Hoy, cuando se cumplen 33 días de mi cautiverio, me levanto, nuevamente jodido con mi artrosis, aunque los dolores son bastante soportables – espero que a lo largo del día vayan disminuyendo después de tomar una pastilla de Paracetamol -, y lo primero que me encuentro es con el anuncio de una nueva prórroga del arresto domiciliario por otros 15 días más, tal como ya anunciara el presidente del gobierno en funciones de “jefe del Estado español”, Pedro Sánchez, en su última comparecencia en el Congreso de los Diputados, aunque matizando que se están buscando fórmulas para flexibilizar el confinamiento de la población.
Nada que objetar al respecto. Sigo estando mentalizado para resistir todo lo que me echen, al fin y al cabo, ya me he visto en peores situaciones personales con la muerte muy de cerca. No obstante, habrá que esperar al fin de semana que es el día que Pedro Sánchez elige para leernos por telepronter el discurso propagandístico que le preparan los hombres del Rasputín monclovita, Iván Redondo. Ese discurso largo, tedioso y repetido, una y otra vez, que no busca sino mutualizar sus pifias, buscando un apoyo a su figura que proscriba la crítica y borre la terrible pregunta que cada día lo va desenmascarando. Me pregunto: si el gobierno lo ha hecho tan bien como proclama una vez sí y otra también, sin realizar una sola autocrítica, ¿cómo es posible que España sea el país del mundo con mayor tasa de mortalidad en relación a la población existente?
De repente, en nuestra vida ha interrumpido esta gran catástrofe de dimensiones bíblicas – no es una guerra, a pesar del lenguaje que siguen usando, tanto el presidente del Gobierno como sus generales del Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional que salen a diario en la televisión a dar las novedades -, con una matanza tan masiva, donde los muertos no son más que números, anónimos y sin rostro, aunque, cuando miramos a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, sentimos que cada persona es una cultura entera, infinita: 182.816 infectados y 19.130 muertos a las 12,00 horas del día 16 de abril de 2020. Esa es la cruda realidad que estamos viviendo.
María Jesús Montero (Ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno): “el confinamiento nos ha permitido salvar vidas. El grupo técnico de desescalada irá estudiando cada situación. España tiene la situación en fase de desaceleración, pero los países vecinos no, y las fronteras se están analizando a nivel europeo para ver cómo actuar. Abrir las islas ahora mismo sería prematuro” (TVE, el 16 de abril de 2020)
Para muchos de nosotros, esta pandemia puede acabar siendo el acontecimiento más trascendental de nuestras vidas. Cuando todo pase y salgamos a la calle después de nuestro largo arresto domiciliario, muchos celebraremos el habernos librado de la muerte. Otros muchos habrán perdido a sus seres queridos. Muchos habrán perdido su puesto de trabajo, su salario, su dignidad. Unos empezarán a creer en Dios en la misma medida que otros creyentes apostatarán de él. Tal vez la convicción que vamos adquiriendo de que la vida es un sueño de corta duración nos incitará a establecer otras prioridades, aprendiendo a separar el trigo de la paja. A comprender que el tiempo, y no el dinero, es el recurso más preciado. En fin, el tiempo es un juez inexorable que nos irá marcando en un sentido u otro.
Mientras tanto, los que aquí quedemos tendremos que seguir adquiriendo cada vez más conciencia sobre todos los problemas que atañen a nuestro bienestar social, entre los que se encuentra la lucha contra todos aquellos partidos y organizaciones al servicio del neoliberalismo para lograr un sistema público de sanidad, unas pensiones dignas, una educación pública, una ley de dependencia, entre otras reivindicaciones, hasta lograr hacerlas derechos fundamentales de nuestra Constitución.
Ayer mismo, he mantenido otro pequeño debate por las redes sociales entre gente sensata que, como yo, con mayor o menor acierto, no buscamos sino poner fin a la catástrofe que nos afecta de la mejor de las maneras posibles, pero claro, no podían faltar en el mismo los típicos y conocidos jenízaros del PSOE con su mantra sobre la privatización madrileña – a veces tengo la impresión de que hasta se alegran cada vez que ven incrementarse las cifras diarias de infectados y muertos en Madrid -, como si en el resto de España no hubiera tantas o más privatizaciones, tal como ha quedado explicitado en varios de mis diarios. El debate giraba en torno al número de muertos, donde más del 80 por ciento eran pensionistas, y yo mantenía y mantengo que el bicho en cuestión, tal parecía que seleccionaba bastante bien a sus víctimas, haciendo mención a la cantidad de nuestros viejos pensionistas que morían del virus, abandonados y sin ninguna asistencia médica en los pretanatorios, en su inmensa mayoría llamados geriátricos.
Hoy, sin falta de acercarme hasta Madrid para comentar casos de auténtico terror en estos pretanatorios, como los 50 muertos de una tacada en una residencia de Leganés – 20 fallecido en esta última semana en el centro Vitalia Home – donde el comité de familiares del geriátrico piden a los tribunales que se investiguen las causas de los fallecidos, dado que la mayoría de ellos presentaban síntomas de covid-19 y como causas de la defunción se ha puesto “posible coronavirus”, me voy a situar aquí, en Asturias, donde todos los representantes sindicales, excepción de la Unión General de Timadores (U.G.T.), se han unido para denunciar parte de lo que está ocurriendo en la mayoría de estos centros, no descartando “presentar denuncias a título personal por haber sido contagiados, porque, siendo la protección básica para realizar su trabajo, ni se hacen los test a todos, residentes y trabajadores, siendo ahora los profesionales el foco de contagio”. De hecho, el sindicato de la Corriente Sindical de Izquierdas ha llevado al ERA ante la inspección de Trabajo con la acusación de que no permitía a los trabajadores de las residencias Santa Teresa y Mixta de Pumarín utilizar mascarillas como protección, tal y como las que se están repartiendo en las estaciones de tren o autobuses y centros comerciales. (El Comercio, 16 de abril de 2020)
50 fallecidos en 15 días, desde el pasado 15 de marzo. Es el dramático balance del confinamiento en una residencia de mayores de Leganés Norte. Sólo en las últimas 24 horas han perdido la vida 12 pacientes. Más de 70 trabajadores están en cuarentena. La dirección del centro calla mientras los familiares reclaman ayuda y ponen el grito en el cielo, ante la falta de información
Tengo 70 años y llevo desde los 17 años como activista y dirigente en el movimiento obrero. Soy socialista y moriré siendo socialista, sin carnet de ningún partido, aunque vengo apoyando el proyecto político de Podemos desde el 15-M, pero ello en absoluto me priva de expresar libremente mis criticas cuando pienso que se hacen las cosas mal o de aplaudir cuando se hacen bien, sin importarme en absoluto quien las haya hecho.
De repente, tal parece que nos hemos olvidado también de aquellos problemas que parecía que iban a romper España, caso concreto del “procés” catalán, con las trayectorias profesionales de los independentistas representando unas esencias fabuladas a las que ahora se denomina “relato nacionalista”, y un presente cargado de frustraciones por no ser, ni siquiera desde el punto de vista económico, la sociedad rica, superior a su entorno, y, por encima de todo, un pueblo elegido como estandarte de civilización, oprimido por los bárbaros. El proceso por el que una minoría nacionalista usurpó sin demasiado esfuerzo la representación del conjunto de la sociedad venía de lejos, pero era tan desdeñable en su pequeñez que apenas nadie se acordaba ya de fenómenos racistas y xenófobos de la II República. Era muy raro encontrar durante el largo oasis para camellos que supuso el pujolismo que la inteligencia cobarde se indignara porque un ladrón como el nazionalista Jordi Pujol fuera el indiscutible proveedor de credenciales catalanas. El hablaba por Cataluña y designaba quien era buen catalán y quien no. Para aquellas personas que se puedan sorprender por la velocidad con la que el proceso separatista se hizo hegemónico durante la década que estamos viviendo, conviene recordarles el aún más meteórico ascenso y usurpación del poder, legítimamente, por las urnas – aunque con una ley electoral hecha a la medida del bipartidismo PPSOE para echar mano de los nacionalismos catalán y vasco en cada momento electoral -, de un partido que a su vez eran dos, un milagro que había unido a los catalanistas católicos y a los católicos catalanistas, Convergencia y Unión, con un líder indiscutible e implacable a la cabeza, Jordi Pujol, siempre con su rasputina Ferrusola como consejera áulica. La llamada “modélica transición” tendría, a su vez un carácter destructor para la izquierda.
Porcentajes de las distintas comunidades autónomas destinadas a los conciertos con la sanidad privada en el año 2016.
De esta manera, quien había llevado la bandera de las transformaciones sociales y de la influencia en el país, el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), creado durante la Guerra Civil y una singularidad en el adocenado y uniforme movimiento comunista español, se propuso suicidarse en aras de unos principios en trance de desaparición y con el beneplácito del omnímodo secretario general, Santiago Carrillo.
Entrando de lleno en las difíciles y discretas, por no llamarlas opacas, negociaciones entre el PSOE y ERC para permitir, con la abstención de los republicanos catalanes, investir a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España, uno de los puntos del acuerdo determina a los demás: el reconocimiento por parte del PSOE de que en Cataluña existe un conflicto político.
Desde mi punto de vista, el “conflicto”, como todo el “procés”, no es sino la síntesis de un discurso mucho más amplio sobre las pretensiones de los partidos nacionalistas catalanes – mejor, de la burguesía catalana -, un concepto envenenado, tóxico, contaminante; un término importado “made in Euskadi” o mejor dicho “made in Euskalherría”, acuñado por los abertzales que disponen de una fecunda producción de eufemismos para edulcorar sus planes, que culminan en la aparente verdad universal de un derecho lógico, democrático y, al parecer, ampliamente admitido en todo el mundo, que es “el derecho a decidir”.
El mayor problema de Cataluña y el que afecta de manera más aguda a más personas es la corrupción “Generalizada” y la desigualdad: la diferencia de rentas, oportunidades de empleo y posibilidades de mejora y ascenso social entre sus habitantes, propia del sistema capitalista y acentuada a consecuencia del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 – aquella que Maragall denunciaba en su día como el problema del 3% -, de la gran recesión de 2010 y de las medidas de austeridad aplicadas por el gobierno de otro chorizo como Artur Mas para salir de ella cargando sus costes negativos sobre las clases populares, en una muestra del habitual patriotismo de las clases acomodadas, que confirma, años después, aquella reflexión que Machado ponía en boca de Juan Mairena: “La patria es en España, un sentimiento esencialmente popular, del cual suelen jactarse los señoritos. En los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la menta siquiera”.
Señor Sánchez, usted no tiene mayoría absoluta. ¿Qué hace pidiendo la abstención a la derecha? ¿Qué hace ignorándonos a nosotros? Dos horas de discurso de investidura y una sola mención durante tres minutos, al final, a su socio de facto, Unidas Podemos y cero a Cataluña. No es por hablar del monotema como dicen algunos, es porque se trata del principal conflicto político que tiene usted sobre la mesa, un conflicto político que ya se llevó por delante a un presidente de este país y que hoy está de registrador de la propiedad en Santa Pola “. (Congreso de los Diputados, el 22 de julio de 2019)
Ahora, nos toca ver en el Congreso de los Diputados a un Rufián de Esquerra Republicana Catalana (ERC) jaleando con su estilo eclesial y macarrónico las bondades de la estructura social catalana y su exultante salud, cuando la realidad, por mucho que nos quiera hacer ver este sujeto de alto nivel egocentrista, es que esa Cataluña idílica que trata de dibujarnos es la comunidad que más dinero “chupa” al Estado español para destinarlo a partidas que en absoluto nada tienen que ver con políticas sociales, como la sanidad y sus infraestructuras, acabando una parte de ese dinero en el “procés”. No, Rufián, no es verdad esa tan sesgada como interesada visión de la historia que tratáis de hacer ver al resto de España sobre la evolución económica, cultural y política de Cataluña, basada en la difusión de estereotipos más propios del siglo XIX que del XXI, como el de la Cataluña desarrollada y moderna frente al resto de la España atrasada y subdesarrollada, o el de Madrid, que manda y gasta, mientras Cataluña trabaja y paga.
La falta de un presupuesto debido al desacuerdo permanente entre los partidos políticos que ostentan la mayoría parlamentaria (Junts x Cataluña, ERC y la CUP) ahonda esta sensación de desgobierno, de falta de criterio políticos y de un horizonte más allá de la retórica y frases hueras. El “procés” lo invade todo y lo consume todo. De hecho, la salvación de la bancarrota de los Servicios Públicos en Cataluña se debe a que es una Comunidad Autónoma, la que más competencias transferidas tiene en comparación con cualquiera otra autonomía o Lander en cualquier país del mundo. Si fuera un Estado Independiente ya habría colapsado. Concretamente, en Sanidad ocupa el farolillo rojo en España: sus recortes suman el -27,5% desde el año 2009 hasta la fecha, y es la comunidad que menos gasta por habitante, donde hay personas que no pueden retirar sus medicamentos prescritos por problemas económicos, superando el 14,7%, según el informe de la Federación de Asociaciones para la defensa de la Sanidad Pública, que en el año 2018 alcanzaba a 1,4 millones de afectados por esta causa. Por otra parte, Cataluña es la comunidad que más porcentaje de gasto sanitario dedica a la contratación con centros privados, por delante incluso de Madrid con el 10,7 %. El deterioro de la sanidad catalana es de tal calibre que está empujando a la población – aquella que pueda económicamente – a buscar la solución a sus males en la medicina privada, objetivo prioritario del gobierno catalán, al que el “procés” está sirviendo como cortina de humo.
El último dato ofrecido ayer, 15 de abril, por el ministerio de Sanidad fue de 3.855 fallecidos en Cataluña – la segunda comunidad después de Madrid-, aunque ahora se acaba de descubrir que un total de 3.242 muertes no estaban siendo contabilizados por la Generalitat, que solo estaba ofreciendo los muertos y los infectados en los hospitales lo que hace una cifra total de 7.097 muertos y 37.354 infectados. Esa es la realidad Rufián, así que no trates de manipular a la sociedad con tus discursitos ni mucho menos de seguir contándonos cuentos chinos.