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Benigno Delmiro, Vicente Gutierrez Solís, Pedro, Antón Saavedra y Anita Sirgo en el rodaje del cortometraje “ASTURIAS, PATRIA DOLIDA” en las instalaciones del Ecomuseo Minero Valle del Samuño (Pozo San Luis), el 1º de mayo de 2015
En el corazón de la Cuenca Minera Asturiana, en el concejo de Langreo, se encuentra el Valle de Samuño, moldeado por el rio que le da nombre, donde las actividades rurales convivieron durante más de siglo y medio con la ardua labor de la mina, configurando un paisaje singular de gran atractivo con unos restos patrimoniales de primer orden, hasta el punto de ser declarado su pozo San Luis como Bien de Interés Cultural por el pleno del Consejo del Patrimonio Cultural de Asturias, celebrado el 11 de enero de 2013, por ser “uno de los más destacados ejemplos de la industrialización de los valles centrales de las cuencas mineras”.
Las explotaciones carboneras del Valle de Samuño, que habían pertenecido a diversos propietarios, pasarían en 1900 a manos de los hermanos Felgueroso, quienes a los pocos días de su adquisición vendieron la propiedad, en una operación especulativa jamás vista, a un grupo de empresarios franceses, creándose por estos la sociedad Charbonnages de La Nueva en 1901, aunque en 1914 cambiaría su nombre adoptando el de Carbones de La Nueva, encargada de iniciar, tres años después, la excavación de los socavones Emilia e Isabel, el primero situado al pie de lo que hoy día es el pozo Samuño y el segundo, justo detrás del pozo San Luis, por el que se llegó hasta las capas Miguelinas (Generalas) tras 800 metros de transversal, pero en 1925 la empresa sería adquirida por la Real Compañía Asturiana de Minas.
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Entrada a la mina al nivel del rio Samuño, de la explotación del Grupo Miguelinas perteneciente a la empresa Carbones La Nueva, el año 1905.
Este cambio en la propiedad de la empresa traerá como resultado el paso de la compañía al universo industrial de la Real Compañía Asturiana de Minas, cuya necesidad de carbón relacionado con el problema energético creado con el cierre de la mina de Arnao una década antes, abrirá un nuevo periodo para una explotación que, hasta entonces, sólo beneficiaba los yacimientos minerales situados por encima del nivel de los valles, mediante minería de montaña. En realidad, a partir del año 1919 ya estaban proyectados dos pozos gemelos para La Nueva, pero la grave crisis que afectó al sector carbonero asturiano tras la Gran Guerra, precipitó la decisión de paralizar la profundización cuando se llevaban 72 metros avanzados, teniendo que esperar al año 1928 cuando la Real Compañía Asturiana de Minas comenzaba los trabajos para la profundización de un nuevo pozo el 30 de julio, muy cerca del anterior, con un diámetro de seis metros, después de variar el cauce del rio Samuño y embovedarlo con un túnel de 130 metros, además de desplazar la carretera, dando por finalizadas las obras en 1930, con 288 metros de profundidad y cuatro plantas, quedando convertido el Pozo San Luís en el más profundo de Asturias, amén de su espectacular casa de máquinas que junto con el castillete roblonado conforma en la actualidad uno de los conjuntos más interesantes del patrimonio industrial nacional. Pero antes de la profundización del pozo, la bocamina del socavón Isabel vió salir 17 cadáveres y 2 heridos, asfixiados y quemados por la trágica explosión de grisú de la capa Miguelina, aquel maldito día del 7 de diciembre de 1927.
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La catástrofe minera en la capa Miguelinas de la empresa Real Compañia Asturiana de Minas, el 7 de diciembre de 1927, en los medios de comunicación españoles
Refiriéndonos al nombre del pozo santo, nada nos indica a la fecha que existiese alguna veneración a este santo en el valle. De hecho, no aparece un templo bajo tal advocación hasta finales de la guerra incivil española en 1939, levantado ya por la propia empresa cuando el pozo ya llevaba funcionando desde hacía diez años. Sin embargo, leyendo el libro del Centenario de la Real Compañía Asturiana de Minas se puede observar que el mismo se inicia con el párrafo “A través de las tierras de España, los Cien Mil Hijos de San Luis, venidos de Francia bajo el mando del duque de Angoulême en defensa de la monarquía tradicional, recuperaba su patria”, nos lleva a considerar que el pozo haya sido bautizado con ese nombre en recuerdo de ese contingente francés llegado para restaurar el Absolutismo de Fernando VII, y absolutismo fue lo que hubo en aquel trato paternal con el pueblo, mostrando su despotismo cada vez que era necesario, a través del establecimiento de una clara relación y asimilación entre el pozo minero, la empresa y la iglesia, donde el cura de Ciaño “Don Amalio”, uno de los “santos cruzados” que apoyaron el golpe de los militares fascistas contra el gobierno legítimo de la República española y que, olvidándose del pueblo y ocultando el nombre de Cristo tras las cortinas de humo con que lo inciensan, a la vez que actuando al servicio de la oligarquía y el privilegio, llegó a calificar a Franco como “instrumento de los planes de Dios sobre la tierra”.
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Valle de Samuño
No obstante, la falta de espacios llanos en el estrechísimo valle del Samuño, condicionaba el jalonamiento de las piezas principales de cada explotación minera, y Carbones de La Nueva, que se había establecido en el tramo más alto del rio Samuño, se vio obligada a extraer el lavadero a la vega del Nalón, en el lugar conocido por Camellera, donde también construyó una fábrica de subproductos del carbón. Allí, en Camellera quedó montado un complejo carboquímico, origen de la actual empresa Química del Nalón, para la producción de cok, alquitrán, sulfato amónico y benzol, a lo que se añadirían otros subproductos como la brea y la creosota, entre otros.
Con el pozo San Luis y sus modernas instalaciones en plena producción, solo quedaba solucionar el traslado del carbón desde la explotación hasta el lavadero y el complejo carboquímico, ambos instalados en la localidad langreana de Ciaño (Camellera), impulsando el ferrocarril que había comenzado a tender la sociedad de los Felgueroso cuando era propietaria de las minas. En efecto, la empresa Carbones de La Nueva había heredado las infraestructuras de los hermanos Felgueroso, entre las que destacaban un ramal ferroviario, pero estas presentaban tal grado de deterioro y obsolescencia que requerían de fuertes inversiones y transformaciones para hacer competitiva aquella explotación adquirida por la Real Compañía Asturiana de Minas.
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Pozo San Luis
El ferrocarril estaba dividido en dos tramos: el primero, que llegaba hasta el entorno de Carbones Asturianos (Pozo Samuño), y el segundo hasta el lavadero de Carbones de La Nueva en Camellera. Ambos tramos concluían en sendos planos inclinados: por un lado, el primero tenía su finalización en el plano conocido como “plano Tilano”, y por otro, el plano inclinado de Camellera que enlazaba el final de la línea y el lavadero. Como quiera que el primero de los planos inclinados finalizaba en el Socavón Emilia, y durante algún tiempo después de profundizado el pozo San Luis, cumplía un papel central en el transporte, al conectarse su galería con la primera planta del pozo San Luis, de manera que el carbón empezó a salir a la superficie de nuevo por el socavón Emilia, quedando el “plano Tilano”, y con él el primer tramo de la vía de Carbones de La Nueva, definitivamente fuera de servicio.
Ya en el año 1947, se llevaría a cabo una nueva reprofundización que dotaría al pozo San Luis de dos plantas más – 5ª y 6ª – alcanzando una profundidad de 425 metros, con una plantilla en torno a los 900 trabajadores, y en 1968 quedaría integrado en Hunosa, quien lo cerraría al año siguiente, para dejarlo como pozo auxiliar del vecino pozo Samuño, donde quedaría concentrada toda la producción del valle samuñino.
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El ferrocarril fue promovido por los Hermanos Felgueroso, mediante una línea entre La Nueva y Camellera (Ciaño), para extraer sus productos de Carbones de la Nueva en el Valle de Samuño, hasta Camellera (Ciaño) donde se ubicó el lavadero y una factoría de subproductos de la hulla, enlazando en este punto con la línea de vía ancha del Ferrocarril del Noroeste (posteriormente RENFE).
Pero, volviendo a los años de la industrialización en los valles mineros asturianos, ésta trajo en el mismo saco la riqueza y la miseria, porque junto al desarrollo económico también llegó la explotación laboral y las notables acciones paternalistas de aquellos empresarios que, como la Real Compañía Asturiana de Minas, en materias como la educación también trataban de esconder el control de la mano de obra para evitar el avance del sindicalismo en sus centros de trabajo.
En los finales del siglo XIX y principios del XX, los capitalistas eran muy conscientes de que la mejor manera de defender su posición de privilegio pasaba por mantener el orden social y esto solo podía lograrse si los trabajadores aceptaban con normalidad el papel de sumisión que les correspondía por haber nacido en una clase social destinada a la producción de la riqueza que ellos aprovechaban, y nada mejor que “educarlos” en esta idea desde niños, inculcando en sus conductas infantiles unas normas que ellos debían asumir con normalidad, sin cuestionarse nada, considerando que el hecho de que los obreros debían trabajar para enriquecer a sus patronos era algo tan inmutable como los nombres de los continentes o la tabla de multiplicar, y no encontraron mejores aliados que las órdenes católicas, de tal manera que las congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza no dudaron en desplazar a las cuencas a sus hombres y mujeres si se les proporcionaban las infraestructuras y la dotación económica necesarias, cuestión que las empresas aceptaron muy gustosamente, creándose en el primer tercio del siglo XX diez colegios en Asturias, la mayoría de ellos en las cuencas mineras del Nalón y Caudal, entre los que figuraba el de San Antonio La Salle en la localidad langreana de Ciaño, zona que contaba con una fuerte implantanción sindical.
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Casi todos los religiosos y religiosas que se encargaron de abrir sus escuelas en los valles mineros eran españoles, pero pertenecían, como vemos a congregaciones francesas e incluso algunos habían llegado desde el país vecino forzados por la Ley de Asociaciones que se aprobó allí el 1 de julio de 1901 bajo la inspiración de Combes.
Aquella norma supuso el cierre de miles de colegios católicos en Francia, aunque para la Iglesia lo más duro fue la aprobación en el Parlamento de otra Ley, el 7 de julio de 1904, que dio un plazo de 10 años para que ningún religioso pudiese enseñar o dirigir un colegio, basándose en que no se podía confiar la educación de los niños y de los jóvenes a quienes los formaban “únicamente para reaccionar contra los principios de la Revolución”.
La originalidad de esta congregación conocida popularmente por los del “baberu”, canónicamente constituida en Francia como una congregación de religiosos ligados por los votos de pobreza, castidad y obediencia, consistía en que, por una parte, elevaba la profesión de enseñante al nivel de vida consagrada a Dios en su integridad profana y religiosa, pero la función que los empresarios asignaron a los colegios era de provisión social de las empresas, buscando un tipo de educación religiosa que fuese más allá de lo estrictamente establecido en la legislación educativa española, hasta hacer real del slogan de ¡¡¡ Fieles a Dios y al patrón !!!
Por aquellos años, ¿ qué podría saber un niño o niña que empezaba en la escuela de “los frailes” sin saber que era un personaje secundario de un guión que desconocía ? ¿Por qué iba a saber que a aquellos del “baberu” y aquellas de los “orejones” habían sido instalados por las empresas mineras y siderúrgicas para, por una parte, cumplir con el Decreto de 25 de mayo de 1900 por el cual “las empresas que superaban los 150 trabajadores, tenían la obligación de establecer una escuela” y, por otra, que “la educación rigurosa y confesional de los hijos de los trabajadores podría impedir la penetración de ideales de clase o revolucionarios en los albores de las organizaciones y sindicatos obreros” ?
Aquellos niños y niñas no sabían que apenas unos años antes algunos militares se habían sublevado contra el Gobierno legítimo de la II República y que la guerra había durado tres años, dejando miles y miles de muertos y que, tras la “depuración” de los maestros del Estado Español – ¡¡¡ hasta 60.000 maestros y maestras fueron eliminados en la purga educativa de los sublevados, buena parte de ellos fusilados contra las tapias de los cementerios !!! -, aquel “Caudillo de España por la Gracia de Dios”, Francisco Franco Bahamonde, dictaba una Ley de Enseñanza Primaria que tenía por objeto entre otras cosas “….Formar la voluntad, la conciencia, el carácter del niño en orden al cumplimiento del deber y a su destino eterno. Infundir en el espíritu del niño el amor y la idea de servicio a la patria, de acuerdo con los principios innovadores del Movimiento» (Artº 1º), y que “La educación primaria, inspirándose en el sentido católico consustancial con la tradición escolar española, se ajustará a los principios del dogma y la moral católicas, y a las disposiciones del derecho canónico vigente” (Art. 5º)
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Los Cuarteles de La Sierra en La Nueva
son algunos de los edificios industriales incorporados con el tiempo y progresivamente a la oferta residencial de la empresa. Así, parte de estas cuadras no se transformaron en vivienda hasta la época de los cuarenta del s.XX, cuando ya funcionaban unas dependencias nuevas más amplias para albergar a los animales.
Pero, además de las asignaturas de lectura, geografía, aritmética, geometría y la historia de España y las dos asignaturas confesionales de historia sagrada y doctrina cristiana, también era obligatorio acudir al catecismo y una vez al mes se reunía a todos los niños y niñas para realizar un examen, cuyos resultados eran enviados a los patronos para su análisis. Por supuesto, era injustificable la ausencia a la misa de los domingos y fiestas de guardar que se celebraba en la iglesia del poblado minero, así como la imposición de un sinfín de prácticas piadosas, misas, primeros viernes, rosarios, viacrucis, ejercicios espirituales, meses de María, sabatinas, jaculatorias, himnos de Acción Católica, ofrendas de desagravio al sagrado corazón, y todo tipo de parafernalias… Lo que sí veían a diario aquellos niños y niñas era la foto del personaje que ocupaba un lugar preferente en la pared de la clase flanqueando al crucifijo, aunque tampoco entendían el significado de aquella frase debajo de la foto donde “el colegio rendía sumisión y obediencia al Caudillo providencial que guía sin igual destreza la nave de la patria”.
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Castillete del Pozo San Luis de La Nueva, en la actualidad transformado en el ECOMUSEO VALLE DE SAMUÑO.
Como ha quedado dicho en otros capítulos de la serie sobre la minería asturiana, el problema de la vivienda era acuciante, especialmente cuando en los inicios del siglo XX, comenzaron a llegar varias oleadas de gente procedente, no sólo de municipios asturianos, sino de otros lugares como Galicia, Andalucía, Extremadura, Castilla o Portugal, extendiéndose el poblamiento urbano del fondo de valle a las pocas áreas no ocupadas por las instalaciones mineras y las infraestructuras. De la fase anterior a la construcción del pozo vertical son los Cuarteles de La Nueva (seis viviendas) y los Cuarteles de La Sierra (diecisiete viviendas), aprovechando solares liberados que la empresa aprovechó para reutilizar como viviendas para los mineros y la construcción de otros equipamientos como la iglesia o la cuadra de las mulas, siendo la principal realización de Carbones de La Nueva en materia de vivienda los Cuarteles de Uría, construidos en la segunda mitad de la década de los cincuenta, a las que hay que sumar las dos viviendas para empleados en Ciaño, mostrando perfectamente las diferencias entre las categorías profesionales, haciendo un total de 32 viviendas que en absoluto paliaban el problema de la vivienda, hasta que la empresa desvió las eventuales soluciones de la vivienda a la iniciativa estatal que levantaba varios grupos de viviendas en Langreo, tales como las barriadas de San Antonio, San Esteban o Pompián en Ciaño, o hacia la barriada de La Juécara, en Sama.
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ECOMUSEO VALLE DE SAMUÑO
En la actualidad, como figura en el encabezaiento del capítulo, las antiguas instalaciones mineras en torno al Pozo San Luis de La Nueva, ha quedado transformado en lo que se conoce como el Ecomuseo del Valle de Samuño, inaugurado en junio de 2013 y financiado a cargo de los Fondos Mineros. Un complejo museístico del Ayuntamiento de Langreo formado por tres elementos: la estación de El Cadavíu, el tren minero y el Pozo San Luis de La Nueva. La estación de El Cadavíu, a kilómetro y medio del centro urbano de Ciaño, es el centro de recepción de visitantes del Ecomuseo Minero y punto de partida del recorrido en tren.
La visita al Ecomuseo Minero comienza con el viaje en tren, y el tren asciende por el estrecho valle, donde convive el verde y espléndido paisaje natural de la región, con la huella que ha dejado la actividad minera después de más de un siglo de extracción, pero antes de adentrarse en las entrañas de la mina, se pueden contemplar elementos mineros de la zona, como el túnel y bocamina La Trechora y el pozo Samuño.
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Tren minero desde la estación de Cadaviu hasta el Pozo San Luis de La Nueva.
Después de un kilómetro y cien metros de recorrido en superficie, el tren deja la luz natural y la mina lo absorbe por completo: acaba de entrar al Socavón Emilia, un antiguo transversal minero de novecientos ochenta metros longitud que desemboca en la primera planta del pozo San Luis, a 32 metros de profundidad, y que constituye el mayor recorrido ferroviario subterráneo, por una mina real, existente en España.
A lo largo de este kilómetro, el visitante conoce entre otras cosas, el sistema que sostenía las profundas galerías, el método utilizado para arrancar y transportar el carbón, los riesgos y condiciones de trabajo tenían los mineros, los aspectos técnicos mineros relativos a evacuación de las aguas, ventilación, sostenimiento y la propia iluminación. El recorrido en tren termina al final del socavón, en el embarque de la primera planta del pozo San Luis, a treinta y dos metros de profundidad. Un ascensor, que evoca las antiguas jaulas mineras, saca a la superficie a los pasajeros a través de la caña del pozo. Y una vez fuera, se visita el conjunto de edificios que forman el pozo San Luis, salvo el edificio de la antigua central de subestación eléctrica, conocida por “el submarino” porque albergaba un grupo electrógeno que procedía de un submarino, el cual sería demolido por el ayuntamiento en 1991, en una decisión nada acertada teniendo en cuenta el conjunto del que formaba parte y que con la construcción del Ecomuseo y tren minero del Valle de Samuño nos lo confirma.
ANTON SAAVEDRA
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