
Las instalaciones del pozo Monsacro se encuentran enclavadas en La Foz, localidad perteneciente al término municipal de Morcín, justo en el límite con el vecino concejo de Riosa, bajo el cual se extienden sus galerías.
Hablar de Riosa es hablar de carbón, y hablar de carbón es hablar de la mayor reserva minera coquizable de Asturias, con una superficie de cincuenta kilómetros cuadrados, que abarca la totalidad del Concejo de Riosa que tiene 45 Km cuadrados y solamente los bordes norte y noreste, en el Concejo de Morcín, de unos 5 km cuadrados. Y fue allí, en La Foz, localidad perteneciente al término municipal de Morcín, donde se levantó el majestuoso e imponente castillete del pozo minero a modo de guardián de la gran mole del Monsacro, la montaña sagrada, lugar simbólico y espacio legendario a la que se ha acomodado la milenaria actividad minera que marcaría la vida de los concejos de Morcín y Riosa, participando en la etapas históricas claves de la región asturiana, desde los orígenes legendarios hasta la etapa industrial, suministrando carbón, primero para la fábrica de armas de Trubia, y más tarde para la empresa nacional de Ensidesa y las térmicas, hasta su cierre en enero de 2015.

El 24 de abril de 1846 comienzan los trabajos de explotación en Porció (Riosa), tal y como lo refleja D. Juan de Dios De la Rada y Delgado en su libro “Viaje de de ss. MM. y AA. por Castilla, León, Asturias y Galicia verificado en el verano de 1858”, publicado en 1860, (pag. 410, al final): “La explotación de las minas de Riosa, que producen el combustible de que se surte el establecimiento, dio principio en 24 de abril de 1846.”
Una de las primeras referencias a los criaderos de carbón de Riosa es la realizada en el año 1836 por D. Guillermo Schultz, a la sazón Inspector del Distrito de Asturias y Galicia, cuando en su “Informe sobre el estado actual de algunas minas de carbón de hulla de Asturias”, llega a concederles tal grado de importancia que recomienda la conexión de los carbones por vía férrea a la red general. De esa manera, de acuerdo con el brillante y minucioso trabajo de la historiadora, Mercedes Fernández, plasmado en su reciente libro “De la Corona a los accionistas anónimos”, los primeros pasos para el inicio de la explotación riosana – Minas de Porció -, habría que situarlos en el año 1842, en la que la empresa Becdelievre y Compañía, solicitaba una serie de concesiones mineras en los Concejos de Morcín (inscrip. 170) y Riosa (inscrip. 171). Incluso La Ley de Minas de 1849, al referirse a las Minas del Estado, hace mención de las Minas de carbón de Riosa, utilizadas para suministrar combustible a la Real Fábrica de Cañones de Trubia, estableciendo restricciones a los particulares, en el sentido que, en su perímetro, nadie podía hacer calicatas o exploraciones.
Por aquel entonces, allá por el año 1840, era reorganizada la producción armamentística nacional por la Hacienda pública, como consecuencia del desabastecimiento del ejército y la Marina, lo que propició la reactivación de la abandonada factoría de Real Fábrica de Municiones y Armas Portátiles, con el encargo de fabricar piezas de artillería de hierro fundido, y en mayo de 1844 se ponía en marcha la referida fábrica, bajo la dirección del teniente coronel Francisco Antonio de Elorza y Aguirre.
Desechada la ubicación de los hornos en la cuenca de Langreo, debido a la más baja calidad de sus carbones coquizables así como el transporte fluvial, la factoría trubieca solicita la concesión del referido “COTO RIOSA-MORCIN”, que obtiene por ley, dando comienzo el 24 de abril de 1846 los trabajos de explotación en Porció (Riosa), tal y como queda reflejado en el libro de D. Juan de Dios De la Rada y Delgado “Viaje de de ss. MM. y AA. por Castilla, León, Asturias y Galicia verificado en el verano de 1858”, publicado en 1860, (pag. 410, al final): “La explotación de las minas de Riosa, que producen el combustible de que se surte el establecimiento, dio principio en 24 de abril de 1846.” De esta manera quedaba muy claro que la explotación minera del yacimiento de Porció nacía vinculada al Estado.
El transporte del mineral a la factoría de Trubia se realizaba en carretas, por los malos caminos de La Cobarriella, La Cruz, Cardeo, El Vallín, La Piñera, Peñerudes, Llavariegos, Puerto, Caces y Trubia hasta completar los 15 Kilómetros de distancia, con una duración por viaje de siete horas ida y otras siete la vuelta y un precio de 20 pesetas por carga de 30 arrobas, pero aquello salía muy caro, hasta el extremo de que el precio del transporte era superior al del carbón. Ya en los finales del siglo XIX se llegó a instalar un cable aéreo de accionamiento mecánico que llevaba la producción hasta la fábrica de Trubia, pero la capacidad de transporte seguía siendo mínima y el Estado decidió la venta de las minas, haciéndose cargo varias compañías con escaso éxito, hasta que en 1914 se hace cargo la Sociedad Hulleras de Riosa, bajo la presidencia de José Sela y Sela, para iniciar una época de expansión y de aumento en la productividad, facilitada por la construcción del ferrocarril minero a La Pereda.
En efecto, la empresa bajo la dirección del ingeniero de Minas, Luis Álvarez Fueyo, además de llevar a cabo una mejora y ampliación de las instalaciones, especialmente en el apartado del transporte, así como la necesaria reforma en el lavadero y la subestación eléctrica para cada una de las instalaciones que recibían la energía de Electra del Viesgo en su central productora de Santa Cruz de Mieres, afrontaría la mayor de las inversiones en el tendido del nuevo ferrocarril de La Foz a La Pereda, con una longitud de 8 kilómetros y un ancho de vía de 750 mm, ideado en 1914 y concluido en 1920, para ser inaugurado y legalizado un año más tarde, después de haber perforado 11 túneles en la dura caliza, y ejecutar los necesarios muros de sostenimiento, con un coste final de 4 millones de pesetas.
La primera locomotora encargada de transportar el carbón desde las tolvas de La Foz hasta el lavadero de La Pereda, en 1921, fue la denominada como La Foz, y dos años más tarde se incorporaría una segunda, La Loredo, cuyo estreno fue todo un acontecimiento, siendo bautizada con sidra mientras se atronaba el cielo con grandes explosiones de “volaores”. Posteriormente ya se fueron incorporando otras máquinas con nombres tan sonoros como La Pereda, La Santa Bárbara y La Mariona, o La Riosa y la César de vía ancha en La Pereda.
Así llegamos al 28 de julio de 1950, cuando tiene lugar la creación de la empresa estatal ENSIDESA, en la localidad asturiana de Avilés, precisando de un abastecimiento regular de combustible para los altos hornos, que en aquellos momentos se pretendía lograr dentro de la región y sin la necesidad del transporte marítimo, o sea por ferrocarril y en un radio corto.
Aunque hubo contactos con los propietarios de La Camocha, en Gijón, éstos no prosperaron, dirigiéndose las negociaciones con la Sociedad Hulleras de Riosa, logrando su compra por la cantidad de 30 millones de pesetas, que se consideró excesivo y muy superior al valor real de las acciones. Además del elevado coste pagado por el Estado para dar servicio a la planta de la siderurgia integral de Ensidesa, había que añadir otros costes en inversiones necesarias que elevaban la cantidad hasta los 45 millones de pesetas. Evidentemente, estos cálculos hacían desaconsejable la operación desde una perspectiva estrictamente económica pero la operación siguió adelante, al primar criterios estratégicos, tales como la garantía en el suministro de hulla coquizable como mecanismo de defensa y seguridad ante un mercado inestable, garantizando la independencia respecto de las importaciones, en pro del “interés nacional”.
Tras una breve etapa en que se mantienen los Sela, Santos y Figaredo en el consejo de administración, con un gerente impuesto por el INI (ingeniero de minas Félix Aranguren Sabas), en noviembre de 1952 se define ya un nuevo consejo de administración con presencia mayoritaria de personal vinculado al INI, abriéndose entonces un proceso de liquidación de Hulleras de Riosa que concluirá en diciembre de 1957 con la disolución de la antigua sociedad y la adjudicación definitiva de su patrimonio a favor de ENSIDESA, decidiendo una de las tareas más importantes a realizar como era la profundización y puesta en marcha del Pozo Monsacro en terrenos de La Foz de Morcín, que iba a permitir acceder a niveles bajo el nivel del valle por primera vez en la historia del yacimiento en cuestión, a la vez que se iniciaba la construcción de las tolvas de La Foz para cargar los trenes y, de forma casi inmediata, el abandono de la batería de cok de La Pereda, en abril de 1955, siendo sustituida por otra construida en Avilés, a pie de la central térmica y los altos hornos, donde se transformaría la producción del carbón procedente del coto minero Morcín-Riosa.
En cuanto a la profundización del pozo Monsacro, las obras serían adjudicadas en setiembre de 1953 a la empresa Entrecanales y Távora, comenzando los trámites para adquirir la máquina de extracción a GHH y Brown Boveri en el verano de 1954, de tal manera que en junio de 1959 era colocado el castillete y en el segundo semestre del año comenzaba a extraer la producción regular del pozo.
Tal y como hemos visto, la evolución de la minería riosana está directamente relacionada con la minería del carbón mediante pisos de montaña, de tal manera que, mientras este tipo de minería tuvo una especial incidencia en la modificación de las condiciones naturales a través de la acumulación de estériles (escombreras) y la apertura de trincheras ferroviarias en las laderas, sin embargo, no adquirió relevancia alguna en cuanto al poblamiento, siguiendo éste circunscrito a las aldeas preindustriales diseminadas por las laderas limítrofes del coto minero Morcín-Riosa. En cambio, la minería mediante pozo vertical, caso concreto del pozo Monsacro, iba a introducir necesariamente cambios de orden estructural, no sólo desde el punto de vista de la propia envergadura de los nuevos espacios industriales ligados al carbón, sino y, sobre todo, al mayor número de efectivos humanos necesarios para el proceso productivo – el pozo Monsacro llegó a superar el número de mil trabajadores en su plantilla -, siendo la solución el ir configurando progresivamente el poblado, mediante la dotación de alojamientos para los obreros y de nuevos equipamientos, como los grupos de viviendas construidos en La Prunadiella y L’Ará, en Riosa, o Las Mazas, en Morcín, en torno a quinientas viviendas.
En estas condiciones se llega al año 1969, cuando el antiguo coto hullero de Morcín-Riosa quedaba integrado en la empresa pública Hunosa, creada mediante mediante decreto en marzo de 1967 con el concurso del INI y la aportación de varias empresas mineras que se unieron inicialmente a su accionariado y fue incorporando negocios como el de Monsacro, que era excepcional por pertenecer ya al Estado, quedando integrado en el Grupo San Nicolás, junto con Nicolasa y Olloniego. La integración en Hunosa supuso el abandono y desmantelamiento del ferrocarril entre La Foz y La Pereda, optando por transportar el carbón bruto por carretera en camiones hasta el lavadero del Batán, en Mieres, empleando las mismas tolvas hasta que fue instalada una cinta transportadora interior que extrae la producción del Monsacro a través de la quinta planta de Nicolasa. De esa manera, con fecha 31 de diciembre de 2014, el gobierno del Partido Popular ponía fin a más de 160 años de tradición minera con el cierre administrativo del Pozo Monsacro, dando con ello cumplimiento al plan de cierre de las explotaciones mineras que en su día iniciara el gobierno felipista del PSOE, dejando en los concejos de Morcín y Riosa, la miseria, el paro y una total incertidumbre en cuanto a su futuro se refiere.
Como dato estadístico parejo al desarrollo y posterior declive de la minería, cabe señalar que la población de Morcín llegó a alcanzar en 1960 los 4.280 habitantes hasta 2.866 que tiene en la actualidad, o de los 3.003 vecinos de Riosa hasta sus 2.140 actuales, agravado por un galopante envejecimiento de su población y la falta de oportunidades laborales para la juventud que nos indican muy claramente que esta inercia de pérdida de población se prolongue año tras año.
Es decir, muerta la minería del carbón por la vía de la mal llamada reconversión, y en medio de la fase galopante de desmantelamiento y emigración de nuestros jóvenes en la que se hayan inmersas nuestras comarcas mineras, el antiguo pozo Monsacro deja en el coto hullero Morcín-Riosa el mismo paisaje lunar que hoy define concejos enteros como Mieres, Langreo, Laviana o Aller: ruinas industriales a base de castilletes, bocaminas, chimeneas, lavaderos o naves vacías. Esqueletos de ladrillo, hormigón y acero que en sus mejores tiempos alimentaban a casi el 85% de los trabajadores locales. Todo en medio de una desesperación latente ante problemas acuciantes de paro, despoblación y ante un futuro negro –y no a base de carbón, precisamente– que llamaba a la puerta, y que hoy certifica la caída en picado de los índices de población, tanto activa como residente, en municipios como Morcín y Riosa.

El Museo de la Lechería y el Queso en La Foz de Morcín es un fantasma, una dolorosa muestra del fracaso de las medidas de reactivación aplicadas en las cuencas mineras tras el cierre de los pozos. Las obras costaron una millonada de euros de fondos mineros y terminaron hace diez años, pero el edificio no sirve para el uso previsto y se le busca otro. Goteras, oxidaciones e inundaciones dan fe de su progresivo deterioro…
Paradojas de la vida, estos concejos mineros se han visto forzados a mirar hacia atrás para intentar salir adelante. Enterrada la explotación de la hulla y con el queso afuega’l pitu como producto artesanal local por antonomasia, estos municipios de la montaña central son todo un ejemplo de lo que cuesta ser a la vez cuenca minera y medio rural en la Asturias del siglo XXI. Esa dicotomía, la de tirar del pasado para intentar encarrilar el futuro, se da además de bruces con un presente enquistado e inmovilizado. Una vía muerta en toda regla, que encarna el paralizado Museo de la Lechería y el queso de afuega‘l pitu, habilitado en lo que en su día fueron los cargaderos de la empresa minera: casi diez años cerrado, sin dotación ni financiación de contenidos, y con un deterioro patente después de haber gastado la correspondiente millonada de los Fondos Mineros para la generación de un tejido industrial alternativo a la minería. Un fantasma del pasado minero que, como un trasunto del famoso cuento de Dickens, ni soluciona las dudas del presente ni ahuyenta los espectros del futuro.
En estas fechas, tal y como si se tratase de gastarnos una broma, vengo leyendo a través de distintos medios de comunicación que varias empresas pretenden la apertura de hasta tres minas de carbón en Riosa, entre otras cuestiones, porque se trata de un carbón coquizable, y yo no tengo más que preguntarme y preguntar: ¿Acaso el carbón del Monte Sacro no es en su totalidad carbón coquizable? ¿Acaso no estamos hablando del mayor yacimiento minero de carbón coquizable en Asturias? ¿Es posible que estemos asistiendo a una privatización encubierta de lo que en su día fue una empresa “socializada” por la dictadura franquista?
ANTON SAAVEDRA
