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DIARIO DE UN CONFINAMIENTO: 30 de marzo

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Día 30 de marzo

Hoy me he levanto a las 10,00 horas sin ningún dolor en mi espalda y cervicales para, después de pegarme una ducha y asearme – tengo que decir que desde el primer día de mi confinamiento tomé la decisión de dejarme, por primera vez en mi vida, la barba y el bigote hasta que acabe este cautiverio –, salir a comprar la prensa y la leche. Hace un frio de cojones en la calle y anuncian nieve para los próximos días, pero solo me acuerdo de aquellas personas – demasiadas – que no tienen medios para dotarse de una calefacción y se mueren todos los años de frio. Siento nostalgia de aquellas cocinas del carbón que tanto contribuyó a sacar a España de aquella gravísima crisis de posguerra, donde mi madre nos calentaba la cama con los ladrillos calentados en el horno de la cocina en aquellos duros inviernos.

Quiero comenzar diciendo que ayer tuve un sueño: vi casi todo el partido de fútbol entre el UPLangreo y el Racing de Santander en el Ganzábal, disfrutando de lo lindo con el espectáculo, pero una vez despierto ya me dí cuenta de que los sueños son sueños y la realidad me hace ver que estamos cumpliendo el primer día del segundo tiempo, es decir, el 16 día, de mi confinamiento por el Estado Alarma decretado en España. Rodeado por un pueblo silencioso y cautivo, un pueblo que se parece a un caracol oculto tras el caparazón que solo mostramos a la hora del aplauso desde la ventana. En ocasiones, sobre todo cuando era un guaje e ignoraba casi todo de mí, sigo preguntándome cómo hubiera reaccionado ante situaciones históricas difíciles, como la que estamos viviendo en estos momentos. Me pregunto, si hubiera sido capaz de esconder, por ejemplo, a un gitano o un judío, durante el periodo nazi, con el peligro que ello podía suponer. Pues bien, ahora estamos viviendo nuestra propia circunstancia crítica. Una prueba difícil, inesperada, pero es nuestra prueba, y el resto de nuestros días va a quedar marcado por lo que hicimos o dejamos de hacer, cuála fue nuestra actuación durante esta pandemia del COVID-19.

Es lunes, y Sama no es lo mismo sin el mercadillo semanal, sin las canciones de la tonada asturiana que todos los lunes protagoniza el grupo de “Caldillo” en el mesón de Los Serranos o la tertulia diaria en la sidrería de Les Escueles donde hablamos de todo y, por supuesto, de los partidos de fútbol de los domingos. Y de eso voy a reflexionar en mi diario de hoy. Un fútbol que se creyó importante hasta que el coronavirus le puso en   cuarentena, arrebatándole la atención y sus héroes, trasladando los aplausos de los estadios a los balcones y ventanas de las casas, haciéndoles ver que un barrendero es mucho más importante en estos momentos dramáticos, profesionalmente hablando, que cualquier futbolista, aunque se llame Messi, Ronaldo, Neymar o Kilian Mbappé.

Sí, unos bichitos de origen desconocido que, con fecha 31 de diciembre de 2019, el gobierno chino de Wuham anunció que las autoridades sanitarias estaban tratando a decenas de personas afectadas por aquel brote viral, hasta la fecha del 11 de enero, cuando los medios estatales chinos daban la noticia de la muerte del primer paciente, un hombre de 61 años que frecuentaba el mercado de Wuham. A partir de ahí, los infectados empezaron a contarse por miles, y los muertos por centenares. Entretanto, el virus cogía el avión para viajar por todo el mundo, poniendo a prueba a la Organización Mundial de la Salud (OMS), a la comunidad científica internacional, a los sistemas sanitarios de los países afectados, a los sistemas financieros globales y locales, a los medios de comunicación, a las cadenas de suministros y a los políticos, dispuestos estos a seguir las recomendaciones de la ciencia, pero con un ojo puesto en sus intereses partidistas y no perder votos por la toma de decisiones impopulares. Ahora, cuando estoy redactando este diario del 30 de marzo, el coronavirus ya es una pandemia que afecta a 192 países, infectando a 729.000 personas y causado la muerte de 34.000 de los que corresponden a nuestro país 85.195 infectados y 7.340 muertos.

De repente, nos hemos dado cuenta de que los futbolistas no eran tan importantes como parecían, es decir, sin el fútbol se puede vivir perfectamente, pero sin médicos, enfermeras, camioneros, repartidores de supermercados, dependientes del comercio alimentario, barrenderos, entre otras profesiones, estaríamos abocados a una muerte segura.

¿Quiere ello decir que se ha acabado el fútbol en nuestra sociedad cuando hayamos enterrado el coronavirus? ¡¡¡En absoluto!!! El fútbol debe de continuar practicándose tal y como lo concebía el marxista italiano, Antonio Gramsci, cuando se refería al mismo como “el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”. Es innegable que el fútbol de élite, la industria del fútbol, se ha convertido en un negocio. Es más, se ha convertido en una fachada tras la cual se realizan negocios de lo más inmorales, fraudes millonarios a la hacienda pública, impagos a la seguridad social… Pero, ¿Por qué vamos a renunciar a plantear la batalla? ¿Por qué vamos a seguir cediendo el fútbol al enemigo en vez de tratar de reapropiárnoslo, como en aquellos mejores y felices tiempos pegando patadas a un balón por los praos y escombreras de los barrios donde vivíamos, sobre todo cuando sabemos que el fútbol de los negocios, el mediático, no representa ni siquiera el uno por ciento de todo el fútbol? ¿Por qué caemos en la trampa, y llamamos “el fútbol” a esa industria futbolera en la que el balón es lo de menos?

El deporte rey en España acumula actualmente una deuda de 3.600 millones de euros, de los cuales 752 millones se le deben a Hacienda, según informó recientemente el Consejo Superior de Deportes (CSD). El fisco español es el mayor acreedor de los equipos de primera y segunda división. Además, la inmensa mayoría de los clubes europeos que se encuentran en concurso de acreedores son españoles.

El fútbol, tal y como siempre lo concebí desde mi niñez en la Barriada de Lada, es una actividad cultural, en tanto y cuanto aglutina un conjunto de saberes, creencias y modelos de conducta social, con un trasfondo serio, como las competiciones de temporada, en las que los “guajes” y jóvenes de un pueblo, zona o calle de barrio, tratan de apoderarse por la fuerza de un talismán guardado y defendido con la misma fuerza por los “guajes” y jóvenes de otro pueblo, zona o calle de otro barrio. El talismán permanece guardado dentro de la portería del equipo contrario, y penetrar en ese recinto de la propiedad ajena, en el templo sagrado del “otro”, para robarle lo más querido y salir corriendo con una alegría salvaje en el rostro es el objetivo, es el gol que los contrarios han logrado, dentro de las reglas de un juego.

Tal y como dejaría señalado el escritor Javier Marías, “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”, una mezcla de sentimentalidad y sano salvajismo, una escuela de comportamiento y nostalgia, y la escenificación de la épica al alcance de todo el mundo. Y vemos el fútbol como lo que seguramente es, en el fondo, para millones de aficionados a los que nos gusta el fútbol: un espectáculo que quizá merezca la pena tomarse en serio.

Además, este deporte tan masivo en el mundo entero ha sentado con gran arraigo popular, coincidiendo con la aparición de las primeras organizaciones obreras en los principales pueblos y ciudades de los principales centros industriales, caso muy concreto de nuestro pueblo langreano de Lada, donde la clase trabajadora comenzaba a advertir las inhumanas condiciones laborales y de vida de la proletarización, y se iban registrando las primeras iniciativas de lucha y resistencia declaradas contra el capitalismo en forma de dictadura fascista.

Así fueron naciendo las sociedades de resistencia, bibliotecas y clubs deportivos, presentándose como la mejor opción para la socialización de la clase trabajadora, como una excusa para el encuentro, la solidaridad y el autorreconocimiento como clase, además de poner en práctica principios modernos de regeneración de los pueblos, formando hombres y mujeres moral, física e intelectualmente íntegras para seguir luchando contra la explotación capitalista, así como contra la droga en sus distintas formas y otras lacras que nos llevan a la mayor de las miserias.

Ese es mi fútbol, el fútbol que a mi me gustaría que volviese otra vez, fuera de esas cantidades astronómicas por lo que no pasa por ser algo tan básico como pegarle patadas a un balón, casi instintivo, quizá por eso una cosa tan simple sea uno de los principales entretenimientos de los pueblos. ¿Cómo es posible que Messi pueda percibir 112 millones de euros, Ronaldo 96 y Neymar 92 por pegarle patadas a un balón entre junio de 2018 y junio de 2019, según la lista Forbes, para que ahora, como consecuencia del paro sufrido por los efectos colaterales del COVID-19, sus equipos presenten los correspondientes ERTES, cuyo dinero tendrá que salir del erario público, al margen, claro está, que al final estos tres resultaron ser unos delincuentes por hacer trampas a la hacienda española?

Me niego rotundamente, y me niego siendo una de las personas al que le gusta el fútbol, y mucho, pero el que quiera fútbol que se lo pague de su bolsillo, como yo hago pagando mi recibo anual como socio del UPLangreo, y si no les alcanza que se retiren de la competición y se dediquen a otras labores, como hacer mascarillas, guantes y batas para suministrarlas a la sanidad española.

Mientras el pueblo español permanecemos en este cautiverio sin fecha definitiva para lograr la libertad, los clubs siguen reuniéndose entre ellos para consensuar estrategias contra sus propias crisis, peleándose con sus jugadores para pedirles que colaboren cuanto antes y no a su debido tiempo, como ellos exigen, dándose situaciones de todo tipo en cada club de fútbol, cuando lo que tenían que hacer estos clubs del fútbol mercantilista era comenzar a pagar los millonarios pufos que adeudan a la Hacienda española y a la Seguridad Social con el dinero que vienen percibiendo todos los años por los derechos de televisión, entre otros millonarios ingresos.

Uno de los casos más paradigmáticos que explica esta situación es la que se refiere al Barsa – dejo al margen cualquier cuestión que pueda parecer una ojeriza sobre este club, por parte de una persona como yo que le gusta el Real Madrid – que ve peligrar  su modelo de club,  uno de los cuatro  que no es Sociedad Anónima Deportiva, junto con el Osasuna, Athletic de Bilbao y Real Madrid, en riesgo después de que el coronavirus haya agravado la delicada situación económica de la entidad a causa de la discutida y corrupta gestión de sus directivos que, en estos momentos preparan el ERTE para tramitar ante la Consejería de Trabajo de la Generalitat que afectará al conjunto de los 1.800 trabajadores implicados. Además, mientras los jugadores hablan de una reducción de sus salarios anuales en torno al 10% el plan del club habla de aplicar una rebaja del 70%, sin haber delimitado todavía si afectará también a los complementos de los jugadores, piedra angular del presupuesto y de la marca Barsa (1.047 millones de euros).

Conocí y he tratado y admirado a muchos futbolistas de la élite, entre ellos a mi gran amigo Junquera, fallecido el pasado 6 de mayo de 2019, y los puedo comprender cuando me dicen que, efectivamente, estaban muy bien pagados, pero por un corto periodo de tiempo, y que nunca consiguieron tributar como “renta irregular”, para cotizar sus ingresos de pocos años en un periodo aplazado en el tiempo. Su carrera es corta – me dicen – y puede ser más corta si una lesión grave se cruza en el camino. Pero, ¿de verdad que cualquier jugador de primera división podrá tener problemas el día de mañana con lo que viene percibiendo todos los años, salvo los casos muy concretos en que se fueron a la ruina por mala gestión de los negocios emprendidos en otras actividades cuando no arruinados por las orgías cocainómanas?

Digamos las cosas como son, el Barsa pretende pagarles menos porque no puede, no ingresa y está muy apretado, y será el cabeza de la fila que seguirán la mayoría de los clubs, sino todos. Esperemos que, del coronavirus, al margen de haber aprendido a lavarnos las manos a cada momento, sirva también para que no permitamos al gobierno de turno solucionarles los despilfarros y corrupciones de los clubs, presionados por las manifestaciones de sus aficionados y holigans en la calle, tal y como ocurriera antaño con el descenso a segunda división del Celta de Vigo y el Sevilla. Buenas noches y hasta mañana.


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