Las izquierdas andaluzas cerraron un acuerdo a última hora del viernes, a los pocos minutos de que expirase el plazo legal para inscribir candidaturas y después de 48 horas de fuertes tensiones por la elección del candidato. Podemos aceptó in extremis acudir junto al resto de formaciones a las elecciones de Andalucía el 19 de junio con Inmaculada Nieto como candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía, renunciando así a su apuesta de situar al guardia civil Juan Antonio Delgado como cabeza de lista. Yolanda Díaz lograba así poner en marcha su apuesta por el entendimiento de distintas fuerzas en Andalucía, en línea con lo que buscará para su proyecto nacional.
Había un elefante en la habitación, pero nadie se atrevía a mentarlo. Las relaciones en el seno de Unidas Podemos se habían complicado desde hacía tiempo, especialmente desde que Pablo Iglesias dejara la política institucional y Yolanda Díaz asumiera el liderazgo de Unidas Podemos en el Gobierno y empezara a dibujar un horizonte diferente para este espacio político. Pero más alla de filias y fobias personales, las cosas no iban bien y, en el momento de registrar la coalición “Por Andalucía”, la baraja se rompió en mil pedazos, hasta el extremo de que Podemos quedaba jurídicamente fuera de la coalición andaluza al no haber llegado su registro a tiempo.
Desde un primer momento, todo quedó convertido en un reparto de culpas entre los “unos” y los “otros”. Después, bajaron los decibelios y las formaciones implicadas presentaron públicamente la candidatura liderada por Inma Nieto, apareciendo la vicepresidenta del gobierno y eterna candidata Yolanda Diaz como aval de la misma, para ponerse a trabajar en la elaboración de las listas en las distintas provincias andaluzas, donde la financiación y el reparto de los puestos centraron el debate principal.
En efecto, la campaña electoral quedaría fijada para el 3 de junio, y las encuestas indicaban malos augurios para las izquierdas, donde Unidas Podemos se presentaba como un proyecto con fecha de caducidad que, seguramente se habría presentado como tal a unas elecciones por última vez en Castilla-León, el pasado 13 de febrero de 2022, con el resultado de 61.290 votos (5,08 %) y un diputado.Se trata de un resultado insuficiente que ahonda la tendencia a la baja de la formación tras el batacazo de 2019, cuando Podemos pasó de 10 a dos representantes. Ni la unión con IU, inédita hasta ahora en la comunidad, ni la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno progresista de coalición con el PSOE han servido para frenar la hecatombe sufrida.
Finalmente, la Junta Electoral de Andalucía ha rechazado la entrada de Podemos en la coalición de las fuerzas de izquierdas que se acordó ayer ‘in extremis’ entre Izquierda Unida, Más País, Unidas Podemos, Equo, Alianza Verde e Iniciativa del Pueblo Andaluz.
El Podemos liderado por la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 Ione Belarra, que cogió el mando del partido en junio del 2021, esperaba que su partido fuera el principal motor del proyecto de la vicepresidenta Díaz, pero ésta decidió emanciparse y desarrollar su propia línea de actuación en dos ámbitos principalmente: en el Gobierno, evitando una confrontación explícita y directa con el PSOE, y en la interna, abriéndose a explorar nuevas alianzas con actores que se han ido disgregando de la confluencia Unidas Podemos de 2016, hasta el extremo de que los comunes e Izquierda Unida se han venido distanciando de los morados para acercarse, cada vez más, al equipo de Yolanda Díaz, aunque el mejor aliado de Podemos haya sido el Partido Comunista de España, liderado por Enrique Santiago, secretario de Estado de Agenda 2030 del ministerio de Belarra, precisamente el partido del que es afiliada Yolanda Díaz, dando lugar a una serie de tensiones internas en el propio partido que se dilucidarán en el congreso comunista previsto para el mes de julio de 2022, presentándose dos propuestas políticas y dos candidatos a secretario general: el propio Santiago y el maño Alberto Cubero.
«Las imágenes de división y enfrentamiento interno que nos han acompañado en los últimos años restan credibilidad a nuestro proyecto político y son un lastre para la necesaria reconfiguración del espacio de Unidas Podemos. La ciudadanía nos exige responsabilidad, altura de miras y generosidad: los intereses de las familias trabajadoras están por encima de todo», asegura la formación liderada por Garzón (Agencias, 14 de julio de 2020)
Izquierda Unida señala que la “acción política” de Podemos “requiere espacios democráticos con dinámicas y mecanismos de participación que eviten las inercias de la pequeña política y protejan la diversidad inherente de la izquierda”. Por otra parte, entre Izquierda Unida y Podemos seguía y sigue latiendo una antigua rivalidad, desde que los primeros sufrieran un trauma y desgarro interno cuando surgió la fuerza morada en 2015, siendo relegados a un segundo plano. Es decir, por una parte, IU quiere tener más influencia en lo nuevo que surja y, por otra, el partido que lidera Belarra no tiene intención de perderla, por lo que las elecciones andaluzas se presentaban como uno de los momentos relevantes para tomar posiciones de cara a esta batalla interna, faltando por saber, aunque cada vez parece estar más claro, si el escenario andaluz es solo la previa de una batalla a nivel estatal por las posiciones que surjan de la llamada reconfiguración de la izquierda.
En el ecuador de la campaña electoral la totalidad de las encuestas ya auguraban un triunfo de las derechas por mayoría absoluta, mientras que para la izquierda se presentaban unas perspectivas muy negativas.
Remontándonos a las anteriores elecciones del 2 de diciembre de 2018, el PSOE perdía el Gobierno de la Comunidad después de casi 40 años de gobiernos absolutos, unas veces con mayorías del PSOE y otras en coalición con el Partido Comunista (1979-1982), con el Partido Andalucista (1996-2004) o con Izquierda Unida (2012-2015). En concreto, la candidatura de Susana Díaz obtenía 1.009.243 votos cediendo 400.000 respecto a 2015, y pasando de 47 escaños a 33 (un retroceso del 35,4% al 27,9%). Podemos más Izquierda Unida obtenían 864.000 votos en 2015, para conseguir en 2018, con la marca Adelante Andalucía, 584.000 papeletas, reduciendo sus diputados de 20 a 17 al retroceder del 21,7% al 16%
Los populares estarían a punto de alcanzar la mayoría absoluta en el Parlamento andaluz, fijada en 55 diputados, obteniendo más representación que la suma de toda la izquierda. El PSOE de Juan Espadas empeoraría su resultado de 2018 pese al hundimiento de Ciudadanos y el retroceso de la izquierda alternativa, dividida en estos comicios en dos marcas: Por Andalucía y Adelante Andalucía.
Un recorrido por la totalidad de las encuestas publicadas nos dice que, en ningún caso la izquierda parlamentaria mejora sus resultados de 2018.
De cumplirse el guion no escrito, pero ampliamente difundido por las encuestas, las elecciones andaluzas no ofrecen precisamente las mejores noticias para la izquierda, hasta el extremo de que su división de partida entre Anticapitalistas, “Adelante Andalucía” en la papeleta del 19J, y lo que luego ha quedado configurado como “Por Andalucía” no sumará los casi 900.000 votos que obtuvieron Podemos e Izquierda Unida por separado en 2015, sino más bien sacarán todos juntos en torno a los 580.000 del año 2018.
Con el 100% de los votos escrutados, y una participación del 58,36% – en las elecciones autonómicas de 2018 fue del 56,56% – los resultados validan lo que ya auguraban todas las encuestas: El PP estará cuatro años más al frente de la Junta de Andalucía. Con 58 diputados (1.582.299 votos), al obtener una muy contundente victoria, que duplica los escaños conseguidos en 2018.
Juan Espadas comparecía la noche del 19J tras conocer los resultados desastrosos obtenidos por su candidatura en las elecciones (El Pais, 29 de junio de 2022).
Si hay una derrota clara esta noche es la del PSOE. Batacazo del exalcalde de Sevilla, Juan Espadas, que aspiraba a echar de la Junta a un PP que arrebató a los socialistas su principal feudo en España hace cuatro años, obteniendo un resultado inferior al alcanzado en 2018: 30 diputados (883.625 votos), lo que supone su peor dato en número de diputados en toda la historia de comunidad autónoma andaluza.
Y para batacazo espectacular, el de Ciudadanos, que ha pasado de tener 21 diputados autonómicos y ser clave para el Gobierno de la comunidad a desaparecer del mapa: ni un solo asiento obtiene en el Parlamento Andaluz, produciéndose la primera dimisión de la noche en la persona de su máximo dirigente en Andalucía, Juan Marín.
La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, ha lamentado el resultado que han obtenido las fuerzas de izquierda en las elecciones de Andalucía y ha expresado la necesidad de “abrir un nuevo tiempo que mire al futuro”. “Es una noche difícil para las personas progresistas”, ha dicho Díaz, después de que, Por Andalucía, la coalición que agrupaba a Podemos, IU o Más País, haya obtenido cinco escaños. Díaz se involucró de lleno en las negociaciones de esa candidatura y ha participado intensamente en la campaña. (Diario.es, 29-06-22)
Por otra parte, el espacio político de la llamada izquierda “progresista” tan solo ha logrado 7 escaños, repartidos entre los 5 escaños (281.619 votos) de “Por Andalucía” y los 2 (167.907 votos) de “Adelante Andalucía”, esto es 10 escaños menos que los obtenidos en las elecciones de 2018, hasta el extremo de no lograr ninguna representación en las provincias de Almería, Jaén y Huelva.
Refiriéndonos a los resultados de la extrema derecha del fascista Santiago Abascal, aunque hayan quedado muy por debajo de las expectativas que barajaban, y siendo verdad que han incrementado hasta 14 escaños (493.009 votos) respecto a las elecciones autonómicas de diciembre de 2018, no es menos cierto que los de VOX han perdido casi 400.000 votos respecto a las generales de 2019.
En definitiva, los andaluces han votado con rotundidad, consiguiendo las listas del PP un resultado histórico, la ansiada mayoría absoluta que en 40 años de autonomía la derecha jamás había obtenido en la comunidad más poblada de España, quedando convertida la provincia de Sevilla en el paradigma del profundo cambio político andaluz. Nunca el PSOE había perdido en Sevilla.
La desaparición de Ciudadanos explica el traspaso matemático de votos que ha llevado al PP a más que duplicar sus últimos resultados en las autonómicas de 201. Ciudadanos pierde exactamente los 500.000 votos que gana el PP. Por otra parte, sin las estridencias extremistas, a que nos tiene acostumbrados la madrileña Ayuso, el lider de la derecha, Juanma Moreno, ha logrado también frenar el hasta ayer vertiginoso crecimiento de VOX. La candidatura de Macarena Olona, de un andalucismo tan artificial que provocaba rechazo, y el discurso teatral y desmesurado de los ultras chocaron de lleno, a juzgar por los resultados, con una población muy sensible a las astracanadas con su identidad y preocupada por sus problemas reales aludidos en este mismo análisis.
Tal y como ha quedado dicho, el resultado es de auténtico desastre para el PSOE tras casi 40 años de gobiernos en el Palacio de San Telmo y una feroz batalla por el poder interno protagonizado durante años por Susana Díaz y el “apparatchik” de Ferraz, el cual no ayudaba mucho a ganar unas elecciones si tenemos en cuenta la gestión realizada por el gobierno de coalición progresista PSOE-Unidas Podemos. Pero si miramos a la izquierda del PSOE, el vodevil y la división de la formación de las candidaturas posPodemos en la cita electoral de Andalucía ha acabado pasando la factura que ya venía anticipándose desde la implosión de ese espacio que provocó Vistalegre II. La atomización de siglas y los egos deja las lecciones que quieran aprender quienes se dispongan a seguir participando en la plataforma “SUMA” liderada por la vicepresidenta segunda del gobierno Yolanda Díaz, quien acaba de recibir un “hostiazu en to el focicu” en estas elecciones andaluzas, pues no en vano, ella era quien avalaba la candidatura de Inma Nieto “Por Andalucía”, respaldada con sus intervenciones de apoyo durante la campaña electoral.
¿Significa esto que la sociedad andaluza se ha hecho conservadora de la noche a la mañana? Pues no necesariamente. Lo que ha ocurrido es que no se ha dado un giro a la izquierda, cuyos proyectos ni ilusionan ni movilizan lo suficiente por las razones que sean. Desde mi punto de vista, lo que está en juego en las elecciones del 19J no era tanto saber quién iba a ganar, ni siquiera por cuanto lo iba a hacer, entre otras cuestiones, porque la derecha ya había ganado políticamente éstas hace bastante tiempo, y el resultado que surja del 19J no será otra cosa que la consecuencia de esa victoria previa que es la que necesariamente precisa de un análisis concienzudo, sin hacernos trampas en el solitario. Por tanto, estas elecciones debemos entenderlas dentro de una estrategia política más amplia. Pensar y hacer desde la izquierda para que empiecen a perder las derechas. En otras palabras, estas elecciones deben servir para empezar a ganar.
Juan Espadas y el PSOE de Andalucía tienen un problema de proyecto. Mientras entre bambalinas ya se mueven las sombras con dientes afilados señalando al candidato, tal y como si fuera el único responsable de la hecatombe que se avecina, cuando ya en el año 2018 se rompía en Andalucía una relación construida durante cuatro décadas. Es decir, el PSOE había perdido las elecciones mucho antes, cuando el equipo dirigente del PSOE de Andalucía había iniciado un camino hacia la derecha, más allá de sus fronteras históricas, debiendo remontarnos hasta una década atrás, cuando en el año 2012, tras perder las elecciones ante el PP de Arenas, con un 40% de los votos y 50 escaños, pactaría el gobierno con la Izquierda Unida de Valderas por necesidad, consciente del agotamiento de décadas y, sobre todo, por los casos de la corrupción EREtica, por citar el mayor caso de corrupción ocurrido en la historia de la transición española, y del nepotismo soportado por una trabada urdimbre clientelar y tejida por un amplio presupuesto que se repartía en pequeñas subvenciones, cuya derrama impedía acometer cualquier plan ambicioso, pero que garantizaba el apoyo de amplias capas de la población. Un informe realizado por Metra-Seis en 1994, señalaba que sólo el 17% de los funcionarios de la Junta de Andalucía habían accedido a su puesto mediante oposiciones, por lo que abunda “esa clase burocrática en cuyo reclutamiento han proliferado los procesos clientelares”, configurando a la Junta como el gran “comedero” con más de 350.000 personas dedicadas en 2008 a la cosa pública, entre funcionarios y empleados de empresas y agencias oficiales, lo que también suponen un voto cautivo a la hora de votar en los procesos electorales.
Hace 45 años los andaluces fueron convocados a las urnas para que votaran cómo deseaban llegar a la autonomía, por la llamada vía rápida del artículo 151 de la Constitución –la que se le estaba aplicando a las llamadas nacionalidades históricas, Cataluña, Euskadi y Galicia- o a través del artículo 143 que era una forma lenta de progresiva descentralización, pensada por la Unión de Centro Democrático (UCD) -entonces en el poder- para el resto de las regiones españolas (El Correo Andaluz, 4 de diciembre de 1977 ).
Por eso, entre la cada vez más escasa militancia de la izquierda surge la pregunta del ¿por qué y cómo se ha llegado a esta situación? Es más que evidente que el giro a la derecha de amplios sectores de las capas medias, de esa legión de pequeños empresarios voraces y explotadores, racistas y españolistas, está propulsando los resultados de las derechas. En el caso de Andalucía es obvio, teniendo en cuenta el peso tan amplio que tiene el sector agrícola, la hostelería y el turismo, pero no es menos evidente que, al margen de estos factores, existen otros a los que es necesario referirse y analizar. En efecto, desde hace casi tres años existe a nivel nacional un Gobierno progresista de PSOE y Unidas Podemos, el cual había levantado grandes expectativas e ilusiones. La participación de ministros como Pablo Iglesias, Irene Montero, Yolanda Díaz, o el malagueño Alberto Garzón, fue explicada como la garantía para que el PSOE girara a la izquierda, y rompiera con su sumisión hacia los grandes poderes económicos y su agenda de austeridad y recortes sociales. Sin embargo, la experiencia en el tiempo transcurrido ha venido negando estas hipótesis a la vez que generaba una muy fuerte frustración. Los ministros de UP no solo no han logrado el objetivo que teorizaban, sino que se han dedicado a blanquear las políticas socialdemócratas de los recortes sociales, cediendo en los asuntos de fondo, y aceptando el incumplimiento sistemático del programa de Gobierno.
La gran mayoría de las denuncias presentadas contra los responsables de las residencias y contra la administración que debía velar por el buen funcionamiento de estos servicios han acabado en la papelera. Solo en algunos juzgados sobrevive la esperanza de hallar un amparo en la Justicia a lo que ya es irreparable. Una decisión que, en buena medida, parece depender de la sensibilidad de los jueces. La fiscalía, en cambio, parece poco proclive a asumir estas causas.
Entrando de manera somera en los hechos y no en las palabras, durante la pandemia, que dejó como resultado más de 130.000 fallecidos, sin que hasta la fecha se haya esclarecido nada sobre la eugenesia llevada a cabo en las residencias de ancianos, con más de 40.000 fallecidos en esos pretanatorios, el Gobierno central acordaba el rescate de las grandes empresas del IBEX 35 y de la banca, sin tomar medidas para intervenir la sanidad privada, ni mucho menos para adoptar una política decidida que acabara con los recortes sanitarios.
Por otra parte, las promesas, reiteradas hasta la saciedad, de revertir las principales contrarreformas del PP se las ha llevado el viento. La “ley mordaza” sigue vigente en lo fundamental y a pleno rendimiento. En el terreno de la política social se han vendido como derechos y logros lo que no son más que migajas o incumplimientos de los acuerdos firmados. El número de desahucios no deja de aumentar: en 2021 un 57,4% más respecto a 2020, año de plena pandemia en que crecieron en un 41,6%. La ley de Vivienda ha sido un fraude, como denuncia la PAH, y se entrega la gestión de decenas de miles de casas vacías de la Sareb a los grandes fondos especulativos inmobiliarios. Un escándalo teniendo en cuenta la falta de vivienda pública y el precio desorbitado de los alquileres.
En enero del año 2022 se hacía público un demoledor informe de Cáritas señalando que, 11 millones de personas viven en condiciones de exclusión social, esto es 2,5 millones más que en 2018. Sin embargo, el alcance del Ingreso Mínimo Vital, según la Asociación de directores y gerentes en Servicios Sociales solo se concede una de cada cuatro solicitudes, y únicamente el 12% de la población que se encuentra bajo el umbral de la pobreza lo recibe.
Bajo el título “Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España”, Cáritas y la Fundación Foessa (Fomento de Estudios Sociales y de la Sociología Aplicada) han presentado la primera radiografía social completa de la crisis provocada por la pandemia.Según la investigación –llevada a cabo por un equipo de más de 30 investigadores procedentes de más de diez universidades y entidades de investigación social—, la precariedad laboral durante la crisis sanitaria se ha duplicado y alcanza a casi dos millones de hogares que dependen económicamente de una persona sustentadora principal que sufre inestabilidad laboral grave, lo que significa que en el último año ha tenido tres o más meses de desempleo, tres o más contratos diferentes, en tres o más empresas distintas, un empeoramiento de las condiciones de trabajo que genera más trabajadores pobres y trabajadores más pobres y menos realizados personal y socialmente… (Informe FOESSA 2021).
Pero quizá haya sido la renuncia clamorosa a derogar la reforma laboral del PP, la que haya desvelado de la manera más cruda la senda por la que se deslizan los ministros de Unidas Podemos, contando el proyecto final de Yolanda Díaz con el aplauso entusiasta de la CEOE, de la gran banca y las grandes multinacionales porque, en esencia, mantiene el núcleo duro de la legislación de los anteriores gobiernos de Zapatero y Rajoy.
En un momento en que una inflación muy cercana al 9% devora los salarios y los precios de los productos básicos están por las nubes, el Gobierno se niega en redondo a tomar medidas sustanciales: ni nacionaliza las eléctricas, ni impone impuestos a los ricos para financiar los gastos sociales, destacando el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, entre los más fieles lacayos de la OTAN y Washington, con la traición al pueblo saharaui por el medio, de tal manera que, mientras el ejecutivo mantenía su posición otanista, incrementando el presupuesto español para la máquina de la guerra en un 2%, y la ministra podemita de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, llamaba a una “movilización masiva contra el envío de armas” a Ucrania, Yolanda Díaz y Alberto Garzón defendían públicamente, y con toda la energía, la gestión de Pedro Sánchez en este asunto.
Es decir, el Gobierno central, con el apoyo de las cúpulas sindicales de CCOO y UGT, está dando la espalda a su base social y electoral, mientras los grandes poderes económicos siguen acumulando colosales beneficios. Su estrategia de sembrar la desmovilización y garantizar a toda costa la paz social, no alienta la participación electoral de la clase trabajadora ni mucho menos de la juventud.
El mejor ejemplo que ilustra lo comentado es el que vimos en Cádiz, donde, mientras los trabajadores del metal se ponían en pie de guerra en defensa de un convenio digno, levantando una ola de solidaridad de clase en el conjunto del Estado, el Gobierno mandaba tanquetas a los barrios obreros a la vez que lanzaba toda una campaña de criminalización contra los trabajadores. Es más, se situaba con la burocracia de CCOO y UGT apoyando la firma de un convenio de migajas que desbarataba la lucha.
Esta tanqueta blindada que fue enviada contra los trabajadores del metal en huelga, formaba parte del parque de Blindados Medios sobre Ruedas (BMR) del Ejército de Tierra, unos vehículos con más de 30 años de servicio y que han sido desplegados en misiones como en la antigua Yugoslavia, Afganistán, Iraq o Kosovo. La misma sería cedida por el ejército de Tierra a la Policía Nacional (Newtral, el 24 de noviembre de 2021)
Con este triste escenario, donde una candidatura “Por Andalucía” se presentaba dividida en “cachinos” de Podemos e IU los resultados no podían ser muy distintos a los que han salido de las urnas el 19 de junio de 2022: otra derrota sin paliativos de las candidaturas de la Izquierda, otro auténtico batacazo, tanto de las listas “Por Andalucía” como de “Adelante Andalucía” que lideraba la expodemita Teresa Rodríguez, pensando ésta que, poniendo su fotografía en las papeletas, al igual que hiciera en su día Pablo Iglesias, Manuela Carmena e Iñigo Errejón, los resultados podrían ser muy distintos a los realmente obtenidos.
Pablo Iglesias, ha mostrado este lunes abiertamente su malestar por la crisis desatada en Andalucía tras las negociaciones para una coalición de izquierdas y ha criticado sin ambages el papel de la vicepresidenta segunda del Ejecutivo y líder de Unidas Podemos en el Gobierno de coalición, Yolanda Díaz. “Lo de Andalucía es un horror y a muchos nos causa vergüenza. Es, probablemente, la peor manera de empezar algo que es necesario en este país, el frente amplio” (El País, 10 de mayo de 2022).
¿Qué ha pasado entonces entre el primer Podemos, que tanto entusiasmo había generado en sus inicios, del actual Podemos, cuya desaparición está a punto de consumarse? ¿Por qué una organización de mayorías como Podemos, a punto de “sorpasar” en su momento al mismísimo PSOE se encuentra ahora camino del cementerio? Muy fácil, diseñando una política comunicativa, donde la línea de fractura que separaba a los poderosos – la casta – fue sustituida por una nueva divisoria que irreconciliablemente separaba “el pasado” hacia “lo nuevo”, esto es “lo progresista”, que tantas veces acabó siendo “lo globalista”.«Una y otra vez, el ascenso de los gobiernos «progresistas» tiene como resultado la desmovilización de los movimientos sociales»
En efecto, Podemos había comenzado su andadura focalizándose en la casta y en la corrupción, pero muy rápidamente se pasó a otro terreno. Proponían una nueva España, de la que no sabíamos gran cosa, había que combatir lo viejo, lo obsoleto, ese mundo obrerista desfasado, machista, racista y xenófobo, para dar lugar a una izquierda abierta, plural, arco iris, feminista y global. Y ese fue el argumento que en Unidas Podemos acabaría imponiéndose como su seña de identidad: “Nosotros somos el futuro, vosotros el pasado, sois viejos, pensáis mal”. Es decir, todo aquello que no sea como nosotros es fascista y neorrancio.
Para situarnos en un momento simbólico, se puede afirmar que el giro de Podemos se efectúa tras la alianza alcanzada con Izquierda Unida en el año 2016, donde Podemos se va desmarcando del bagaje ideológico de la plataforma política heredera del Partido Comunista de España, tratando de asumir un perfil propio que suponía, a un mismo tiempo, ir apartándose de todo aquello que pudiera estar relacionado con una izquierda vetusta con resabios obreristas, para ir adoptando un lenguaje remozado, una estética destilada, y un nuevo comienzo basado en el 15M como evento politizado pero totalmente carente de ideología, tal y como explicaba el propio Pablo Iglesias cuando afirmaba en un artículo de prensa, titulado “Entender Podemos”, donde sostenía que “el 15M sedimentó en la sociedad española una nueva cultura impugnatoria inaprensible bajo las categorías de izquierda-derecha; algo que los jefes de la izquierda política existente se negaron a aceptar desde un principio”.
De hecho, y pese a las melifluas apelaciones a “lo nacional-popular” realizadas en sus comienzos, el terreno donde Podemos podía sembrar no era el de las mayorías sociales, sino el de los segmentos urbanos con elevada formación universitaria, ampliamente propensos a resbalar sobre las inercias posmodernas pontificadas por las nuevas clerecías académicas. Es decir, las clases medias a las que la crisis de 2008 las había situado ante un acelerado proceso de precarización o proletarización que sirvieron de base al origen de Podemos, aprovechando el malestar causado por la imposibilidad de ocupar la posición social que prometía su inversión en recursos formativos, o bien que debía ser familiarmente legada.No en vano, el núcleo original de la dirección de Podemos estaba compuesto por “un grupo de profesores universitarios con posiciones laborales frágiles o poco asentadas” cuyo sesgo profesional impregnó rápidamente la formación política por medio de “ciertos registros y lenguajes” que bien podrán considerarse como códigos de pertenencia.
De esa manera, Podemos quedaría transformada en la organización institucional del 15M, aquel fenómeno colectivo que bien se podría definir como el capítulo central de la reacción a los límites materiales que, tras la crisis de 2008, encontró la clase media para su reproducción social. Pero si fuera cierto que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa, entonces debiéramos considerar la posibilidad de que el 15M hubiese sido una bufonada cuya escena inicial es el “mayo francés del 68”, acontecimiento que supone el punto de inflexión entre una izquierda moderna y otra posmoderna que actuó como plataforma del despegue del liberalismo progresista.
Durante mucho tiempo, en Europa, la clase obrera representó una enorme masa de población asalariada. Aquella clase obrera, que trabajaba en fábricas y se organizaba en sindicatos y partidos que la representaban como clase, era la identificación del pueblo para los socialistas, los anarquistas y los comunistas. Aquella clase obrera, mayoritariamente masculina, urbana y vestida con mono de trabajo, representaba el sujeto de avance hacia el progreso, era el artífice de la extensión del sufragio y de los derechos sociales y la punta de lanza hacia una sociedad mejor.
Pero, ¿qué es eso de la nueva izquierda o izquierda posmoderna más que un ramal de una larga senda de pensamiento cada vez más alejado de la izquierda auténtica, es decir, “liberalismo” puro y duro?
De entrada, pongamos como punto de partida la acometida liberal iniciada allá por finales de los años 70 en Europa – en España llegaría esta “moda” una década después -, renunciando a administrar públicamente las empresas de recursos y servicios estratégicos; la paulatina desregulación del mercado de trabajo, la acelerada desindustrialización y, por ello, la dependencia del mercado exterior; la incorporación de fuerza de trabajo extranjera como mecanismo de contención salarial; la relajación de la carga impositiva sobre ganancias de capitales, rentas altas y beneficio de sociedades, etcétera.
Las reformas laborales y fiscales, la venta de patrimonio público, la reconversión industrial, la apertura de fronteras, entre otras lindezas, posibilitaron que el capitalismo se liberase de las regulaciones del Estado, logrando que el supuesto activismo de izquierdas buscase refugio en aspectos cada vez más intimistas, singulares y extravagantes, estableciéndose los debates bizantinos sobre nociones surgidas de la escolástica académica que, no pocas veces, experimentaron un repliegue identitario y, por ende, sectario, hasta el extremo de que aquel radicalismo político de izquierdas, que había asumido un inequívoco “compromiso de clase” desde que se empezara a hablar del “cuarto estado”, acabaría refugiándose en demandas particulares o aspectos idiosincráticos de colectivos minoritarios específicamente marginados e históricamente discriminados, con la subsiguiente incapacidad de articular proyectos lo suficientemente inclusivos como para dar respuesta al conjunto de la clase trabajadora.
En contraste con lo expuesto es necesario dejar muy claro que cualquier proyecto político que se llame de izquierda tiene que ser necesariamente universalista y dirigido a todos los seres humanos, entre otras cuestiones – la principal – porque la desigualdad procede de la creciente brecha existente entre los ricos y los pobres. Es decir, sin convicciones políticas fundamentales, moviéndose al son de los tambores que más fuerte suenen, las posiciones progresistas acabaron remitiendo cada vez más a ciertas cuestiones efímeras de nula relevancia, situadas en un plano mayormente cultural, que irrumpen incesantemente en el debate público alimentadas por el clickbait de la prensa digital y el trending topic de Twitter.
Así, de esa manera, la “constelación Podemos” acabaría convirtiéndose en una agencia de colocación profesional para espadachines de las redes socio-digitales, mercaderes del empoderamiento, coreógrafos de performances a ritmo de twerking, escultores de identidades camaleónicas, profetas del apocalipsis climático, zahoríes de señoros, neorrancios y pollaviejas, evangelistas contra el holocausto animal… En definitiva: adolescentes propagandistas de lo irreverente al tiempo que ingenuos párrocos de lo puritano, ya sea que pretendiesen agitar conciencias o, por el contrario, purificarlas.
La vicepresidenta segunda del Gobierno decidió implicarse en la campaña electoral andaluza e intensificó su presencia en este bastión, pasando de dos actos iniciales a tres, además de otra incursión en Sevilla para un debate económico. Aunque la dirigente ha tratado de desvincularse del turbulento acuerdo de coalición, por el que Podemos se quedó fuera del registro tras unas tensísimas negociaciones, lo cierto es que Yolanda Díaz ha asumido la importancia de estos comicios.
Habiendo renunciado a disputar la orientación de las políticas públicas con capacidad de modificar la correlación de poder socialmente existente, la “constelación Podemos” se ha limitado a aplicarle pátina de opalescente autocomplacencia a sus declaraciones: “Las ciudades se diseñaron por una sociedad patriarcal del hombre blanco que iba en coche” (Ada Colau); “un profundo sentimiento de amor es lo que define mejor a la gente de Podemos” (Ione Belarra); “lo más guay es que la gente estaba feliz en la calle. Para eso sirve la política” (Angela Rodríguez); “me gustaría que abandonásemos, quizás, la carga más pesada del concepto patria para trabajar sobre el concepto matria” (Yolanda Díaz).
Yolanda Díaz “ha traído datos” consigo en su primer mitin de la campaña andaluza, radiografiando la realidad socioeconómica andaluza – un PIB retraído, un paro estructural siete puntos por encima de la media nacional – pero su idea fuerza agitar la pulsión de izquierdas. “Os pido hoy aquí en nombre de los represaliados franquistas, de nuestra gente, que ejerzamos un voto clave, es un derecho, os pertenece a vosotros, no es de ellos, no renunciéis a votar, por muy cabreados que estéis. Os pido que salgáis a votar a Inma Nieto”, gritaba a la vez que recordaba al fallecido Julio Anguita. (La Voz de Córdoba, el 12 de junio de 2022)
En su labor de gobierno, la “constelación Podemos” pretende, por ejemplo, modificar las micro-prácticas cotidianas y los patrones de consumo de la ciudadanía, recomendando comer frutas y verduras de temporada. De igual manera, la misma “constelación morada” ha pasado de pretender nacionalizar el oligopolio eléctrico a tolerar los beneficios desorbitados de las eléctricas a causa del encarecimiento sin precedentes del precio de la luz, y, por si fuera poco, la reconversión productiva de estas grandes empresas energéticas se financiará a cargo de los fondos europeos.
A modo de conclusión, la “constelación Podemos”, de estar llamados a revertir un desorden lesivo para las mayorías populares ha degenerado en una formación cuya función es la estabilización de ese mismo desorden protegiéndolo de sus críticas, hasta el extremo de que cualquier objeción o alternativa procede de un inconfesado fascismo, machismo o racismo, y si es pronunciada desde coordenadas políticas ubicadas en la “izquierda”, entonces sus mandarines intelectuales afirman que se trata de peligroso rojipardismo. Es decir, todo aquello que no sea considerado como “progresista” se identifica con el pasado, y éste, a su vez, asociándolo con una España de valores casposos.
La cruda realidad es que hoy asistimos al agotamiento del respaldo social de una marca política sin mordiente, carente de intenciones políticas de envergadura e instalada a la defensiva, porque, en definitiva, de lo que se trata es de sobrevivir. A modo de resumen, el adanismo de Podemos ha convertido en antediluviano cualquier cometido cuyo origen sea anterior al 15M, incluyendo la carga de sentido que poseía la “izquierda”, impugnando las “categorías izquierda y derecha” al fusionarlas en la síntesis superadora del “progresismo”, pudiendo afirmarse que actúan como sepultureros ideológicos de la izquierda. Es decir, la “nueva izquierda” no es más que la negación de la “izquierda”. R.I.P.