
Los estadounidenses siguen entre perplejos y dolidos lo que pasa en Afganistán. Con todavía 15.000 compatriotas atrapados en espera de evacuación y sus tropas tratando de completar la retirada ordenada por el presidente Joe Biden, este país orgulloso y patriótico como pocos empieza a digerir un fracaso quizá solo comparable a la derrota en Vietnam en 1975.
El derrumbe como un castillo de naipes del Gobierno afgano y la victoria talibana después de 20 años de insurgencia suponen un desenlace tan doloroso como las lecciones que deberán aprender en Washington de un fracaso histórico.
La caída de Kabul ante el talibán el 15 de agosto de 2021 significa la gran derrota política e ideológica para el imperialismo yanqui, así como el de todos los países que lo respaldaron incondicionalmente, entre ellos España, sufriendo todos ellos una vergonzante humillación que pasará a la historia de los EE.UU. como una de las grandes derrotas sufridas por el Pentágono. Aquellos marines enviados, deprisa y corriendo, para asegurar un perímetro de seguridad en torno al aeropuerto internacional de Kabul, con los diplomáticos occidentales hacinados allí, junto al personal afgano que colaboraron con las fuerzas norteamericanas y sus aliados pidiendo asilo, me recuerda la retirada de Saigón (hoy Ciudad Ho Chi Minh) el año 1975 y desata demonios familiares de que Estados Unidos no es un aliado fiable.
Sin lugar a dudas este asunto seguirá ocupando las portadas de los periódicos y los telediarios durante mucho tiempo, pero también se usará desde el gobierno para distraernos de otros problemas que afectan al conjunto de la sociedad, tales como las reformas laborales y de pensiones, el tarifazo de la luz, los desahucios y alquileres de las viviendas, el incremento de impuestos o la estafa del Ingreso Mínimo Vital.
Pero, antes de adentrarme en materia, conviene dejar aclarado que, aquellos que hoy saludan al talibán como una organización de izquierda o antiimperialista deberían recordar que tan solo cuatro gobiernos reconocieron diplomáticamente el régimen del talibán después de que se hiciera con el control del país en 1996: Pakistán, Turkmenistán, el reino de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Además, por si alguien sufriera de la típica enfermedad de la amnesia, será necesario recordarle que el talibán fue armado y financiado por EE.UU. en los finales de los años 70 para derrocar a la República Democrática de Afganistán, un estado socialista que repartió tierras y canceló deudas a campesinos, avanzando en los derechos de la mujer hasta hacer del burka una prenda testimonial, museos abiertos, gente paseando por las calles como en cualquier ciudad de la década de los 70, y cobrando impuestos a los ricos.

En 2010 un informe interno del Pentágono estadounidense elaborado por militares y geólogos que reveló The New York Times calificó a Afganistán como la “Arabia Saudí del litio”. El potencial de todos los recursos subterráneos del país fue estimado en 1 billón de dólares por un informe conjunto de la ONU y la UE en 2013. Con la toma del poder del país por parte de los talibanes el destino de estas reservas es del máximo interés de las potencias mundiales.
Según los analistas, China es el país que más tiene que ganar en esta batalla por los ricos recursos afganos, que incluyen otros metales y tierras raras clave en la transición energética.