Igual que ayer, me levanto muy temprano y me dispongo a cumplir mi 29 día de arresto domiciliario sin ser capaz, desde el primer día, de poner mi mente en modo felicidad, aunque a decir verdad también me siento un ser afortunado y eso me ayuda a manejar los días que quedan y los que puedan venir. Sigo muy mentalizado para resistir lo que me echen. Toda mi familia, hijos, nietas, hermanos y demás, con los que suelo hablar a diario, se encuentran bien. Un hogar confortable y digno, en compañía de Irma. Me siento un auténtico privilegiado, pero también triste, muy triste, cuando pienso en la gente que está sufriendo en condiciones muy difíciles, especialmente en esos lugares en los que hay escasez de todo, tensión, guerra, pero me siento más triste todavía al recordar los doce amigos que he perdido durante este confinamiento pandémico sin, ni siquiera, poder acompañarlos en el último adiós.
Hoy es domingo y toca revisión médica casera para mi y para Irma. Así que, después de asearme y ducharme me peso en la misma báscula de siempre (122,6 kilos), compruebo la tensión arterial (131/75), las pulsaciones (59) la glucosa (110) y la fiebre (36,5). Perfecto, igual que Irma. Así que nos disponemos a desayunar, para vestirme y salir a comprar la prensa y el pan, por las mismas calles que antes estaban llenas de vida y ahora permanecen prácticamente vacías, los negocios cerrados, ni un coche circulando. Tan solo alguna persona tratando de no cruzarse conmigo, ni a dos metros de distancia. Al llegar al despacho del pan, un protocolo surrealista. Una fila en la calle y separados, unos de otros, por al menos un metro. Uno sale, y tú entras. Y al cruzarnos, lo hacemos cabizbajos, mirándonos de reojo y tratando de no tener ningún tipo de contacto físico ni casi visual, tal como si fuéramos algo así como enemigos, peligrosos, intentando por todos los medios que nuestros cuerpos se mantengan a la distancia recomendada, pero a la vez, con esas miradas que transmiten miedo e incertidumbre, pero también complicidad, compasión, resignación.
De regreso a casa, lo primero que hago es entrar en el panel del ministerio de Sanidad para ver la actualidad sanitaria del COVID-19 con el resultado de 166.019 infectados y 16.972 muertos. Sin embargo, me llama poderosamente la atención el ascenso vertiginoso en esta primera semana del mes de abril en Estados Unidos, mientras la prensa empieza a reportar las carencias y las limitaciones de todo tipo que sufren los hospitales norteamericanos.
Al número de personas fallecidas registradas, se suma el hecho que oficialmente, Estados Unidos registra más personas contaminadas que en Italia, en España y en China, con las siguientes cifras dadas a conocer por la Universidad Johns Hopkins al 8 de abril: 402.923 personas contaminadas (Estados Unidos), contra 146.690 (España), 139.422 (Italia), 110.070 (Francia), 109.329 (Alemania) y 82.809 (China).
Que no cunda el pánico. Ese fue el mensaje que buscó transmitir el presidente estadounidense, Donald Trump, a su población este 26 de febrero ante la creciente preocupación por la propagación del coronavirus Covid-19. Trump hizo un llamado a la tranquilidad al explicar durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca que el riesgo para el país “es muy bajo” y que, además, EE. UU. está preparado para enfrentar cualquier situación.
A diferencia de la situación existente en Estados como España, Francia o Italia, el sistema norteamericano de salud pública es sumamente deficiente. Al gran número de personas que no cuentan con ninguna cobertura médica en Estados Unidos, hay que añadir las carencias de todo tipo del sistema de salud pública norteamericano y el alto costo del cuidado médico: en el 2018, se calculó que el 44% de los norteamericanos no asistió a ninguna cita médica.
Pese a lo predecible sobre lo que podría ocurrir en Estados Unidos ante una pandemia como la del COVID-19, la falta de previsión de la actual administración es latente. Informaciones recientes indican que el actual ocupante de la Casa Blanca fue advertido por uno de sus colaboradores sobre los efectos negativos que podría causar el coronavirus en Estados Unidos desde el 29 de enero del 2020, pero Trump estaba demasiado centrado en su campaña presidencial a los EE.UU. y poco le importaban las muertes de la las personas. Al fin y al cabo, es una labor que ejerce diariamente por todos los rincones del mundo para saquear posteriormente sus recursos materiales.
Cabe señalar, además, que las autoridades norteamericanas tuvieron la posibilidad de observar detenidamente lo ocurrido en China en diciembre y en enero del 2020, y luego en varios Estados de Europa a partir de febrero y marzo para prever algún tipo de medidas de contención ante el COVID-19, pero todo estaba bajo control, como ocurría en nuestro país, donde se alcanzan a fecha del 12 de abril las cifras de 166.019 infectados y 16.972 muertos. Es decir, el número de fallecidos repunta después de que ayer, con 510 muertos, diera una cifra más baja desde el 23 de marzo, no obstante, el presidente del gobierno acaba de asegurar a los presidentes de las comunidades autónomas que se está controlando la pandemia y que los datos serán mejores en las próximas semanas gracias a la hibernación económica.
Pues bien, mejor mal: ese sistema sanitario imperante en el país del capitalismo mundial es el que se trata de implantar en el resto de los países de Europa, entre los que se encuentra España, donde, según un informe de la OCDE, entre los años 2010 y 2018 el gasto sanitario total ha venido disminuyendo. Otro dato importante que se recoge en el informe referido a la financiación es la desigual distribución entre comunidades autónomas, de tal manera que en el año 2018 el gasto por habitante y año, por ejemplo, en Andalucía fue de 1.164,4 euros y en el País Vasco de 1.693,53 euros, una diferencia de 527,1 euros. En el apartado de los recortes que los diferentes gobiernos fueron realizando bajo el argumento de que la crisis los demandaba nos encontramos con las cifras siguientes: en el año 2009 (PSOE) fueron 70.464 millones de euros; en el 2011 (PSOE) fueron 67.626 millones de euros y en el año 2013 (PP) fueron 61,728 millones de euros. Que duda cabe, estos recortes han condicionado y en muchas ocasiones colapsado el funcionamiento del Sistema Nacional de Salud, dándose el caso de plantas cerradas en los hospitales, sucesivos cierres de quirófanos, consultas y puntos de atención continuada derivadas de aquellas políticas recortadoras que aún no han remitido, pero también y, principalmente, el deterioro de las condiciones de trabajo de miles de trabajadores que soportan mayor carga de trabajo, menos retribuciones, en definitiva mayor precariedad. Como muy bien nos indica hoy una doctora en una carta pública: “No quiero que salgas a aplaudir a las 20,00 horas si no cuidas de la sanidad pública cada día. Quiero que pienses un momento en todo el tiempo que he dedicado para estar preparada para cuidarte y ofrecerte la mujer solución a tú problema. Y, si no eres consciente de ello, no salgas a tú ventana a aplaudir. Quiero que cada día hagas un buen uso de la sanidad, que la trates como un bien preciado y limitado que es …” (Magazín Semanal, el 12 de abril de 2020)
Una cuestión debe de quedar muy clara: en política no hay ninguna cuestión que ocurra por casualidad, y los pensionistas son un problema para la economía, según muchos testimonios públicos.
Una consecuencia de estas políticas que sirvió para que los corsarios del neoliberalismo se lanzaran al abordaje de las privatizaciones del sistema público, centrado fundamentalmente en la atención especializada en las distintas comunidades, siendo muy elevadas en Cataluña y menores en Andalucía o Extremadura, pero en todas y cada una de las comunidades. Es el esquema clásico del neoliberalismo aplicado a la sanidad. Primero se deja que se deterioren los servicios con el consiguiente desprestigio de lo público, después bajo los viejos mantras de siempre – “modernizar, flexibilizar” -, se va ajustando el mensaje hasta que se demuestra que lo mejor es, una vez deteriorado y desprestigiado ese servicio, entrar a saco con incentivos de mercado, semiprivatizar y luego privatizar. Los resultados están ahora a la vista: empeoramiento de la calidad asistencial, reducción de personal, envio de enfermos complejos o tratamientos complejos para el sistema público y el resto para el privado-concertado. Es decir, los intereses de las grandes multinacionales que siempre se encuentran bajo esta empecinada obsesión privatizadora y de negocio. Las consecuencias de estos procesos, vuelvo a repetir, son de suma gravedad para la ciudadanía, cuando la prestación de un servicio tan elemental y básico como la salud queda en manos de las multinacionales que, de este modo, menoscaban, con los derechos ciudadanos, la soberanía de un país.
Mañana, 13 de abril, está previsto el regreso al trabajo de los profesionales de algunos de los denominados sectores no esenciales, entre los que se encuentran, por ejemplo, los trabajadores de la construcción, tal y como lo ha anunciado el capitán general de La Moncloa, una decisión que preocupa y mucho a una parte de la comunidad científica y sanitaria, dándose incluso el caso de que los ministros de Unidas Podemos en el gobierno de coalición siguen presionando para limitar ese retorno a la actividad, entre otras cuestiones, por el rebrote que puede suponer en la carrera loca del COVID-19, pudiendo agravar el colapso sanitario en un momento que todavía es delicado, pero fundamentalmente porque todavía no hay forma de evaluar este riesgo, dada la falta de información existente sobre el número real de personas infectadas o el grado real de inmunidad desarrollada entre la población.
La mismísima Organización Mundial de la Salud acaba de manifestar que es prematuro que Europa piense en el desconfinamiento, dada la cantidad de casos activos; deberíamos esperar un poco más. El confinamiento en las circunstancias actuales parece que está funcionando, porque hay menos contagios y menos muertos, pero al volver a permitir la movilidad de mucha gente podemos correr el riesgo de volver al régimen en el que, en vez de ir bajando, los casos vuelvan a subir. Eso sí, el Gobierno ha anunciado que el regreso de estos sectores estará acompañado de algunas medidas de prevención, como el reparto de mascarillas en transportes públicos. ¿Hasta qué punto, pienso yo, podemos arriesgarnos a que haya un brote que se nos descontrole otra vez? Esta decisión del gobierno que solo obedece a criterios y presiones empresariales, con la finalidad de garantizar una recuperación económica cuando pase lo peor de la pandemia, debieran de ser informadas con datos y cálculos “reales”, una información que, pese a quien pese, no está disponible. Además, no se yo, si es tan urgente la situación económica para que no se pueda esperar un poco más. La otra vez nos dijo el presidente del gobierno que “tranquilos, todo está bajo control” y mirad en la situación donde nos encontramos. Esperemos que esta vez no se equivoque. Por cierto, ¿No es hora de que los neños y les neñes, al igual que ocurre con los perros, puedan salir con sus padres a tomar un poco el fresco en la calle de forma controlada, o corren más peligro de infección que cualquier otra persona, aunque sea con mascarilla en los transportes del metro, por ejemplo? Desde luego, habrá niños y niñas que aparentemente se hayan adaptado a esta situación en cautiverio, pero algunos y algunas, me consta que ya han desarrollado alguna sintomatología como trastornos en el sueño o en su estado de ánimo