En muchas ocasiones me han hecho esta pregunta que encabeza este capítulo de mi vida, y algunos pudieran pensar que yo tuviera dificultades para contestar a una pregunta difícil de responder en los tiempos que corren, pero en absoluto es así, pudiendo afirmar que soy socialista desde la cuna, algo que he vivido en mi entorno desde que nací, habiendo sido mis principales referentes socialistas mis padres y, sobre todo, mi abuelo paterno, José Saavedra Zapico “Cantera”, más que los mismísimos Pablo Iglesias, Largo Caballero o Facundo Perezagua.
Pero no, no soy socialista porque nadie me lo haya dicho, ni mucho menos porque tenga un carnet o luzca en mí solapa una chapa de tal o cual partido, aunque ésta sea de oro macizo. Soy socialista por motivos biológicos y por motivos sociales, por sentimiento y por razón.
Una de las recomendaciones del filósofo y ensayista español Ortega y Gasset a sus alumnos consistía en el ejercicio de hacerles pensar unos minutos cada día. Un pensamiento no impostado, no inducido, no transferido; un pensamiento propio, resultado del masticado mental, no del refrito tuiteado o de la conversación de barra. Pensar desde dentro, sin red. Cuestionarlo todo, para quedarse después solo con aquello que realmente merece la pena, libre de prejuicios, de taxonomías rediseñadas en la botica mediática o de patologías del deseo.
Por ello, para responder a esta pregunta, referida a mi pensamiento, creo absolutamente necesario acogerme a la sabia recomendación de Ortega y Gasset, entre otras cuestiones, porque de no hacerlo, tan solo estaría reproduciendo los mismos tópicos comunes y los mismos catecismos que inundan cada segundo las redes sociales y los medios tradicionales a mayor gloria de la religión de cada cual.
Sería imposible intentar responder a la pregunta de por qué soy socialista si primero no me aclaro a mí mismo acerca de qué quiero decir cuando digo socialista. Ahora bien, si decido tirar por el cómodo atajo del diccionario o cortar y pegar de aquí y allá tópicos y frases hechas acerca de la esencia del buen socialista, no estaría más que mostrando una absoluta deshonestidad conmigo mismo. No deseo, por lo tanto, saber qué es ser socialista en un sentido mayestático o conceptual, sino preguntarme por qué yo, Antón Saavedra, puedo adjetivarme a mí mismo como socialista.
Soy socialista por romántico, por idealista y por soñador. Por creer que otra sociedad más perfecta, solidaria y fraternal es posible. Por escuchar a Jhon Lennon y a Carlos Puebla, por leer a Gorki, Neruda, o Gabriel García Márquez, e incluso porque siempre admiré al pueblo ruso en la misma medida que me parecían odiosas las invasiones de los yankees en los pueblos del mundo para robarles sus recursos y sus libertades.
Soy socialista por ecologista, por rebelde, por adicto a la lectura y por humanista con fiel creencia en la ciencia. Porque uno encuentra la revolución Cubana, la causa Palestina o el Sahara Libre, más simpáticas que Disney World, estudiar en Harvard o vestirse de Benneton.
Soy socialista por pensar y leer de más, por rechazar el catolicismo, el hedonismo justificado en la comodidad de la opulencia, las religiones, el orden establecido, el sistema creado y mantenido por pocos.
Soy socialista porque defiendo la igualdad, la justicia social, la cohesión social, la redistribución de la riqueza, y una sociedad más solidaria y multicultural.
Soy socialista porque quiero un mundo democrático y cuyos únicos monarcas sean la paz y la libertad.
Soy socialista porque creo en la Educación como pilar básico de toda sociedad, una educación pública, laica, gratuita y de calidad.
Soy socialista porque quiero una sanidad para todos, universal, independientemente de la renta y del lugar de procedencia.
Soy socialista porque para mí, además de la Educación y la Sanidad, las Pensiones y la Dependencia son los otros dos pilares fundamentales del Estado de Bienestar.
Soy socialista porque para mí, la única bandera es la del mundo, porque esa es la única ciudadanía que me preocupa, sin importarme el idioma que hables, ni la religión que proceses, ni el color de tu piel, no quiero fronteras entre tú y yo.
Soy socialista porque soy internacionalista, y mi única religión es la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Sin embargo, para transformar estas palabras en hechos concretos y reales me planteo como objetivo fundamental del socialismo la propiedad colectiva de las riquezas y la producción, aunque a menudo los socialistas no estén de acuerdo respecto a si lograr esta meta con una revolución, una reforma o la creación de condiciones socialistas de vida y trabajo a pequeña escala, porque el socialismo es una filosofía profunda y compleja, con muchas variantes, y explorarla minuciosamente requiere, desde mi punto de vista, de mucha lectura y de mucho debate.
No puede ser más indigno que unos pocos hombres se deleiten esclavizando al mayor número y haciéndolos trabajar a sabiendas de que les explotan. Por eso sigue latente en mi mente socialista perfeccionar la vida para que llegue un momento que no seamos opresores, explotadores ni verdugos; ni víctimas, ni explotados, ni miserables.
Todo el pasado de la humanidad es una cadena de pruebas, de que todas las cosas han venido perfeccionándose, hoy con más rapidez que antes, por razón de que hoy se dispone de medios más perfectos que en el pasado. Por eso el socialismo tiene la absoluta certidumbre de su victoria, puesto que el socialismo no es otra cosa que la perfección en progreso incesante para multiplicar los goces de todos los seres humanos o sea, la abolición de todas las causas que producen desgracias y miserias. La transformación de la propiedad no es otra cosa que el perfeccionamiento del derecho. Todos tienen derecho a vivir bien, y la forma de la actual propiedad limita y hasta suprime el derecho a vivir bien; por esa razón la base del socialismo está en la transformación radical del derecho a la propiedad.
Es en ese contexto donde se impone la necesidad de hablar con gente de todas las procedencias porque, habiendo muchas ramas y filosofías dentro del socialismo, lo que nunca podemos apartar de nuestra mente es la cooperación y la oposición a muchas jerarquías, especialmente a aquellas que se basan en el dinero, la clase o la raza, buscando siempre a personas que normalmente no tendríamos la posibilidad de conocer, especialmente a los trabajadores de bajo salario y a los parados que luchan diariamente por sobrevivir en los estratos inferiores de estas jerarquías. Es evidente que ello no nos convertirá en socialistas, pero sí nos hará comprender de una forma más realista y detallada aquellas experiencias sociales que intenta eliminar el socialismo.
La tremenda crisis que está viviendo la economía capitalista en la actualidad abrirá, más temprano que tarde, la posibilidad de luchar por la perspectiva auténtica del socialismo: la revolución social que lleve al poder a la clase obrera con sus propios organismos de autodeterminación.
Al respecto conviene recordar que, en su momento, la caída del Muro de Berlín marcó no sólo la extensión del capitalismo a casi todo el planeta, sino también un enorme triunfo ideológico y de legitimidad, tanto del sistema capitalista en general como especialmente del neoliberalismo, en tanto modo particular de configurar el capitalismo. El neoliberalismo significó, en primer lugar, arrasar con las conquistas obreras logradas en períodos anteriores de la lucha de clases, especialmente las concesiones del “estado de bienestar social” de posguerra.
La nueva era neoliberal vino no sólo de la mano de la restauración del capitalismo en la ex URSS, el Este y China, sino también de una suma de derrotas obreras, país por país, especialmente en la década de los ochenta. La globalización neoliberal completó esto al poner de hecho a competir directamente en el mercado mundial a la mano de obra, nivelando para abajo a los trabajadores conforme a los peores grados de explotación. Junto a eso, el neoliberalismo modificó las relaciones del capital con el propio estado capitalista, especialmente en el sector financiero, dando “piedra libre” a actividades y operaciones antes más controladas y reguladas estatalmente. Asimismo, con las privatizaciones y la mercantilización de todo tipo de actividades, se ampliaron cualitativamente las áreas manejadas directamente por el capital privado.
El reverso del “fracaso del socialismo” de 1989-91 significó la legitimación del neoliberalismo como algo indiscutible e imposible de cuestionar. Pero ahora es el neoliberalismo el que aparece fracasando no menos rotundamente. Y no se trata sólo de la caída de las cotizaciones en las bolsas. Esta bancarrota es también un impacto tremendo en la conciencia de millones y millones de trabajadores en todo el mundo. Pero es un impacto en sentido totalmente opuesto al de la “caída del socialismo” de 1989-91.
Por lo tanto, es absolutamente claro que la crisis y deslegitimación del neoliberalismo están creando las condiciones para el desarrollo y recuperación de la conciencia anticapitalista y socialista que llegó a tener la clase trabajadora, y que fue perdiendo en las derrotas y frustraciones de las revoluciones del siglo XX.
Esto seguramente va a ser producto de procesos complejos de la lucha de clases, en los que intervendrán muchos factores, y en donde los resultados de los futuros combates tendrán una gran importancia, junto con la acción de los partidos y sindicatos de clase. En este sentido, será esencial mantener firmemente posiciones independientes, clasistas y auténticamente socialistas, frente a engaños como el progresismo “antineoliberal”, que promete un capitalismo “con rostro humano”, o el “socialismo del siglo XXI”… que se construiría junto con los empresarios.
En resumen: la crisis y deslegitimación del neoliberalismo empujan ahora en el sentido de la recuperación de la conciencia anticapitalista y socialista, de la misma manera que antes las canalladas de las burocracias que culminaron con la restauración capitalista en la URSS, el Este y China, empujaban en sentido opuesto. Ahora se está abriendo la posibilidad de que la conciencia de millones y millones comience a caminar en el sentido del cuestionamiento al capitalismo y de un relanzamiento de las ideas y la lucha por el socialismo. La pretensión del capitalismo y los gobiernos de EEUU y de todo el mundo es “socializar las pérdidas”, esto es que los trabajadores paguen la catástrofe perpetrada por el capitalismo. En los billones y billones que se han hecho humo en las hogueras de Wall Street estaba condensado buena parte del esfuerzo y los padecimientos de todos los trabajadores del mundo. ¡Y ahora se les pide que sean ellos los que paguen la factura de este desastre, con más trabajo, más penurias, más esclavitud laboral!
Esa es la política que viene desde todos los gobiernos, en primer lugar, el de EEUU. Pero estos ataques van a dar motivos para que haya respuestas a su misma escala.
¿Qué pasará, por ejemplo, en EEUU, si millones de personas pierden la vivienda y el empleo, y otros tantos ven liquidadas sus pensiones de retiro, por la pérdida de valor de los títulos y acciones que supuestamente las respaldaban? ¿Va a continuar la pasividad de las masas estadounidenses, que viene desde las derrotas de los tiempos de Reagan, o vamos a presenciar el “recomienzo” de la lucha de clases en los mismísimos Estados Unidos?
Pero, lo que estamos diciendo sobre los EE.UU., centro de la actual crisis, también es válido para el resto del mundo, incluidos los EE.UU. de Europa, ya que nadie va a quedar inmune, y ello abre la perspectiva de una polarización mucho mayor y más dura de todas las contradicciones y enfrentamientos.
Además, en regiones del mundo de importancia, como Latinoamérica, casi desde el comienzo mismo del siglo XXI ya se venía en un ciclo que se ha dado en llamar de “rebeliones populares”, con una enorme acumulación de luchas, experiencias y formas de organización independientes. Estas experiencias no lograron ser desmontadas del todo en estos últimos años de gobiernos “progresistas”. Ahora podrían significar puntos de apoyo para las luchas más duras que vendrán.
En este sentido, no deja de ser sintomático, a modo de ejemplo, lo que está ocurriendo ya en países europeos de cierta estabilidad, donde se vienen convocando huelgas generales contra la carestía de la vida, que se realizan en contra del criterio de las burocracias sindicales. Seguramente veremos hechos semejantes en los cuatro puntos cardinales, incluso en países decisivos para la estabilidad mundial de las últimas décadas, como los propios Estados Unidos. En estas condiciones, se impone enarbolar un programa de reivindicaciones obreras que deberá estar marcado por algunas de las consignas más clásicas del programa de los trabajadores frente a la crisis: la escala móvil de horas de trabajo y salario; la estatización bajo control de los trabajadores de toda empresa que decida suspensiones, despida o vaya a la quiebra; la estatización de la banca y el establecimiento del monopolio estatal del comercio exterior, todo bajo el control de los trabajadores; a estatización del sector energético, la abolición del secreto bancario y la apertura de la contabilidad de las grandes empresas, sean privadas o estatales; la puesta en pie de comités de lucha, de autodefensa y formas de organización y coordinación al calor de las luchas, en la perspectiva de organismos de centralización nacional de las luchas, sin perder de vista en ningún momento que la lucha por el socialismo ha dejado de ser exclusivamente una cuestión de justicia social y económica, quedando transformada en una la lucha por la supervivencia de la humanidad.
Hasta los mismísimos Carlos Marx y Federico Engels se quedarían sorprendidos ante la posibilidad de que tras el capitalismo no llegase el socialismo sino el cataclismo; porque en última instancia la construcción de una nueva sociedad se basa en el desarrollo de las fuerzas productivas, condición que puede convertirse en sumamente difícil si dejamos que los capitalistas arrasen el medio en el que vivimos.