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DIARIO DE UN CONFINAMIENTO: 27 de marzo.

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Día 27 de marzo

Otro día más encerrado en la jaula, y van 13 días. Me levanto, después de haber dormido como un lirón toda la noche, aunque muy endemoniado cuando acabo de escuchar por la radio y leído en las distintas redes sociales comentarios de cuatro imbéciles tertulianos y usuarios de las redes que se consuelan porque los EE.UU. de Norteamérica ya superan a España en número de muertos e infectados, cuando en España ya alcanzamos la cifra de 4.858 muertos y 64.059 infectados a las 11,30 horas, según las fuentes del ministerio de Sanidad.

En este momento me empiezan a reaparecer los fuertes dolores cervicales y espalda de ayer, con ciertos conatos de vértigos, y dejo de escribir, optando por salir a comprar la prensa y aprovechar para dar el paseín diario desde casa al quiosco de la prensa y tumbarme en el sofá a la lectura de mi tercer libro en lo que llevamos de confinamiento. En esta ocasión me decidido por “NUDO ESPAÑA”, de Pablo Iglesias y Enric Juliana, que trata sobre los desafíos y las oportunidades que tenemos por delante: Europa y la ola de cambios tecnológicos que se avecina, el sintomático giro italiano, la proyección latinoamericana , el futuro de la monarquía, el relato de la transición y los gobiernos democráticos, la situación de Cataluña, el PSOE y PODEMOS, la nueva competición en la derecha o el fortalecimiento del feminismo entre otros muchos aspectos que prometen ser muy interesantes.

Son las 18,00 horas cuando me dispongo a reiniciar mi tarea ante el ordenador para ver si soy capaz de seguir escribiendo mi diario, y mi preocupación, como decía por la mañana, es de máxima preocupación al escuchar y leer la información que se refiere a la situación que atraviesan los hospitales públicos rayando el colapso mientras las clínicas y hospitales de gestión privada con financiación pública miran para otro lado, cerrando sus instalaciones y enviando a sus trabajadores al paro.

Imagen de un hospital de Barcelona con los enfermos por los pasillos.

El impacto de la crisis del COVID-19 en la sanidad privada tiene dos caras. Mientras una parte de sus recursos están a disposición de las administraciones para asistir a pacientes infectados, las consultas, operaciones y pruebas ajenas a la pandemia, incluidas las concertadas con la pública, se han suspendido, optando la mayoría de los grupos por el recorte de sus plantillas, procediendo incluso al cierre de siete policlínicos en la Comunidad de Madrid “por tiempo indefinido”, porque, alegan las empresas, deben ahorrar gastos para seguir sobreviviendo. Es preciso señalar, no obstante, que la sanidad privada factura en España en torno a los 6.500 millones de euros (Informe del Instituto para el Desarrollo e Integración de la Sanidad) generados en sus 460 hospitales que representan el 60% del total de España, pero – siguen manifestando – la crisis del coronavirus ha desplomado nuestra actividad en torno al 80 por ciento.

En este debate sobre sanidad pública/sanidad privada, surgido a raíz del ingreso de la vicepresidenta primera del Gobierno de España, Carmen Calvo, que ingresó en uno de los hospitales privados más exclusivos de Madrid,  como es la clínica Ruber, para tratarse de una infección respiratoria (infectada del coronavirus), pienso que, estando en su pleno derecho de elegir entre la sanidad pública o la privada, como funcionaria y beneficiaria de Muface que es, desde mi punto de vista, ha cometido un gran error que destroza para siempre su discurso socialista sobre la preponderancia de lo público sobre lo privado, pero, en fin, solo le deseo una feliz recuperación. Yo, como afiliado y cotizante al sistema público de seguridad social también tuve la opción para disfrutar durante parte de mi época laboral y parlamentaria de un seguro privado que me permitía elegir clínica y especialista médico donde quisiera, aunque jamás lo usé, ni yo ni mi familia. De hecho, teniendo que ser ingresado varias ocasiones en los hospitales públicos de Asturias – tres ingresos en las UCI del Valle del Nalón y el HUCA en Oviedo, para el tratamiento de dos infartos agudos de miocardio y colocación de un bypass aortocoronario -, puedo afirmar radicalmente que fui tratado mejor que en ningún hotel de lujo, desde las mujeres de la limpieza hasta el médico, pasando por las enfermeras y auxiliares.

Llegados a esta extrema situación de los hospitales públicos, no se me ocurre más que pensar en la estructura sanitaria del Ejército español. A pesar de contar con una buena infraestructura sanitaria repartida por las distintas provincias y regiones de España y dotada de muchos medios materiales y humanos tan necesarios en estos momentos, sin embargo, no es verdad, como están machacando por las redes los palmeros de la banderita rojigualda, que las Fuerzas Armadas estén desplegando sus hospitales de campaña militares en ningún punto de España. Lo que están haciendo, además de desinfectar puntos críticos, es colaborar con diferentes administraciones en el levantamiento de infraestructuras improvisadas para tratar de descongestionar los centros sanitarios como ocurre en Asturias o en el hospital de campaña – no militar – que el Ayuntamiento de Madrid levantó en IFEMA en un tiempo récord con la ayuda de los militares.

De hecho, el Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), general Miguel Ángel Villarroya, confirmó en una de sus comparecencias públicas que el Gobierno aún no ha solicitado ninguno de los hospitales de campaña con los que cuentan las Fuerzas Armadas y que, en este caso, sí que están completamente equipados y listos para desplegarse en poco tiempo, aunque otros mandos militares consideran  que esto tendría que ser la última opción, pues entienden que existiendo la posibilidad de medicalizar hoteles u otros establecimientos no tiene sentido usar unas instalaciones más preparadas para zonas de guerra en las que no existe otra posibilidad médica más. Pero, ¿no decía el jefe supremo del Ejercito que estábamos en una guerra?

Por si no fuera suficiente el riesgo de colapso en los hospitales públicos, más de lo mismo podemos decir sobre lo que está ocurriendo con los ancianos alojados en los distintos geriátricos – algunos de ellos no son merecedores de llevar ese título -, dándose el caso de fallecimientos por coronavirus sin atención de ningún tipo, caso concreto de los 19 ancianos fallecidos en la residencia Monte Hermoso de Madrid, sin que ninguna fuente oficial del Gobierno Autónomo de Madrid haya confirmado dato alguno, teniendo que ser los propios familiares los que han dado la información a la agencia EFE.

Ante esta tétrica situación que tenemos planteada en España, sin embargo, tal como decía al inicio de mi diario, la máxima preocupación de cuatro estúpidos, unos tertulianos en los distintos medios de comunicación – nunca tuve tanta información que me desinformara tanto -, y otros usuarios de las redes sociales con la pandemia del coronavirus que se ha instalado en España es consolarse con que ésta se haya extendido en EE.UU. alcanzando cifras superiores a las que tenemos en nuestro país. ¿Qué culpa tendrá el pueblo norteamericano que sufre las consecuencias de unos dirigentes locos que ponen en juego las vidas de sus ciudadanos para mantener sus intereses personales?

“Perdemos miles de personas cada año por la gripe y nunca hemos cerrado el país. Perdemos mucha más gente en accidentes de automóvil y no los prohibimos. Morirá mucha gente, pero perderemos más gente si sumimos al país en una recesión o una depresión enorme”. (Donald Trump en su comparecencia en la Casa Blanca, el 24 de marzo de 2020).

En efecto, remontándonos al mes de febrero el presidente estadounidense Donald Trump había declarado públicamente que solo se contaban cinco contagiados por coronavirus y que en unos días habrían “uno o dos”. Pues bien, habiendo transcurrido un mes ha quedado demostrado, que su chulesca retórica de costumbre le ha traicionado a modo de boomerang, al quedar convertidos los EE.UU. desde el jueves, 26 de marzo, en el país con más infectados del mundo por el Covid-19 (82.404 infectados), superando a China (81.782) e Italia (80.590) y España (64.059), aunque nuestro país todavía permanezca por encima en el número de muertos.

Con 330 millones de residentes, Estados Unidos es la tercera nación más poblada del mundo, lo que significa que presenta un gran potencial para que el virus se expanda.  Si a ello añadimos que la nación norteamericana, cuna del capitalismo por excelencia,  donde más de 40 millones de sus habitantes no pueden costearse un seguro sanitario debido, principalmente, a sus tremendos costes y al juego sucio de las aseguradoras, que han convertido ésta en el más lucrativo de los negocios en lugar de un derecho, de tal manera que “o pagas o te mueres “ , las consecuencias que se presentan con el coronavirus puede ser mucho peor que los efectos producidos por los bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki ordenados por Harry S. Truman, presidente de los Estados Unidos, contra el Imperio del Japón en 1945, con un balance de 120.000 muertos y otros 130.000 afectados de por vida.

Pero, ¿que más les da a estos asesinos como Trump y los que le precedieron en las poltronas de la Casa Blanca seguir ingiriéndose a la vez que interviniendo por las armas de guerra aquellos países que le interesan para saquearlos y robarles sus riquezas y poder seguir manteniendo el dominio del Mundo basándose en el pensamiento del “Destino Manifiesto”? Ellos basan esa filosofía del “Destino Manifiesto” en la convicción de que Dios eligió a Estados Unidos para ser una potencia política y económica, una nación superior al resto del mundo, y la forma de demostrarlo no es otra que “extenderse por todo el continente”. Esa es su filosofía, por eso al Trump le tira de los cojones el número de personas muertas que pueda ocasionar el coronavirus en el país norteamericano: “Perderemos gente, pero perderemos a más si sumimos el país en una recesión o una depresión enorme”. “Me encantaría tener abierto el país para el domingo de Pascua”. “Puedes destruir un país si lo apagas” … son algunas de las “lindezas” manifestadas por este hijo de la gran puta en la comparecencia pública que tuvo lugar en la Casa Blanca, el 24 de marzo de 2020. Y marcho pa la cama, porque me pone los pelos de punta, siendo las 10,30 horas.


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