El municipio allerano, surcado por el río que le concede su nombre, está situado en plena Cordillera Cantábrica, y su orografía es una de las más abruptas de Asturias con elevadísimos montes, siendo asimismo uno de los principales focos carboníferos del Principado de Asturias, donde la Sociedad Industrial Asturiana (S.I.A.) explotó varios cotos mineros, entre los que se encuentra el criadero de Santa Ana, con su pozo San Fernando de Orillés, cuya profundización se llevaría a cabo en el año 1942 por la sociedad Industrial Asturiana Santa Bárbara, cuando ya se habían agotado las minas de montaña que venía explotando desde el año 1916.
Para hablar de los orígenes de la S.I.A., fundada en París por José Tartiere y Policarpo Herrero, tendremos que remontarnos al año 1879, cuando quedaba creada en París la Sociedad de Minas y Fábricas de Moreda y Gijón. Inaugurado en 1880 el primer horno siderúrgico, el desarrollo y evolución de la sociedad es consecuencia de que en los primeros meses del año 1886, se decidiera separar las explotaciones mineras de las siderúrgicas, creándose al efecto la Sociedad Anónima Fábrica de Moreda y Gijón, hasta que el primero de abril de 1895 quedaba constituida en Oviedo, la Sociedad Industrial Asturiana “Santa Bárbara”, que el 31 de octubre de 1899 adquiría la Sociedad Anónima Fábricas de Moreda y Gijón.
Una de las particularidades del pozo balanza de San Fernando, perteneciente al Grupo Santa Ana, consistía en que la extracción del carbón, en lugar de efectuarse por el embarque del castillete, se hacía mediante un socavón abierto en la parte baja, por el cual entraban los mineros, tomando la jaula en el interior y ascendiendo con ella hasta sus cuatro plantas, siendo efectuada la tracción por contrapesos, de tal manera que el carbón seguía una trayectoria inversa, al descender por las jaulas hasta ser extraído por el socavón que estaba situado en la primera planta.
Tanto el pozo, de 253 metros de profundidad, como el socavón Santa Ana, de 1850 metros de longitud, quedarían integrados en HUNOSA en 1967, siendo cerradas todas sus instalaciones al año siguiente, lo que no hacía más que confirmar la desastrosa política integradora llevada a cabo por el Estado en compacta simbiosis con la élite financiera, pagando verdaderos montones de chatarra y yacimientos agotados como si de minas de oro se tratase, hasta el punto de que sería el mismísimo presidente de la patronal española, Carlos Ferrer Salat, quien afirmaría en la revista “Actualidad Económica”, el 16 de mayo de 1970: “Puedo decir que algunos propietarios de minas integradas en Hunosa me han dicho, más o menos confidencialmente, que si hubiesen sabido el precio que el Estado le iba a pagar, hubiesen comprado antes muchas otras minas.”
No, no fue la Sociedad Industrial Asturiana el único ejemplo de concentración minera ruinosa en aquel proceso de socializar las perdidas y privatizar las ganancias a través de lo que se llamó eufemísticamente nacionalización del sector minero, porque las otras sociedades privadas que integraron la primera cartera accionarial de la empresa estatal Hunosa se hallaban en un estado de paupérrimo declive, dándose casos de haber integrado empresas marginales sin ningún interés técnico ni económico, caso concreto de Minas de La Encarnada, Coto Musel o Minas de Escobio que, con sus reservas agotadas totalmente y el único patrimonio de una mula, sin embargo fueron integradas, percibiendo por ellas el importe de un patrimonio inexistente, tal como si se tratase de toda la maquinaria de la NASA, pudiendo concluir afirmando que en el proceso de formación de Hunosa se ha perpetrado un colosal desfalco contra el pueblo español, o si se prefiere una acción de verdadero terrorismo institucionalizado auspiciado por el gobierno de turno en connivencia con la oligarquía financiera, tan bien representada por los Tartiere y los Herrero, en el caso que nos ocupa de la Sociedad Industrial Asturiana.
Pero visto en retrospectiva, el sector minero, el carbón, ha constituido sin duda alguna el motor principal para el desarrollo de la economía regional hasta su desaparición, y para bien y para mal, la Sociedad Industrial Asturiana también ha contribuido en grandísima medida a la transformación de la comarca allerana desde finales del siglo XIX en adelante. Desde esta perspectiva, la extracción de la hulla llevaba implícito medios de transporte para el destino del mineral en los centros de consumo por lo que, en 1914, el ingeniero José Tartiere Lenegre, y director de la compañía, solicitaba la concesión de una línea ferroviaria con tracción vapor para la evacuación del mineral desde las tolvas de Santa Ana y el lavadero de Caborana a la estación de Santullano, quedando implantada la misma sobre la estrecha y sinuosa carretera general, después de la oposición de una parte de la población allerana.
Una carta publicada el domingo, 10 de mayo de 1914, firmada por varios mineros, decía literalmente: “Algunos elementos de este concejo de Aller, para quienes la construcción del ferrocarril había de ser un buen negocio, y sumados a ellos, otros que no perdonan ocasión para armar líos, por si de éstos pudiera resultar alguna solución favorable a sus afanes políticos, arrecian en su campaña de protesta contra la construcción del Tranvía, declarándole enemigo cruel, y perjudicial a los intereses de este valle”, pero el tranvía acabaría construyéndose de acuerdo con el proyecto aprobado por la Real Orden de 29 de setiembre de 1914, siendo la primera concesión el 29 de febrero de 1915, desde la estación de Santullano a las minas Pepita y Dolores, en Moreda, y la segunda, fechada el 21 de agosto de 1917, hasta Cabañaquinta.
El ferrocarril también funcionaba como servicio de viajeros, entre las estaciones de Ujo-Taruelo y Moreda, ampliando este servicio hasta Cabañaquinta en 1918, con las estaciones de Ujo-Taruelo, Bustiello, Valdefarrucos, Caborana, Moreda, Plaza de Tartiere, Piñeres, Santa Ana y Cabañaquinta, repartidas a lo largo de un recorrido de 16 kilómetros. Desde Ujo-Taruelo a Santullano de Mieres sólo pasaban los trenes que llevaban carbón, aprovechando la vuelta para transportar alguna mercancía procedente de Castilla y que había arribado en el Norte, transbordándose en la estación de Ablaña por su cercanía entre las vías del Vasco y Norte, hasta que en la estación de Ujo-Taruelo, ya pasaban del Vasco al ferrocarril de la Industrial Asturiana.
En la fecha de inauguración del ferrocarril minero era alcalde de Aller, Luis Díaz Rodríguez, y director de la Sociedad Industrial Asturiana, propietaria de la concesión, el ingeniero de nacionalidad belga, Próspero Horg, siendo el más famoso maquinista del tren Francisco Zurrón “El Zurrón”, nombre con el que pasaría a ser conocido el ferrocarril hasta su desmantelamiento en el año 1967.
Es radicalmente verdad, como ha quedado dicho, que la minería ha sido el principal motor de la industrialización, pero no es menos verdad que este desarrollo de la economía regional asturiana ha quedado ligada a la pena negra de la muerte por los accidentes y enfermedades profesionales de los mineros, esa triste experiencia vital salpicada de penurias y desgracias que han conformado un correlato social teñido de sangre en muchas, demasiadas ocasiones, entre el que se entrevera asimismo un sentimiento innato de rebeldía, y el pozo San Fernando no iba a ser menos que ningún otro pozo de la minería asturiana. Así, con fecha 16 de febrero de 1955, el pozo San Fernando de Orillés teñía de luto y consternación a la familia minera asturiana, con la muerte de cuatro mineros en la chimenea formada sobre la capa Justa, de 1ª planta, para comunicar ésta con la 3ª planta.
Eran las ocho de la mañana del día 16 de febrero de 1955, cuando el personal del primer relevo se apiñaba en la plaza del socavón de Santa Ana para entrar en la mina, encontrándose con sus compañeros del tercer relevo del día anterior, cuando el lampistero, al hacer el recuento de las lámparas del relevo saliente detecta la ausencia de las que correspondían a los trabajadores que estaban destinados al avance de la chimenea de la Justa, de primera planta, próxima a calar a 3ª planta, todas ellas coincidentes con las del picador Francisco Velasco González, el rampero Luis Rodríguez Iglesias, y el vigilante minero Jesús Alvarez Díaz.
Después de todas las operaciones de rescate con la participación de la Brigada de Salvamento de la Hullera Española, donde incluso se llegaron a usar las “jaulas con pájaros” detectores del grisú, falleciendo el brigadista Alberto Suárez Fernández mientras participaba en el rescate, y las inspecciones realizadas por la Jefatura de Minas, se pudo concluir que, tanto el picador como su rampero, no habían comenzado su tarea, porque al llegar a la parte alta de la chimenea habían sido sorprendidos por una invasión de gas grisú tan grande y un desprendimiento de carbón desproporcionado al avance ordinario que les produjo la muerte por asfixia, como quedaba demostrado al comprobar que, tanto el martillo como la manguera estaban enrollados en una mamposta, y el frente de la chimenea llena de carbón menudo, macizado de costeros, pero que no era carbón virgen.
Al final, como en la mayoría de los accidentes laborales, las causas del accidente que comentamos sucintamente, fueron debido al muerto, en este caso para el vigilante fallecido, cuando se afirma por parte de la empresa que “el accidente se hubiera evitados si éste hubiera tomado las precauciones necesarias inherentes a su cargo, y no hubiera cometido ciertas neglicencias impropias de la experiencia que se le presupone …”, aunque con el texto completo del informe de la Jefatura de Minas en la mano, había sido debido a “un desgraciado hecho fortuito que se produjo de un modo brusco, inesperado e imprevisto, pues las precauciones de ventilación y seguridad adoptadas por la dirección de la empresa eran suficientes…”
Eso sí, aunque los hechos ocurridos no fueran suficientes como para declarar la mina de 4ª categoría, aunque considerando que pudieran existir posibles desprendimientos instantáneos de grisú, la Jefatura de Minas resolvía con carácter obligatorio, una serie de prescripciones, entre las que destacaban el “uso en el Grupo Santa Ana, por lo menos, de dos aparatos ‘Protor’, adiestrando en su manejo a cuatro mineros prácticos”, así como el “empleo de tubería de chapa, nunca inferior a ciento cincuenta milímetros de diámetro, que puedan ser colocados fácilmente por los mismos obreros del relevo.”
Ya, con fecha 30 de abril de 2011, quedaba instalado en la plaza del pueblo de Orillés un monolito con el nombre de todos los vecinos fallecidos en los distintos accidentes mortales ocurridos en las minas de la zona entre los años de 1917 y 1986, siendo el minero octogenario, Baldomero Rodríguez, el encargado de recordar con su prodigiosa memoria cada una de las circunstancias que rodearon aquellos siniestros “ocurridos en las galerías y rampas, en unos momentos en los que los salarios apenas alcanzaban para sobrevivir”.
Uno de los problemas fundamentales en todas las empresas mineras de la época, tal y como vengo comentado en esta historia minera, era el referido al reclutamiento de personal para las minas, donde un altísimo porcentaje derivaba de la transmisión hereditaria, de tal manera que el padre minero legaba su «mala» suerte al hijo y, más adelante, éste la entregaba a su descendiente, conformándose así hasta tres generaciones de trabajadores anudados indefectiblemente al tajo por vínculos familiares y patronales, por lo que la educación de los hijos de los mineros había despertado un enorme interés por parte de las patronales que habían visto en la escuela la herramienta que necesitaban para poner freno a la expansión del socialismo, impulsando para ello programas educativos como medio para mantener la paz social, pensando exclusivamente en la rentabilización de sus beneficios con la integración de la prole minera en sus plantillas. Así se fueron creando por los distintos pueblos y aldeas lo que eufemísticamente llamaban escuelas, cuando la realidad era que se trataba de “cuartuchos” de mala muerte, sin apenas medios de ningún tipo, y desprovistos de luz eléctrica, calefacción, agua y de cualquier otra mínima necesidad para el estudio, donde la cooperación entre el poder económico y el estamento religioso se fue imponiendo con la presencia ineludible de clérigos y curas, hasta el extremo de que ningún acto ni festejo se programaba sin la celebración religiosa previa, resultando ser siempre de obligada participación para maestros y discípulos, el asistir todos los domingos y fiestas de guardas a la santa misa.
En el concejo de Aller, esa labor emanaba de los programas paternalistas activados por la Sociedad Hullera Española y la Industrial Asturiana desde los inicios del siglo XX, de tal manera que para conjurar los brotes marxistas, auspiciaron todo tipo de fundaciones escolares segregadas, proporcionando formación diferenciada a niñas y niños, donde las chicas eran adiestradas en cuestiones relacionadas con las labores y la economía del hogar, y los chicos para trabajar en las minas aceptando servil y disciplinadamente los principios de la jerarquía social imperante. Tampoco se pretendía elevar el cociente intelectual ni mucho menos despertar una conciencia crítica, cuando el objetivo no era otro que acabar ingresando de mineros en los tajos de las compañías.
En fin, la educación de los futuros mineros estaba encaminada a obtener un cierto nivel de socialización, canalizando de ese modo las aspiraciones de la masa obrera hacia los cauces laborales, sociales y de ocio que la propia empresa predeterminaba, llegando incluso hasta jugar con el hambre de las personas, cuando, ante cualquier movimiento huelguístico para reivindicar mejores condiciones de trabajo y hábitat, les eran cerradas las puertas de sus economatos para rendirles por falta de los productos comestibles más indispensables para el hogar, tales como el aceite, el pan o el arroz…
ANTON SAAVEDRA