Hoy, 4 de abril, cuando se cumplen 21 días de mi cautiverio – en realidad, este confinamiento es un “arresto domiciliario”, sin que se haya celebrado previamente ningún juicio ni se haya dictado sentencia alguna y, por tanto, es una medida de dudosa legalidad adoptada brutal e irracionalmente, sin ningún tipo de base científica – he intentado levantarme de la cama, pero estoy mucho peor que ayer de mis articulaciones, así que he vuelto otra vez para la cama.
Desde allí, sigo las últimas noticias del coronavirus con el resultado de 124.736 infectados y 11.744 muertos, aunque, tal y como he tratado de demostrar en mis diarios del 28 de marzo y 3 de abril, estas cifras solo son aproximaciones, ya que muchas de las personas que han fallecido en sus casas o en las residencias de ancianos no son contados oficialmente como víctimas del coronavirus. De hecho, según una información recogida en el día de hoy, 4 de abril, en El País, se habla de que, al menos, 3.600 personas han muerto en residencias de mayores durante la pandemia, pero el gobierno no informa de la cifra oficial, remitiendo la información a las autonomías, que presentan los datos cada una a su manera.
Leyendo y leyendo todo tipo de reportajes en revistas y periódicos, me encuentro con una información que me llama poderosamente la atención. Se trata del caso de Suecia que, a diferencia de otros países que padecen la misma pandemia, ha adoptado medidas relajadas apelando a la responsabilidad individual, sin falta de echar al ejército a la calle, tal como ocurre en nuestro país. Es decir, mientras el mundo occidental lleva cerrado semanas a cal y canto, en hibernación, cautiverio, confinamiento o en arresto domiciliario, hay un país en la Unión Europea donde la vida sigue su curso. En Suecia, los niños van al colegio, los jóvenes acuden a la universidad, el transporte público fluye con normalidad y los restaurantes continúan sirviendo comidas. El gobierno socialdemócrata sueco ha decidido librar una inusual batalla contra el coronavirus con uno de los activos inherentes a su sociedad: la responsabilidad individual. “Hay momentos en la vida donde uno tiene que hacer sacrificios por uno mismo, por el de al lado y por el país. Ese momento es ahora. Está aquí. Y debe pertenecer a cada uno de nosotros”, son las palabras del primer ministro, Stefan Löfven, en su discurso a la nación el 22 de marzo. Hasta la fecha, Suecia lleva 6.078 infectados y 333 muertos, la mayoría en Estocolmo, sin que la vida de los suecos cambiara muchísimo. Ya me gustaría a mi que esa realidad fuera la que existiera en España.
“No habrá empleo sin empleadores, ni las empresas privadas podrán ser sustituidas por la tentación estatalizadora que nos conduciría al fracaso. Nada hay más equivocado en esta emergencia que buscar culpables en lugar de sumar esfuerzos”, advierte, en un mensaje velado al expresidente Pedro Sánchez.
Por eso, afirma que en situaciones de crisis como la actual “el Gobierno tiene que contar con todas las fuerzas políticas para llegar al máximo consenso en las medidas que hay que implementar”. A su entender, el pluralismo político “está representado en el Parlamento y no tiene ningún sentido que esté paralizado”, dado que es ahí donde se produce el diálogo. Pero si algo me ha indignado fue leyendo un artículo de Felipe González en El País de hoy, 4 de abril, donde su máxima preocupación se basa en la salvación de los mercados. En realidad, el artículo es un ataque al Gobierno de Pedro Sánchez, al que lanza todo tipo de dardos envenenados, dirigidos principalmente al vicepresidente Pablo Iglesias que lo sigue viendo con cuernos y rabo. En el artículo, el hispanocolombiano le dice a Pedro Sánchez que “tiene que contar con todas las fuerzas políticas para llegar al máximo consenso” en las medidas a tomar contra la pandemia del COVID-19. ¿También con la extrema derecha de Santiago Abascal o la derecha pepera de Pablo Casado, cuando no tienen más objetivo que cargarle los muertos del coronavirus al gobierno, para erosionar y desgastar al gobierno hasta echarle de La Moncloa? No, Felipe González no insta a la oposición a ejercer su responsabilidad política, sino que trata de poner en un brete a Pedro Sánchez sugiriendo que el gobierno puede estar tomando decisiones unilaterales – algo de verdad hay en ello – e imponiendo el arrogante rodillo socialista. En otro de sus párrafos, el hispanocolombiano llama a lograr un gran acuerdo con los agentes sociales – empresarios y sindicatos -, lo cual tampoco es ninguna novedad, ya que el propio Pedro Sánchez acaba de convocar a todos a una reedición de los Pactos de La Moncloa. ¿Qué pretende entonces Felipe González con éste articulo bajo el rimbombante título de “El interés general y el papel del Estado”? Felipe González aparece como el más firme defensor del bien común, de lo público, que me lleva a pensar que este mamporrero del capitalismo ha visto, por fin, la luz, que se ha reformado, que se ha olvidado las tentaciones neoliberales y capitalistas, siquiera por un momento, pero nada más lejos de la realidad. Basta con remontarse a su época de presidente del gobierno a la vez que secretario general del PSOE, para ver como aflora en el artículo el Felipe de las torres KIO, el arquitecto de la España del pelotazo y la reconversión industrial, el muñidor de la venta del país por parcelas a los americanos y a los jeques saudíes.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha anunciado formalmente que pedirá al Congreso a una nueva prórroga del estado de alarma a lo largo de la semana que viene otros 15 días, hasta el 26 de abril, aunque da por hecho que el estado de alarma durará más y que el escenario “será distinto” para facilitar la progresiva normalización. “Las cifras diarias nos conmueven y nos aturden, pero no son las únicas que llegan. La victoria es posible y está cada día más cerca”, ha asegurado el líder socialista al inicio de su comparecencia desde La Moncloa.
Seguía yo en la cama, leyendo el libro de Virginia Vallejo “Amando a Pablo, odiando a Escobar”, donde aparecen varias menciones de Felipe González con su amigo Pablo Escobar, cuando, de repente, anuncian la comparecencia inmediata del presidente del gobierno español en TVE y, como quiera que, a veces, uno es algo masoquista, me dispongo a ver lo que nos lee por su telepronter este individuo que me tiene en “arresto domiciliario” desde hace 21 días.
Pedro Sánchez, con la misma jeta que le caracteriza, esa que le sigue impidiendo reconocer que la gestión de su gobierno ha sido y es manifiestamente mejorable. En su comparecencia de más de una hora de lectura por telepronter y una rueda de prensa con las preguntas previamente preparadas, el presidente nos había dicho que la comparecencia era para contarnos cómo va la crisis sanitaria del coronavirus. Sin embargo, tan solo pronunció una sola vez la palabra coronavirus. ¿Acaso se le gastó el concepto, como a todos, de tanto usarlo? Sólo dijo una vez que asumía sus responsabilidades. El discurso, desde mi punto de vista, fue otra chapa, como los anteriores, una colonización del telediario.
Habló de sacrificio, de resistencia y de moral de victoria. Movió mucho las manos, casi siempre con ellas empuñadas. Lució ojeras desiguales y unas leves manchas rosadas bajo las comisuras de los labios, posiblemente de las marcas de la mascarilla que estrenó ayer en su visita a una empresa que produce respiradores en Móstoles.
Pidió paciencia e imploró algo más de tiempo para doblegar la curva, para domar al virus. Ése al que vamos conociendo, pero no del todo. Son, dijo, “los días más difíciles de nuestra vida”. Fue una comparecencia a la que le sobró más de un tercio, pero, eso sí, dejando mensajes muy claros: el impacto económico y social será “bestial” pero “nadie quedará atrás; podéis estar seguros”. En ese contexto apeló a unos nuevos Pactos de la Moncloa, a otro Plan Marshall, a la tarea titánica que tiene la Unión Europea, que se juega su papel en los libros de Historia y hasta su esencia misma en esta crisis sanitaria. Es un honor ser el presidente de este gran país. Debemos resistir más y solo hay un camino, el del sacrificio para resistir, resistencia para vencer, y moral de victoria para vivir”.
En mi diario de ayer me refería bastante ampliamente a lo que había supuesto los Pactos de La Moncloa, dejando para un análisis en profundidad cuando este gobierno decida una reedición de los mismos, siempre que ello ocurra. Buenas noches y hasta mañana.