Hoy es domingo, 19 de abril, cuando voy a cumplir el 36 día de mi arresto domiciliario, pero lo mismo me da que sea domingo que otro día cualquiera de la semana, mientras siguen incrementándose las cifras de muertos e infectados hasta alcanzar los 20.453 muerto y 195.944 infectados, según las cifras oficiales – no las reales – del ministerio de Sanidad a las 12,00 horas de hoy, y mientras siguen desapareciendo los cuerpos, mientras sus familiares siguen buscando a sus seres queridos que han muerto en la soledad de esas trampas mortales llamados geriátricos, cuando no son más que pretanatorios, sin que sus familiares tengan la certeza de que sean sus seres queridos los que van al horno crematorio o al cementerio. El reportaje que publica hoy el diario El País a doble página, resulta verdaderamente aterrador.
Sí, claro que me estoy refiriendo a esas personas que nacieron en plena guerra incivil, amamantados con el odio y destetados con el miedo y el hambre, enterándose muy pronto aquellos niños que unos habían sido los ganadores y otros los perdedores y que su destino iba a ser muy distinto en aquella España, una, grande y libre, partida en dos: la del hambre y la del beneficio, la de los descampados con jóvenes perdidos como perros sin collar y la de los otros jóvenes gorditos y bien peinados, quienes, llegado el momento, unos irían al instituto, al colegio de curas y a la Universidad para hacerse dirigentes, amos y señores, y otros, a la mina, a la fábrica o al arado para acabar siendo obreros, jornaleros y servidores, quienes también se dieron cuenta enseguida de la necesidad de luchar contra la dictadura franquista para sacudirse de encima del yugo y las flechas que los amarraba y les disparaba.
Si, claro que me sigo refiriendo a esos niños que ayer sufrieron cárceles y torturas, sin cesar un momento en la conquista de las libertades y las conquistas sociales que seguimos disfrutando. Esos son nuestros viejos que ahora están muriendo abandonados por efectos de un virus demasiado selectivo hacia estas personas viejas y pensionistas.
Desde el inicio de mi “diario de un confinamiento” vengo manteniendo la tesis de que en política nada ocurre por casualidad, y menos en el aspecto que estamos tratando sobre las pensiones y el largo envejecimiento que vienen alcanzando nuestros pensionistas. Un tema que me está obligando a mantener debate tras debate a través de las redes sociales, la mayoría entre gente sensata, y la minoría entre los típicos jenízaros del PSOE.
Tengo 71 años con una trayectoria bastante larga en el movimiento obrero desde los 17 años, y si algo he aprendido en la vida ha sido el de mantener mi criterio por encima de cualquier consigna de partido o sindicato, con mis errores y con mis virtudes pero, repito, con mi criterio personal siempre desde el análisis de experiencias, no solo recogidas en libros y documentos, sino en la propia universidad de la vida, sin importarme nunca el color de las banderas que puedan representar cualquier opción política o sindical.
Hace mucho tiempo que se ha iniciado el asalto de los corsarios del neoliberalismo al sistema público de las pensiones bajo el argumento que están promoviendo opinadores, tertulianos y políticos de sensibilidad neoliberal próximos a sectores del mundo perteneciente a la oligarquía financiera de la mayoría de los países que siguen considerando, que tales muertes significan un coste relativamente menor y asumible, coste que, además, es necesario para salvar la economía.
Como dijo el vicegobernador del Estado de Texas en EEUU, Dan Patrick, en una entrevista en el canal Fox News, los abuelos de ese país deberían aceptar su muerte a fin de salvar la economía para sus nietos. Y hay algunas de estas voces que incluso piensan que esta alta mortalidad entre la gente mayor facilitaría la salvación del sistema de pensiones público, que hoy consideran insostenible.
Taro Aso, político japonés que actualmente ocupa el puesto de Viceprimer ministro del gobierno de Japón y es el Ministro de Finanzas del gobierno de Shinzō Abe. Desde el 24 de septiembre de 2008 hasta el 15 de septiembre de 2009 fue el 92º primer ministro de Japón. exministro de Finanzas del gobierno japonés
El ministro de Finanzas japonés, Taro Aso, uno de los hombres más ricos de Japón, así lo manifestó públicamente en varias ocasiones: “las personas mayores deben darse prisa y morir para aliviar los gastos del Estado en su atención médica”. Unas declaraciones, desde mi punto de vista, especialmente alarmantes en una sociedad, como la japonesa, en la que el 25% de la población tiene más de 60 años. El propio Taro Aso tenía por aquel entonces 72 años. El ministro arremetió en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad Social contra las tácticas de reanimación y los tratamientos para prolongar de vida, según publica hoy The Guardian. “Se ven obligados a vivir cuando quieren morir. Yo me despertaría sintiéndome mal si sé que el tratamiento está pagado por el Gobierno”. Pero el energúmeno ministro nipón no se quedaría ahí, sino que iría más allá cuando tuvo la desfachatez de referirse a los ancianos que ya no pueden alimentarse a sí mismos como “gente de tubo”.
Para tales voces, lo más importante ahora es salvar la economía y reanimarla para que continúe. De lo contrario, todos tendremos problemas más graves que la pandemia: el paro y la falta de trabajo. Como dijo la bestia salvaje de EEUU, Donald Trump, “no podemos permitir que la cura sea peor que el problema”.
Pues bien, ¿les parece suficiente lo que acabo de escribir, documentadamente? ¡Amárrense los machos!
Acudiendo a la siempre ilustrativa hemeroteca, “Ahora Canarias” ha advertido públicamente sobre la orientación ideológica de esta especialista en “Economía de la Salud”, que estaría orientando el gobierno del cuatripartito “progresista” encabezado por Ángel Víctor Torres. Se trata de Beatriz González López-Valcárcel, que había sido convocada como experta por el Partido Popular, cuestionó en aquella ocasión: “Se están dando tratamientos oncológicos a pacientes que no tienen más perspectiva que un par de meses por delante, y estamos gastando medio millón de euros por ganar el equivalente a un año de vida ajustada por calidad”.
El carácter de estas declaraciones fue tal que hasta el propio Partido Popular se vio obligado a desmarcarse públicamente de López-Valcárcel. Desde “Ahora Canarias” señalan, finalmente, que Beatriz López “no solo no tuvo ningún problema por sus declaraciones, sino que -luego de ser ponente del PP en Galicia y defender lo que defendió- fue fichada -a principios del 2019- por la ministra de sanidad del Gobierno socialista”.
Ninguno de estos mensajes suena a nuevo; al contrario, todos se amparan en la alargada sombra del malthusianismo, esa alarma lanzada durante la revolución industrial por el pastor Thomas Malthus que preveía la pauperización de la especie humana por falta de recursos, e incluso su desaparición, si no mediaban mecanismos de regulación periódicos como guerras o pandemias.
El mismo Attenborough, premio Príncipe de Asturias en 2009, recoge casi dos siglos después el guante de Malthus y los ecos de la teoría neomalthusiana de la bomba demográfica de los años sesenta para urgir a controlar el crecimiento de la población antes de que lo haga la naturaleza, como ya ocurre en algunas zonas de África golpeadas por la hambruna. Taro Aso, el ministro japonés, más tradicional, apela a la cultura del haraquiri igual que, en los albores de la historia, la población de algunas sociedades tradicionales esperaba que los mayores, cuando devenían una carga para el resto, se autoeliminaran.
Un escenario inquietante, pero demográficamente revelador, que podría sustanciarse en una de las representaciones más dramáticas de la crisis, los suicidios de mayores: “Esas muertes de matrimonios ancianos que se etiquetan como violencia de género pero que resultan ser suicidios, quitarse del medio al sentirse una carga, son claras señales de alerta” , caso muy concreto de uno ocurrido recientemente en la localidad asturiana de Langreo, de uno de los principales problemas de las sociedades desarrolladas, el envejecimiento de la población, apunta la demógrafa Margarita Delgado, investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “Pero al procedimiento expeditivo de Taro Aso yo no lo llamaría neomalthusianismo, le pondría una etiqueta más fuerte”, añade.
Thomas Robert Malthus fue un clérigo anglicano2 y erudito británico con gran influencia en la economía política y la demografía. Miembro desde 1819 de la Royal Society, popularizó la teoría de la renta económica y es célebre por la publicación anónima en 1798 del libro Ensayo sobre el principio de la población (An Essay on the Principle of Population).
Con más de 7.000 millones de habitantes, la Tierra parecería estar a punto de agotarse, pero, según los expertos consultados, no se trata tanto de una cuestión de concepto como de estructura: el reparto desigual de la población y, sobre todo, la distribución inequitativa de los recursos. Porque, por ejemplo, con la fortuna de los 100 hombres más ricos del mundo se podría eliminar cuatro veces la pobreza global, según la ONG Oxfam International. Somos muchos si comparamos el número con décadas pasadas, pero lo más importante es la distribución.
Hasta la fecha los reguladores históricos de la población han sido las guerras y las pandemias. En el siglo XX, por primera vez en la historia de la humanidad, la población se ha cuadriplicado desde los 1.500 millones a 6.000 (la ONU elevó la cifra a 7.000 en octubre de 2011); en todos los siglos anteriores ni siquiera se había doblado. Pero la clave demográfica no es la amenaza, sino el contexto sociopolítico y económico el que nos acerca o aleja de la amenaza. Es decir, que estén satisfechas las necesidades básicas, porque, a mayor población, mayor lucha por los recursos. Hoy hay alimentos suficientes para alimentar a la población mundial; el factor belígero es la desigualdad de acceso de la población a los mismos.
Malthus sostiene que la población tiende a crecer en progresión geométrica, mientras los alimentos sólo en progresión aritmética: por ello a la población siempre la limitan los medios de subsistencia. Malthus llega a preguntarse sobre si el hombre marchará hacia mejoras sin límite o si está condenado a la oscilación perenne entre la dicha y la miseria. Claro, sin preguntarse, en el momento de elaborar su ensayo, sobre el papel que los políticos cumplirían en adelante y dando por descontado el que ya habían ejecutado en la historia. Sobre todo, en lo que tiene que ver con el manejo no sólo de los medios de subsistencia sino con el de los medios de producción, que llevarían al filo del tiempo a sucesivas hambrunas y a tragedias naturales y colectivas que se hubieran podido evitar.
No sería gratuito lo anterior si se sabe que Malthus termina por preguntarse si aún después de cada esfuerzo los hombres seguirán a distancias inconmensurables de las metas deseadas. Como lo siguen estando, más que nada por la falta de voluntad política de los dirigentes para modificar la situación. Una situación que cada día se agudiza más, teniendo una humanidad cada vez más encadenada, con grandes franjas de población cada vez más alienadas, con cientos de millones de personas privadas de alimento y sin las más elementales condiciones de higiene ni de salud, que tienen que abandonarse a morirse de miedo a causa de las constantes e injustificadas guerras e invasiones de países, así como de destrucción cósmica producida por contaminación ambiental, visual y auditiva; y, sobre todo por la actitud perniciosa, nociva y perversa de los políticos e indiferencia de quienes los eligen sin tener posiciones razonables, sino como producto de la manipulación mediática a través de las encuestas o del engaño, por soborno: por compra de votos, de los elegidos hacia los electores. Como pasa en Colombia, México, Brasil o Argentina, cuando no por fraude electoral.
De ahí que el propio Malthus se refiera a los enemigos del cambio o, por contraste, a los amigos de que las cosas permanezcan iguales, lo que, según él, de hecho, condena a todas las especulaciones políticas. No obstante, aunque alegue que ni siquiera se permite examinar las evidencias a favor del perfeccionamiento de la sociedad, hay que decir que dicho cambio tampoco se ha dado de manera efectiva ni prolongada, si se ha dado alguno, en ninguna sociedad: ni en las monárquicas ni en las supuestas socialistas o comunistas ni, mucho menos, en las capitalistas, las actuales, las del furioso hiper-consumismo rampante y, al parecer, irresistible e indetenible. Lo que simplemente puede ser una cuestión de gustos, de inclinaciones, de pareceres, al margen de toda conciencia ideológica: he ahí el mayor daño que ha recibido el mundo del neoliberalismo, de la llamada globalización. Del primero, que no es nuevo ni liberal; de la segunda, que es global solo para lo perjudicial.
El primero, neoliberalismo, asociado al comienzo con apertura de mercados, promoción de exportaciones, atracción de inversiones, flujos de capital y, obvio, competitividad; luego, irá a impugnar y a reformar la institucionalidad en la mayoría de campos de los países periféricos; por último, llegarán personajes y políticos a instalarse en el poder para crear una artificial opinión pública, a la que el neoliberalismo se le presenta como la única alternativa y se le adiestra para asumir sus consecuencias: el costo del progreso, la modernización.
Como resultado, a comienzos del siglo XXI, se da la homogenización de los mercados y, ya antes en el XX, la desaparición del Estado-Bienestar, la reducción del papel del Estado en lo socio-cultural y económico, lo que de paso ha hecho obsoleto el concepto Nación. La segunda, globalización, fenómeno económico en esencia, cuyos tres ejes son el afianzamiento del comercio, el creciente poder de las transnacionales, el vertiginoso movimiento de las corrientes financieras especulativas, y que ha traído como funesto resultado la interdependencia asimétrica, en la cual la sensibilidad y la vulnerabilidad de los Estados frente a las crisis en diversas partes del planeta son fundamentales.
En conclusión, hambre para casi todos sin que intervengan las progresiones, salvo la falta de voluntad política de los políticos y, claro, de Monsanto, el controlador del 80% de semillas en el mundo y el que más limita, por el hambre, los medios de subsistencia para la mayoría de la Humanidad .Monsanto, la transnacional (i)responsable del monopolio de las semillas en el mundo que, en 2016, fue absorbida por Bayer para matar dos pájaros de un solo tiro: antes, Monsanto hacía el negocio redondo con los alimentos genéticamente modificados y enfermaba luego de cáncer a la gente; ahora, Bayer, enferma primero a la gente vendiéndole sus nocivos productos y después simplemente se sienta a esperar a los enfermos de cáncer, para venderles sus paliativos.
Reducir en un 70% la clase política. Reducir en un 50% los organismos oficiales. Reducir en un 50% el funcionariado. Eliminar las ayudas y subvenciones a las empresas, sindicatos, bancos, colectivos, iglesia, casa real. Reducir en un 75% los sueldos de los políticos, entre otras cuestiones, sería alguna de las soluciones económicas para mantener las pensiones…
Así, las 13 familias Illuminati, siguen celebrando su perversa decisión de reducir a la población, a la humanidad, en un 20% hasta el 2029: luego, las cosas seguirán iguales. Máxime si se tiene en cuenta lo que ha dicho Christine Lagarde, gerente del FMI, en torno al exceso de viejos que ahora según su torpe mirada resultan una carga onerosa para el Estado, como quien olvida que ellos le entregaron a dicho Estado la vida entera y la mayor parte de sus ingresos: o sea, es un dinero que ahora se les debe devolver en forma de seguridad social y no de lastimosa caridad. La burócrata francesa le ha dado pie a políticos y legisladores colombianos para que ahora digan que “el índice de longevidad alcanza los 80 años” y así pretender justificar un recorte a las prestaciones y un agregado a la edad de jubilación: como ella dice, “ante el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”. ¿Es eso posible aquí en Colombia? Lagarde: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, y ya”.
A menos que seamos capaces de evitarlo, a menos que, como decía Orwell en una entrevista sobre 1984, seamos capaces de aplicar la moraleja que de ahí deriva para los humanos: En nuestro mundo no habrá emociones, excepto miedo, rabia, triunfo y auto humillación. No habrá lealtad, salvo la lealtad de jenízaro al Partido, pero siempre existirá la intoxicación de Poder. Siempre en cada momento, tendrá lugar la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo que está indefenso. Si quieres una imagen del futuro, imagina una bota aplastando un rostro humano para siempre. La moraleja que se desprende de esta peligrosa situación de pesadilla es simple. No permitamos que esto ocurra.