Son las 19,00 horas de mis catorce días de confinamiento y, aunque me haya levantado de la cama a las 10,00 horas no he escrito una sola palabra en mi diario, principalmente, porque ni mi espalda ni mis cervicales me permiten estar sentado mucho tiempo delante del ordenador. Tengo unos dolores muy fuertes y, después de pegarme dos duchas, una caliente y otra fría, me dispongo a desayunar con Irma, para salir a continuación a comprar la prensa y tres kilos de naranjas de zumo para evitar que ella coja más pesos de lo normal. De vuelta a casa intento ponerme a escribir, pero, como quiera que los dolores no me remiten, me tumbo en el sofá para seguir con el muy interesante libro de Enric Juliana y Pablo Iglesias “NUDO ESPAÑA”y dormir una larga siesta hasta que reinicio el relato de mi diario.
Esta vez, al hilo de los muchos artículos periodísticos y opiniones en las redes sociales vertidos sobre la condición humana que tratan de marcar un antes y un después de esta crisis del coronavirus comenzaré el diario con una reflexión sobre este asunto, para continuar disertando sobre las mentiras y “falsificaciones” que nos vienen ofreciendo desde el gobierno a la hora de contabilizar las cifras reales de muertos e infectados por el coronavirus.
En efecto, esta plaga del coronavirus nos está ofreciendo una inmejorable ocasión para cambiar nuestra desquiciada forma de vida. Sin embargo, tal y como nos ha enseñado el Apocalipsis, los hombres y mujeres de este planeta, siempre nos hemos distinguido, después de sufrir una calamidad, por volver a las andadas y esta conducta irracional, tristemente repetida en todos los crepúsculos de la Historia, se repetirá también ahora. Nadie tenga la menor duda.
Naturalmente, este modelo de vida globalista como modelo indiscutible de organización social, económica y política, en realidad no era más que el “marco” que la nueva mutación del capitalismo precisaba para seguir concentrando la propiedad; pero las masas cretinizadas acabaron – acabamos – encontrándole el gustillo a los nuevos hábitos que tal “marco” les imponía – nos imponía -, resumida en un consumo a troche y moche de pacotilla, birrias, morrallas y baratijas, incluyendo tanto la compra de productos venidos de los parajes más recónditos del atlas como el consumo mismo del atlas, mediante la expansión mastodóntica del turismo. Así de esta manera hemos convertido el planeta en un aquelarre de bulimia universal, que en los amos del cotarro era bulimia de acaparadores y en las masas disfrute de consumidores insaciables. Con lo guapu que ye el nuestru paraíso de Asturias, y que tan pocos asturianos lo conozcamos en toda su dimensión.
Sí, estamos agotando el planeta, y de ese agotamiento solo hay un responsable: nosotros y nosotras. Me viene a la memoria en este momento aquella reflexión de Kant sobre el ser humano: “con un leño tan torcido como aquél del cual ha sido hecho el ser humano no puede forjarse nada que sea del todo recto”. ¿Pesimismo antropológico? Quizá, pero sobre todo realismo antropológico. Basta con echar una mirada retrospectiva a nuestras acciones realizadas durante el pasado siglo XX para comprender hasta qué punto han quedado manifestados y realizados los “vicios capitales” enunciados por Tomás de Aquino. Pues bien, quiero tratar en estas breves reflexiones expuestas en mi diario de confinamiento la consecuencia de esa terrible propiedad humana: la codicia y su hermana gemela, la avaricia.
La avaricia como afán o deseo desordenado de poseer riquezas, bienes, posesiones u objetos de valor abstracto y concreto con la intención de atesorarlos para uno mismo, mucho más allá de las cantidades requeridas para la supervivencia básica y la comodidad personal. La codicia, por su parte, como afán excesivo de riquezas o de personas, para su utilización ilícita, inmoderada y/o criminalmente lucrativa. También es aplicable en situaciones donde la persona experimenta la necesidad de sentirse por encima de los demás desde un punto de vista relacionado con el poder, la influencia política, el resplandor social, la ostentación, el éxito económico, sexual y de cualquier otra manera imaginable, permitiéndose incluso, en un obsceno alarde de cinismo, dar lecciones de supuesta probidad moral.
Son precisamente, tanto la codicia y la avaricia las generadoras de la deslealtad, la traición deliberada -especialmente para el beneficio personal- como es el caso de dejarse sobornar o exigir la recompensa ilícita antes de que los hechos se produzcan, pero es también la búsqueda y acumulación de dinero, objetos y posesiones de todo tipo mediante el abuso de poder de cualquier tipo, la estafa, el robo, el secuestro y el asalto en todas las variedades imaginables. Todo ello valiéndose del engaño, el poder económico y político, los variados mecanismos de presión, la manipulación, la tergiversación o descalificación de las leyes que estorban, pasando por encima o engañando a las autoridades íntegras y de todo lo que puede quedar de limpio del entramado social y económico de la sociedad.
La filtración de los ‘papeles de Panamá’ solo ha demostrado una práctica financiera común. Sin embargo, el efecto que causa el desvío de fondos hacia paraísos fiscales hasta el momento no ha sido detallado. Según diversos informes de distintos organismos, la economía mundial ha duplicado su valor en los últimos 30 años, alcanzando los 78 billones de dólares. El problema radica en que aproximadamente el 8% de este valor (7,6 billones de dólares) se esconde en paraísos fiscales. Para tener una idea, el PIB de Alemania y el Reino Unido juntos es menor a esta cifra. Si estos capitales se quedaran en sus países de origen, cerca de 190.000 millones de dólares en impuestos al año estarían disponibles para los Gobiernos de todo el mundo.
Hace 12 años, cuando estalló la crisis de 2008, los expertos pronosticaban que la misma iba a servir para que los ricos y superricos se apretaran el cinturón. Más impuestos, quizás. O, en todo caso, que entrarían en una fase de opulencia más discreta, menos ostentosa, pero lo que se puso de moda fue el austericidio como forma de recortar el bienestar social de los trabajadores – principal herramienta del proceso productivo -, recortándoles la sanidad, la educación, las pensiones y la ley de la dependencia, tal como ocurrió en nuestro país con un gobierno dizque que socialista, reformando el artículo 135 de la constitución española en perfecta connivencia neoliberal del bipartidismo PPSOE, allá por el año 2010, para que la banca fuera rescatada de sus desmanes y aventuras con el dinero del erario público.
En efecto, el austericidio se puso de moda en el Occidente, pero no para los High Net Worth Individuals (HNWIs), y menos aún para los ultra HNWIs– acrónicos utilizados por los departamentos de gestión de activos de los bancos para denominar la cada vez más numerosa élite global de ricos y superricos cuyas fortunas se mantienen intactas, incluso incrementadas tras la crisis -, porque ellos, este grupo de hijos de puta, tal como bautizaría en 1962 el propio presidente de los EE.UU.J.F. Kennedy a este grupo de financieros sin escrúpulos como el S.O.B. Club (Son of a bitch club, o club de los hijos de puta) manifestando literalmente que “Me parece siniestro que 100 multimillonarios tengan en sus manos las riquezas de este país que pertenece a 200 millones de personas… Luchare contra esto cuanto pueda”. Los autores intelectuales de su asesinato no creo que ofrezcan duda alguna por mucho que traten de ocultarlo.
Pues bien, los High Net Worth Individuals – con patrimonio neto de casi seis billones de dólares, sin incluir la vivienda mansión, el Porsche Cayenne y otros bienes de consumo – siguieron creciendo como la espuma en la crisis mencionada como en todas las crisis, incluida la que se avecina después del coronavirus. Es decir, seguiremos viendo todo tipo de “inversiones en pasión”, pasión por los automóviles de lujo, yates, aviones privados, mansiones por todo el mundo, amantes de lujo por cada rincón …
Si en algo nuestro país no es diferente es en la moda del austericidio para seguir el camino de estos ricos y superricos, hasta el extremo de que el número de millonarios en España aumentó en 22.100 personas el pasado año 2019, lo que supone un crecimiento del 10,9%, un mayor aumento que el registrado en el conjunto de Europa, que fue del 7,3%, e incluso que el experimentado en el resto del mundo, donde creció un 10,6%, según la consultora Capgemini.
Los 300 millones que el multimillonario Amancio Ortega ha donado a través de su fundación a la sanidad pública española para equipamiento contra el cáncer sólo representa la mitad de los casi 600 millones en impuestos que la compañía de Zara ha eludido con ingeniería fiscal, según un informe presentado por los Verdes en el Parlamento Europeo en 2016.
Respecto al arranque de la crisis que analizamos, el número de millonarios ha crecido en casi 100.000 personas desde 2008, en 97.100, con un alza del 76% en apenas diez años. Así, España contaba a cierre del pasado año 2018 con un total de 224.200 millonarios, quienes tenían una riqueza de 566.000 millones de euros, la mitad de todo el dinero que produce cada año el país. Lógicamente cada cual puede sacar sus propias conclusiones, incluyendo la fortuna, claro está, de una de las mayores fortunas de España y del mundo como es la lograda por el de Busdongo, Amancio Prada.
Peros también, refiriéndome al engaño y las ocultaciones aludidas al inicio de mi diario, las crisis están sirviendo para desenmascarar a los tramposos y a los corruptos que hacen negocios hasta con la muerte.
Así, de esa manera, tan acostumbrado como estaba yo todas las mañanas, tardes y noches a la triste y dolorosa tarea de mirar las estadísticas de muertos por el coronavirus, hoy observo con indignación y tristeza que todas esas cifras no responden a la realidad, por la simple razón de que están “falsificadas”, siempre según el informe elaborado por el Instituto de Salud Carlos IIIpublicado por el diario El País este mismo sábado, 28 de marzo, en ningún momento desmentido por los portavoces del Gobierno que conforman el Comité de Gestión Técnica del Coronavirus, Fernando Simón y Raquel Yotti (directora del Instituto de Salud Pública Carlos III), en su comparecencia televisiva del mismo día por la mañana, donde el portavoz del Gobierno en materia de Sanidad afirmaría que en España los fallecimientos “en general se comprueban relativamente bien”, aunque sin dejar de reconocer que “en algunas circunstancias concretas puede haber un error, alguno que se escape”.
Informe elaborado por el Instituto de Salud Carlos III que demuestra como el coronavirus ha causado más decesos de los contabilizados (El País, 28 de marzo de 2020)
Primero fueron unas decenas, luego fueron cientos y ayer ya eran 4.858 los muertos por el patógeno, en su inmensa mayoría gente mayor con patologías previas. Pero, la realidad es aún más dura, según el informe que reproducimos es este diario, cuando el documento revela que el virus casi ha duplicado la mortalidad en algunas zonas de España. Llama la atención el caso de Castilla – León que, entre los días 17 y el 24 de marzo, haya registrado un total de 885 fallecidos, cuando lo esperable según las medias registradas en los años anteriores eran 500, según el propio Instituto de Salud Carlos III. Pues bien, de esas restantes 385 personas fallecidas (77% más), el recuento diario ofrecido por las administraciones correspondiente a esas fechas solo recogió 112, menos de una tercera parte.
Estos datos no vienen sino a confirmar que aún falta mucho por conocer de la epidemia. Era sabido que las cifras reales de los infectados era mucho mayor que la detectada, pero ahora también sabemos que también hay muchos más fallecidos, lo que nos viene a demostrar muy claramente que el impacto del coronavirus está siendo mucho más importante de lo que nos dicen los datos disponibles, tal y como llega a afirmar el exdirector de Acción Sanitaria en Crisis de la Organización Mundial de la Salud y actual profesor asociado en la Escuela Andaluza de Salud Pública, Daniel López Acuña.
En el mismo informe, resulta muy llamativo el caso de Madrid que tras detectar un exceso de la mortalidad hasta el día 16, volvió a valores normales justo cuando más se incrementaban las muertes por el coronavirus, lo que demuestra la poca credibilidad de las cifras que diariamente nos viene mostrando el Gobierno a través del ministerio de Sanidad.
En todo caso, ya me conformaría yo con poner punto y final pandemia con los 65.441 infectados y 5.127 muertos que tenemos a las 5,35 horas del día 28 de marzo de 2020. Buenas noches y hasta mañana.