y el sacerdote penitenciario del Batallón de Trabajadores, Colonia Penitenciaria o Destacamento Penal certificaran y comprobaran que el preso demostraba, en sus obras y en la manifestación de sus nuevas “creencias” políticas y religiosas que se estaba integrando con la Nueva España de Franco y de la Falange.
Una de las grandes características de esta brutal represión de posguerra en los Campos de Concentración franquistas – no confundamos estos campos con las colonias de trabajadores – fue la articulación ideológica en torno al pilar religioso, desarrollando un discurso concreto de redención como una misión cristiana, difundiendo la caridad, el perdón y la redención de las almas, no en vano la incívica guerra española tuvo la caracterización de “cruzada”, acabando instaurándose la iglesia como factor básico de legitimación entre todas las familias políticas del régimen franquista: “la redención de penas no tiene plenitud de sentido si se aplica en un orden estrictamente jurídico: es una gracia de España, estado misional y cristiano que se gana con un rescate espiritual de arrepentimiento y un esfuerzo físico de trabajo.” (Memoria de 1941 sobre la aplicación de la Redención de las Penas por el Trabajo en 1940).
Tal y como manifestaba la iglesia golpista, la Redención de Penas por el Trabajo (…) se inspira en la afirmación evangélica de que “Dios no quiere la muerte de pecador, sino que se convierta y siga viviendo…”, pero la realidad de estos trabajos en los Campos de Concentración franquistas, como el de la empresa Duro-Felguera en el pozo San Mamés, tuvieron más que ver con un mundo lleno de explotación y penurias que con una redención cristiana, donde, muchos prisioneros accedían a este tipo de trabajos para poder contribuir a la economía familiar, albergando la posibilidad de poder regresar a su casa.
Y si la España de Franco echó sus bases políticas en una inmensa inversión en violencia para vivir después de sus rentas, en lo que nos atañe, no hay que andarse con medias tintas a la hora de afirmar que Franco contó con y se apoyó en una tupida red de campos de concentración y de explotación de mano de obra republicana para asentar su poder. CAMPOS DE CONCENTRACIÓN. Ni centro de prisioneros, ni depósitos, ni campamentos, eufemismos que sólo pretenden esconder o atemperar una realidad: la existencia en España de más de 180 campos donde a los prisioneros de guerra se les internaba, reeducaba, torturaba, aniquilaba ideológicamente y preparaba para formar parte de la enorme legión de esclavos que construyeron y reconstruyeron infraestructuras estatales, como parte del castigo que debían pagar a la “verdadera” España, por haber ingresado las filas de una supuesta “anti-España”.
El trabajo que realizaban estos presos, sin falta de recurrir a ninguna “fantasía”, dígase lo que se quiera decir o escribir, era un trabajo forzado, un trabajo de esclavos, donde la realidad moral y material era bien distinta del discurso oficial católico de misión cristiana, la penuria alimenticia era incluso peor que fuera de la cárcel, la escasez de camas era notable, siendo muchas veces simples sacos llenos de paja de maíz y la higiene estaba restringida en unos habitáculos llenos de humedades, charcos y mierda, donde muchos presos contrajeron enfermedades mortales que derivaron en crónicos problemas de salud, amén de la permanente convivencia con auténticos ejércitos de pulgas, chinches, piojos y garrapatas.
Conocí y conviví con personas como Arenas Machuca, Saturnino Márquez, Samuel Fernández “El Cabritu”, Florentino Vázque “Florón” o Pepe Canga Uribelarrea, entre otros muchos, personas de una moralidad intachable que sufrieron las “lindezas” de aquellos Campos de Concentración por su republicanismo, y me contaban “anécdotas” que por el mero hecho de escucharlas o leerlas ponen los “pelos de punta”: “Achicoria aguada con un bollo de pan, cocido de garbanzos, lentejas y sopa de pan y ajo componían el rancho, reservando algo de carne para las fechas religiosas y el 18 de julio, teniendo que recurrir en muchas ocasiones a coger las algarrobas en las cuadras de las mulas mineras para saciar su hambruna.
Por si no fuera suficiente, otro de los medios de sufrimiento para los prisioneros era el alejamiento de su zona de origen, que llegó a conocerse como una especie macabra de “turismo penitenciario”, lo que provocaba no solo el padecimiento para el preso sino para su familia que apenas podía visitarlo y facilitarle los pocos alimentos disponibles que compensaran aquella malnutrición que las instituciones penitenciarias les provocaba, originando una especie de colonias que acababan acampando en cualquier lugar cercano al campo de concentración, para estar más cerca de su familiar trabajador esclavo del franquismo, como yo mismo llegué a conocer de guaje en las cuevas de una “grijera” entre la barriada de Lada y la conocida por la “colonia de los presos del Fondón”.
Con un país destrozado, empobrecido, apenas sin ningún tipo de producción industrial, con muy poco o nada que exportar, prácticamente sin otras relaciones comerciales que las entonces existentes con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, y con ambos países aliados de la dictadura franquista exigiendo la devolución inmediata de la cuantiosa deuda contraída por Franco con ellos a causa de sus importantes ayudas militares y financieras al bando franquista durante la guerra civil, de nada iban a servir las drásticas medidas de control económico impuestas por la dictadura. Unas medidas que, por otra parte, empobrecieron aún mucho más al conjunto de la población y enriquecieron de forma espectacular y repentina a un muy reducido número de estraperlistas y especuladores, todos ellos directa o indirectamente ligados a las estructuras del propio poder franquista, y fue en ese contexto cuando Franco se inventó la primera Empresa de Trabajo Temporal que se implantó en España, realizada mediante la creación del denominado Fichero Fisiotécnico en el que se fueron recopilando todo tipo de datos sobre miles de prisioneros políticos republicanos de toda España, para utilizarles como auténticos esclavos al servicio del Estado franquista en la reconstrucción del país, donde los mineros jugaron un papel de primer orden en la reconstrucción de un país asolado por las armas de un ejército golpista, bendecido por los sacramentos de la iglesia católica apostólica y romana, ambos al servicio de la oligarquía financiera.
De hecho, aunque fue personalmente el propio dictador Franco quien puso en marcha este gran negocio a costa de sus prisioneros políticos, sería el jesuita José Antonio Pérez del Pulgar quien lo inventó e institucionalizó de forma oficial, mediante la constitución del llamado “Sistema de Redención de Penas”, donde este sacerdote no defendía ningún tipo de piedad ni clemencia para con los presos políticos del franquismo, tal y como quedaba recogido en el texto publicado en 1939 con el título “La solución que da España al problema de sus presos políticos”: “no puede exigirse a la justicia social que haga tabla rasa de cuanto ha ocurrido, sino que preconizaba para todos ellos poco menos que la aplicación de la Ley del Talión: “Es muy justo que los presos contribuyan con su trabajo a la reparación de los daños a los que contribuyeron con su cooperación a la rebelión marxista”.
Así llegamos al año 1948 cuando se inicia el verdadero auge de la industria y de la minería en Asturias, con el consiguiente incremento en la mano de obra, procedente en su mayoría de las comunidades andaluzas y extremeñas, y será a partir de ese año cuando se procede a la construcción de las barriadas de San Juan “El Serrallo”, en Sotrondio, la de Santa María en Blimea, y la de El Coto en L’Entregu, donde van a habitar, tanto las gentes de la inmigración como los trabajadores esclavos que sobrevivieron a aquellos malditos Campos de Concentración.
Hoy, el entorno del pozo San Mamés, entre Sotrondio y Blimea, se encuentra igual que en el año 1992, cuando se procedió al cierre del Pozo San Mamés: sin un solo empleo. Y es que las dos empresas que se instalaron en las parcela del polígono industrial urbanizado junto al castillete del pozo, Ornalux y Alacena Cocinas, ya están liquidadas, al igual que ocurrió con la práctica totalidad de las empresas “cazasubvenciones” de los tristemente famosos fondos mineros repartidos entre los amiguetes de los Areces, Gracianos, Villas y Javieres, pudiendo afirmarse que el polígono de San Mamés es otro de los polígonos fantasma.
ANTON SAAVEDRA