Aunque el primer propietario minero de importancia en el valle de Turón fuese Vicente Fernández Blanco, que en 1866 había obtenido la concesión del “Coto Paz”, entre las parroquias de Figaredo y Santa Cruz, con sus 21 pertenencias que se extendían por la falda izquierda del valle en su parte inferior, sin embargo sería su hijo Juan Inocencio Fernández Martínez de Vega, que pasará a llamarse Inocencio Figaredo a partir de 1925, haciendo del topónimo su apellido, quien a partir de 1870 se encargaría de la empresa hasta situarla entre las principales productoras de carbón de la región asturiana, estableciendo relaciones personales y empresariales con otros burgueses y capitalistas de la región, hasta quedar convertido en una de las figuras centrales de la vida social e incluso política del Principado.
Desde un principio, el objetivo de los Figaredo fue hacerse con un mayor número de concesiones mineras hasta alcanzar un enorme cuadrilátero de 350 hectáreas, a la vez que se iniciaba todo un proceso de mecanización de las explotaciones que culminarían con la instalación de un lavadero mecánico de carbones y una batería de hornos de cok, estableciendo a partir de 1871 un primer sistema de transporte fundamental, el llamado “tranvía de Coto Paz”, para conducir la producción hasta el cargadero del Ferrocarril del Norte.
Entre 1890 y 1918, un período que se puede entender como de consolidación y expansión de las compañías hulleras del valle, en paralelo al proceso de la Sociedad Anónima Hulleras de Turón, íntimamente ligada al capital y desarrollo vascuence, los Figaredo también experimentarán un crecimiento al quedar vinculado, a nivel familiar, con otras firmas del sector minero como la Sociedad Industrial Asturiana Santa Bárbara, Minas de Riosa y otras. Inocencio Fernández Martínez, que sería diputado y senador en las Cortes Generales españolas , se casó con Dominica HERRERO, de cuyo matrimonio nacería Vicente FIGAREDO HERRERO, que sería quien pasaría a gestionar no sólo la empresa fundada por su abuelo – ahora bajo el nombre de Viuda e Hijos de Inocencio Fernández – sino también, Hulleras de Riosa, la Sociedad Industrial Asturiana, Hulleras del Rosellón y Santo Firme, casándose con Ángeles SELA Y SELA para fundar más tarde el Banco de Oviedo y el Gijonés de Crédito, hasta su fallecimiento en 1929, inaugurándose con su capilla ardiente el chalet familiar, no sin que antes, allá por el año 1890, como consecuencia de una importante huelga que paralizó toda la cuenca minera, los mineros dinamitaran la residencia del “amu la mina”.
Así llegamos a la fecha del 31 de marzo de 1932, cuando quedaría constituida la empresa Minas de Figaredo S.A., todavía con las explotaciones mineras mediante pisos en ladera dentro de un sistema de minería de montaña, en lo que hoy es la plaza minera del pozo Figaredo, hasta que a partir de 1950, estando ya Ismael Figaredo al frente de la Sociedad, se procedía a la profundización de dos pozos – San Vicente y San Inocencio -, que multiplican casi por diez la plantilla y la producción.
Posteriormente, tras la profundización del pozo San Vicente, las dos bocaminas se comunicaron entre sí, en torno a la caña del pozo, generando una subplanta que permitía desembarcar los vagones en el nivel topográficamente inferior al de calle y realizar con holgura la circulación de los vagones sin comprometer la competencia de la plaza principal situada en torno al castillete, de tal manera que, una vez que entraron en funcionamiento los dos pozos verticales, con la sustitución del antiguo castillete de San Vicente por una torre de extracción de 40 metros de altura y una profundidad de 500 metros, las labores de selección y cargado del carbón cambiaron de localización, quedando ambas bocaminas como proveedoras de ventilación al pozo vertical.
El castillete San Inocencio de 31 metros de altura, con once plantas y una profundidad de 250 metros data de 1957, fue construido por la planta siderúrgica de Fábrica de Moreda en Gijón, siendo colocado el 17 de agosto de 1957, para comenzar la producción el 14 de julio de 1958.
Como en todas las empresas mineras de la época, el principal problema que tenían en sus explotaciones era el transporte del mineral a los centros de consumo, de tal manera que el carbón de los Figaredo era transportado en carros de bueyes que realizaban épicos viajes hasta su principal cliente en Trubia, donde se encontraba la Fábrica de Armas, aunque no tardarían mucho los Figaredo en construir un cargadero en la estación de Santullano en el que los carros vertían su carga en vagones, acortando así los tiempos de viaje del mineral, hasta que decidieron la construcción de una tranvía entre sus explotaciones y Santullano de Mieres, que comenzaría a funcionar en 1882.
El tranvía discurría por la margen izquierda del río Turón y atravesaba la zona del palacio de Figaredo con un túnel de corta longitud, para continuar descendiendo hasta llegar a la cota de la carretera en Santullano donde, tras cruzar el puente allí existente sobre el río Caudal, alcanzar la estación del Norte. En total, apenas tres kilómetros de vía de 600 milímetros de ancho, que se convertiría en el más utilizado en las minas asturianas, aunque el ferrocarril tendría una vida efímera, pues la apertura de la línea Reicastro – La Cuadriella brindó la oportunidad de disponer de una salida de carbones adecuada, siendo desmantelado el tendido en los finales del siglo XIX y las máquinas vendidas a Hulleras del Turón, donde terminarían llevando los números 5 y 6, para ser utilizadas en maniobras y trenes de obra.
La profundización de los pozos de extracción abrió nuevas y más rentables posibilidades en el aprovechamiento de las capas de carbón ya que a cotas inferiores éstas tenían mayor potencia y porque la explotación vertical permitía un desarrollo longitudinal de las infraestructuras subterráneas que posibilitaba cortar las capas en muchos más puntos, horizontal y verticalmente, pero no todas las empresas mineras podían asumir las fuertes inversiones que se requerían, de tal manera que aquel acelerado paso de la minería de montaña a la de pozo supuso el declive de las explotaciones de ladera y la progresiva concentración de la estructura empresarial del carbón en manos de unas pocas empresas con capacidad suficiente para afrontar el nuevo escenario que se presentaba.
Aquella concentración de explotaciones mineras trajo también la concentración de la mano de obra, y las empresas, entre ellas los Figaredo, comenzaron a crear los típicos cuarteles de vivienda obrera para la instalación de sus trabajadores como un elemento más de control de la fuerza de trabajo, alcanzado su máximo apogeo después de la primera Guerra Mundial y todos ellos de unas características parecidas, buscando intencionadamente los núcleos aislados geográficamente y cercanos al puesto de trabajo – también muy cercanos al puesto de la Guardia Civil – para que el paternalismo del propietario – empresario lograra crear una ideología y establecer un control doctrinal, todo enmascarado bajo el nombre de filantropía.
Así llegamos al año 1978, cuando Minas de Figaredo se precipitó en una profunda crisis ocasionada principalmente por la falta de inversiones durante los periodos de grandes beneficios para la empresa, y tuvimos que librar un largo y durísimo conflicto en el que me tocó participar en primera persona, como secretario general de la Federación Estatal de Mineros de U.G.T., desarrollando unitariamente todas las acciones con los compañeros de CC.OO., dándose todo tipo de movilizaciones en Asturias y Madrid que, incluso llevaron a mi detención en los calabozos de la Dirección General de Seguridad por cortar durante tres horas el Paseo de la Castellana en Madrid, el día 11 de marzo de 1979, después de que la empresa presentara un expediente de regulación de empleo en diciembre de 1978 para sus 1.650 trabajadores y ser abandonados por el SOMA-UGT en sus reivindicaciones para salvar la mina, teniendo que hacernos cargo desde la FEM-UGT, hasta lograr su integración en el Instituto Nacional de Industria el año 1980, aunque posteriormente el Pozo Figaredo sería integrado como un pozo más de HUNOSA, hasta que fue cerrado definitivamente el 27 de junio de 2007, en una vergonzosa connivencia de aquellos que seguían la consigna de aquel que decía que “había que pasar por encima de su cadáver antes de cerrar un solo pozo en HUNOSA”, poniendo fin a dos siglos de minería en el valle de Turón.
En efecto, el cierre de HUNOSA no ha sido más que la consecuencia del proceso iniciado por el “entramado mafioso” de Miguel Cuenca Valdivia (I.N.I.) y José Ángel Fernández Villa (SOMA-PSOE) sobre Hunosa-Figaredo para proceder a la muerte de Pozo Figaredo, en línea con la crónica de la muerte de la minería anunciada por el presidente del gobierno del PSOE, Felipe González, el 16 de febrero de 1983.
En este contexto, la fusión de presidencia de Hunosa y Figaredo en manos de un nefasto e ignorante Eduardo Abellán, sacado de las cloacas del INI para llevar a cabo operaciones de este calibre, sin escrúpulos de ningún tipo, no suponía sino contaminar los costes de Figaredo y hacer un “desastre” común, todo él sometido a la crítica de la Unión Europea y a la exigencias de ésta. Se trataba, en definitiva, de dejar claro de que toda la minería pública asturiana estaba en el mismo rasero, es decir, que no pudiera haber un solo ejemplo que contradijera la verdad oficial de la inviabilidad de la minería asturiana. Esa era la estrategia diseñada por Cuenca, desde el I.N.I. y Villa, desde el PSOE-SOMA para luego decir: ¡ahí tenéis a la derecha!, y de paso poder ejercer de auténtico sindicalista y achacar lo que ha hecho la política de derechas del PSOE a la derecha política, el PP. En efecto, Minas de Figaredo era un estorbo porque significaba la demostración palpable y real de que con el mismo yacimiento de Hunosa se obtenían menores costes a la vez que se disponía de una posición económica y gerencial razonablemente buena, lo suficiente para justificar ante la U.E. su continuación, y ello suponía para los “gestores” del I.N.I. y de HUNOSA, una acusación diaria de su total ineficacia y de que pudiendo lograr una situación más que aceptable para la minería de la cuenca central, sin embargo se había optado por seguir degradando esta actividad para hacer irreversible su cierre y culpar del mismo a Bruselas, y ello, requería eliminar el “testigo” acusador del crimen. La realidad era que, con los datos y cifras en la mano, Figaredo obtenía en las mismas capas que explotaba Hunosa, un carbón con un coste por tonelada extraída muy inferior al producido en Hunosa, pero los planes de Hunosa, realizados con tanta parafernalia y tantos salarios perdidos innecesariamente por los propios trabajadores cuando eran llamados a huelgas perfectamente pactadas por las direcciones somáticas y hunosinas en la 6ª planta del “pozo Moqueta” de Oviedo, establecían que no habría mejoras de costes por tonelada y, en consecuencia, los gastos para obtener una tonelada de carbón seguirían aumentando en la empresa de las pérdidas socializadas y las ganancias privatizadas. En Figaredo, en cambio, desde el año 1988 se venía operando un proceso paulatino de reducción de costes, concentrando el esfuerzo inversor – salvo las conocidas estafas puntuales cometidas por uno de sus ingenieros directores (Misael García Villa), “primo del otro” – con planes para culminar la mecanización integral de la mina que estaban conduciendo a una elevación de la productividad desde los 2.200 kilos por jornal hasta los 3.500 en abril de 1995, cuando Hunosa estaba en 1.090 y su objetivo era alcanzar los 1.400 al final del plan.
Una vez más quedaba claro que la forma elegida para eliminar Figaredo como punto de referencia para justificar el mantenimiento de la minería en la cuenca central asturiana en unos costes y dimensiones razonables y aceptables para el ciudadano, el contribuyente y la propia U.E. consistió en, contrariamente a lo que se venía predicando desde Madrid, quitar a los asturianos cualquier capacidad de decisión en el proceso. Así, mientras seguían diciendo desde la Administración Central que los asturianos debían de responsabilizarse de sus actos y de su propio futuro, en cambio, eliminaban a los profesionales asturianos de la minería para sustituirlos por auténticos trileros desconocedores del sector, sin vinculaciones con la región ni compromiso alguno con su futuro, y por lo tanto, sin remordimiento posible por las consecuencias que queden para Asturias por su gestión.
Pero la dimensión real de las consecuencias que el proceso de fusión de las dos presidencias en la persona de un trilero, como era Eduardo Abellán, no comprometido con el futuro de la región asturiana quedaba advertidos en su totalidad al tener en consideración otros factores, además de los referidos a los costes, gestión y rendimientos, es decir elementos adicionales a la actividad puramente extractiva de carbón, porque el futuro de Minas de Figaredo, presidida por el ingeniero allerano, Adolfo Castañon, estaba articulado sobre otrow ejes o factores: en la parte extractiva, con la colocación de la nueva automarchante y la consiguiente mecanización integral, con una mejora en los rendimientos y la consiguiente reducción de costes, y en el plano de otras actividades o de la denominada diversificación, con otra de las acciones preferentes, trabajadas durante los últimos años: la investigación en la licuefacción del carbón, en la que Minas de Figaredo, junto con el EPRI de Estados Unidos y el Instituto Plank de Alemania, está a la vanguardia mundial, ya con éxitos importantes a escala de laboratorio y un horizonte ya no muy lejano de aplicación a escala industrial.
Este proyecto hubiese permitido la extracción barata, como combustible líquido, de la hulla de Asturias, con un coste inferior a cualquier otro país europeo, dado que lo que ahora es la dificultad principal del yacimiento asturiano – la verticalidad de sus capas – se transformaría en la principal ventaja, al caer el producto licuado por gravedad, sin coste alguno y sin pérdida de material en el proceso. Un proyecto al que todavía se le puede aplicar el dicho aquel de que “nunca es tarde si la dicha es buena”.
Mientras tanto, los jubilados de las prejubilaciones mineras seguirán mirando desde las ventanas de sus viviendas cuartelarias para la vagoneta minera colocada como recuerdo ornamental de que allí estaba antes “la gran trinchera”, “el terraplén” sobre el que pasaba el tren minero que cargaba con el carbón de las minas de Turón en aquella otra vida de Figaredo, antes de que la mina fuera cerrada en el año de 2007, y como no, viendo como sus hijos y nietos se tienen que marchar de la tierra que les vio nacer hacia otros lugares, sin saber exactamente hacia dónde.
ANTON SAAVEDRA